Derecho y Cambio Social

 
 

 

IDENTIDAD Y PAZ

Quentin Farrand*


  

Contenido

Introducción

Parte Una

Elementos de una Crisis de Identidad

Un modelo de una identidad sana – Los tres componentes de la identidad humana – El papel de la religión en la identidad. - Las bases espirituales de la religión - La redefinición de la religión - La reconfirmación de las bases espirituales de la religión - Ciencia y religión, el desenvolvimiento de un diseño cósmico – El conflicto entre la religión y la ciencia en nuestras identidades – Pruebas de la posición especial del hombre y su doble naturaleza - El adoctrinamiento de mañas y fanatismos –

Parte Dos

Los Aspectos Externos de la Identidad

Las patologías de la violencia – Las identidades religiosas y sectarias - las exigencias de la religión en nuestros tiempos - La persistencia de la miopía nacionalista – La necesidad de la visión panorámica – Las identidades ideológicas y políticas - Las identidades sociales y económicas - Las identidades étnicas - Las identidades vocacionales – Las identidades lingüísticas Las identidades de masculino y femenino - Las identidades de edad y generación.

Parte Tres

La Diversidad y la Búsqueda de Raíces

 Las migraciones

Parte Cuatro

El Significado Más Profundo de Nuestros Tiempos

Lo que todos tenemos en común - Los procesos y profecías al fondo de la historia - El caso del Islam - La identidad y el reto de los nuevos paradigmas.

Gratitud

Referencias

 

 

 

Introducción

La identidad, o el sentido coherente de uno mismo, es un tema complejo y este ensayo no pretende penetrar en todos sus laberintos.  Principalmente, trata de las relaciones entre el sentido de la identidad interna y espiritual como seres humanos con las múltiples identidades externas, como son la nacional, la étnica, la tribal, la sectaria, la ideológica, política, de clase, vocacional, de género y de edad, y éstas en relación con la tranquilidad social y la paz mundial.  Trata de encontrar un sentir de identidad que puede armonizar una enorme diversidad de caracteres, opiniones y pasiones en medio de cambios caóticos en los paradigmas mundiales.

Ofrece ejemplos de aspectos externos de identidad para demostrar que estos no son siempre tan profundos, inflexibles y permanentes como para basar en ellos todo concepto de lo que somos.  Argumenta que nuestra individualidad espiritual y nuestra humanidad esencial proveen una base más firme para un más coherente sentido de nuestro ser, y engendran relaciones armoniosas con otros individuos y pueblos.

La intención del ensayo es también estimular la apreciación de la diversidad de caracteres, talentos, temperamentos y personalidades que encontramos en todos los grupos étnicos, de clase, nacionales, culturales y de creencias, y desalentar el adoctrinamiento de aversión y contienda entre estos segmentos, basados en estereotipos.   Señala el camino hacia nuevos paradigmas y mentalidades sobre los cuales la humanidad debe adaptarse para vivir en paz en un mundo de tan compacta diversidad.  Establece que la unidad no tiene nada que ver con uniformidad, ya que presume la armonización de diversos elementos u órganos para funcionar en cuerpos mayores.   En este sentido la unidad es la ley mayor de nuestra vida y del universo.        

Durante mucho tiempo he sentido que este tema, es una clave para abordar una de las mayores causas de conflicto y de animosidades no resueltas en el mundo, pero me sentí impulsado a escribir sobre ella cuando fui invitado a la fundación de la Asociación de Antropólogos de El Salvador.  Mucho de lo que entonces oí me agradó; detener la erosión de la identidad cultural y evitar su inmersión en una cultura global insistentemente consumista, materialista, amorfa y sin sentido de dirección.   Pero también detecté voces insistentes que no solamente querían reafirmar y volver a raíces autóctonas, sino que parecían considerar todas las otras contribuciones desde la Conquista Española en adelante, como solamente entrometidas y contaminantes.  Aparte de la imposibilidad de volver a un pasado de quinientos años, estas son voces que podrían avivar aquellas antiguas rivalidades étnicas y regionales que casi siempre engendran conflictos, como, por ejemplo, en los Balcanes.   

Quería también despertar la conciencia sobre que todas las culturas han estado y siempre estarán en procesos de cambio, y que en diversas épocas y que todos los pueblos han sido, tanto conquistadores como conquistados, opresores como oprimidos, por sus vecinos u otros.  En otras palabras, el conocimiento de las raíces no debe ser buscado con resentimientos o venganzas, ya que ninguna cultura en la historia humana ha sido inocente de cometer abusos.

El problema es que debido a adoctrinados prejuicios y a estrechas ideas etnocéntricas o nacionalistas la historia de la humanidad está repleta de venganza y empapada de sangre.  Pero las acciones del pasado, deben ser comprendidas en términos del modo de pensar de aquellos tiempos, por muy crueles que ahora nos parezcan, no debemos juzgarlas con mucha severidad.  Estos tiempos, sin embargo, requieren una madura, perspicaz e indulgente apreciación de la diversidad y de los cambios que sufren todas las culturas, sin caer en ninguno de los dos extremos: una uniforme, amorfa y embotada cultura de consumismo, ni en una cultura cristalizada e irrecuperable del pasado.  El proceso de cambio, a través de migraciones, conquistas, comercio, o alteraciones del  entorno, ha sido eterno, pero la actual rapidez del cambio ya no permite que ningún grupo cultural o étnico sea puro u homogéneo.  Es innegable que en los últimos dos siglos los pueblos del mundo han acumulado generaciones de cruces físicos y culturales y que los países están ahora cultural y étnicamente heterogéneos.

Ya que casi todos los pueblos en diferentes momentos han sido oprimidos u opresores, asimilados o asimiladores, los antropólogos concuerdan en que los “orígenes” tienen que ser recreados constantemente, ya que nunca son recuperables en toda su “pureza” (y talvez no deseemos saber ciertos aspectos de nuestros “orígenes”).  De manera que este argumento requiere imparcialidad, apreciación y respeto hacia las muchas acciones que han contribuido a lo que es una identidad viable.  La búsqueda estrechamente enfocada hacia nuestros propios “orígenes” con frecuencia esconde intolerancia, vanidad, o una hostilidad inconciente hacia los demás.  En un sentido, puede que sea una respuesta por haber sido víctima de prejuicios y abuso o, en otro sentido, víctima de los estragos espirituales de la vanidad y orgullo. Usualmente conduce a más prejuicios, aislamiento, autocompasión, falsa ilusión y auto abuso.  El resentimiento no sólo lastima mucho más al propio resentido, sino que casi nunca provoca el  arrepentimiento en el que produjo la ofensa. Sólo justifica un interminable vendetta de “ellos nos hicieron antes y ahora es el turno de nosotros.”  En algunos lugares esto ha estado sucediendo durante siglos.

Su principal tesis es que la abundante diversidad de contribuciones culturales y genéticas no es incoherente con la ideal de la unidad, ni con el sentido de identidad enfocado hacia la persona interna; es decir, sobre aquellos aspectos esencialmente espirituales y abstractos de la realidad humana, que son expresados en formas únicas en cada alma y en cada cultura, son al  mismo tiempo comunes a todos los seres humanos.   En otras palabras, nuestra identidad esencial es aquella que proyecta carácter, pensamiento y conducta desde el fondo de nuestro ser, no de nuestras pertinencias externas.

Los prejuicios no resueltos, las animosidades y los antiguos conflictos que aun se proyectan fuertemente de las diferencias étnicas, clasistas, ideológicas, de credo y otras de los seres humanos, puede que todavía se conviertan en masa crítica y que exploten catastróficamente.  La reacción angustiada de tal consecuencia podrá conducir al eventual abandono de los prejuicios adoctrinados y su propensión a la violencia, pero esto no ha sido la norma común.  La humanidad tiene que escoger entre aprender a golpes o por auto persuasión.  Pero en cualquier caso, en un mundo tan poblado y concentrado, tan interdependiente y encarando tantos riesgos de escala global, no podemos seguir operando en base de los prejuicios y estrechas lealtades que han dominado la historia de los pueblos.  

Aunque algunos conceptos y conclusiones de este ensayo, no son ampliamente aceptados en estos tiempos, pido al lector considerarlos con indulgencia y sopesarlos contra las gastadas alternativas.

 

Primera Parte

Elementos de una Crisis de Identidad

“…el hombre debe conocerse a sí mismo y reconocer lo que le conduce a la sublimidad o la bajeza, a la gloria o la humillación, a la riqueza o la pobreza.”[1]

Podemos clasificar a los seres humanos con relación a su sentido de identidad.  Unos pocos se identifican a sí mismos como individuos autónomos, únicos y singulares, cuyo carácter esencial puede ser vagamente identificado con la humanidad, pero no tanto con algún segmento en particular.  Algunos se identifican como seres esencialmente espirituales, con alguna relación con aquello que trasciende ellos mismos. Otros se identifican a sí mismos por sus aspectos externos: como por ejemplo, Serbios o Croatas, Anglos o Hispanos, Católicos o Protestantes, Judíos o Musulmanes, conservadores o radicales, abogados o doctores, trabajadores o ejecutivos, intelectuales o no intelectuales, etc. Para tales personas estas identidades parecen ser suficientes para su autodefinición, ya que no dejaron que su vida interior cavilara mucho sobre su ser como humano viviendo entre humanos.  Otro grupo incluye lo que posiblemente ahora es la gran mayoría de individuos: aquellos que sufren lo que por siglos hemos asociado principalmente con la adolescencia: una comúnmente severa crisis de identidad. La gran mayoría de las generaciones recientes parecen no tener mayor idea de quienes son, por qué existen, o hacia adonde van.

La identidad procede de “un sentido coherente de uno mismo”, como lo define el psiquiatra Allen Wheelis, quien agrega:

            “La identidad depende de la conciencia de que los esfuerzos y la vida misma de uno…son significativos en el contexto en que se vive la vida.  Depende también de valores estables y de la convicción que las acciones y valores deben ser relacionados armónicamente.  Es el sentir de ser completo, de integración, de saber lo que es bueno o malo y de tener la capacidad para elegir…”[2]

            Luego se refiere a los conflictos de una sociedad en medio de los grandes cambios:

            “La identidad puede sobrevivir grandes conflictos en tanto el marco de referencia de la vida sea estable, pero no cuando se pierde ese marco.  Uno no puede aplicar una palanca salvo desde  un punto fijo. El aplicar presión sobre la rueda presume un pedazo de tierra firme como base.  Muchas personas en estos tiempo no encuentran esa tierra firme; y si todo está abierto a discusión, no se produce ninguna respuesta clara.”[3]

Si la identidad es un sentido coherente de uno mismo, lo que presume algo de profundidad, aquellas almas atrapadas en las adicciones a cosas materiales, a una marca comercial, a conductas hedonistas o antisociales, a sustancias químicas compradas en una botella o en una bolsa en la calle, adicciones al sexo o a la violencia, que nos hacen esclavos de nuestras más superficiales y bajas naturalezas y entornos, vemos como es de crítico encontrar una auto-definición que trascienda estas cadenas.  Le preguntamos a toda persona con estas aflicciones, atrapada por la satisfacción de sus más inmediatos deseos: ¿Tienes alguna idea real de quién eres?

