Derecho & Cambio Social

 
 

 

UNA EXPLORACIÓN DE UN MARCO CONCEPTUAL PARA LA EDUCACIÓN MORAL

Lori McLaughlin Nogouchi
Holly Hanson
Paul Lample
(*)

 


                                                      

PROLOGO

 

            Los autores de esta obra se han fijado la meta de formar, a partir de los recursos de un sistema espiritual de creencias que ellos comparten, los elementos de un mar­co de referencia para la educación moral.  No puede haber duda de que el desarrollo sistemático de un proceso de educación moral apropiado para una era en rápida transformación social requiere una es­tructura conceptual nueva y consistente.  Basándose en enseñanzas espirituales no sectarias y entera­mente libres de las limitaciones del fundamentalismo, los autores han hecho una contribución valio­sa a la búsqueda de tal estructura, una contribución que será apreciada aun por aquellos que no comparten sus conviccio­nes religiosas.

 

            Varios aspectos del trabajo merecen mención especial.  Los autores examinan la moralidad en el contexto de una inter­pre­tación distintiva de la historia, de una visión del futuro de la humanidad, y de una valoración coherente de las fuer­zas que operan dentro de la sociedad ac­tual.  Mientras insisten en la necesidad de un propósito moral claramente defini­do, evitan los peligros del reduccionis­mo.  Ellos presentan el propósito moral como un principio organizativo en evolu­ción y orgánico que ayuda a los indivi­duos a transformar su propio carácter y a contribuir a la transformación de la so­ciedad.  Esta transformación personal y social es omnímoda e involucra la redefinición de las estructuras y procesos que determinan las relaciones esenciales, específicamente aquellas entre el hombre y la naturaleza, entre los individuos, dentro de la familia y entre el individuo y las instituciones sociales.

 

            En su discusión de las virtudes humanas los autores logran evitar el tono moralizador.  Lo logran, en parte, al centrarse en las capacidades morales, "en lo que la gente debe ser capaz de hacer a fin de lograr el doble propósito de la transformación personal y social."  Ellos definen lo que la gente es capaz de hacer como la "capacidad desarrollada para llevar a cabo acciones con sentido en un campo bien definido de esfuerzo."  Al desarrollar la curricula para la educación moral debemos analizar en forma integral los componentes de estas capacidades - conjuntos de cualidades, actitudes, habilidades y conceptos morales relacionados.  Entre estos componentes, las cualidades espirituales recibirían un tratamiento especial como propiedades intrínsecas del alma humana y como el único fundamento confiable para la moralidad.

 

            Los autores han enfocado su investigación de un marco de referencia para la educación moral desde un punto de vista espiritual, y su esfuerzo merece seguirse por medio de exploraciones extensas dentro de la herencia espiritual de la humanidad a fin de arrojar mayor luz sobre las cuestiones de moralidad y ética en el contexto del estado actual de evolu­ción de la humanidad.  Sin embargo, el descubrimiento de procesos educativos a través de los cuales se pueda desarro­llar el comportamiento moral requiere de los contenidos y los métodos de la ciencia.

 

            Si la ciencia y la religión han de desempeñar roles comple­mentarios en el desarrollo de un nuevo proceso de educación moral, se debe reexaminar los puntos de vista tradicionales sobre la relación entre ambas.  Verdaderamente, el largo conflicto entre la ciencia y la religión surge del desacuerdo entre la religión corrupta y la ciencia arrogante.  La ciencia es el sistema de conocimiento que permite a la humanidad entender la existencia material, y la religión es el sistema de conocimiento que la ayuda a entender su propia naturaleza espiritual.  La afirmación de que existe algún desacuerdo inherente entre las dos carece de bases reales.  El comporta­miento moral es una expresión de la naturaleza espiritual del hombre en el reino de la existencia material; por lo tanto, la educación moral requiere de la colaboración entre la religión y la ciencia.

 

            La sugerencia de los autores de que el estudio de las capacidades morales sea adoptado como punto de partida para el desarrollo curricular nos muestra direcciones muy intere­santes para la investigación científica.  Iluminados por la religión en su forma pura, libres de fanatismo y superstición, los estudios sistemáticos elucidarán la naturaleza de las capacidades morales deseadas y sus cualidades, actitudes, habilidades y conceptos componentes.  A través de la investigación y de la experimentación científicas, se descubri­rán los contenidos y métodos educativos que ayuden a desarrollar esos componentes en las varias etapas del creci­miento individual.  No importa cuán brillantemente puedan los experimentos ser diseñados y evaluados, para que esta investigación científica sea exitosa no debe descansar sola­mente en experimentos controlados.  La investigación, en este caso no puede estar aislada de la práctica educativa.  La sistematización de la experiencia y la conceptualización deberán ser parte del proceso para que los resultados de la práctica real de los educadores que trabajan en diversos establecimientos educativos se pueda incorporar en el cuerpo de conocimiento acumulado sobre educación moral.  Tales prácticas e investigaciones sistemáticas requieren de una red mundial de instituciones educativas que estén deseosas de dedicar energías y recursos al desarrollo de un nuevo proceso de educación moral dentro de un marco de referencia común.  El valor de esta obra está precisamente en que representa los pasos iniciales, aunque modestos, en la búsqueda de un marco de referencia común que, al tiempo que se somete al cuestio­namiento científico, se mantiene fiel a la mejor tradición espiritual de la humanidad.

 

Farzam Arbab


 

                                                                 PREFACIO

 

            La propagación de los valores morales ha sido la preocupa­ción perenne de todas las sociedades, pero en años recientes, al tiempo que las naciones y pueblos han reconocido más claramente que en la raíz de los más desafiantes problemas de la humanidad yacen profundos temas morales, ciertos individuos y gobiernos destacados han centrado crecientemen­te su atención sobre la educación moral y redoblado su búsqueda de enfoques de educación moral apropiados a las exigencias de nuestra era.  En nuestro propio esfuerzo por contribuir al discurso sobre la educación moral nos hemos vuelto hacia lo que nosotros, en tanto bahá'ís, consideramos como una fuente invalorable de guía sobre el tema, las enseñanzas de Bahá'u'lláh.  Estas enseñanzas hablan de las verdades espirituales eternas al mismo tiempo que explican la transformación actual de la sociedad humana con una brillantez y agudeza únicas.  Al explorarlas, hemos tratado de identificar las características de una persona moral que puede participar en la construcción de esa civilización mundial que los bahá'ís  vislumbran como el resultado inevitable de los cambios revolucionarios y tumultuosos de la era actual.

 

            La primera sección de este ensayo analiza brevemente ciertos cambios que están experimentando en el presente las sociedades en todo el mundo, los que conforman el contexto dentro del cual se desarrollan nuevos códigos de moralidad y nuevos procesos de educación moral.  Las secciones siguien­tes investigan la tarea de la educación moral en relación con diferentes aspectos del desarrollo individual y exploran algunas de las características que se debe poseer a fin de contribuir al progreso social y efectuar la transformación personal.  El tratamiento de estas características está lejos de ser el adecuado; muchos de los temas que se presentan merecen un análisis bastante mayor, tanto de su contenido como de sus implicancias para la educación moral.  Espera­mos que este intento estimulará a otros a explorar las cualidades, actitudes, conceptos y habilidades que necesita la educación moral para ayudar a la gente a desarrollarse en diferentes edades y etapas de su crecimiento.

 

            Este trabajo elabora ideas presentadas por Lori McLaughlin Nogouchi en 1991 en un trabajo no publicado titulado Towards a Framework for Moral Education.  En el verano de ese año, cuando la autora se encontró con Holly Hanson y Paul Lample en la conferencia sobre educación realizada en Cali, Colombia, sobrevino una serie de vívidas discusiones que condujo a su colaboración en el presente trabajo.  Los autores reconocen con cariño el aliento y ayuda que han recibido del Dr. Farzam Arbab y de la extinta Dra. Magdalene Carney, quienes consultaron también extensamente con Lori Noguchi durante sus meses de estudio e investigación para el docu­mento original.

 

                    Lori McLaughlin Nogouchi, Holly Hanson y Paul Lample.


 

                         UNA EXPLORACION DE UN MARCO CONCEPTUAL

PARA LA EDUCACION MO­RAL

 

 

                                         1. Transición a la Edad de la Madurez

 

            En el siglo y medio pasado, la humanidad ha experimentado un cambio cada vez más veloz y a menudo revolucionario.  Ya sea en gobierno o leyes, en ciencia o industria, o en las relaciones entre individuos y naciones, la revaloración y la innovación se han vuelto la regla. Nuevos conocimientos y nuevos entendimientos están desarraigando viejas prácticas por doquier.  La sociedad en todos sus aspectos, económico, político y cultural, está pasando por un proceso de transfor­mación fundamental.

