Derecho y Cambio Social

 
 

 

EL ABOGADO Y SUS CIRCUNSTANCIAS

Johnson Centeno Burgos (*)

 


   

“O el abogado acompaña las exigencias de su época, ó la época prescindirá de él” (Josserand).

 

Más de una vez me he preguntado si la fama del abogado no ha sido buena desde siempre. Salvo en Grecia antigua, que es donde aparecen los primeros abogados de occidente, pareciera que sí. Monróy Gálvez apunta que en 1,793, los revolucionarios franceses suprimieron el ejercicio abogadil. Durante la Colonia, los Reyes Católicos restringieron su ejercicio en mérito a sendos decretos sancionados en 1516 y 1528. Aconteció lo mismo, el siglo pasado, en Rusia y Hungría. La razón en todos estos casos era la asociación de la figura del abogado con una serie de comportamientos bastante lejos de la probidad, independencia, libertad profesional, dignidad, diligencia, corrección, reserva, lealtad entre otros. Más bien, su ejercicio era asociado con la corrupción cuando no con los malos manejos. Esto ha significado que la abogacía padezca, progresivamente, de agravios e improperios, unos más vejatorios que otros, y sea el blanco de una multidisciplinaria literatura adversa.

Ahora mismo tengo un ejemplar, a punto de deshacerse en mis manos, de la Revista de Jurisprudencia Peruana que editorializa sin mácula: “La profesión de abogado en el Perú ha decaído profundamente en significación e importancia” (Año VI, p.407, Lima- 1948).

De qué sirve un abogado?

De mucho. El punto de partida para fundamentar este asunto pasa por ubicar el conocimiento de eso que se llama “Sistemas Legal y Judicial” en aquella parcela exclusiva, y casi excluyente, de los abogados. Así, en su sentido más lato, abogado es el profesional habilitado cuyo mayor encargo es la defensa de la persona y de los derechos de los litigantes, siendo su función más trascendente - tradicionalmente hablando- la defensa ante un juicio. De esto se colige que la justicia no podría funcionar si no existiesen los profesionales del derecho, lo cual claro no es tan cierto. De cara al proceso, la intervención del abogado busca ilustrar al juez las razones de su patrocinio y luchar contra la ignorancia, inequidad y adormecimiento de las causas. Calamandrei en su “Elogio de los jueces escrito por un abogado” afirma que para que un juez se detenga sobre una verdad, es menester promediar la lucha de dos contrapuestas tesis extremas, como los dos platos de una balanza: “... así los abogados, tirando cada uno lo que puede de su parte, crean el equilibrio en cuya búsqueda va el juez (...) el abogado que pretendiese ejercitar su ministerio con imparcialidad, no sólo constituirá una embarazosa repetición del juez, sino que sería la peor repetición de este... favoreciendo el triunfo de la injusticia contraria”. En buena cuenta, la presencia del hombre de leyes importa una preciosa colaboración al juez, tanto como la fidelidad a los intereses de su cliente.

Pero hoy en día la milicia serena, no impulsiva, constante, heroica, razonada y consciente, como diría Bielsa refiriéndose a la profesión del abogado, no se reduce a la mera administración o defensa de los procesos, sirve en la actividad empresarial, política, actuación gremial, asesoramiento, periodismo, carrera administrativa, docencia, etcétera, a donde se ha extendido lúcidamente buscando gravitar de nuevo en el complejo social. Pero, valgan verdades, es su actuación jurisdiccional lo que más sobresale y, en la que, curiosamente, ha logrado tan poca estima de su oficio.

De rábulas y otros demonios

Siendo la finalidad primera y última del Derecho la consecución de la justicia, la profesión del abogado resulta acaso una de las más nobles que puedan cultivar los hombres.

Pero el otrora ‘advocatus’ que conocieron los romanos y a quien llamaban en auxilio de sus diferencias, no supo conservar su entereza para seguir de largo frente a los objetos triviales, y más bien sucumbió a las débiles tendencias humanas. Lo que es peor, permitió que su alma se engolfe de una existencia inauténtica. Entonces nació el doble discurso y la doble moral.

Horror, el paso del homo jurídicus al homo corruptus.