Normalmente cuando el adolescente se siente más inseguro, la sociedad empieza a hacerle preguntas acerca de sus planes y sus metas profesionales o económicas, un futuro cónyuge, o una proyectada visión mental.  Las personas más cercanas a él o ella le preguntan sobre su elección de estilos de vida o conductas o sobre el curso que elegirá como adulto.  El conflicto emocional provocado por las presiones de la sociedad contra sus propias confusiones y dudas, se llama una crisis de identidad.  El adolescente no solamente se siente presionado a cumplir con las volubles expectativas de sus compañeros o mayores, sino que trata de marchar al ritmo de su propio tambor o de encontrar su propio ser.  Es el conflicto entre una identidad que la sociedad espera de un individuo y lo que uno elegiría para uno mismo, y él o ella se pueden sentir obligados a asumir cualquier papel que no sea destructivo o censurado socialmente.  La profundidad de la crisis está determinada por el grado de su resistencia a tales presiones y decide primero tratar de encontrarse a si mismo.

Al mismo tiempo, vivimos en un medio en el cual la individualidad ha perdido espacio ante la creciente marea de presiones para conformarse a sus entornos, lo que a veces exige muy poco de nuestra particular combinación de capacidades.  Estas presiones tienden a disuadir al individuo de emprender actividades en cualquier campo que no produzca una aceptación general, seguridad social o riqueza.  No pocos se sienten distanciados por esos objetivos y buscan aplicar sus capacidades y aptitudes en áreas de servicio para bien del público que usualmente pagan menos, u optan por una vida de protesta social.

Yo encuentro irónico que algunas de estas personas “propias” con frecuencia buscan establecer su singularidad imitando aquellas cosas que están de moda entre sus compañeros. Es como si temieran alejarse mucho de sus particulares pares o compañeros de alma.   El ser diferente, para muchos, es ser una parte indiscriminada de un grupo no convencional.  Esto, por supuesto, se debe en parte al instinto gregario de los humanos; sentirse parte de algún movimiento significativo.  Pero uno debe estar conciente de la contradicción que existe entre tratar de ser autónomo e individual y al mismo tiempo sumergirse en un grupo no convencional.  En casos extremos, las pandillas o cultos destructivos buscan esas mismas personas con conflictos internos o carencias afectivas proveyendo una “familia” que ellos puedan manipular, y  que sus “hermanos” acceden a la supresión de su identidad autónoma y su libertad de pensamiento o conducta.  

Una contradicción igualmente irónica ocurre con el impulso, típico en los adolescentes, de no sentirse atado y estar “liberado”.  Con frecuencia ese impulso o rebelión, en el nombre de libertad, puede conducir a una esclavizante apego a substancias y comportamientos adictivos.  La adolescencia es un campo minado y una clara definición de la identidad interna, de carácter y de principios, establecidos antes de esta fase, es el mejor salvoconducto.

La rapidez del cambio en nuestras sociedades es otro fenómeno que hace difícil encontrar un auto-imagen definible.  En estos tiempos, todas las profesiones y vocaciones están en constante revisión y aún en críticas transformaciones. Los cambios tecnológicos, con sus efectos económicos, sociales, intelectuales y políticos, nos dejan asombrados, y al mismo tiempo alarmados y confundidos.  Las frecuentes y agitadas relaciones con pueblos que antes no conocíamos, o con los que ni siquiera imaginábamos tener que asociarnos, en un tiempo de radicales cambios de marcos mentales y paradigmas y más amplios modos de pensar, mucho más amplios que aquellos que hace medio milenio abatieron la visión medieval del cosmos, a favor de los descubrimientos de Copérnico, Kepler y Galileo.

Los efectos de este cambio han sido, y continúan siendo, profundos en una escala sin precedentes para la visión tradicional de las cosas.  Los conceptos y las ocupaciones desaparecen y son reemplazados por otros ya en evolución dinámica.  Algunos dogmas filosóficos y religiosos que habían sobrevivido a grandes contiendas, ahora tienen que enfrentar desafíos científicos mentales y espirituales para los cuales no están preparados.

Los factores y efectos que militan contra una identidad coherente y la autonomía personal del ser humano son definidos por el filósofo social Horace Holley, quien describe esta condición del hombre moderno:

            “El individuo moderno está en la misma situación que el escalador de la montaña atado a otros escaladores con una cuerda.  Siempre se le impone escoger entre la libertad y la protección, para equilibrar sus derechos y sus lealtades, y comprometerse entre su deber de proteger a otros y su deber de desarrollar en sí mismo algo único e importante.  En la medida en que el camino y el objetivo sean igualmente vitales para todos los escaladores, se pueden hacer los ajustes necesarios sin tensiones indebidas. Pero la vida moderna vincula en grupos económicos, políticos y de otras características a conjuntos de personas que nunca hicieron un pacto de mutuo acuerdo, que desean y necesitan para sí cosas distintas.  La cuerda que nos ata es una tradición, una convención o una obligación heredada que no tiene el poder de satisfacerlos”.

            “Esta es, en esencia, la trágica enfermedad del hombre moderno.  No puede cosechar lo que siembra.  No puede guardar lo que recoge hasta la maduración de una nueva cosecha.  Se nutre del deseo de otro, quiere cumplir una tarea ajena, trabaja para destruir la sustancia de su esperanza más acariciada.  Los sistemas morales se paran en la frontera del grupo organizado.  Las presiones partidistas oscurecen los cielos de la comprensión”. [4]

            Después Holley describe como la humanidad es afectada por esta transformación de valores:

            “Se está arrancando al individuo de su modo de vida habitual, protegido y tradicional, para exponerle a las vastas y desorganizadas confusiones de un mundo atormentado.  Las instituciones que le han proporcionado bienestar social y físico están sujetas a confusión mundial.  La etiqueta ya no identifica la cualidad o propósito de la organización.  No podemos retirarnos en el aislamiento de la simplicidad primitiva; no podemos avanzar sin ser parte de un destino que nadie puede controlar o definir”.[5]

(Esto me afecta al escribir mis convicciones.   Vivo en buena parte de mis negocios y servicios profesionales, disfrutando de cierta prominencia cultural y no tengo idea si estos escritos provocarán una reacción adversa en mis clientes, amigos o en las instituciones educativas a las cuales trato de servir.   En mis años setentas he determinado expresar mis pensamientos con claridad y confiar en que estos clientes, amigos e instituciones lo recibirían con indulgencia y algo para meditar. Pero cualquiera que sea su reacción, prefiero no callar por temor a las consecuencias.  La vida es muy corta, con un sentir demasiado profundo y creo que estos conceptos son importantes).

Esta combinación se hace difícil para los adolescentes, especialmente, el encontrar su propia alma o un coherente sentido de sí mismos.  Los valores colectivos presionados por estímulos superficiales se les hacen difícil resolver su crisis de identidad antes de convertirse en adultos.  Estas condiciones pueden ser producto de una vida familiar conflictiva, de la falta de afecto o de dirección prudente que puede haberlos alejado de objetivos más profundos.  Esto, y la escasez de dignos ejemplos externos, tienden a hacerlos ignorar valores mayores con los cuales identificarse.  Muchos no ven un futuro claro y solamente viven dejando transcurrir los días o solamente tratando de “sentirse bien” de cualquier manera superficial.  Cualquier cosa vale para lograr estos fines: el dinero de cualquier fuente,  el abuso de sustancias adictivas, el abuso del sexo, la adicción a la violencia, la autoindulgencia y el narcisismo.  Hay muchos que han huido de un sentido interno de identidad no encuentran una expresión externa satisfactoria, aparte de asociarse en actividades con otros de sus pares, sus grupos étnicos, sociales o gremiales o con aquellos que muchos alejados consideran otras “almas perdidas”.  Muchos grupos antisociales con facilidad reclutan gente entre estas personas alienadas.

En un artículo sobre el desarrollo del comportamiento humano, la Enciclopedia Británica ofrece este análisis sobre la crisis de identidad:

            “Si el o la adolescente falla en resolver la crisis de identidad antes del tiempo en que alcanza la madurez, él o ella sentirá una confusión de roles o la difusión de identidad.  Algunos jóvenes titubean entre roles en una prolongada “moratoria”, o un período de evitar la entrega a algo responsable.  Otros parecen evitar totalmente la crisis y se acomodan a una identidad disponible y socialmente aprobada.  Todavía otros resuelven sus crisis por adoptar un papel o ideología disponible pero socialmente desaprobada.  Esta última opción se llama la formación de identidad negativa y es a menudo asociada con la conducta delincuente.  La resolución de la crisis de identidad adolescente tiene una profunda influencia sobre el desarrollo durante las etapas del adulto mayor”.[6]

En las últimas tres o cuatro generaciones, siento que ha habido un inmenso incremento en la proporción de la población que se ha sentido inútil en su madurez por no haber definido un claro sentimiento de identidad antes de la adolescencia.  Digo antes de la adolescencia, porque es usualmente demasiado tarde para formar el carácter y un sistema de valores edificantes una vez que uno ha dejado la pubertad.  El aspecto interno de la identidad debe ser moldeado mucho antes de lo que pensábamos.  El desarrollo de un carácter espiritual definido ha sido y continúa siendo una función y propósito esencial de la religión, o por lo menos de una más profunda y más coherente filosofía de la vida.  Afirmo que la crisis en la religión, en la escala mundial y ha afectando a casi todas las religiones tradicionales, y constituye la más fundamental causa de esta crisis de identidad.

 

Un Modelo de Identidad Sana

La capacidad de adaptarse al cambio, manteniéndose íntegro, tener una actitud positiva, relaciones humanas sinceras, bien intencionadas e indulgentes, define una identidad sana.  Otros atributos son la fiel adhesión a los propios principios éticos, el estar conciente de los procesos de maduración espiritual, emocional, intelectual y social.  Luego lograr un balance y reciprocidad sanos en medio de las presiones externas y las propias convicciones internas.  Otro es el equilibrar las emociones poderosas con el buen juicio, teniendo el poder de abrigar y aumentar afectos y lealtades duraderas, buscar las cualidades positivas en los demás, estando conciente de los defectos y virtudes propias.  Una identidad sana incluye la habilidad de ver los aspectos irónicos y humorísticos, así como los serios y profundos, de la vida, poder reír y llorar con igual ardor, ser curioso, investigador y abierto hacia mayor comprensión de los misterios de la vida. Ser capaz de mantener estos procesos y atributos en condiciones de privación como en la prosperidad, en tiempos de tristeza como de alegría, en la adversidad como en el triunfo, en la enfermedad como en la salud, en el fracaso como en el éxito, son algunas de las características de una identidad coherente, estable y vital.