 

            El cambio acelerado en tantas áreas de la vida humana ha planteado desafíos sin precedentes a los códigos morales y sistemas de creencia aceptados previamente.  La profunda crisis en que se encuentra la humanidad demuestra crudamen­te la ineptitud de estos sistemas para satisfacer las demandas de una edad de transformación.  Bajo condiciones de crisis creciente, las acariciadas estructuras del pasado están continuamente siendo barridas por la revolución o sujetas a reformas radicales, en la esperanza de establecer justicia y fomentar la prosperidad de todo el pueblo.  Sin embargo, los creadores de revolución y los promotores de reformas encuentran difícil instilar en las generaciones sucesivas un sentido de propósito, visión, dedicación y valores y normas de comportamiento apropiados.  Tampoco los esfuerzos de aquéllos que se resisten al cambio, idealizan el pasado y claman por la reinstalación de viejos modos de vida, ayudan a la humanidad a emerger de su estado de crisis.  No es posible retornar a las normas del pasado, porque las fuerzas liberadas en este siglo han cambiado irreversiblemente la sociedad humana.

 

            La búsqueda de códigos morales y éticos y de estructuras que saquen a la humanidad de su confusión se debe conducir con un entendimiento de las grandes fuerzas que están operando dentro de cada sociedad en ésta, la etapa más portentosa de la historia humana.  Hace más de un siglo, en el amanecer de este período de trastornos y cambio, Bahá'u'­lláh ofreció discernimientos dentro del curso y de la dirección de la historia y propuso enseñanzas que podían guiar a la humanidad a través de una edad de transición hacia el cumplimiento de su destino largamente esperado.

 

            De acuerdo con estas enseñanzas, la humanidad ha entrado a la etapa de desafíos y promesas sin precedentes.  Así como el individuo pasa a través de la infancia y adolescencia y luego sobrelleva todos los cambios asociados con la madurez, la humanidad en su vida colectiva ha emergido de su época de niñez y está ahora en el umbral de la madurez.  La turbulencia y trastornos prevalecientes en la sociedad actual son características de la adolescencia, el período de transi­ción.  El acceso a la madurez trae nuevas capacidades e impone nuevas demandas, en las que las actitudes, pensa­mientos y hábitos de la infancia son inadecuados.  El desafío que encara ahora la humanidad es dejar atrás las formas de la juventud y desarrollar aquellas cualidades y capacidades que le permitirán responder a los requerimientos de la nueva edad.

 

Aquello que fue aplicable a las necesidades huma­nas durante los inicios de la historia de la raza no puede satisfacer ni responder a las demandas de este día, este período de innovación y consuma­ción.  ...El hombre ahora debe imbuirse con nuevas virtudes y poderes, nuevas normas morales, nuevas capacidades.  ...Los dones y bendiciones del período de juventud, aunque convenientes y suficientes durante la adolescencia de la humani­dad, ahora son incapaces de satisfacer los requeri­mientos de su madurez.1

 

            Las fuerzas a tenerse en cuenta en este momento histórico están asociadas con dos procesos paralelos discernibles a través del trastorno y fermentación de la edad de transición.  Uno de los procesos es esencialmente destructivo; el otro es integrador.  La obra del proceso destructivo es evidente en fenómenos tales como el resurgimiento de la animosidad racial y nacionalista, la difusión del terrorismo y la violencia, la descomposición de las familias y la corrosión de las relaciones humanas, los signos crecientes de sospecha y temor, y la inextinguible sed de vanidades y placeres equivo­cados.  Aunque negativas y a veces devastadoras, las fuerzas que acompañan este proceso destructivo tienden a echar abajo las barreras que bloquean el progreso de la humanidad hacia su madurez.

 

Si los ideales por tanto tiempo apreciados y las instituciones por tanto tiempo veneradas, si ciertas suposiciones sociales y fórmulas religiosas han dejado de fomentar el bienestar de la mayoría de la humanidad, si ya no satisfacen las necesidades de una humanidad en continua evolución, que se descarten y releguen al limbo de las doctrinas obsoletas y olvidadas.  ¿Por qué éstas, en un mundo sujeto a la inmutable ley del cambio y la decadencia, han de quedar exentas del deterioro que necesariamente se apodera de toda institución humana?  Porque las normas legales, las teorías políticas y económicas han sido diseñadas única­mente para defender los intereses de toda la huma­nidad y no para que ésta sea crucificada para la conservación de la integridad de alguna ley o doctrina determinada.2

 

            El proceso integrador, a medida que evoluciona rápidamen­te, lleva a la humanidad hacia una era de cumplimiento.  A través de la historia las primeras etapas de este proceso han producido sucesivamente la unidad familiar y sus variadas extensiones, la tribu, la ciudad estado y la nación.  El rasgo distintivo del período actual de la historia es que el proceso integrador producirá ahora su fruto más excelente: la unificación de la raza humana entera en una civilización mundial.  Esta civilización mundial, como se describe en los Escritos Bahá'ís, no extinguirá la llama de un sano patriotis­mo en los corazones de los hombres, ni ... abolirá el sistema de autonomía nacional tan esencial si se quieren evitar los males de la excesiva centralización.3  No intentará suprimir la diversidad de orígenes étnicos, de clima, de historia, de lenguaje y tradición, de pensamiento y costumbre, que diferencian a los pueblos y naciones del mundo.3  Reclama una lealtad más amplia e insiste en la subordinación de los impulsos e intereses nacionales al clamor imperativo de un mundo unificado.4  Repudiará por un lado, la excesiva centralización y por el otro, todos los intentos de uniformiza­ción.  Su consigna será unidad en diversidad.

 

Que no haya ningún malentendido.  El principio de Unidad de la Humanidad - pivote sobre el que giran todas las enseñanzas de Bahá'u'lláh - no es un mero estallido de sentimentalismo ignorante o una expresión de vaga y piadosa esperanza.  Su llamado no debe ser identificado simplemente con un renaci­miento del espíritu de hermandad y de buena voluntad entre los hombres, ni tampoco tiene el solo propósito de fomentar la cooperación armo­niosa entre individuos y naciones.  Su signifi­cación es más profunda, sus aspiraciones son mayores que aquéllas que se les permitió anunciar a los Profetas del pasado.  Su mensaje es aplicable no sólo al individuo sino que atañe principalmente a la naturaleza de aquellas relaciones esenciales que han de ligar a todos los estados y naciones como a miembros de una familia humana.  No constituye simplemente el enunciado de un ideal, sino que está inseparablemente vinculado a una institución apropiada para encarnar su verdad, para demostrar su validez y para perpetuar su influencia.  Implica un cambio orgánico en la estructura de la sociedad actual, un cambio que todavía el mundo no ha experimentado.5

 

            Es dentro del contexto del pasaje a la madurez de la humanidad, y para el surgimiento de una civilización mundial que encarne el principio de unidad en diversidad, que un nuevo proceso de educación moral debe enseñar a las siguientes generaciones.  Con una visión clara de los requeri­mientos de la edad de la madurez, los individuos desarrolla­dos por tal proceso educativo se esforzarán por contribuir a la transformación de la sociedad actual.  Animados constante­mente a expresar más plenamente las virtudes inherentes en la humanidad, atentos a la necesidad de extirpar las faltas, los hábitos dañinos y tendencias retrógradas heredadas de su medio ambiente y, sin embargo, conscientes de las singulares características y contribuciones de sus propias naciones y pueblos, ellos prestarán su fortaleza a los procesos que contrarresten las fuerzas negativas que minan los fundamentos de la existencia humana, y se alinearán con las fuerzas que guían a la humanidad a través de su etapa actual de evolu­ción.


 

                                                       2. Un Propósito Doble

 

A fin de actuar eficazmente durante el actual período de transición de la sociedad humana, los individuos deben, por encima de todo, estar imbuidos con un fuerte sentido de propósito que les impulse tanto a la transformación de su propio ser como a contribuir a la transformación de la sociedad.  A nivel personal, este propósito se dirige hacia el desarrollo de las vastas potencialidades propias, comprendien­do tanto esas virtudes y cualidades que deberían adornar a todo ser humano, como aquellos talentos y características que son dotes únicas del individuo.  A nivel social, se expresa a través de la dedicación a la promoción del bienestar de la raza humana.  Estos aspectos del sentido de un doble propósito son fundamentalmente inseparables, porque las normas y el comportamiento de los individuos modelan su medio ambiente, y a su vez las estructuras y procesos sociales modelan a los individuos.  A no ser que se encare simultánea­mente la transformación del carácter del individuo y la de su medio ambiente, no se podrá realizar todo el potencial de la edad de la madurez de la humanidad.

