Revista Jurídica Cajamarca

 
 

 

Huelgas

'Abdú'l-Bahá (*)

 


 

Has preguntado acerca de las huelgas. Este asunto es y será por mucho tiempo motivo de grandes dificultades. Las huelgas se deben a dos causas. Una es la avaricia y rapacidad extremas de parte de los fabricantes e industriales; la otra, los excesos, la avidez y la intransigencia de los obreros y artesanos. Por tanto, es necesario poner remedio a las dos causas.

Ahora bien, la principal causa de todas estas dificultades reside en las leyes de la civilización actual, puesto que ellas permiten que un reducido número de personas acumule fortunas desmedidas, más allá de sus necesidades, mientras que la gran mayoría permanece en la mayor miseria, desprovista de medios, despojada. Esto resulta contrario a la justicia, a la humanidad y a la equidad; es el colmo de la iniquidad, lo contrario del beneplácito divino.

Tamaño contraste es privativo de la condición humana. En las demás criaturas, es decir, en la casi totalidad de los animales, se da cierto grado de justicia e igualdad. Es el caso del rebaño de ovejas y de la manada de ciervos, donde sí hay igualdad. También es el caso de las aves que habitan en las praderas, llanos, cerros y huertos. En todas las especies animales prevalece cierta clase de igualdad. No se aprecian semejantes diferencias en lo que se refiere a los medios de subsistencia; por eso viven en la mayor paz y simplicidad.

Justo al revés de lo que sucede en la especie humana, donde persisten los mayores errores y la iniquidad más absoluta. Sopesa lo siguiente, mientras que una persona, mediante la colonización de un país, acumula para su beneficio y disfrute una fortuna enorme, hasta asegurarse que las ganancias y los ingresos fluyan como un río, son centenares de miles las personas desamparadas, débiles e impotentes, precisadas de un simple mendrugo. En ello no hay ni igualdad ni benevolencia. Comprenderás que es así como la paz y la felicidad de todos son destruidas, el bienestar de la humanidad negado, y la vida de muchos llevada al extremo de volverse estéril. Pues las fortunas, los honores, el comercio y la industria están en las manos de unos pocos industriales, en tanto que el resto de la gente se encuentra sometida a una larga serie de dificultades y a una infinidad de tribulaciones, sin ventajas, sin beneficios, sin comodidades, sin paz.

Así pues, deberían establecerse normas y leyes para regular las fortunas excesivas de ciertos particulares y satisfacer las necesidades de millones de pobres; de esta manera se obtendría cierto grado de moderación. No obstante, una igualdad absoluta tampoco es posible, ya que la igualdad absoluta en materia de fortuna personal y honores, así como en el comercio, la agricultura y la industria, acarrearía una situación de desorden, caos, y desorganización de los medios de existencia abocados al desengaño universal. Más aún, frente a una igualdad carente de fundamento, se presentarían muchas dificultades; el orden social se desquiciaría por completo. Es, pues, preferible que la moderación sea establecida mediante leyes y normas que impidan la acumulación de fortunas excesivas por parte de ciertos individuos, y sirvan de garantía para las necesidades esenciales de las masas.

Por ejemplo, los fabricantes e industriales acumulan una fortuna todos los días, y los pobres artesanos no ganan su sustento diario. Semejante situación es el colmo de la iniquidad, ningún hombre justo puede aceptarla. Deben establecerse leyes y normativas que permitan a los trabajadores recibir del propietario de la fábrica sus jornales y una participación en la cuarta o quinta parte de los beneficios, ajustada a la capacidad de la fábrica. En cualquier caso, aunque fuese según otro método, el conjunto de trabajadores y fabricantes deberían compartir de forma equitativa los resultados y beneficios. Ciertamente, el capital y la administración proceden del propietario de la fábrica, y el trabajo y mano de obra del conjunto de los trabajadores. Estos debieran recibir jornales que les aseguren un sostén digno. En caso de baja forzosa debida a debilidad o incapacidad, los trabajadores deberían disponer de recursos suficientes procedentes de los ingresos de la industria. De no ser así, los jornales deberían ser lo suficientemente altos como para permitir que los trabajadores, con el importe que perciben, puedan ellos mismos ahorrar algo para tiempos de necesidad y desamparo.

Cuando los asuntos sean dispuestos de esta manera, el propietario de la fábrica no amasará a diario una fortuna de la que no precisa en absoluto (si la fortuna es desproporcionada, el capitalista sucumbe bajo una carga formidable que le obliga a arrostrar problemas onerosísimos; la administración de una fortuna excesiva se vuelve difícil y agota la fortaleza natural del hombre). Tampoco los trabajadores y artesanos habrán de enfrentarse a una miseria y necesidad desmedidas, ni habrán de estar sometidos a las peores privaciones al final de su vida.