Este estado requiere respuestas edificantes a las eternas preguntas que son esencialmente religiosas: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo y hacia dónde voy? ¿Por qué existo? ¿Cuál comportamiento es más beneficioso para mí?  Estas preguntas presumen la necesidad de un sentido de propósito y una búsqueda aún más a fondo para encontrar el entendimiento de nosotros mismos en términos de propósito en nuestras vidas.

Dentro de ésta más o menos ideal definición de identidad, naturalmente, hay una infinidad de variables.  Los distintos talentos y capacidades artísticas, literarias, lógicas, matemáticas, mecánicas, curativas y analíticas; los diferentes grados de sociabilidad, los diferentes expresiones del desarrollo de las características heredadas y adquiridas, de grado de voluntad, esfuerzo y energía; las variables emocionales, tendencias subjetivas y objetivas; los diferentes sentidos de destino, la seriedad y la frivolidad, lo práctico y lo imaginativo, la introversión o la extroversión; las diferencias en temperamento, carácter, afectividad, constitución física y personalidad, grados de participación social y tendencias ideológicas y un sin número de combinaciones de estos y otros factores, hacen que cada individuo sea único y singular.  Se nos dice que no hay dos granos de arena en todos los desiertos y playas del mundo ni dos hojas en todos los árboles que sean idénticas.  ¿Cómo podemos esperar que una criatura tan compleja como el ser humano sea duplicada?

Por supuesto, una identidad puede existir sin algunas de las características y atributos mencionados aquí como modelos.  Pero la falta de demasiados atributos tiende a producir una persona con incompleto desarrollo, esclava de hábitos y adicciones, sin mucho espacio para crecimiento u optimismo, una identidad algo cínica de, “¡eso es quien soy, y que!” Estas personas pueden convertirse en algo como veletas a la deriva o con velas demasiado pequeñas para vientos turbulentos.  Ambas tendencias grandemente limitan la posibilidad de sentir avanzar, madurar, de obtener satisfacción interna o un sentido de propósito y felicidad.  

Es innegable que nuestros primeros años de vida tienen una inmensa influencia en determinar si al crecer seremos afectivos o ensimismados, pacíficos o violentos, enfocados o indisciplinados, sociables u hostiles, valientes o temerosos.  Creo que mucha de esta evidencia es importante en la formación de nuestros propios hijos e hijas, para que ellos puedan aún llegar a ser más efectivos con el desarrollo de sus propios hijos, que fuimos nosotros como padres y madres de ellos.  Este es un proceso que involucra múltiples generaciones y es precisamente uno de los factores más decisivos en la continua creación de una sociedad más edificante y pacífica.    El solo hecho de que tenemos la tendencia a no ver hacia el final de las cosas, y a esperar remedios inmediatos a problemas actuales que requieren más largas perspectivas, nos  descorazona cuando los remedios rápidos fallan.   Ante la lentitud de los cambios y curaciones una identidad más definida y paciente nos provee una fiel y persistente compañía por toda la vida.

Por lo tanto es el área de formación educativa en la cual debemos concentrarnos y hacia la cual está enfocado este ensayo.  Es evidente para los educadores que la base del carácter de una persona está ya formado antes de llegar a la pubertad. Cualquier cambio en tendencias o rectificación del carácter posteriormente es “reformación”. Las reformaciones son mucho más difíciles cuando se tratan de aplicarlas después de la niñez.   El árbol en vivero se puede enderezar, pero una vez  transplantado y crecido sólo con dolorosas podas se puede reformarlo.  

Pero existen otros factores decisivos en la formación de nuestras identidades y carácter.

Los Tres Componentes de la Identidad Humana

La identidad humana está formada por tres factores: 1) el que es heredado, 2) el que es adquirido, y 3) la individualidad intrínseca de cada ser humano.  Siento que eternamente será un tema de debate cual de ellos pesa más entre estos factores y con seguridad diferirá de persona a persona y de acuerdo a las épocas.  Lo que está claro es que nosotros no escogemos lo que heredamos.  Nuestros padres, nuestro contexto físico, nuestras capacidades innatas, el momento y lugar en el cual nacemos, la sabiduría, capacidades, el conocimiento y grado de afecto de nuestros padres, están todos fuera de nuestro control, y por lo tanto dichos factores no deben ser nunca causa de prejuicio, desprecio, o baja autoestima.   Ni estos deben ser causa de vanidad u orgullo, ya que simplemente no los hemos elegido.  Pero gradualmente, durante la niñez, pubertad y adolescencia podemos elegir más y más nuestros entornos, nuestra actitud y reacción hacia sucesos inesperados, la elección de nuestros compañeros y el uso y desarrollo de nuestras capacidades innatas.  Repito que la educación en el más amplio sentido es claramente el instrumento más importante en este desarrollo.  A medida que avanzamos en la adolescencia, los factores adquiridos, que deben surgir del desarrollo conciente de nuestra voluntad y carácter, crecen dramáticamente en importancia; al grado que al acercarnos a la madurez deberíamos tener considerable control sobre dichos factores elegibles.  

Pero tenemos que aceptar que la diferencia entre las capacidades innatas o heredadas es grande.  Alguien que no ha nacido con el genio musical de un Mozart, un Heifetz o una Cecilia Bartoli, por ejemplo, por mucho que practique no llegará a tan elevados niveles de expresión o creatividad.  Lo que se hereda, aunque no imperioso, es muy importante.  En lo que se refiere a la individualidad intrínseca de cada ser humano, eso es obvio.  Aun los gemelos idénticos, con el mismo código genético y las mismas condiciones de educación y entorno, tendrán entre si, distintos gustos, aptitudes y capacidades.

La mejor metáfora que conozco para visualizar las contribuciones de estos tres factores es la del telar.  Lo heredado y todos los insumos sobre los cuales no tenemos control están representados por la urdimbre, o hilos verticales, que están fijados de antemano en lo que respecta a colores y fibras, etc.  Aquello que podemos voluntariamente escoger de nuestro entorno es la trama, o sea los hilos horizontales, entre los cuales tenemos libertad de escoger colores y fibras para hacer un diseño interesante y bello dentro de lo que ya está fijo.  O sea, podemos determinar si hacemos un diseño creativo y atractivo o uno caótico y feo, a través de nuestras selecciones que tejemos entre lo que ya está predeterminado.   Al final de nuestras vidas se verá que tipo de diseño hemos logrado.  En un alto grado, nuestra identidad es la interacción del alma con las opciones elegidas para hacer un diseño envolvente de acuerdo a nuestra visión del ser y de la vida misma.  Recomiendo que la visión panorámica del diseño sea determinada en grandes rasgos, lo más temprano posible.  Los niños y los preadolescentes deberían escoger una filosofía de la vida básica antes de tomar otras decisiones importantes.   Ciertamente esta visión temprana cambiará y a medida que crecemos haremos ajustes, pero una auto-imagen positiva y el uso de modelos edificantes desde muy temprana edad; un sentido de lo sagrado en la vida, hará que aspiremos a las alturas y no al abismo.  Los padres y los educadores tienen una enorme responsabilidad por esta formación temprana.

El grado de esfuerzo y el rumbo elegido para lograr todo lo que está latente, por supuesto, puede ser determinado por la voluntad de cada uno.  Dentro de las limitaciones impuestas por las  interrelaciones de la vida moderna, todos deberían poder encontrar su identidad, su espacio y su área preferida de servicio a la sociedad, y esto incluye su oportunidad de obtener mayores logros sin importar las condiciones en las cuales vive.  Pero el deseo, el conocimiento, el enfoque, la voluntad y el grado de esfuerzo son cruciales.  La debilidad de uno de estos factores ejerce mayor presión sobre los otros.  A mi juicio, la mayor tragedia humana es que tantas capacidades heredadas y latentes permanecen sin desarrollo debido a la debilidad de aquellos factores como la voluntad y el empeño, que estamos libres para determinar.   El mayor triunfo es el desenvolver y potenciar al máximo esas capacidades y virtudes latentes.

En relación con la justicia, hay otros tres factores en operación.  1) Uno es la igualdad de cada ser humano, simplemente por ser humanos; su derecho a recibir un tratamiento decente y equitativo ante las oportunidades y leyes de la sociedad y los derechos innatos dados por Dios a cada alma.  2) Otro factor es la distinción y grado variable de los talentos, cualidades y capacidades innatas que cada uno recibe genéticamente.   En esto no hay igualdad, ya que las capacidades dotadas y heredadas difieren grandemente.  3) El tercer factor es el grado de esfuerzo y enfoque con que uno desarrolla las características heredadas y trata de compensar y sobreponerse a sus debilidades.

Este tercer factor no solamente es de gran importancia sino que es el único factor sobre el cual tenemos control, y con el cual cada uno de nosotros seremos evaluados en cualquier juicio moral.

Toda evaluación presume normas y valores.  La ignorancia no es igual al conocimiento, la vulgaridad y la conducta antisocial son inferiores al refinamiento de carácter y a la conducta decorosa.  La falsedad, la traición y el engaño, contrastan muy por debajo con la veracidad, la lealtad y la sinceridad.  La crueldad y la tiranía no son conductas aceptables en las relaciones humanas, mientras que la bondad y la justicia tienen un alto valor.  Siempre será así, no importa cuales sean las condiciones o las modas de cada edad.  Aunque esto debería ser obvio, con frecuencia se pierde en nuestra admiración por aquellos que vemos como listos y astutos.

            “La honestidad, virtud, sabiduría y un carácter santificado redundan en la exaltación del hombre, mientras que la deshonestidad, falsedad, ignorancia e hipocresía le conducen a su abatimiento…La distinción del hombre no se halla en sus ornamentos o riqueza, sino en la conducta virtuosa y en su verdadera comprensión.”[7]

Cada ser humano, no importa cual sea su herencia, es capaz de mejorar, y su tarea en la vida es lograr la mayor expresión de lo que está latente y potencial en él o ella.  La justicia de por qué heredamos diferentes grados de talentos y capacidades se encuentra en la frase bíblica:

            “…porque a todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará, y al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá”.[8]

Esta frase no sólo presume la libre voluntad moral, sino también la interacción con los demás.  No hay virtud moral que podamos practicar sin de alguna manera relacionarnos con otros seres.  Ellos se verán afectados por lo que hacemos y por la forma en que actuamos.  La sociedad, como la familia, representa más que las sumas de sus individuos; y grandemente afectan nuestro modo de pensar y actuar.  Los dos tienen su propio espíritu y coherencia que influyen en todas nuestras conductas.  Por extensión, la humanidad es un organismo, y cada persona debería considerarse un participante especial como un habitante de su familia, de sus comunidades locales, su nación y del planeta al mismo tiempo que continúa siendo un individuo que puede ser perfeccionado.  Cuando existe un mayor equilibrio entre los derechos y responsabilidades del individuo y los derechos y responsabilidades de la sociedad, más fácil será para ambos definir y desarrollar sus identidades y rectificar la sociedad.  De igual manera, los aspectos internos y externos de nuestras identidades se reflejan recíprocamente.