 

No podemos segregar el corazón humano del medio que nos rodea y decir que una vez que uno de éstos sea reformado todo mejorará.  El hombre es parte orgánica del mundo.  Su mundo interior moldea el medio y es también profundamente afectado por el mismo.  El uno actúa sobre el otro y todo cambio duradero en la vida del hombre es el resultado de estas mutuas reacciones.1

 

            Una conciencia profunda de la relación recíproca entre el desarrollo personal y el cambio orgánico en las estructuras sociales es, entonces, esencial para la educación moral.  No se puede desarrollar virtudes y talentos aisladamente, sino sólo a través del esfuerzo y actividad para el beneficio de los otros.  La adoración ociosa y el retiro prolongado de la sociedad, abogado por algunas filosofías del pasado, no pueden promover el desarrollo individual ni ayudar al progreso de la humanidad.  Centrar el sentido de propósito de uno mismo en el desarrollo del potencial propio es perder objetividad y perspectiva.  Sin ninguna interacción externa y metas sociales, uno no tiene normas con las cuales juzgar el progreso personal ni resultados concretos con los cuales medir el desarrollo propio.  Una persona que olvida la dimensión social del propósito moral es propensa a formas sutiles de ego - combinaciones de sentimientos de culpa, de vanagloria y de estar satisfecho consigo mismo.

 

            A la inversa, un sentido de propósito impulsado sólo por el deseo de transformar la sociedad, sin prestar atención a la necesidad de desarrollo y transformación personal es fácil­mente mal dirigido.  La persona que culpa a la sociedad por todo lo malo e ignora la importancia de la responsabilidad individual pierde respeto y compasión por los otros y es propensa a actos de crueldad y opresión.  La transformación social es una empresa extremadamente frágil si está divorcia­da del deseo de transformar el propio carácter.

 

            Por lo tanto, un nuevo proceso de educación moral debe trascender las limitaciones del individualismo desenfrenado y del colectivismo sofocante y dirigir sus energías hacia una perspectiva complementaria y equilibrada de transformación personal y colectiva.  A fin de lograr tal equilibrio y direc­ción, el propósito individual debe ser modelado por fuerzas apropiadas, para que no sea distorsionado por las influencias negativas que abundan en esta edad de transición.  Los intereses personales o de grupo ocultos tras el  disfraz de moralidad pueden desviar fácilmente el propósito y la acción.  El mero idealismo da pruebas de no ser suficiente protección contra tal distorsión.  El sentido de propósito descrito aquí debe construirse sobre convicciones que influyan en la orientación moral interna y estén basadas en una apreciación precisa de las relaciones esenciales que existen entre los individuos y el mundo a su alrededor.

 

Atracción por la belleza

            Las fuerzas básicas que necesitan modelar el sentido de propósito de un individuo son la atracción por la belleza y la sed de conocimiento.  La atracción por la belleza da dirección apropiada al propósito.  La belleza y la perfección se vuelven las normas, las luces de guía por las cuales uno es capaz de juzgar su propio comportamiento.  En un nivel, esta atracción se manifiesta en amor por la majestad y diversidad de la naturaleza, el impulso a expresar la belleza a través de las artes visuales, la música y artesanías, y los placeres de contemplar los frutos de estos esfuerzos creativos.  Es evidente también en la respuesta de uno a la belleza de una idea, la elegancia de una teoría científica, y la perfección del buen carácter en sus semejantes.  En otro nivel, la atracción a la belleza implica la búsqueda de orden y significado en el universo, que se extiende a un deseo por el orden en las relaciones sociales.

 

Sed de conocimiento

            El deseo inherente de conocimiento impulsa a todo ser humano a lograr entendimiento de los misterios del universo y sus fenómenos infinitamente diversos, tanto en el plano visible como en el invisible.  Dirige también la mente a buscar pleno entendimiento de los misterios dentro del propio ser.  Orientado por una visión de belleza y perfección, un individuo que está motivado por la sed de conocimiento encara la vida como un investigador de la realidad y como un buscador de la verdad: Por cierto, ¡oh hermano!, si pondera­mos cada cosa seremos testigos de infinitas sabidurías perfectas y aprenderemos una infinidad de verdades nuevas y maravillosas.2

 

Nobleza del hombre

            Si la investigación de la verdad ha de guiar el doble propósito del individuo, necesariamente debe basarse en un correcto entendimiento de la naturaleza humana.  Las enseñanzas bahá'ís sostienen que la naturaleza humana tiene dos aspectos, el material y el espiritual.  La naturaleza material del hombre es el producto de la evolución física, y está modelada por la lucha por sobrevivir.  Aunque la naturaleza material es intrínseca a la existencia en este mundo, si se le permite dominar la conciencia, las consecuen­cias serán injusticia, crueldad y egoísmo.  La naturaleza espiritual del hombre, por otro lado, se caracteriza por tales cualidades como amor, misericordia, bondad, generosidad y justicia.  Los individuos alcanzan su verdadera posición fortaleciendo su naturaleza espiritual para que domine su existencia.

 

El hombre se halla en la condición más alta de la materialidad y al comienzo de la espiritualidad; es decir, es el término de la imperfección y el co­mienzo de la perfección.  Se halla en el grado final de la oscuridad y en el comienzo de la luz: es por eso que se ha dicho que la condición del hombre es el fin de la noche y el comienzo del día; es decir, que él es el compendio de todos los grados de la imperfección, y que posee los grados de la perfec­ción.  Tiene tanto la parte animal como la parte angelical; y la meta del educador es instruir a las almas humanas de tal manera que la parte angelical venza a la parte animal.3

 

            A la luz de esta concepción de la naturaleza humana, la investigación de la verdad conduce a cada individuo a conocerse a sí mismo y reconocer lo que conduce a la sublimidad o a la bajeza, a la gloria o a la humillación, a la riqueza o a la pobreza.4  En el centro de tal conocimiento de sí mismo está la convicción de que el hombre ha sido creado noble.  Si nos mantenemos firmes en esta convicción, nuestros poderes para transformar nuestro propio carácter y contribuir a la transformación de la sociedad se realzan grandemente.  Entonces, al perseguir este propósito evitamos medios indignos de lograr las metas y superar problemas, y elegimos métodos y enfoques que son consistentes con nuestra condición de nobleza innata: Debemos esforzarnos incesante­mente y sin descanso para lograr el desarrollo de la naturale­za espiritual en el hombre, y empeñarnos con incansable energía para hacer avanzar a la humanidad hacia la nobleza de su verdadera y destinada posición.5

 

Unicidad

            El conocimiento de uno mismo y de los misterios del universo es realzado por, y al mismo tiempo contribuye con, una conciencia de la unidad orgánica de la raza humana.  Una convicción de la unidad de la humanidad permite a cada individuo sentirse parte de un todo orgánico y comprender que el perjuicio a cualquier parte resulta en perjuicio para todos, que los logros de uno se construyen sobre los sacrifi­cios y logros de otros, y que su realización personal reside en el bienestar y la felicidad de sus semejantes.  La conciencia de estas verdades ayudará a delinear un camino que sacará a la humanidad de los conflictos que han caracterizado las relaciones entre individuos y grupos en cada sociedad a través del mundo.  La determinación de eliminar la injusticia de la sociedad y combatir la crueldad y el prejuicio ya no estará mas moldeada por la angustia y el odio.  La acción moral está imbuida con los sentimientos de amor, armonía y bondad que sólo pueden ser engendrados por una firme creencia en la unidad de la humanidad.

 

Trascendencia y bienestar

            Un fruto de la investigación sin trabas de la realidad que es indispensable para la integridad moral es una visión de la existencia humana que se extiende más allá de las exigencias de la vida diaria.  Tal visión permite al individuo distinguir entre resultados superficiales y aquéllos duraderos y dirigir el propósito moral hacia lo que tiene permanencia.  A menudo el logro de objetivos valiosos requiere autosacrificio; esto puede lograrse alineándonos con aquello que es más grande que nosotros mismos.  Un entendimiento de las realidades eternas de la existencia ayuda a definir la naturaleza de la verdadera felicidad y no conduce al ascetismo, sino a una vida gozosa que está libre de incesantes deseos de satisfacción inmediata.

 

Servicio

            Un propósito doble que las fuerzas y convicciones mencio­nadas arriba modelan y dirigen sólo puede encontrar expre­sión en una vida de servicio.  Un proceso de educación moral que fomenta estas convicciones conduce al entendimiento de que la perfección de nuestro carácter encuentra su expresión natural en los esfuerzos por servir a otros, y que nuestro deseo de servir a otros acrecienta el refinamiento de nuestro carácter.  En esta forma, la motivación de ayudar a llevar adelante una civilización en constante avance no es impuesta desde el exterior, surge del interior del individuo y está ligada inextricablemente con las oportunidades de desarrollo personal.  Ayudar a otros y ayudarse uno mismo se vuelven dos aspectos de un solo proceso;  el servicio une la realiza­ción del potencial del individuo con el llevar adelante a la sociedad y asegura la integridad de nuestro sentido de propósito moral.