Así pues, resulta evidente que la acumulación de fortunas excesivas a manos de unos pocos, mientras las masas padecen necesidad, representa una iniquidad y una injusticia. Por otra parte, la igualdad absoluta sería un obstáculo para la vida, el bienestar, el orden y la paz de la humanidad. En una cuestión tal es preferible mostrar moderación. Por lo que concierne a los capitalistas ello significa moderación en cuanto a la acumulación de ganancias, y consideración por el bienestar de los pobres y necesitados, es decir, que los trabajadores y artesanos perciban un jornal fijo y establecido, y que tengan una participación en las ganancias generales de la fábrica.

En resumen, con respecto a los derechos comunes de los industriales, trabajadores y artesanos deberían establecerse leyes que permitan ganancias moderadas a los industriales, y a los trabajadores los medios necesarios para su existencia y seguridad futura. De modo que, cuando estos últimos enfermen y cesen de trabajar, envejezcan y sufran desvalimiento, o bien dejen hijos menores de edad, tanto ellos como sus hijos no debieran quedar abrumados por la pobreza extrema. El trabajador tiene derecho a los ingresos de la propia fábrica, una parte de los cuales -por pequeña que sea- le corresponde para su subsistencia.

Asimismo, los trabajadores no deberían presentar demandas excesivas, ni rebelarse, ni exigir más allá de sus derechos, ni deberían recurrir más a la huelga. Deberían ser obedientes y sumisos y no requerir jornales exorbitantes. Empero, los derechos mutuos y razonables de ambas partes asociadas habrán de ser legalmente fijados y establecidos, de acuerdo con el uso, mediante leyes justas e imparciales. En el caso de que una de las dos partes cometiera un atropello, correspondería al tribunal de justicia condenar al transgresor, y al brazo ejecutivo hacer cumplir el veredicto. De ese modo el orden será restablecido y las disputas resueltas. La intervención del Gobierno y de los tribunales de justicia en caso de conflicto entre industriales y trabajadores está perfectamente legitimada; sobre todo teniendo en cuenta que los asuntos actuales que afectan a trabajadores e industriales no son comparables a los asuntos ordinarios de los particulares, que ni afectan al público ni debería exigir la atención directa del Gobierno. Aunque los conflictos entre industriales y trabajadores puedan revestir un carácter particular, el perjuicio que causan es público. En realidad, el comercio, la industria, la agricultura y los asuntos generales del país están todos íntimamente unidos. Si una sola de estas grandes parcelas sufre algún tipo de abuso, el detrimento resultante afecta a la generalidad. De ahí que los conflictos entre obreros e industriales redunden en perjuicio público.

Por consiguiente, al Gobierno y los tribunales de justicia les asiste el derecho de intervenir. Cuando se plantea un pleito entre dos particulares con referencia a sus derechos privados, se hace necesario que un tercero resuelva la cuestión. Esa es la parte que le corresponde al Gobierno. Si ello es así, ¿cómo cabe desentenderse de un problema como es el planteado por las huelgas, que tantos perjuicios ocasionan a los países, y que a menudo están relacionadas tanto con la falta de disposición de los trabajadores como con la rapacidad de los industriales?

¡Buen Dios! ¿Cómo es posible que viendo a uno de sus semejantes muriéndose de hambre, carente de todo, un hombre pueda descansar y vivir confortablemente en su lujosa mansión? ¿Quién, encontrando a otro ser sumido en la mayor miseria puede sentirse complacido con su propia fortuna? Por eso es por lo que en la Religión de Dios está prescrito y establecido que una vez al año, los ricos donen una parte de su fortuna a los pobres y desafortunados. Este es el fundamento de la Religión de Dios, y su mandamiento obligatorio para todos.

Mas como el hombre no se ha de ver compelido ni obligado por el Gobierno, entonces, si por la tendencia natural de su buen corazón, voluntaria y resplandecientemente muestra benevolencia hacia los pobres, tal acto será aceptable, sumamente grato y digno de alabanza.

Tal es el significado de las buenas obras en los Libros y Tablas Divinas.


 


(*) Filósofo persa (1844-1921). Autor de las obras "Filosofía Divina", "Fundamentos de Unidad Mundial", "Secreto de la Civilización Divina", "Respuestas a algunas preguntas", entre otras. El presente texto ha sido extraído de la obra "Contestación a unas Preguntas" editada por Laura Clifford Barney de Editorial BAHA’I. 4ta. Edición revisada. Buenos Aires, 1972.


 

Página anterior

Índice

Página siguiente

HOME