La mayoría de las luchas filosóficas y políticas de los últimos ciento cincuenta años giran alrededor del conflicto entre el individualismo “cristiano” y las presiones de una sociedad “marxista”.   El punto de vista “cristiano” es que si existen mejores individuos, eso es todo lo que es necesario para formar una sociedad mejor.  El punto de vista “marxista” es que la reforma radical de las estructuras sociales y económicas, producirá mejores ciudadanos.  La historia y las   generaciones recientes han aprendido que ninguno de estos enfoques, por sí mismos, es adecuado y ninguno puede declararse triunfante.   Aunque el primero ofrece mayor libertad para desarrollar la creatividad y la virtud, esta misma libertad dentro de las presentes estructuras crea tensiones sociales y económicas que son injustas y moralmente corroen tanto al conjunto como a los individuos. Aun muchos clérigos cristianos admiten que sus “salvados” requieren repetidas “limpiezas” de la contaminación social.  Tenemos que comprender que es inútil concentrarnos en solamente uno de estos enfoques.  La necesidad clara es un equilibrio entre los dos: un mejor individuo en una mejor sociedad.

Aunque una condición social adversa no es una excusa adecuada para la conducta antisocial de un individuo, exige un carácter más fuerte, una auto-definición, un sentido de identidad y voluntad moral mayor para resistir sus efectos. Algunos llaman a esto ego, pero  entiendo que el ego es inseparable del “yo” egoísta y vanidoso, de manera que prefiero definirlo como “auto-estima”.  La auto-estima es un ingrediente inseparable en la identidad pero, ¿cuál parte de nuestro ser podemos cambiar para que nos ennoblezca?  Ciertamente la parte física no, ya que crece hasta la tercer década y luego se disminuye.   Sufrimos enfermedad y gozamos de salud, y estas condiciones pueden estar más allá de nuestro control.  Un zancudo, una bacteria o  virus invisible nos puede enfermar y matar.   Es esa naturaleza esencial la que nos distingue como humanos, nuestras identidades espirituales que voluntariamente podemos educar  y transformar.    La libre voluntad humana no sólo existe sino que es el factor más importante en la solución de problemas personales y sociales, ya que es allí donde verdaderamente se inicia el cambio.  Lo que con frecuencia ha estado ausente es una energía, fuerza o dirección espiritual,  o una orientación que trascienda doctrinas o ideologías, que eleve a la persona tanto como a la sociedad.

Así, aunque la pobreza o el vivir entre condiciones adversas,  puede que sea un factor contribuyente, no es la causa de conductas antisociales.  Si fuera una causa, todos los pobres serían delincuentes y los más prósperos siempre serían ciudadanos modelos, y sabemos que esto es claramente falso.  La decisión particular o momento decisivo para actuar moralmente debería ser reforzada con una respuesta social positiva.  Pero aunque pueda que esto sea más difícil de encontrar  en condiciones de pobreza,  de ninguna manera está ausente.  Hay mucha bondad y caridad entre  las comunidades más pobres.  Pero casi todas nuestras sociedades son, ya sea veloces en castigar el mal comportamiento, como lentas en premiar lo bueno, o aún contra toda lógica, premian los actos antisociales y castigan la bondad y honestidad.  Cuando una parte no refuerza a la otra, la tendencia es que ambas se agoten rápidamente y una persona fácilmente se desanima.

La contribución del individuo, sin embargo, es básica.  Cada persona tiene que dar o recibir su parte específica del conjunto.  Aquellos que tienen mayores dotes y oportunidades tienen que aportar más al progreso y al bienestar de la sociedad.  Las exigencias son obviamente menores para aquellos con menos dotes.   Pero todos tienen un papel y espacio para el ejercicio de su voluntad, y al final no somos nosotros los humanos, sino Dios, quien juzgará el verdadero valor y la posición moral de cada acto y de cada alma.  Por ejemplo, el valor moral de la caridad de una persona muy pobre cuyo sacrificio es sentido profundamente, es superior a la caridad de una persona rica a quien en realidad no le hará falta una suma mucho mayor.  Es el grado del sacrificio lo que es moralmente significativo.  De la misma forma, una decisión valerosa de una persona “mala” para cambiar a mejorar su conducta, puede que sea más importante que la decisión de una persona “buena” de realizar otro acto de bondad.  Esta es una razón por la que no debemos juzgar a los demás.   En este sentido, uno puede afirmar que una “buena” persona es aquel que esta mejorando, no importa cuan “malo” era.   Una “mala” persona es aquel que está empeorando, no importa cuan santo era.

A pesar de lo que alega unos conductistas, la abundancia de exhortaciones morales en las Sagradas Escrituras del mundo indica que tenemos la libertad para actuar moralmente.  Algunos inclusive dicen que ésta es la única libertad real que tenemos, ya que en realidad no somos libres para ser saludables, o para vivir una más larga vida, o para estar felizmente casados, o para tener los hijos que deseamos, o la comodidad material con que soñamos. Pero siempre podemos decidir como reaccionar ante cualquier condición o adversidad que sufrimos.  Somos libres para conformar o resentirnos, ser pacientes o desesperarnos. No estamos predestinados a ser buenos o malos, exitosos o fracasados; podemos elegir esos destinos mediante nuestra respuesta moral ante dichas condiciones.  Aunque es más difícil desarrollar un carácter y conducta loable en condiciones adversas, no es de ninguna manera imposible.  Para muchos la escuela de la adversidad ha proporcionado motivos y lecciones positivas y mayor deseo para avanzar.

Hay demasiados ejemplos de triunfo sobre la adversidad heredada y las condiciones adquiridas para creer que se nos han dado tareas imposibles de cumplir.  Sí sabemos que la abundancia y el excesivo consentimiento raramente producen un carácter y desarrollo fuertes.  El conocido caso de Helen Keller es pertinente.  En su infancia, antes de aprender a hablar, sufrió una enfermedad que la dejó sorda y ciega de por vida.  Con la ayuda de un entrenamiento extraordinario ella se convirtió, con infinita tenacidad y paciencia, en una de las más elocuentes, perceptivas y perspicaces personas del siglo veinte.  Se buscó su consejo y recibió honores en muchos países.  Ella apreciaba la música con el tacto y desarrolló sensibilidades que muchos consideraban imposibles.  Existen incontables ejemplos en todas las naciones y condiciones de vida, de personas que han superado enormes desventajas y obstáculos para dar a la humanidad ejemplos edificantes.  Estos deberían anular aquellas excusas sobre el entorno que podemos usar para justificar la pasividad y mediocridad.   

La humanidad es análoga con el cuerpo humano, en el cual cada célula, órgano y componente está conectado recíprocamente con el conjunto, y en el cual las uñas o los cartílagos son mucho menos importantes que el cerebro, el corazón o los ojos.  La salud del cuerpo afecta a cada componente, y aún cuando las uñas sufren un trauma, todo el cuerpo se resiente.  La sociedad humana debería de estar así de unida de manera que cuando el más pequeño componente sufre, todo el conjunto lo siente en proporción.  El dolor o la incapacidad de un órgano menor pueden indicar un tumor canceroso que, si no es tratado, puede arriesgar la vida de la persona entera.  Pero la curación del conjunto puede empezar con la curación de la parte u órgano afectado.  En breve, la conciencia de la integración y unidad humanas tiene mucho que ver con un sano sentido de identidad personal y es uno de los imperativos para el equilibrio en la humanidad y el proceso de paz en el mundo.  Este es especialmente el caso cuando uno trasciende las desventajas y adversidades, o presenta dramáticos decisiones y actos para mejorar su perspectivo y conducta.  Debemos lograr conciencia de que nuestras conductas pueden influenciar dramáticamente a la sociedad y que no tenemos que esperar pasivamente a que la sociedad imprima su influencia en nosotros.

Pero ya que también somos criaturas de hábito, los cambios y transformaciones, para que realmente surtan efecto, requieren tenacidad y paciencia para que se conviertan en parte de nuestro comportamiento habitual.  La transformación, como el curarse de adicciones a sustancias,  es un proceso de toda la vida.

El comentario de Holley de que en La Edad Moderna la gente siente que la moralidad termina en el grupo organizado, indica los límites actuales a la posibilidad de que la sociedad pueda tener una influencia positiva sobre nosotros.  Es aquí donde quiero enfocarme sobre una enorme y muy destructiva falacia de la cual casi todas las  organizaciones, sociedades y entidades políticas son culpables en mayor o menor grado. “El fin justifica los medios”, no es de ninguna manera monopolio a una ideología que lo propone abiertamente.  Su falacia yace en que nosotros los humanos somos precisamente criaturas de hábito y los repetidos medios inmorales o injustos que usamos para lograr lo que se supone es un fin justo o noble, no producirá tales fines.  Cómo  cúmulos de tales hábitos, estamos imposibilitados de cambiar a otros.  Pero cuando la civilización agoniza, la sociedad no influye positivamente en los individuos, y vivimos en condiciones en las cuales los medios injustos e inmorales son percibidos como necesarios sólo para sobrevivir, mucho menos que para llegar a un noble fin.   Hemos visto esto con demasiada frecuencia en el siglo veinte.  De esta forma nos convertimos en poco más que los productos habituales de nuestros medios violentos e inmorales, incapaces de producir ningún resultado positivo.   Esta es la razón del por qué los procesos de no violencia, obediencia y lealtad, aún en sistemas que son muy defectuosos, han tenido más éxito como agentes de cambio.

Cuando muchos individuos se vuelven suficientemente fuertes y tienen mucho poder para promover virtudes en la sociedad, lo opuesto empieza a ocurrir; la civilización está siendo renovada.  De esta manera los fines dependen de los medios.

El único instrumento capaz de producir tal transformación es una renovación de la religión, una causa común soberana lo suficientemente poderosa para afectar profundamente el pensamiento, emotividad o conducta humanas.   El fracaso de las religiones tradicionales en estos siglos recientes en producir dicho cambio, o aún de influenciar mucho cambio en la sociedad y en el individuo, no nos debería persuadir de que tal transformación es imposible.  Más bien, nos debería convencer, asumiendo un propósito noble en la existencia humana, que un advenimiento y transformación podría ser inevitable.  La  necesidad es más urgente que nunca y por cierto ha sido prometida en todas las Sagradas Escrituras del mundo.

Mientras persista esta condición, el individuo todavía puede hacer una diferencia.  Pero un poder superior debe impulsar y mover al individuo.  La más destacada literatura, ya sea sagrada o secular, versa sobre los sufrimientos de aquellos que sufren grandemente, los sacrificios de aquellos que se sacrifican mucho y aquellos que, con estos sufrimientos y sacrificios, logran la madurez y la sabiduría para luego poder ofrecer experiencias que conmueven al observador.  Dicha conducta puede mover a la sociedad.  Creo que en muchas maneras tanto la literatura como la vida misma han degenerado en proporción a su desdén hacia este intenso drama.