 

                                                  3. Las Relaciones Esenciales

 

            El desarrollo de las estructuras morales de una nueva edad implica un cambio profundo en la concepción de las relacio­nes esenciales: entre el hombre y la naturaleza, entre indivi­duos y grupos, al interior de la familia, y entre el individuo y las instituciones sociales.  Los trastornos y convulsiones asociados con la adolescencia han expuesto dramáticamente lo inadecuado de estas relaciones, tal como fueron concebidas durante la fase de la niñez, para satisfacer los requerimientos de la madurez de la humanidad. Rodeada de turbulencia, algunas de estas relaciones han sido corrompidas, algunas destrozadas, y otras quedaron obsoletas.  Para la reconceptua­lización de estas relaciones es fundamental tener conciencia de los aspectos espirituales de las estructuras y relaciones sociales.  Las enseñanzas bahá'ís sugieren que, así como los seres humanos tienen una naturaleza espiritual y una material, el orden social también tiene las dimensiones espiritual y material, y el progreso social requiere de una interacción dinámica y armoniosa de estos dos aspectos de la civilización.

 

            No importa cuán lejos llegue el mundo material, no puede establecer la felicidad de la humanidad.  Sólo cuando las civilizaciones material y espiritual se liguen y coordinen, podrá asegurarse la felici­dad.  Entonces la civilización material no contri­buirá con sus energías a las fuerzas del mal para destruir la unidad de la humanidad; en la civiliza­ción material el bien y el mal progresan juntos y sostienen el mismo paso.  Por ejemplo, considerad el avance material del hombre en la última década.  Escuelas y colegios, hospitales, instituciones filantrópicas, academias científicas y templos filosóficos han sido fundados, pero mano a mano con estas evidencias de desarrollo, se han incre­mentado la invención y producción de medios y armas para la destrucción humana.1

 

            Y entre las enseñanzas de Bahá'u'lláh está que aunque la civilización material es uno de los medios para el progreso del mundo de la humani­dad, no obstante, hasta que se combine con la civilización divina, el resultado deseado, que es la felicidad de la humanidad, no será logrado.  ...La civilización material es como un globo de vidrio.  La civilización divina es la luz misma, y el vidrio sin la luz es oscuro.  La civilización material es como el cuerpo.  No importa cuán infinitamente grácil, elegante y bello pueda ser, está muerto.  La civilización divina es como el espíritu, y el cuerpo recibe la vida del espíritu, de otra forma se vuelve un cadáver.  ...Sin el espíritu, el mundo de la humanidad está sin vida, y sin esta luz el mundo de la humanidad está en completa oscuridad.2

 

            La atención al aspecto espiritual de las enfermizas relacio­nes de la sociedad abre la posibilidad de reordenar estas relaciones de manera que facilite la construcción de una civilización mundial.

 

El hombre y la naturaleza

            La creciente crisis ambiental creada por el desarrollo económico falto de visión y el uso inapropiado de la tecnolo­gía demuestra claramente que la humanidad no puede sostener una relación depredadora con el ambiente natural.  Una nueva concepción de esta relación debe reflejar la responsabilidad de conservar y usar racionalmente los recursos de la tierra y debe extenderse a las metas y estructuras mismas de acuerdo a las cuáles se organiza la sociedad.  La interminable adquisición de cosas materiales impulsada por la codicia colectiva e individual sólo puede agravar la destrucción del medio ambiente.  En un mundo caracterizado por la injusti­cia, los problemas ecológicos creados por tal comportamiento se vuelven crecientemente inmanejables a medida que cientos de millones de gentes desposeídas se vuelven víctimas de, e inadvertidamente contribuyen a, la degradación del medio ambiente.  La situación se vuelve más complicada cuando este sistema de explotación, tanto de la naturaleza como de los seres humanos, se lleva a cabo en un mundo gobernado por el conflicto que ignora grandemente el hecho de que las biorregiones y las interrelaciones de la naturaleza transcien­den los límites políticos creados por el hombre.  El proceso de convertir los recursos naturales en medios para el bienestar de la humanidad, un proceso que es indispensable para el avance contínuo de la civilización, debe llevarse a cabo con el entendimiento de que la naturaleza existe en un equilibrio dinámico y de que entre todos los organismos del universo existe un tejido infinito de relaciones:

 

Si uno observara con ojos que descubrieran las realidades de todas las cosas, vería claramente que la relación más grande que mantiene unido al mundo del ser está dentro de la esfera de acción de las mismas cosas creadas, y que la cooperación, la ayuda mutua y la reciprocidad son características esenciales del cuerpo unificado del mundo del ser, por cuanto las cosas creadas están íntimamente relacionadas ya sea directa o indirectamente y cada una es influenciada por la otra o deriva de ella su beneficio.3

 

            A medida que crece la conciencia de la interconexión del universo, los individuos y grupos disciernen mejor el principio de unidad y llegan a apreciar la belleza y necesidad de la diversidad.  Si este aprecio de la diversidad es acompa­ñado de humildad y serenidad, el progreso cesa de definirse por los dictados de la arrogancia y la codicia.  Entonces los pueblos se inclinan a escoger los medios y métodos para lograr el progreso que estén en armonía con la naturaleza.

 

Todo hombre de discernimiento, al caminar sobre la tierra, realmente se siente avergonzado, porque sabe perfectamente que aquello que es la fuente de su prosperidad, su riqueza, su poder, su exaltación, su progreso y fuerza, ... es la tierra misma, la cual hollan los pies de los hombres.  No cabe duda que quienquiera conozca esta verdad, se ha purificado y santificado de todo orgullo, arrogancia y vana­gloria.4

 

 

Individuos y grupos

            Así como establecer una relación saludable entre la humani­dad y el medio ambiente requiere el cultivo de actitudes de humildad en vez de orgullo, serenidad en vez de codicia e interconexión en vez de explotación, las relaciones entre individuos y grupos también pueden establecerse sobre una base más madura, mediante la atención a las características espirituales del orden social.  Actualmente, la mayoría de las sociedades están impregnadas de relaciones de dominación y la mayoría de las gentes del mundo se encuentran entrampa­das en tales relaciones, como víctimas, como perpetradores, o ambos.  Las relaciones de dominación, ya sea de una nación sobre otra, una raza sobre otra, una clase social sobre otra, un grupo religioso, económico o étnico sobre otro, o un sexo sobre el otro, siempre tienen efectos altamente corrosi­vos en el perpetrador y la víctima por igual y son esencial­mente de naturaleza violenta, ya sea que la violencia se exprese a nivel físico o no.

 

¡Oh hijo del polvo!  En verdad te digo: de todos los hombres, el más negligente es aquel que disputa inútilmente y trata de sobresalir por encima de su hermano.5

 

¡Oh hijos del deseo!  Desprendeos del atavío de la vanagloria y quitaos la vestidura de la altivez.6

 

            El racismo, uno de los males más perniciosos y persistentes, constituye una de las mayores barreras para la paz.  Su práctica perpetra una violación demasiado ultrajante a la dignidad de los seres humanos, como para ser tolerada por ningún pretexto.  El racismo retarda el desarrollo de las ilimitadas potencialidades de sus víctimas, corrom­pe a sus perpetradores, y empaña el progreso humano.  El reconocimiento de la unicidad de la humanidad, implementada por medidas legales apropiadas, debe ser universalmente sostenido, si es que este problema ha de ser superado.7

 

            Ciertamente, uno de los más extraños y más tristes aspectos del actual brote de fanatismo religioso, es el grado en que está, en cada caso, socavando no sólo los valores espirituales condu­centes a la unidad de la humanidad, sino también aquellas singulares victorias morales ganadas por la religión particular a la cual declara servir.8

 

            Una relación de dominación que no parece estar limitada a alguna clase, raza o nación es la que existe entre los hombres y mujeres.  La mayoría de la gente no escapa a las marcas de iniciación íntima dentro de esta relación de dominación, porque la exposición a ella comienza en la infancia y continúa afectando el desarrollo del niño a través de sus años formati­vos.  Dentro del contexto doméstico la vasta mayoría de la humanidad aprende los hábitos de dominación, y desde este medio los lleva a la educación, el lugar de trabajo, las actividades políticas y económicas, y eventualmente a todas las estructuras sociales.

 

            La emancipación de la mujer, el logro de la igualdad absoluta entre los sexos, es uno de los requisitos de paz más importantes, aunque menos reconocido.  La negación de tal igualdad perpetra una injusticia contra la mitad de la pobla­ción del mundo, y suscita en el varón actitudes y hábitos nocivos, los cuales son llevados desde la familia al lugar de trabajo, a la vida política y, finalmente, a las relaciones internaciona­les.  No existen bases morales, prácticas ni biológi­cas, por medio de la cuales pueda justificarse tal negación.  Sólo si las mujeres son bienvenidas a una participa­ción plena en todos los campos del quehacer humano, será posible crear el clima moral y psicológico del cual podrá emerger la paz interna­cional.9

 

            Una concepción de las relaciones del individuo y el grupo que es digna de la humanidad en su edad de madurez involucrará tanto el rechazo total de la dominación, como una aceptación universal del hecho de que la realización personal no viene de buscar poder sobre otros, sino de servirles y de ayudar a crear una sociedad que esté dedicada a desarrollar el potencial de cada uno de sus miembros.