Quién no ha escuchado adjetivos, algunos muy curiosos, para referirse al abogado: pleitista, charlatanes, arpías, sanguijuelas, leguleyos. Y no son gratuitos. No sé si tenga que ver directamente con su trajinar cotidiano de pedir y exigir justicia, y por tanto se vea obligado a intervenir en ajenas luchas de pasiones e intereses, pero lo que sí me queda claro es que esta hemorragia de improperios es producto de un uso malicioso y pervertido de la ley. A estos los pinta de cuerpo entero Ángel Osorio en su “Alma de la Toga” llamándolos “chicaneros”, prestándose un personaje de Racine en “Los Litigantes”. A esto contribuyen algunos letrados y magistrados que se dicen muy lúcidos pero que no escapan más allá de sus códigos. “Sabios-ignorantes” los llamaría Ortega y Gasset: “aquellos que conocen no muy bien su minúsculo universo, y que además ignoran de raíz todo el resto Claro que hay una serie de problemas pero en todos lados los hay. Valdría de mucho, entender al Derecho en su justa dimensión pues más que un cuerpo inmovilizado es un razonamiento vivo.”... es un discurso que se rehace continuamente antes que un libreto muerto que se repite monótonamente (“Ciriaco de Urtecho. Litigante por Amor”. F de Trazegnies).

En todo esto deberían cumplir un papel profiláctico el Colegio de Abogados, pues es el ente no sólo de control y fiscalización del ejercicio profesional, sino el llamado a coadyuvar al enriquecimiento de los valores en la cultura jurídica.

Parry en su “Ética de la Abogacía” refiere un registro llevado en algunas provincias argentinas donde constan los servicios que prestan los funcionarios judiciales y donde se anotan las quejas y faltas fundadas así como otros pecados cometidos por los magistrados. Si bien el Colegio no tiene facultad legal para intervenir en el nombramiento de los jueces, dicho registro puede ser un instrumento moral para objetar a alguien que no es merecedor de un ascenso, por ejemplo. Mucho se podría hacer si se actúa drástica y metódicamente contra estos males. ¿O acaso le daremos la razón a Darío cuando en uno de sus versos dice, casi musitando, que el hombre está hecho de mala levadura?

Buscando la brújula

Fukuyama dice que a veces es necesario la crisis para salir del hoyo. Y vaya que nuestra sociedad atraviesa una sin precedentes en su vida republicana. Sin tremendísimos es posible afirmar que el régimen pasado se sirvió del Derecho a sus anchas, pues éste ha sido perseguido y vejado hasta dejarlo hecho jirones. Sus mayores artífices, muchos de ellos letrados, han desgraciado la imagen del abogado y lo han llevado casi a su decadencia. Pero además, como indica Augusto Morello en un texto de inicios de los 80’s, los abogados han perdido la ruta o peor, se han convertido en “sacerdotes de un culto extinguido”.

No en vano el adalid de las reformas manifiestas y segundo ‘think-tank’ más importante del mundo dice “Ningún grupo- aparte de los terroristas- está mejor ubicado para sabotear la expansión capitalista. Y a diferencia de los terroristas, los abogados saben como hacerlo legalmente (El Misterio del Capital. Hernando de Soto. P. 221). Claro que guarda unas palabras de aliento para ellos: “También los abogados son humanos” (p.225).

Se inicia ahora un reto para los abogados: reinstalar su oficio en el nuevo mundo de transformaciones. Ello implica, sin demora, reformular misiones para un oficio inveterado y permanente. Sortear, al cabo, las molestias y aprietos que los degradan en busca de una praxis que oxigene una justa y fresca etapa de mejoramiento. Hablamos de nuevos horizontes en concordia con la escala de valores necesarios para cimentar una nueva sociedad. Toca a los jóvenes abogados, sobre todo, lograr que la abogacía retome sus niveles con luminosidad y confiabilidad, tarea que será en vano si no es guiada por nuestros grandes principios del mundo jurídico, que son, en definitiva, la mejor valla frente al empobrecimiento del alma, la corrupción o la falta de grandeza.

 


 


 

(**)  Abogado y Periodista. Encargado de las entrevistas centrales en “Hechos y Derechos”, de Normas Legales.  Trujillo- Perú.

E-mail: jcentenob@hotmail.com

 


 

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