La conciencia de la identidad interna tiene mucho que ver con la decisión ante una tentación inmoral o ilegal de ganancia personal.  Los psicólogos hablan de momentos decisivos.  Hay una voz interna que dice: “Yo sencillamente no puedo hacer esto”, o “Debo hacer lo  honorable”.  Esto es aún más heroico cuando tantos otros insisten: “¿Por qué no? Todo el mundo roba o miente”.  Es aquí en donde la imagen interna positiva y el carácter espiritual tienen que demostrar gran coraje.  Dice C.S. Lewis:

            “El coraje no es simplemente otra virtud, es la forma de toda virtud cuando llega el punto de prueba”.[9]

Cuando estas condiciones de conciencia o voluntad son débiles y no se encuentran muchos modelos edificantes que la sociedad pueda emular, la gente cae en el cinismo y la civilización rápidamente se corroe.  Se corroe de arriba y de abajo, del individuo hacia la organización y viceversa.  La negligencia, con frecuencia la perversión del papel de la religión en presentar modelos positivos, solamente aumenta el cinismo, porque la religión debe ser el manantial del cual nacen las corrientes de vida individual y social.  Cuando el manantial se contamina, todos los flujos que emanan de él se contaminan.  Cuando el manantial vuelve a estar fresco y puro los ríos se empiezan a aclarar.

Todo esto puede parecer un tanto ingenuo ante las presentes condiciones del mundo.  Tales observaciones obviamente parecen utópicas ante la embestida de tantas tentaciones, desviaciones e indiferencia moral que nos acosan por todos lados.  Pero pregunto: ¿Hay alguna alternativa real al renacimiento espiritual?  Ahora apreciamos que la multiplicación de leyes y actos desesperados realizados por el Estado, no pueden compensar por el deterioro en la moralidad y la depreciación de los valores éticos, en una sociedad tan sumergida en el materialismo y el cinismo.  Gordon Taylor hace este comentario:

            “La barbarización de nuestras vidas y el decaimiento de nuestra cultura están considerablemente avanzados.  Una contracultura se ha establecido en la cual la deshonestidad, la irracionalidad, el prejuicio, la intolerancia, la incivilidad, la violencia y la destrucción aparecen como valores primarios, mientras que la honestidad, la razón, la imparcialidad, la tolerancia, las buenas costumbres, el cuidado, el esfuerzo y la creación son denigrados y hecho anti-valores.  Tal completa reversión no tiene precedente en la historia de la cultura Occidental.”[10]

El Papel de la Religión en la Identidad

No puedo evitar llegar a la conclusión de que el renovar y reafirmar los propósitos esenciales de la religión es imperativo para establecer la identidad real del ser humano.  “La religión”, afirma Arnold Toynbee, “es una facultad de la naturaleza humana”[11]  Victor Frankl comenta que se busca una relación con un plano superior “como una necesidad metafísica del hombre”.[12]  Cuando esta facultad se atrofia, la realidad del ser humano sufre grandes descalabros y la sociedad se deteriora.  En 1936, Shoghi Efendi, el Guardián (1921-1957) de la Fe Bahá’i describió los efectos de este deterioro de la religión y la consecuente decadencia moral que todos hemos observado en el siglo veinte.

            “La perversión de la naturaleza humana, la degradación de la conducta humana, la corrupción y la disolución de las instituciones humanas, revelan ellas mismas, en tales circunstancias, sus peores y más repugnantes aspectos.  Se envilece el carácter humano, la confianza vacila, los nervios de la disciplina se relajan, la voz de la conciencia humana es acallada, el sentido de la decencia y la vergüenza se oscurece, las concepciones del deber, de la solidaridad, de la reciprocidad y de la lealtad se distorsionan, y hasta el sentido de paz, de alegría y de esperanza gradualmente se extinguen.”[13]

La relación entre un entendimiento de los propósitos que nos trascienden y el encuentro de una identidad coherente, es muy convincente.  Nace de la convicción de que la realidad humana se encuentra en su naturaleza espiritual y el desarrollo de las potencialidades de esa naturaleza, y no de su naturaleza material, que compartimos con los animales. En los entornos dominados por el materialismo muchos niegan esto, pero ninguna civilización ha sido nunca edificada sobre bases de escepticismo o de un dominante materialismo.  Unos historiadores aún especulan que la función del escepticismo materialista es la demolición de las civilizaciones.     Creo que el cinismo y el materialismo, conducen al enfoque de la crítica sólo por criticar, y es una inevitable reacción a la caída de las religiones tradicionales de sus altos pedestales.  La consecuente tendencia de sus enemigos de cristalizar la definición de la religión según sus más bajas etapas, un error proyectado por Voltaire, Holbach, Feuerbach, Marx, Nietzche y Freud, entre otros, para muchos ha tenido el efecto de desacreditar toda religión en todo tiempo.   La desviación del cristianismo y su división en millares de sectas contenciosas no sólo fueron condenadas por Cristo mismo,  ni sólo fue producto del avance de las ciencias. Ha resultado de la renuencia de admitir que sus errores y debilidades fueron obras de falibles hombres,  combinada con la reacción y crítica de los escépticos.   La crítica se ha enfocado excesivamente en la cizaña de religión, no el trigo.    Este escepticismo ha obstaculizado el crecimiento espiritual en nuestros tiempos y ha desanimado la consideración de la religión como un posible remedio para sus males.  Kenneth Clark no se equivocó cuando dijo, “Podemos destruirnos con cinismo y desilusión tan efectivamente como con bombas”.[14]

En su aspecto natural y material, el ser humano actúa con motivos y propósitos que son egoístas, agresivos, avaros y obsesionados con su sobrevivencia física o con la persecución de sus placeres corporales.   El cinismo es más reforzado porque estos motivos y propósitos también pueden encontrarse en el fondo de muchas pretensiones y conductas religiosas.  Si no se estimulan sus sensibilidades esencialmente religiosas y ya no hay un luminoso modelo frente a él, el hombre fácilmente desciende a ser esclavo de estos defectos,  aún con atavíos religiosos.  La hipocresía está entre los más sutiles defectos y anda al acecho de muchas pretensiones  piadosas.    Es una duplicidad que nos impide ser fieles a nosotros mismos o de servir de buena fe las necesidades espirituales y sociales de otros.   Cristo afirmó que “nunca lo conocía” a tantos que    mostraban milagros, echaban demonios, y profetizaron en su nombre. [15]  Aunque claramente hay excepciones a esto entre las vocaciones religiosas, cada segmento dentro de las divididas religiones cuenta con personas con motivos egoístas y lealtades estrechos.  La misma competencia entre sectas en sí, es destructiva: “Todo reino dividido contra si mismo, es asolado, y toda ciudad o casa dividida contra si misma no permanecerá.”[16]  El pesado lastre histórico de los credos tradicionales y su apego a conceptos arcaicos e intolerantes, han sido grandes impedimentos a esta renovación.   Cualquier que sea su motivo, el fundamentalismo religioso ha intentado reafirmar las divisiones y antiguas contiendas religiosas.  Esto ha desanimado el  razonamiento espiritual y el reconocimiento de los aspectos universales que se hallan al núcleo de las religiones, y que las multitudes tanto necesitan conocer, y creo, que inconscientemente añoran.

Esta realidad esencial de la religión está basada en los fundamentos éticos, morales y espirituales comunes a todas las religiones universales.  O sea, una realidad liberada de aquellos dogmas y credos que tienen orígenes falibles humanos y que siempre han provocado discordias.   Todos estos escritos han advertido sobre la presencia de equivalencias de “cizaña” sembrada por los “enemigos” que confunden con el “trigo” de lo verdadero.  Dicha renovación de la esencia espiritual y moral de religión es lo que caracteriza las antiguas primaveras de las grandes civilizaciones sobre los escombros de sistemas gastados y obsoletos.  Creo que esta renovación primaveral es sólo posible mediante una nueva y más completa revelación del propósito divino. De los escritos bahá’ís sacamos esta pregunta pertinente:

            “¿Quién, contemplando la impotencia, los temores y miserias de la humanidad en este día, puede dudar más de la necesidad de una fresca revelación del poder vivificante del amor redentor y de la guía de Dios?”[17]

Nuestra realidad distintiva como seres humanos se encuentra en la esencia misteriosa que los antiguos llamaban “el alma racional” y los modernos llaman “la mente humana”, cuya naturaleza y propósito es desenvolver, hasta donde se pueda, todas sus capacidades latentes. No existe manera más efectiva para lograr este desenvolvimiento que servir al bien común.  El bienestar común eventualmente requerirá una relación del alma humana con una moralidad que trascienda esta vida mortal.  Esto es debido a que los impulsos políticos y sentimentales no son nunca suficientes para aguantar el largo y sostenido proceso que estos servicios demandan.  Tal moralidad debe tener motivos y consecuencias en todas las dimensiones.  Lo contrario, el estribar por una “salvación” individual, sin servir al bien común, o una sociedad mejor, era el modo de pensar de las edades oscurantistas que todavía ejerce influencia sobre unos teólogos y agita a tantos críticos.  La paz y la rectitud en este mundo requieren un profundo sentido religioso, la conciencia de poseer un alma que es inmortal y en la cual cada acción recibirá en todos los niveles su inevitable recompensa o sanción.  En otra dimensión, no hay función más importante de una sociedad o nación que el promover las virtudes y capacidades espirituales que están latentes en todos sus sujetos.

Por ejemplo, la virtud de la confiabilidad es esencial para el orden y el honor de todos los individuos en su trato con los demás, e imperativa para la prosperidad, estabilidad y legítimo poder de todas las sociedades y gobiernos que la pregonan.  Sin embargo, esta virtud es íntimamente espiritual.