 

            El orden mundial sólo puede basarse en una inconmovible conciencia respecto a la unicidad de la humanidad, una verdad espiritual que todas las ciencias humanas confirman....El reconocimiento de esta verdad requiere el abandono del prejuicio - de todo tipo de prejuicio - de raza, de clase, de color, de credo, de nación, de sexo, de grado de civilización material, de todo lo que haga que la gente se considere superior a los demás.10

 

La Familia

            Entre los efectos más devastadores de las fuerzas que operan durante la edad de transición está el debilitamiento de los lazos familiares y la desintegración de la estructura familiar.  La familia es una institución fundamental de la civilización humana.  Es el primer medio ambiente del niño, dentro del cual él o ella comienza a construir las estructuras morales y a formar patrones esenciales de comportamiento.  Aquí nuevamente, el desafío es desarrollar una nueva concepción de las relaciones familiares de acuerdo a las exigencias de la edad de la madurez.  No es posible, ni deseable, retornar a los patrones de vida familiar que, por ejemplo, se han construido a partir de la dominación de los hombres sobre las mujeres o han impedido a los individuos cumplir sus responsabilidades hacia la sociedad al colocar la lealtad hacia la familia por encima de todo.

 

            De acuerdo a las enseñanzas de Bahá'u'lláh, ya que la familia es una unidad humana, debe ser educada según las reglas de santidad.  A la familia le deben ser enseñadas todas las virtudes.  La integridad del lazo familiar debe tenerse en cuenta constantemente y los derechos de sus miembros individuales no deben ser transgredidos.  Los derechos del hijo, del padre, de la madre, ninguno de ellos debe ser transgredido, ninguno de ellos debe ser arbitrario.  Así como el hijo tiene ciertas obligaciones hacia su padre, de igual modo el padre tiene ciertas obligaciones hacia su hijo.  La madre, la hermana y los otros miembros del hogar tienen sus prerrogativas precisas.  Todos estos derechos y prerrogativas deben ser mantenidos, no obstante, la unidad familiar debe ser sostenida.  El agravio a uno debe ser considerado como el agravio a todos; la comodidad de cada uno, como la comodidad de todos; el honor de uno, el honor de todos.11

 

El individuo y las instituciones sociales

            En cuanto a la relación entre individuos e instituciones sociales, la tensión tradicional entre el deseo de libertad en el individuo y la exigencia de sumisión por parte de las institu­ciones ha sido un tema recurrente en la historia.  En la edad de la madurez de la humanidad, el reino de la libre voluntad del individuo y el de la dominación incontestable de las institu­ciones, son inaceptables por igual.  Sin embargo, la respuesta a esta antigua dicotomía no yace en un compromiso entre los dos extremos.  Debe alcanzarse un nuevo entendi­miento que redefina y transforme los roles de los individuos y las instituciones en su relación de unos con otros y con la sociedad.  Lograr este nuevo nivel de entendimiento requerirá reexaminar los conceptos de libertad individual y de la misión de las instituciones, un reconocimiento de que la verdadera libertad depende de la autodisciplina, y la comprensión de que la libertad divorciada de las consideraciones del bien común conduce inevitablemente al exceso.  Las instituciones, en respuesta a las exigencias de esta nueva edad, necesitan asegurar que son usadas no como instrumentos para los fines egoístas de una minoría o como mecanismos para controlar a una población, sino como canales a través de los cuales los talentos, habilidades y energías colectivas del pueblo se pueden expresar en servicio a la sociedad. Se puede cultivar una reciprocidad en la que el individuo amorosamente sostiene y nutre las instituciones, las que a su vez humilde y abiertamente consultan con la comunidad a cuyas necesidades sirven.

 

            Las concepciones de la ley como una expresión de poder o control de parte de un grupo gobernante tendrán también que dar paso a un reconocimiento de que, con la misma seguridad que las leyes de la ciencia describen los principios que gobiernan el universo físico, de la misma manera existen leyes espirituales y morales ineludibles que gobiernan a la humanidad.  El entendimiento maduro busca un conocimiento más profundo de estas leyes espirituales y morales, recono­ciendo que los seres humanos encuentran felicidad sólo en la obediencia a ellas y sufren cada vez que son despreciadas.  Si concebimos las leyes como la descripción de la realidad, el individuo deja de mirarlas como algo que limita la libertad y pasa a verlas como una guía para la liberación.

 

Dentro de este marco de referencia para la libertad se establece un patrón para el comportamiento institucional e individual que depende para su eficacia no tanto de la fuerza de la ley, la que se admite se debe respetar, como del reconocimiento de una mutualidad de beneficios, y del espíritu de cooperación mantenido por la voluntad, el coraje, el sentido de responsabilidad y la iniciativa de los individuos...  De este modo existe un equilibrio de libertad entre la institución, sea nacional o local, y los individuos que sostienen la existencia de ella.12

 

  Shoghi Effendi explica la relación del individuo con la sociedad afirmando que "La concepción bahá'í de la vida social se basa esencialmente en el principio de la subordinación de la voluntad del individuo a aquélla de la sociedad.  Ella no coacta al individuo ni lo exalta al punto de hacerlo una criatura antisocial, una amenaza a la sociedad.  Como en todas las cosas, se sigue el 'justo me­dio'."

 

  Esta relación, tan fundamental para el manteni­miento de la vida civilizada, demanda el más alto grado de entendimiento y cooperación entre la sociedad y el individuo; y debido a la necesidad de fomentar un clima en el cual las potencialidades incalculables de los miembros de la sociedad puedan desarrollar, esta relación debe permitir "la libertad de acción" para que "la individualidad se afirme a sí misma" a través de maneras de esponta­neidad, iniciativa y diversidad que aseguren la viabilidad de la sociedad.13

  

                                                  4. Las Capacidades Morales

 

            Los bloques de construcción de las estructuras morales de las personas son las cualidades, actitu­des, destrezas y habilida­des, como también el conocimiento y entendimiento de los conceptos morales esenciales.  La tarea básica de la educa­ción moral es analizar estas virtudes y luego diseñar modelos de acción y actividades educativas específicas que fomenten el desarrollo de ellas en cada etapa del crecimiento desde la niñez más temprana.  Los autores desearían proponer que las virtudes, en vez de ser examinadas individualmente, sean analizadas en grupos relacionados organizados alrededor de las capacidades morales.

 

            La expresión "lo que se es capaz de hacer", usada aquí, denota una capacidad desarrollada para llevar a cabo acciones con propósito en un campo bien definido de empeño.  En el campo de la agricultura, por ejemplo, para ser capaz de producir una cosecha dada año tras año se requiere que el agricultor entienda los conceptos fundamentales agrícolas, y tenga una actitud positiva hacia la ciencia e innovación.  Similarmente, una capacidad moral resulta de la interacción de ciertas cualidades, destrezas, actitudes y conocimiento que permitan a la persona hacer elecciones morales.  Al enfocar la atención en el desarrollo de las capacidades morales - en lo que la gente debe ser capaz de hacer a fin de lograr el doble propósito de trans­formación personal y social - se espera que se evitará la tendencia a reducir la educación moral a sermones sobre virtudes y buen comportamiento.

 

            Una capacidad moral indispensable para la cons­trucción de una civilización mundial es la de construir unidad.  En una edad donde el conflicto se ha vuelto un modo aceptado de funcionamiento, ser un constructor de unidad requiere mucho más que una personalidad bondadosa y agradable. Demanda, entre otras cosas, un esfuerzo constante para combatir el prejuicio con inflexible integridad, sensibilidad y compasión.  Requiere la habilidad de identificar afinidades, por muy tenues que sean, y construir sobre ellas. Requiere la destreza de ayudar a la gente a dejar de lado desacuerdos menores a fin de lograr unidad dentro de contextos crecientemente más grandes.

 

            Entre las capacidades que son necesarias para remodelar y sostener las relaciones esenciales a las que nos referimos en la sección previa, están aquéllas de contribuir al desarrollo de una familia unida y amorosa como hijo, como cónyuge y como progenitor; de trascender y rectificar las relacio­nes de dominación; y de interactuar armoniosamente con la naturale­za, preservándola y haciendo uso racional de sus recursos.  Otras capacidades morales que merecen especial atención incluyen aquéllas de tratar con otros de acuerdo a las exigencias de una rectitud inconmovible; de evaluar las oportunidades y elegir los medios para explo­tarlos con una visión libre de intereses egoístas que velen la verdad; de sostener y defender a las víctimas de la opresión; de ofrecer solaz al extraño y al doliente; y de llevar alegría al sufrido y al despojado.