Es precisamente aquí en donde vemos la importancia de la religión en el engendro de las civilizaciones.  En sus ciclos de vitalidad y dinamismo la religión afecta profundamente al ser interno de un gran número de personas, y esta levadura eleva a las masas.  El perspicaz historiador Thomas Macaulay, al describir la conquista del cristianismo en el siglo cuarto y consciente de sus excesos y errores, comenta:

            “La victoria del cristianismo sobre el paganismo… proporcionó al orador nuevos tópicos de declamación y lógica y nuevos puntos de controversia. Más que todo, produjo un nuevo principio, de lo que se sentía su operación en todas partes de la sociedad.  Agitó a las masas estancadas desde lo más profundo.  Animó todas las pasiones de una tempestuosa democracia en la apática población de un imperio demasiado crecido… hizo lo que el sentido de opresión no pudo hacer: cambió a los hombres, acostumbrados a ser entregados de un tirano a otro, entre partidarios y rebeldes obstinados.” [18]

En su clásico, exhaustivo y perspicaz estudio sobre la historia de la moral europea, el erudito historiador irlandés, William Lecky, es severo en su descripción de los abusos y equivocaciones de las épocas, incluyendo los de la Iglesia en sus primeros siglos, sin embargo también defiende justamente al cristianismo por sus efectos globales.  Después de describir las  falsas calumnias en contra de los cristianos por los intereses llegados al Imperio, afirma:

            “…por lo menos no había duda de que el cristianismo había transformado los caracteres de multitudes, vivificado el corazón frío con un nuevo entusiasmo, redimido, regenerado y emancipado a lo más depravado de la humanidad.  Vidas nobles, coronadas con heroicas muertes, fueron el mejor argumento de la recién nacida Iglesia.  Sus enemigos mismos lo reconocieron con frecuencia.  El amor mostrado por los primeros cristianos hacia sus sufridos hermanos nunca ha sido más enfáticamente atestiguado como por Lucian, o la bella simplicidad de su culto como por Pliny, o su fervorosa caridad como por Julian.  Había, por cierto, otro lado en este panorama; pero aún cuando la norma moral de los cristianos se redujo grandemente, se redujo solamente al nivel de la comunidad a su alrededor.”[19]

En el caso del Islam, ningún investigador bien intencionado puede negar la sorprendente explosión de una sociedad “embriagada de Dios” que surgió de la misión de Mahoma en el siglo siete de nuestra era.  Habiendo surgido entre pueblos considerados por todos como los más politeístas, bárbaros y resistentes a reforma, una sola alma sin instrucción formal, enfrentó la más fiera y perversa oposición y engendró una fe y una emancipación del espíritu moral tan vital y poderosa que, durante siglos, tuvo efectos creativos aún en la civilización occidental.  De este impulso surgió una tan espléndida constelación de mentes, talentos y santidad de las anteriores estériles y violentas culturas, que al pretender que su inspiración fue fraudulenta es como tratar de tapar el sol con un dedo.

Este papel de la revolución espiritual como un engendrador de civilización contrasta con lo que el materialismo, en sus muchas formas, ha propagado en los siglos recientes.  El materialismo dialéctico ha tratado de probar que la preocupación por el alma y su destino ha desviado y entumecido a los hombres de sus problemas y sufrimientos “reales” aquí en este mundo.  Esta fue una acusación con cierta justificación que puede ser rastreada en parte a la desviación de los credos de sus misiones esenciales, que era también sanar vidas y fomentar un sano intercambio social en este mundo.  A costa de espiritualizar y unificar, estos credos se concentraron mucho más en consolidar su propio poder temporal y en “salvar” a los hombres a través de dogmas, ritual y sacramentos.  Aunque ha habido innumerables excepciones entre los creyentes de servicio desinteresado y verdaderamente expiatorio hacia los menos afortunados, la población en general consideró a los sacramentos de estos credos un atajo hacia el cielo y un sustituto a una trasformación más interna y moral que también hubiera afectado a la sociedad.  La crisis religiosa en la civilización occidental nos mostró cuan inadecuada era esta sustitución de la creencia y ritual, en lugar de vivir la vida y servir a los demás, a que se dirigían los mensajes esenciales de Cristo y los primeros apóstoles.

Con la decadencia del cristianismo debido a su accidentada historia de conceptos y prácticas irracionales, anticientíficas e intransigentes,  llegando al colmo de la Guerra de Treinta Años en el siglo diecisiete entre católicos y protestantes con sus fanatismos y atrocidades de ambos partes, surgieron las ideologías humanistas, no sólo entre escépticos, sino entre sinceros creyentes que trataron de corregir los males de las iglesias.  Pero aunque después el humanismo trataba de sustituir a la religión, no ha tenido la mística o la fuerza para llenar la función dinámica de espiritualizar, armonizar o iluminar las almas.  Hoy el humanismo habla con tantas voces que ya no tiene la eficacia para sostener a la civilización o aún vivificar a la cultura.  Ha tenido usos diversos y aun contradictorios.   Algunas de estas voces han sido beneficiosas y profundas en la promoción de la democracia y gobiernos representativos, en ampliar las opiniones mezquinas y en elevar las sensibilidades humanitarias, como es el caso de las ideas de Locke, Mill, Hume, Kant, Bayle, y las novelas de Tolstoy, Dickens o Victor Hugo, o algunos de las obras de Goethe, Schiller, Keats o Tennyson, para dar sólo unos pocos ejemplos.  Pero el humanismo también tuvo voces que no han producido frutos duraderos ni muy constructivos para edificar las sensibilidades de sus admiradores.  Jacques Barzún, uno de los más ilustres humanistas de nuestro tiempo, hace este comentario sobre las humanidades.

            “Ni son las humanidades un sustituto para la medicina o la psiquiatría, ni van a curar mentes enfermas o corazones rotos, ni tampoco promoverán la democracia política o calmarán disputas internacionales.  Toda la evidencia señala lo contrario.  Las llamadas humanidades tienen sentido principalmente debido a lo inhumano que es la vida; lo que definen y discuten son lucha y desastre.  La Ilíada no trata sobre la paz mundial.  El Rey Lear no se trata de un hombre cabal o equilibrado; Madame Bovary no nos enseña acerca del empleo juicioso del tiempo libre.”[20]

Ahora con casi siglo y medio desde los inicios de la fase de materialismo escéptico de la civilización occidental, la cual ha penetrado todos los confines del planeta, los hombres se han distanciado de sus naturalezas espirituales, y menospreciado el rol y poder de religión.  Las mayorías, religiosas de nombre o escépticas, han subestimado la influencia de la religión esencial, que en otros tiempos, como el sol y lluvia en la primavera vitaliza las semillas dormidas en la tierra, ha vitalizado las civilizaciones.  La acusación de que la religión es el opio del pueblo hizo impacto en parte, debido a la renuencia de las iglesias en sus momentos de declive, de estimular el amor, la espiritualidad y la justicia en este plano, enfocándose en su propia supervivencia y en su exclusiva función de salvar almas para la otra vida, así como sus conflictos con los hallazgos de las ciencias debido a su insistencia de aferrarse a las interpretaciones literales y fundamentalistas de las escrituras, en vez de vivir la vida y sanar los inmoralidades y males de la sociedad.   El humanismo temprano había tratado de distinguir aquello que era esencial para la conducta y corregir las cosas que contaminaron la religión.  Pero por fin condujo al materialismo escéptico que no quiso hacer esta distinción, y eventualmente de propagar la idea que toda religión es fraudulenta, debe ser suprimida, y así previno que a los pueblos de adquirir precisamente aquellas cualidades del espíritu que pueden engendrar el amor y el servicio a la sociedad.   Sin tales cualidades, toda ideología trata de imponer sus objetivos limitados al poder secular político.  Como toda civilización nueva ha tenido semillas religiosas, en estas luchas entre el materialismo y las muy divididas y debilitadas convicciones religiosas, podríamos considerar que sean aspectos de la agonía y la caída de una civilización antes de un nuevo ciclo espiritual, o sea lo que abre el espacio para un nuevo ciclo diurno después de una noche de confusión y duda.   

¿Por qué ha fallado la religión en su más importante papel de espiritualizar al alma y moralizar la conducta humana en esta vida?  ¿Por qué tantos seguidores del Islam se han alejado de su anterior transparencia y tolerancia, su disposición a aceptar los conocimientos provenientes de otras fuentes, a mostrar su el dinamismo de su fe y al mismo tiempo mantener la tolerancia y amplitud en sus siglos de apogeo?  ¿Qué ha sucedido que durante los últimos siglos, su fe ha llegado a tener fama de ser tan ofuscado, reaccionario y violento?  ¿Por qué la civilización occidental, tan dominante en el mundo,  ha sido la más agresiva, sangrienta y belicosa de las civilizaciones, cuando su religión mentora ha sido el cristianismo, cuyo Fundador le enseñó a su elegido discípulo, Pedro, a no sacar su espada de su funda, ni aún para defenderse?   ¿Por qué las religiones cuyas escrituras hacen imperativo el devolver el bien por el mal, a no vengarse, a amar aún a sus enemigos, a ser sinceros, bondadosos, veraces, humildes;  ni siquiera han podido promover estas virtudes en las venerables sedes de sus propias instituciones?

Aparte de la realidad que toda institución o civilización sostenida por falibles hombres, tiene que pasar por épocas de nacer, infancia, niñez, adolescencia, madurez, y luego envejecerse y agonizar,  una respuesta de estas preguntas  puede encontrarse en las perspicaces observaciones de Ernest Renan, Mircea Eliade y Alessandro Bausani, entre otros.  La primera verdadera revolución religiosa se inició con Abraham, quien dramáticamente se separó de las creencias arcaicas y politeístas del viejo mundo con su nueva visión monoteísta y progresiva hacia un desenvolvimiento gradual y una unidad y propósito de historia más universales.

En las religiones y creencias arcaicas (o llamadas paganas) mucha de la historia no es un elemento positivo sino un descenso en el tiempo que debe ser evitado o reparado con la reintroducción de todo lo que era sagrado en lo primordial.  Bausani explica los conceptos arcaicos:

            “Las religiones del tipo arcaico son, para simplificar, monistas o panteístas (lo sagrado se extiende por todo), impersonales (no hay Dios sino a theion - “lo divino”) lo nóumeno,  luego muchas personalidades divinas, las deidades tradicional-nacional.  Hay dioses nacionales y lo sagrado innato en los reyes y las instituciones aristocráticas, mitológicas e históricas. Las instituciones son sagradas porque fueron fundadas “in illo tempore”, fuera del tiempo histórico en una época mítica, mirando hacia el pasado más bien que al futuro, como el período sagrado (la leyenda de las cuatro épocas) y ver en el pasar del tiempo peligrosa decadencia, sin ninguna idea del progreso.”[21]

En los más remotos orígenes del mundo pos-arcaico encontramos un rompimiento dramático con este antiguo sistema cósmico bajo el impacto del monoteísmo hebreo personal, con una visión muy diferente.  En esta nueva visión, confirmada y renovada en todas las Escrituras de las religiones universales, todo lo sagrado está concentrado en un punto fuera de la creación, en un Dios personal y a la vez trascendental.  El culto al  trascendente Dios está reflejado en el valor que se le pone a la persona individual, una evaluación que ha triunfado sobre la mentalidad pagana.  Bausani agrega:

            “Los dioses nacionales son vencidos por un Dios que, debido a que está muy lejos y es soberano, con facilidad se convierte en el Dios de todos. (Una religión universalista contra una religión nacional).  La historia, en esta nueva visión religiosa, ocupa el lugar de la mitología y, aunque todavía permanece como historia sagrada, ya no es vista solamente como un proceso cíclico sino como uno lineal, abierto al progreso futuro. La felicidad, como dijo Ernest Renan, al comparar lo hebraico con el mundo clásico, está en el futuro (el Mesías, el Reino de Dios) más que en el paraíso terrenal de lo primordial, y así la idea de un progreso más o menos linear es introducida.”[22]

Habiendo sido la cuna de las religiones reveladas en el Oriente, este nuevo concepto tomó forma del Cristianismo, que se ha desarrollado en El Occidente, y en una fecha posterior (622 d. C.) en el Medio Oriente, del Islam.  Pero la gradual reinserción de insistentes elementos arcaicos dentro de estas formas de religión, puede ser identificada en el Islam como la resurgencia de las enemistades tribales islámicas, la degradación de la mujer a la condición pre-islámica, los abusos y privilegios de los sacerdotes que Mahoma trató de contener, y el dogma de que no podría haber más revelación posterior, ya que él era el “sello” de los profetas.  En el Cristianismo está reversión fue expresada por medio de la deificación de Jesús como Dios Mismo, la sustitución de lo sacramental y los elementos sacerdotales herederas de las tradiciones judaicas y paganas, la sustitución de la veneración de los santos en lugar de los antiguos dioses, la reversión a la idolatría y la afirmación de finalidad eterna de la revelación de Jesús.   En ambas religiones se heredó diferentes aspectos del legado de los teólogos judíos que “Las manos de Dios están encadenadas” y que iba a ser imposible que Dios revelara progresivamente su guía y voluntad.  Podemos también incluir la organización legal de las jerarquías y de las instituciones religiosas heredadas de conceptos arcaicos y  leyes romanas.  

Es particularmente en las pretensiones de finalidad, que han afectado las religiones reveladas, en casi todos sus segmentos, lo que diluye este concepto de tiempo linear y a la larga, el progreso contínuo.    De esta manera, el tiempo se vuelve bipartito, ascendente del primordial, hasta Cristo (o en el Islam, hasta Mahoma) en el primer período y luego en declinación de estos orígenes hasta “el fin del mundo”.  “Por cierto”, dice Bausani, “sin el dominante impacto del monoteísmo todavía estaríamos en el mundo arcaico platónico, definitivamente cerrado al deseo de progreso, más que a la posibilidad de progresar”.[23]

En la teología ortodoxa griega, e implícito en las expresiones más ortodoxas de las demás religiones, la palabra “cambio” es equivalente a “empeorar”.  Los teólogos, en lugar de mirar hacia el futuro con esperanza se volvieron profundamente reaccionarios.  Lo mismo ocurrió en el Islam, el cual, para proteger los intereses en un sistema aún medieval y de un clero muy celoso de sus privilegios, dio marcha atrás de su antigua tolerancia y se volvió cerrado y fanático.  En todas estas formas de monoteísmo, la historia y la repetida promesa universal de nuevas revelaciones, ha sido congelada por la insistencia en que “Moisés es suficiente para nosotros”, “solamente Jesús salva” y que Mahoma fue, para siempre, el último vocero de Dios.  No queda nada más que la expectativa del “fin del mundo”.  Todo esto es el residuo de conceptos arcaicos introducidos por hombres imperfectos para reaccionar a sus propias y particulares crisis y dilemas, incapaces de ver que el cambio es inexorable y que llegarán a lamentar las consecuencias futuras de sus decisiones.

Estas regresiones han surgido a pesar de tantas profecías, tanto en la Biblia como en el Corán, de un tiempo crítico y calamitoso que pondrá a prueba a los hombres y tendrá su propia resolución en las promesas de rectitud y hermandad “en la tierra como en el cielo” en un mundo unido, pacífico y justo.  La insistencia de los teólogos en que su respectiva religión representa la verdad eterna que no puede ser sustituida por ningún otro mensaje y revelación, es una abierta violación a sus propias Escrituras.

Las religiones, cada vez más distantes en tiempo y sentido de sus orígenes con cada siglo que pasa, más ineficaces ante las opiniones y movimientos de gente secularizada, se han vuelto altamente ambivalentes e inseguras en sus tendencias.  Mirando y añorando el pasado,  muchas han descuidado la preparación para las promesas de sus propias Escrituras.  Al restringir la educación a la repetición de sus propias doctrinas y la necesidad de tener fe en ellas, muchas también han descuidado la educación del espíritu de amor y universalidad latente en el alma humana y han gastado sus energías en combatir todo aquello que perciben como hostil.  De esta manera se han declinado, y las “religiones sustitutas” del nacionalismo, racismo, comunismo y el individualismo extremo, con sus agendas seculares, han ejercido mucha mayor influencia en estos últimos siglos.

Ahora que estas ideologías sustitutas también han fallado en el cumplimiento de sus promesas de crear sociedades realizadas,  se ha notado un aparente retorno a la religión.  Pero las más notables facetas de este retorno a los credos tradicionales están enfocadas hacia los mismos elementos que produjeron tan amargos frutos hace cinco siglos.  En lugar de promover nuevos y más iluminadores y tolerantes conceptos espirituales, cordial a los descubrimientos científicos, los segmentos fundamentalistas de estas creencias han arraigado en la imitación del literalismo irracional, la intolerancia y la reacción, y a una marcada división entre los elementos conservadores y liberales dentro de sus propios credos.  En estos sistemas religiosos, ha habido un fraccionamiento en literalmente miles de sectas y denominaciones nada amistosas entre sí,  y entre los cuales no pueden esconder intereses egoístas y comerciales.  Estas rivalidades han aumentado el cinismo y el distanciamiento de tantas almas que sienten una profunda necesidad de religión genuina que pueda penetrar y transformar la realidad interna de las personas.   Estas diferencias y contiendas representan una parte mayor de la crisis religiosa del mundo moderno.

En todo caso, es evidente por sus amargos frutos, que las diversas versiones de religión fanática, fundamentalista y supersticiosa, en lugar de elevar a la sociedad, la degradan, y en lugar de civilizar a los hombres los está conduciendo a la deriva.  Diariamente vemos esto en las raíces religiosas de los conflictos en el Medio Oriente, en los Balcanes, en Irlanda y Sur Asia, pero las semillas latentes de estos conflictos pueden germinar en lugares insospechados.

Al mismo tiempo, las ideologías que pretendían ser idealistas, colectivistas y cerradas, asociadas con ese materialismo que es tan crítico de la religión y desdeñoso de la realidad espiritual del alma humana, tratan de limitar los propósitos humanos a la satisfacción de sus necesidades materiales.  Han fracasado en cumplir con su propia promesa de “un hombre nuevo en una nueva sociedad”.  Esto sucede precisamente porque tales ideologías tienden a ser tan críticas, coercitivas y espiritualmente áridas. Tiene sus raíces ideológicas en el desprecio heredado del Esclarecimiento hacia la religión organizada, o sean las opiniones de Voltaire, Diderot, Helvetius, Feuerbach, y más tarde los Materialistas Positivistas y luego influenciados por los modelos mecánicos del universo y de una versión de religión artificial. combinados con la reacción a las infelices condiciones de la Revolución Industrial, los descubrimientos de Darwin y el fermento de todas ellas en las mentes fértiles y poderosas de Marx y Engels, Neitzsche y Freud.

Mientras tanto, la versión individualista del materialismo que ofrece ilimitadas satisfacciones a nuestra naturaleza egoísta y agresiva, es también un producto de la incertidumbre religiosa y de la selección natural y la extrapolación de la selección natural y la supervivencia del más apto, definidos por Darwin, en el ámbito social de los humanos.  Estas versiones justifican que el más fuerte, listo y astuto debería sobrevivir para dominar a la sociedad.  Aunque estos materialistas, en nombre de la libertad, pregonan la religión y la moralidad en nombre, son más impulsados por el ego, la ambición, la avaricia y el ansia de “triunfar” a toda costa.  La sobrevivencia del más fuerte, que es claramente evidente en la evolución del mundo animal, ha sido un desastre en el campo humano.  Por supuesto que la ambición y el ego y el enfoque del triunfo económico son más antiguos que la civilización misma, y moldeadas en la misma arcilla del hombre natural.  Pero es por eso que las enseñanzas de las religiones civilizadoras de la humanidad han ofrecido su contrapeso y antídoto de educar al hombre en su naturaleza espiritual y humanitaria.   Hoy ésta autopromoción libre y permisiva ofrece mayor libertad global para prosperar que los sistemas cerrados, pero no ha producido a un exitoso  “hombre económico” realizado y satisfecho en algún sentido profundo.  Ni ha encontrado la forma para que la prosperidad esté distribuida justamente para el beneficio de la sociedad en general.  Debemos analizar “por sus frutos” el valor de ambos remedios materialistas propuestos para resolver los problemas del mundo.   “Por sus frutos” es el único criterio razonable sobre el cual deben apoyarse o caer los sistemas sociales y económicos.

En estos tiempos hemos visto fallas y relativamente breves vidas de sistemas cerrados y totalitarios.  Su interpretación de la historia y su creencia en la indefectibilidad del dominio del proletariado, han promovido grotescas calamidades humanas.   Algunos pensadores inclusive describen estos regímenes como siempre sospechosos, paranoicos y con frecuencia destructivos  por naturaleza, eficientes en destruir y muy deficientes en crear y construir.  Pero bastante de lo mismo puede decirse del siglo veinte acerca del fervoroso nacionalismo, racismo y fanatismo étnico que continúa asolando al planeta.  También puede decirse de cualquier dictadura o régimen autocrático basado en individuos megalómanos, sea de derecha o izquierda.   En estos retos y críticos puede haber cierta utilidad.   Hasta el momento podrían servir para ser los elementos visibles que incitan, estimulan y presionan a la sociedad abierta y democrática a esforzarse en cumplir con sus promesas, y también para mostrar la marginación de los extremistas que están comprometidos con una desesperada batalla contra sus percibidos adversarios y la pérdida de su relevancia.   Ellos nos retan a ser fieles a nuestras propias pretensiones y principios humanitarios y religiosos, para también demostrar buenos frutos.

Pero al analizar tales movimientos extremistas, encontramos que todos tienen como meta el dominio forzado de una clase, nación, raza o segmento étnico, o religioso sobre todos los demás humanos.  Esto claramente ya no es posible en un mundo tan diverso y compactado.

Ahora bien, si las religiones fallaron, y luego sus sustitutos ideológicos también han fallado,  y luego la resurgencia de la misma clase de religión falla de nuevo,  ¿en que podemos encontrar algo valioso para apoyar nuestras luchas para lograr una identidad sensata y vital?

 

Exhorto al lector a que considere un propósito mayor de la historia y de estas crisis. Un propósito coherente atrás de nuestras luchas y tiempos como el brotar gradual, caótica pero dinámica, de la conciencia de la unidad de la humanidad y la gradual mayoría de edad y espiritualización de la raza humana.  ¿No puede ser esto el verdadero espíritu de nuestra edad?