 

            Una enumeración de todas las capacidades morales que un proceso de educación moral necesita analizar estaría más allá del alcance de este trabajo.  Sin embargo, una breve discu­sión de tres capacidades, que parecen ser indispensables para el desarrollo de todas las otras, puede arrojar más luz  al enfoque que se propone aquí.

 

La Iniciativa

            En primer lugar está la capacidad de actuar con iniciativa.  El ejercicio de la iniciativa requiere la aplica­ción de la voluntad en una manera que es tanto creativa como disciplina­da.  La aplicación creativa de la voluntad permite a una persona buscar activa­mente las oportunidades para el desarro­llo en vez de reaccionar simplemente a las demandas de la existen­cia diaria.  El elemento de disciplina protege a la iniciativa creativa de la autoindul­gencia, de la experimenta­ción infructí­fera y de la repetición irresponsable de errores.

 

            A fin de desarrollar la iniciativa, los indivi­duos deben aprender a identificar los elementos en el medio ambiente que se pueden combinar para hacer realidad las potencialidades, y reconocer las necesidades y aspiraciones que surgen en el medio ambiente social.  Necesitan adquirir la habilidad para analizar las fuerzas que actúan en una situa­ción dada y usar el conocimiento resultante para superar las barreras y aprovechar las oportunida­des.  Sobre todo, la iniciativa implica la habili­dad de convertir los obstáculos en escalones para el progreso.  Esto, a su vez, requiere un entendi­miento de las dinámicas de crisis y victoria.

 

            La creatividad debe ser modelada con sabiduría, y no ser confundida con la indulgencia impetuosa de antojos persona­les.  Los individuos adquieren sabiduría sólo cuando adoptan la postura humilde de un aprendiz.  La disciplina impuesta por esta postura de aprendizaje nos libera del temor al fracaso y nos abre los caminos para el ejercicio constructivo de la iniciativa.

 

Motivos puros y elevados propósitos, no importa cuán loables sean, seguramente no serán suficientes si no están sostenidos por medidas que sean prácti­cas y métodos que sean sólidos.  La riqueza de sentimiento, abundancia de buena voluntad y esfuerzo, probarán ser de poca ayuda si fallamos al ejercer discriminación y restricción y descuidamos dirigir su flujo a lo largo de los canales más provechosos.1

 

Trabajo

            La segunda capacidad que, al igual que la iniciativa, es indispensable en el desarrollo de otras capacidades morales es la de trabajar diligente y eficazmente.  El trabajo es un aspecto universal y esencial de la existencia humana, y está ligado íntimamente a la dignidad humana.  A través del trabajo, la gente obtiene los medios de subsistencia, transfor­ma su medio ambiente y hace realidad muchas de sus potencialidades.  Pero para que el trabajo cumpla su propósi­to, es esencial que sea realizado con el deseo de manifestar excelencia, la voluntad de servir a la sociedad, y el amor a la belleza y ansia de perfección que son innatos a la naturaleza humana.  El despertar de esta ansia de excelencia y perfec­ción es una tarea esencial de la educación moral.

 

Se os prescribe a cada uno de vosotros que os empleéis en alguna forma de ocupación, tal como oficio, arte u otra por el estilo.   ... No malgastéis vuestro tiempo en la ociosidad y la pereza.  Ocupaos en aquello que sea beneficio­so para vosotros y para los demás.2

 

Cuando un hombre ve su trabajo perfeccionado y ve que esta perfección es el resultado de su aplicación y labor incesantes, él es el hombre más feliz del mundo.  El trabajo es fuente de la felicidad humana.3

 

            El trabajo no es un asunto meramente personal.  Las destrezas y actitudes relacionadas deben también operar en la esfera de los empeños colectivos. Entonces, al desarrollar la capacidad de trabajar eficazmente, es necesario aplicarse a asuntos relacionados a la cooperación y la coordinación de esfuerzos.  La coordinación debe ser tal que permita a toda persona expresar sus talentos, creatividad e iniciativa singula­res dentro de un marco de cooperación.  Al aplicarse a la cuestión de cooperación es necesario evaluar las actitudes hacia la competencia que son ampliamente alentadas en la sociedad actual.  Que la competencia promueve la excelencia es una noción que distorsiona el espíritu humano.  Uno de los factores que minan los fundamentos mismos de la sociedad humana es la idea que el dar rienda suelta a los intereses propios y deseos egoístas conducirá al bienestar y justicia social.  La verdadera base de la excelencia es nuestra atracción innata hacia la perfección, no el deseo de ser mejor que otros.  Verdaderamente, la existencia misma de la sociedad depende de la adhesión universal al principio de cooperación y reciprocidad.

 

Consulta

            El pensamiento y la acción moral se pueden desarrollar sólo en el contexto del desafío diario de hacer elecciones y tomar decisiones.  La toma de decisiones es un proceso social.  Aun las decisiones que los individuos hacen para sí mismos están fuertemente influenciadas por las interacciones con otros.  Por lo tanto, una tercera capacidad moral requerida para el desarrollo de todas las otras es la participación eficaz en la toma de decisiones en grupo.

 

            Para que un grupo llegue a decisiones sólidas sus miembros deben ser capaces de reconocer los valores subyacentes en cualquier conjunto de elecciones, y también seguir un proceso que haga posible lograr consenso dentro de un contexto moral.  Las enseñanzas bahá'ís contienen un conjunto de principios, exhortaciones y preceptos acerca de la toma de decisiones a los que denomina consulta.  La participación en este proceso requiere que los individuos se esfuercen constan­temente en desarrollar y refinar ciertas cualidades, actitudes y destrezas, y que el grupo consultante siga, en una forma disciplinada, un conjunto de reglas y procedimientos prescri­tos.  Cuando se logran estas condiciones, la experiencia ha mostrado que la consulta conduce a niveles más y más altos de conciencia grupal y a una multiplicación impresionante de las energías creativas de los participantes.

 

            Ya sea que esté preocupada en encontrar soluciones a un problema específico, o en lograr nuevos entendimientos acerca de ciertos temas, o en una exploración de posibles cursos de acción, la consulta se define como la búsqueda de la verdad.  Un prerrequisito para la consulta es la conciencia de parte de los participantes de que la realidad es compleja, y de que cada uno de ellos, desde una perspectiva singular, percibirá ciertas facetas de ella.  Entonces, el propósito de entrar en consulta es para que los participantes se ayuden unos a otros a ver la realidad desde diferentes ángulos y, basados en una visión más completa de la realidad, llegar al consenso.  En la declaración misma de su propósito, la consulta se diferencia de enfoques de toma de decisiones que están basados en los usos abiertos o sutiles del poder. La consulta no solamente niega el uso del poder como el determinante de las decisiones, sino también rechaza la negociación que ocurre en muchos de los así llamados procesos democráticos, a través de los cuales los grupos están divididos en subgrupos, cada uno aferrado a y defendiendo sus opiniones. La verdad no es un compromiso entre grupos de intereses opuestos, aunque la chispa de la verdad emerge del choque de opiniones diferentes.

 

            Si la consulta ha de tener éxito, la opinión de cada partici­pante debe ser recibida respetuosamente y en una atmósfera de armonía.  Las deliberaciones sobre estas opiniones se deben llevar a cabo de una manera que reconcilie los principios de misericordia y justicia, libertad y sumisión, la santidad del derecho del individuo y el autosometimiento, de vigilancia, discreción y prudencia por un lado, y compañeris­mo, franqueza y valentía por el otro.

 

            En su presentación de la consulta, las enseñanzas bahá'ís enfatizan consistentemente el rol central del principio de unidad.  Si la realidad es tal que la unidad y la vinculación son algunas de las características que la definen, la verdad no puede conducir al conflicto y la división, sino que debe ser causa de unión y armonía.  Por lo tanto, dondequiera que surja el conflicto y la división, aquellos que toman parte en el proceso de consulta tienen que aceptar que su consulta no ha sido completa, que ellos todavía no han logrado esa visión completa de la realidad que conduce al consenso.  Sin embargo, cada grupo que consulte encontrará que es necesa­rio actuar antes de que se logre un consenso completo.  En tales circunstancias, se recomienda que el individuo acepte la voz de la mayoría y evite la tendencia de insistir en opiniones personales, porque tal insistencia invariablemente conduce a la disensión.  Si una decisión es llevada a cabo en unidad, pero con mente abierta, los errores pueden ser reconocidos fácilmente y corregidos, y se puede tomar nuevas decisiones a la luz de los conocimientos ganados a través de la acción de un cuerpo consultivo cuya unidad está intacta y no ha sido erosionada por el conflicto.

 

            La consulta no es concebida como un evento único en el cual se expresan opiniones y se toma una decisión.  El proceso de consulta se extiende en actividades paralelas que incluyen reunir los hechos y datos, identificar los principios, analizar las situaciones y sus causas, expresar puntos de vista y lograr decisiones, actuar sobre las decisiones, reflexionar sobre la acción colectiva, y aprender contínuamente.  Por lo tanto, es dentro del contexto de la consulta que la importancia de adoptar la postura de aprendizaje, a la que nos refiriéra­mos anteriormente en este trabajo, adquiere pleno significado.


 

5. Cualidades Espirituales

 

            Debe quedar claro para el lector que, aunque la Fe Bahá'í rechaza la superstición, intolerancia y fanatismo que se asocian con la religión, la Fe Bahá'í es de hecho un movi­miento religioso.  Como tal, está íntimamente preocupado con el estado interior del individuo y el desarrollo espiritual.  El entendimiento bahá'í de este desarrollo no puede ser apreciado adecuadamente sin examinar las enseñanzas de Bahá'u'lláh sobre la naturaleza de Dios.  Su concepto de Dios no es esa entidad antropomórfica, alternativamente amoroso y colérico, que se sienta en un trono en el cielo y dirige los asuntos del mundo, ni el concepto panteísta de una esencia que está contenida en todos los seres existentes.  Bahá'u'lláh enseña que esas descripciones son como las analogías usadas para instruir a un niño: mientras ellas pueden capacitar al niño para lograr ciertos niveles de entendimiento, ellas reflejan la capacidad de entendimiento del niño y no la esencia de la realidad misma.  En su nueva etapa de madurez, la humanidad es ya capaz de aceptar el concepto de una Esencia Incognoscible y no mas necesita crear imágenes físicas o mentales limitadas de Dios.

 

            La creencia en Dios como una Esencia Incognoscible da lugar a ciertos sentimientos y emociones y a ciertas actitudes hacia el universo que son indispensables para la educación moral.  El verdadero espíritu de la religión, distinto del fundamentalismo dogmático o la ética relativista liberal, crea una voluntad y una aspiración para actuar sobre principios y virtudes morales. Hace posible una relación que vincula al individuo con lo colectivo, y crea un contexto para la moralidad - porque la moralidad sin espiritualidad y convic­ción religiosa degenera en conveniencia.  En la base de todas las capacidades morales yacen las cualidades espirituales que interactúan entre sí, modificándose unas a otras y expresándo­se en comportamiento moral.

 

Motivación para el desarrollo moral: amor, conocimiento, fe y obediencia.

            Lo primero entre los sentimientos y emociones del corazón humano es el amor. De acuerdo a las enseñanzas bahá'ís, hay un amor que todo lo penetra que emana de la Esencia Incognoscible y se expresa en todos los grados de la existen­cia. Se puede decir que en el reino mineral este amor se expresa en la fuerza que mantiene juntos los elementos.  En el reino vegetal, se expresa en el poder de crecimiento.  En el reino animal, este amor todo penetrante se expresa a sí mismo manifestando el poder de sensación.  En el reino humano, se expresa en un grado mucho más grande, porque la mente humana tiene la capacidad de reconocer este amor, y el corazón humano tiene la capacidad de reflejarlo hacia todas las criaturas.  A diferencia de los entes en los niveles más bajos de existencia, los seres humanos tienen también el poder de actuar de modo de incrementar o disminuir el grado de su propia receptividad a este amor que todo lo penetra.

 

            En un nivel de conciencia la experiencia individual de amor se extiende sólo hasta la familia.  A niveles más altos de conciencia, el amor se amplía para abrazar a su vecino, su nación, su raza, pero a estos niveles de conciencia las expresiones de amor permanecen limitadas y se pueden distorsionar  convirtiéndose en fuentes de injusticia y conflicto.  A niveles más altos de conciencia, a medida que el corazón humano refleja medidas mayores del amor que todo lo penetra, uno se vuelve capaz de expresar amor sin límites hacia toda la humanidad.  El individuo llega a sentir en forma creciente la alegría y felicidad que son los frutos de vivir en armonía con la creación.  Este amor ilimitado es de un orden más puro y no está sujeto a distorsión.  A medida que penetra nuestros pensamientos y acciones, nos capacita para adquirir nuevo discernimiento del verdadero significado de valores morales tales como la honestidad, la justicia y la compasión.  Uno se vuelve capaz de contribuir a una condición de unidad y armonía que no se puede crear por otros medios, y una nueva dinámica viene a gobernar nuestras relaciones con los otros.

 

            En muchas sociedades se cultiva una dicotomía entre el corazón y la mente que es dañina para el desarrollo social e individual equilibrado.  En realidad, por supuesto, estas dos facultades humanas están interconectadas: el amor crece con el conocimiento, y el verdadero entendimiento es realzado por el amor.  La apertura del corazón y la mente de uno a un amor ilimitado está ligada íntimamente a la sed de conoci­miento de las leyes y misterios del universo.  A medida que se gana conocimiento y discernimiento, el sentimiento de amor ilimitado crece en el corazón humano, y el amor que uno refleja hacia la familia, amigos, comunidad y nación se vuelve menos dependiente de las emociones transitorias y más enraizado en las realidades de la existencia humana.  Cons­truidos sobre el fundamento del amor ilimitado y del verdade­ro entendimiento, estos sentimientos son capaces de soportar los cambios y azares del mundo.  Además, la interacción entre el amor y el conocimiento engendra la fe, la que es definida en los escritos bahá'ís como "conocimiento conscien­te puesto en acción".  La fe es necesaria si uno ha de desarrollar sus propias potencialidades y contribuir a una civilización en constante avance: fe en nuestro propio potencial para cambiar, fe en la posibilidad de construir una nueva sociedad, fe en que la vida tiene sentido y en que la alegría y felicidad son realidades alcanzables.

 

            Otra dimensión del amor a explorarse en la educación moral es su relación con la obediencia.  Para una persona que aspira al amor ilimitado, la obediencia a la ley no está motivada meramente por miedo al castigo o a la represalia.  Tal miedo puede disuadirnos de cometer crímenes abiertamente, pero no motivará actos nobles o inspirará el desarrollo de un buen carácter.  Decir que el amor es la fuerza motivadora de la obediencia a la ley espiritual no es negar la existencia del miedo.  Pero el miedo a perder el amor es diferente al miedo al castigo.  Nuestro deseo de amor hace surgir naturalmente el miedo a que como consecuencia de nuestro propio compor­tamiento podamos fracasar en alcanzar ese amor.  El fracaso en hacer el esfuerzo de obedecer la ley se vuelve el propio castigo.  Así, la fuerza del amor y del miedo de perder el amor, juntos, motivan al individuo a esforzarse por la excelencia en todos los aspectos de la vida.  El amor y la felicidad interior que resulta de la obediencia a la ley espiritual son ambos la recompensa y el incentivo para el comportamiento moral.

 

Rectitud de conducta: Confiabilidad, veracidad y justicia

            Entre los atributos de un buen carácter la confiabilidad y la veracidad son las principales.  Estas virtudes son la base de todas las otras; sin ellas, no es posible el progreso individual ni social.  Para ser confiable y veraz, por supuesto, se requiere mucho más que abstenerse de decir mentiras.  En realidad estas cualidades encarnan la capacidad comprehensi­va de discernir, valorar y sostener la verdad.  Cuando se impide la habilidad de discernir la verdad, resulta inalcanza­ble la claridad de pensamiento y también se menoscaba la capacidad de adquirir conocimiento.  Verdaderamente, la prosperidad de una sociedad depende de la claridad de visión y de la capacidad de su pueblo para percibir la verdad y actuar de acuerdo con su luz.  Tal percepción y acción son las bases de los métodos científicos y del progreso científico.

 

            La confiabilidad es el más grande portal que conduce a la tranquilidad y seguridad del pueblo.  En verdad, la estabilidad de todo asunto ha depen­dido y depende de ella.  Todos los dominios del poder, la grandeza y la riqueza son iluminados por su luz.1

 

            La veracidad es la base de todas las virtudes humanas.  Sin veracidad, el progreso y el buen éxito, en todos los mundos de Dios, son irrealiza­bles para cualquier alma.  Cuando este atributo santo se encuentre arraigado en el hombre, todas las cualidades divinas serán también adquiridas.2

 

            La confiabilidad y la veracidad interactúan estrechamente con la justicia, la norma mediante la cual el comportamiento individual y las acciones colectivas de la sociedad se han de medir.  El establecimiento del orden mundial y la tranquilidad de las naciones depende de la justicia.  La justicia es una condición previa necesaria para la existencia de unidad y armonía en cada nivel de la sociedad.  Sin embargo, no se puede ver a la justicia meramente como una necesidad social.  Es una cualidad espiritual que debe adornar toda alma humana.  A través de la justicia y equidad, uno alcanza su verdadera posición.  Por su luz uno es capaz de percibir la realidad y adquirir verdadero conocimiento.  A fin de practicar la justicia uno debe ser capaz de percibir sus implicancias en las interacciones con la familia, los amigos y la comunidad, y reconocer claramente la justicia o injusticia de las actividades colectivas en las cuales uno participa.

 

            Ante mi vista lo más amado de todas las cosas es la Justicia; no te apartes de ella si Me deseas, y no la descuides para que confíe en ti.  Con su ayuda verás con tus propios ojos y no por los ojos de otros, y conocerás con tu propio conocimiento y no mediante el conocimiento de tu prójimo.  Pondera en tu corazón cómo te corresponde ser.  En ver­dad, la justicia es mi don para ti y el signo de mi amorosa bondad.  Tenla pues ante tus ojos.3

 

            No cabe duda alguna de que si el sol de la justicia, al que las nubes de la tiranía han oscureci­do, derramara su luz sobre los hombres, la faz de la tierra sería completamente transformada.4

 

            La confiabilidad, la veracidad y la justicia son los compo­nentes esenciales de la capacidad de conducir todos nuestros asuntos de acuerdo a las más altas normas de rectitud.  Sin embargo, la justicia debe ser modificada por el amor, porque sin él ella puede corromperse en tiranía y crueldad.  Se debe desarrollar la rectitud de conducta en conjunción con la compasión, la misericordia y la generosidad, para que no se vea distorsionada en vanagloria de la virtud propia y despre­cio de las debilidades de los otros.

 

Pureza de motivo: santidad, sinceridad y refulgencia

            La rectitud de conducta provee un marco de disciplina y orden para el progreso social e individual.  Debe estar acompañada, sin embargo, por otro conjunto de cualidades que pueden ser examinadas bajo la categoría general de pureza.  A un nivel muy elemental, la pureza está relacionada a la limpieza.  La limpieza física en la persona y en el medio ambiente conducen a la espiritualidad y pureza de la mente.  En otro nivel, la práctica de la pureza y santidad requiere que uno se libere de las influencias decadentes de la sociedad actual, viva una vida casta, evite el alcohol, las drogas y otras substancias que perjudican la salud, y sea modesto en la elección del vestido, lenguaje y diversiones.  En otro nivel aún, la pureza tiene implicancias en nuestras relaciones con los otros.  Requiere honestidad, desprendimiento y sinceri­dad, requiere cumplir nuestras promesas, diligencia y honradez en el manejo de nuestros asuntos.

 

            No se debe confundir altos estándares de pureza con ascetismo.  El apego a la pureza no impide experimentar los goces y placeres de la vida, sino de hecho hace posible apreciarlos plenamente.  La sinceridad y la pureza conducen a la refulgencia del espíritu.  La alegría y la refulgencia son atributos esenciales del alma humana y no meras emociones que uno experimenta en respuesta a condiciones externas.  Estos atributos son manifestados por aquellos que viven en armonía con su verdadero propósito y en obediencia a las leyes morales.  Al investigar las implicancias de la pureza, el proceso de educación moral debe cultivar conscientemente la alegría y refulgencia en el individuo.  Mientras que es esencial desarrollar un conocimiento crítico de las prácticas corruptas en la sociedad, uno debe estar vigilante para evitar el cinismo, un defecto que hace imposible ser un miembro entusiasta y gozoso de la sociedad. En cierto sentido, la alegría y la refulgencia son medidas del éxito de la educación moral y son indicadores importantes de que el desarrollo moral del individuo está ocurriendo sin distorsión.

 

            Ser puro y santificado en todas las cosas es un atributo del alma consagrada y una característica necesaria de la mente no esclavizada.  La mejor de las perfecciones es el ser inmaculado y el liberarse de todo defecto...    Lo primero en la forma de vida del ser humano debe ser la pureza, luego la frescura, la limpieza y la independencia de espíritu.  Primero debe lim­piarse el cauce, entonces se podrá conducir las dulces aguas del río dentro de él. ...

            Mi designio es éste, que en todo aspecto de la vida la pureza y la santidad, la limpieza y el refinamiento exalten la condición humana y fomen­ten el desarrollo de la realidad interior del hombre.  Aún en el reino físico, la limpieza conducirá a la espiritualidad...5

 

Actitud hacia la transformación: coraje, fe, confianza y humildad

            Concluyendo esta breve exploración de algunas de las cualidades a ser consideradas por la educación moral, una nota de advertencia es necesaria.  La magnitud del desafío del desarrollo moral personal puede tener diversos efectos en la gente.  Al contemplar también la extensión limitada de virtudes a que nos hemos referido en este trabajo algunas personas pueden sentir una sensación de desesperanza.  El sentimiento de culpa es otra reacción a los desafíos de la moralidad, que interfiere con el desarrollo consistente de las estructuras morales.  Una tarea central de la educación moral, entonces, es desarrollar coraje, fe y confianza en la gente para que sea posible para ellos lograr, con constancia y alegría, manifestar sus elevadas potencialidades.  El coraje y la confianza, sin embargo, tienen que ser complementados con verdadera humildad.  La humildad, si es genuina, no conduce a la subordinación pasiva o a la inacción, sino modifica la autoconfianza y la protege de tornarse en complacencia y arrogancia.

 

            La humildad exalta al hombre al cielo de la gloria y del poder, en tanto el orgullo lo rebaja a las profundidades de la vileza y la degradación.6

 

 


 

NOTAS:

 

Sección 1:  Transición a la Edad de Madurez

 

1.         'Abdu'l-Bahá, citado en The World Order of Bahá'u'lláh: Selected Letters, Shoghi Effen­di, 2da. rev. ed. (Wilmette: Bahá'í Publis­hing Trust, 1974), p.165

 

2.         Shoghi Effendi, La Meta de un Nuevo Orden Mundial, pág. 23

 

3.         Idem, pág. 22

 

4.         Idem, págs. 22-23

 

5.         Idem, pág. 24

 

 

Sección 2: Propósito Doble

 

1.         Shoghi Effendi citado en Conservación de los Recursos de la Tierra, (EBILA), pág.26

 

2.         Bahá'u'lláh, Los Siete Valles y los Cuatro Valles, EBILA, pág. 26

 

3.         'Abdu'l-Bahá, Contestación a Unas Preguntas, EBILA, pág. 205

 

4.         Tablas de Bahá'u'lláh Reveladas Después del Kitáb-i-Aqdas, EBILA, pág.37.

 

5.         'Abdu'l-Bahá, La Promulgación de la Paz Universal, EBILA, pág. 69

 

 

Sección 3:  Relaciones Esenciales

 

1.         'Abdu'l-Bahá, La Promulgación de la Paz Universal, pág. 126

 

2.         'Abdu'l-Bahá, citado en Bahá'í Scriptures: Selections from the Utterances of Bahá'u'lláh and 'Abdu'l-Bahá ,ed. Horace Holley 2da.ed., pp.415-16.

 

3.         'Abdu'l-Bahá, citado en Conservación de los Recursos de la Tierra, pág.10.

 

4.         Bahá'u'lláh, Epístola al Hijo del Lobo, EBILA, pág. 39.

 

5.         Bahá'u'lláh, Las Palabras Ocultas, Persa No.5, EBILA, pág.29.

 

6.         Idem, Persa No.47, pág. 50.

 

7.         La Casa Universal de Justicia, La Promesa de la Paz Mundial: A los Pueblos del Mundo, EBILA, pág. 8.

 

8.         Idem, pág. 5

 

9.         Idem, pág. 9

 

10.       Idem, pág. 10

 

11.       'Abdu'l-Bahá, La Promulgación de la Paz Univer­sal, pág. 194.

 

12.       La Casa Universal de Justicia, Individual Rights and Freedoms in the World Order of Bahá'u'lláh: To the Followers of Bahá'u'lláh in the United States of America, p.19

 

13.       Idem, pág. 30.

 

 

Sección 4:  Capacidades Morales

 

1.         Shoghi Effendi, citado en La Asamblea Espiri­tual Nacional, compilación de la Casa Univer­sal de Justicia

 

2.         Tablas de Bahá'u'lláh, pág. 29

 

3.         'Abdu'l-Bahá, citado en Star of the West, vol.13, No.6 (September 1922): pág. 152.

 

 

Sección 5: Cualidades Espirituales

 

1.         Tablas de Bahá'u'lláh, pág. 40

 

2.         'Abdu'l-Bahá, citado por Shoghi Effendi en El Advenimiento de la Justicia Divina, EBILA, pág. 42

 

3.         Bahá'u'lláh, Las Palabras Ocultas, Arabe     No. 2 pág. 2.

 

4.         Pasajes de los Escritos de Bahá'u'lláh, EBILA, pág. 179 (CXII)

 

5.         Selections from the Writings of 'Abdu'l-Bahá, pp. 146-47

 

6.         Tablas de Bahá'u'lláh, pág. 72

 

 


 

(*) Este material ha sido publicado el año 1992 en Florida USA y ha sido traducida y publicada en español con el permiso de Palabra Publications, Inc. 3735 B Shares Place, Riviera Beach, Florida 33404 USA.

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