Redefiniendo la Religión

Los defectos y abusos de la religión en nuestra historia y en estos tiempos están bien documentados, pero también debemos prestar atención a mucho que es potencialmente, y con frecuencia activamente,  positivo en la religión.  El incremento de cualidades que proceden de nuestros impulsos espirituales, como la compasión, la bondad, el perdón, los esfuerzos por lograr justicia social, la educación, el servicio para promover el bienestar y la salud, la sensibilización de la moral y la conciencia social, la expansión de estas inquietudes más allá de las fronteras nacionales, los antídotos a la violencia y el conflicto, que han sido patrocinados por tantas organizaciones religiosas en el mundo, son seguramente positivos y encomiables.  La creciente inquietud por la salud mental, la amplitud, la tolerancia, los movimientos ecuménicos y las más libres y fraternales asociaciones con otros credos y pueblos, también son señales alentadoras.  El movimiento de los derechos humanos, de la promoción de soluciones pacíficas y la comprensión entre naciones y las virtudes y orientaciones que buscan contrastar con la baja disciplina moral, son otros aspectos que resaltan y contrastan con todo lo negativo cuando consideramos el papel futuro de las religiones.

Pero en general, tanto las antiguas iglesias del mundo y las versiones populares modernas no han mostrado suficiente poder espiritual en estos empeños para detener el incremento de la avaricia humana, la agresión y la violencia, la indiferencia moral y el desenfrenado hedonismo en las  sociedades humanas.   Los pueblos más conocidos por su religiosidad tradicional no han proporcionado al mundo ejemplos edificantes, y algunas están sumergidas en violencia y corrupción o enfocadas en que sus creyentes “se sienten bien”.  Estas no son críticas mal intencionadas, ya que muchos de los líderes de estas congregaciones han lamentado estas mismas debilidades.  

El origen de estas tendencias contrarias de la religión: la resistencia al cambio, la intolerancia, la división en miles de sectas que pelean las almas entre ella,  el prejuicio y el fanatismo por un lado; y la compasión, la preocupación por los necesitados, la tolerancia y la enseñanza de valores espirituales y éticos, por el otro, pueden explicarse con ayuda de las Escrituras mismas.  De nuevo les refiere al Mateo 13:25, donde encontramos la parábola del “Trigo y la Cizaña”.  El “trigo” era la siembra verdadera y la “cizaña” la siembra de aquellos que han contaminado la religión.   Cristo indicó que se les debería dejar crecer juntas, porque al arrancar la mala hierba, algo del trigo también sería arrancado.  En el “tiempo de la cosecha” el trigo y la cizaña serían separados, esta última juntada y quemada en hogueras, mientras que el trigo sería guardado en los granjeros para los fieles.  Es evidente que la cizaña es el producto de la interpretación contaminada humana.  El trigo es aquello que es fiel a los fundamentos originales enseñados por los Enviados de Dios.  En otras palabras, si comparamos las escrituras originales, en sus sentidos reales, no encontramos bases para todas las disputas, prejuicios, intolerancia, fanatismo o hipocresía.   Pero sí, encontramos estas justificaciones en las interpretaciones,  dogmas y las doctrinas que dividen y creen hostilidades entre los creyentes y que representan insumos humanos falibles.  La armonización religiosa requiere un enfoque mucho más decisivo en los valores centrales comunes a todos, y mucho menos refugio en los imitaciones e interpretaciones que, aunque venerables, siempre han fomentado división y controversia.   No hay manera de que las religiones llegan a concordarse, sin la depuración de la cizaña del trigo. 

Estos valores centrales y comunes son aquellos que pueden profundamente influenciar el carácter interno de la persona, y hacer más coherente la suma de sus atributos intelectuales y espirituales.  Este sentido espiritual aprecia una relación holística con aquello que siempre trasciende a la persona y que, en cada ciclo, será más conciente de la universalidad, grandeza y sublimidad de su Origen, y los insondables misterios que progresivamente vemos en la Creación y que tienen que proceder de esa desconocida Esencia que llamamos Dios.  Aquí no solamente encontramos un marco de referencia superior y un más firme y más estable equilibrio para lograr el conocimiento de nuestros verdaderos seres, o identidades más profundos,  sino también podemos apoyarnos en una más elevada plataforma sobre la cual podemos construir una más sana relación con los otros humanos de tantas opiniones, caracteres, creencias, culturas y colores. 

Necesitamos dejar de temer esta expansión, y desarrollar la inteligencia y sinceridad espiritual para evaluar culturas y pueblos tan diversos y esto debe surgir de la seguridad en nuestra propia identidad más elevada.   También necesitamos que se nos recuerde de este proceso de religión purificadora, de paz, unidad y realización “en la tierra” que todas las religiones han prometido.

La Reconfirmación de las Bases Espirituales de la Religión

            Ahora tratemos, en pocas palabras, de definir lo que es esencial y eterno en la religión.

            “Lo esencial de la religión de Dios es la adquisición de perfecciones divinas  y el compartir de sus innumerables dotes.  El propósito de la fe y del creer es ennoblecer el ser interior del hombre con las dádivas de gracia que vienen de lo alto.  Si esto no se obtiene es en verdad la privación misma”.[24]

            “…Posee un corazón puro, bondadoso y radiante, para que sea tuya una soberanía antigua, imperecedera y sempiterna”.[25]

            Las virtudes que elevan al mundo y unen a sus pueblos son la bondad, el amor, la paz, la sinceridad, la honestidad, la rectitud, el desprendimiento, la comprensión y la práctica de la equidad y la justicia, la iluminación de la sabiduría y la adquisición de conocimientos tanto para la propia perfección como para servir a la felicidad de los demás.  El estudio de las Escrituras nos obliga a agregar virtudes no siempre asociadas con la práctica de las religiones:  la tolerancia y la indulgencia hacia los defectos de nuestros prójimos.   

            Estas son las cosas del espíritu que los Fundadores de las religiones universales promovieron y vivieron como ejemplos principales, y estas son las cosas que tan desesperadamente se necesitan para sanar los males del mundo.  Si no se atiene éstas, si la religión se convierte en “…la causa de aversión, de odio y de división, sería mejor no tener ninguna y apartarse de semejante religión sería un verdadero acto religioso…una religión que no sea cauce de amor y unidad no es una religión.  Cualquier remedio que causa enfermedad no proviene del grande y supremo Médico”.[26]

            Es decir, la religión existe para curar los males del mundo.  Si conduce a la causa o empeoramiento de la enfermedad, sería preferible dejar de valer de ella y buscar otro medico y medicina.    La humanidad tendrá que aceptar que su afán religioso tiene que buscar y justificarse en lo que ilumine y expande la mente y limpie y ensanche el corazón.   

 

Ciencia y religión: el desenvolvimiento de un diseño cósmico

Esta creencia positiva del rol de la religión no tiene nada que ver con actitudes irracionales y anticientíficas.  La ciencia es un método sistemático y disciplinado de pensar.  La religión es una conexión con un modo de vida edificante y un sentido de propósito.  Ambos son necesarios y ambos tienen elogiosos procesos.  Los métodos racionales y sistemáticos son aplicables tanto a lo espiritual y religioso como a las cosas fenomenales. Un ejemplo de esta aplicación de métodos racionales y sistemáticos a los fenómenos religiosos tiene que ver con el crecimiento y la declinación de los sistemas religiosos a lo largo de la historia.  Esta aplicación se refiere a la Teoría General de Sistemas y es definida como sigue:

Una religión empieza con el reconocimiento de una Fuente trascendental, un Alma considerada infalible y verdadera, que representa la Deidad aquí en la Tierra.  Unos pocos de sus primeros seguidores ven que Sus juicios, consejos, mandamientos y conductas no proceden de otros humanos y que su conocimiento es superior y no adquirido de otras fuentes humanas.  Emanan de una fuente que trasciende las limitaciones humanas y toca profundamente el espíritu y el corazón.  Es opuesto y perseguido por las tradiciones establecidas.  Su causa crece lentamente a pesar de la adversidad y persecución, los seguidores se unen alrededor de su Fuente y conceptos principales, y gradualmente evoluciona en una multitud que tiene una gran influencia en el mundo.  Pero al extender la influencia de la nueva causa con cada generación, la guía original y la pureza de sus enseñanzas poco a poco se ven comprometidas por opiniones humanas y conflictivas. Las aportaciones humanas y los ajustes para ser relevantes en condiciones cambiantes, de fuentes que no son infalibles, sino que con frecuencia están muy distantes del espíritu original.  Con el pasar de los siglos, Su fe sufre, en algunos casos, graves deformaciones, como en los muy conocidos abusos de corrupción, las persecuciones de otros y conflictos sangrientos entre segmentos de la misma religión que son aprobadas y promovidas por sectas y segmentos adversarios. 

Al final de un ciclo religioso el lastre de la falibilidad humana gradualmente pesa más que el mensaje original e impide que la institución navegue. La religión zozobra en las rocas de condiciones mundiales defectuosas, continúa engendrando nuevas, y a menudo fugaces, facciones, y es constantemente remendada pero demasiado agotada y dividida para renovarse.  Sus  seguidores sienten un vacío de poder y seguridad espiritual, una desesperada necesidad de fe para dar consuelo, proteger, dar sentido y unir a los creyentes.  Los templos puede que se llenen, pero el espíritu está ausente, queda residuos de dogma sin vida.  Hay inclusive un desesperado intento de volver a los fundamentos originales, de descubrir de nuevo el elixir espiritual que, con toda esa confusión y zarandeo, se ha evaporado.  La desesperación, el fanatismo y aún la violencia pueden marcar su agonía.  Sin embargo este es un proceso natural del envejecimiento que cada organismo e institución sufre y no nos debe sorprender.  Todas las Religiones nacen, crecen, maduran, crean una civilización, declinan y lentamente agonizan, como el cambio de la primavera al invierno.

Luego viene otra primavera.  Nace y crece la devoción a otra Alma y religión, sin ser percibida excepto por sus primeros discípulos.  Eventualmente renueva y avanza la conciencia de unidad y espiritualidad en el mundo.  Sus palabras verdaderamente inspiran y guían, su conducta y valor ante toda clase de oposición, y su sacrificio indican que su poder no emana de otros hombres.  Esta es una aplicación aproximada de la Teoría General de Sistemas, propuesta por científicos como Irvin Laslow, que dan valor a las verdades espirituales.

El renombrado historiador Arnold J. Toynbee sostiene que, cuando una civilización se acerca a su caída, surge un Estado Universal, como Roma por ejemplo, centro del cual aparece una religión universal, usualmente desde afuera, que se desarrolla simultáneamente con la decadencia del estado universal, (sin ser la causa de la decadencia), para convertirse en la crisálida de una nueva civilización.  Bausani nos dice que Toynbee indica como la recién nacida religión en esta era de crecimiento y caída de la Civilización Occidental, a la Fe Bahá’í.[27]   Al igual que con su anterior religión, también es considerada por sus seguidores como de origen Divino, sus Fundadores como voceros infalibles de la Voluntad de Dios para esta era. Es atacada y perseguida por intereses de la religión establecida, especialmente en el lugar de su nacimiento.  El proceso empieza de nuevo sobre bases y almas que están distantes y dispuestas a hacer grandes sacrificios para lograr esta renovación espiritual.  Entre mayor sea la distancia espiritual de la religión largamente establecida de sus propios orígenes, más sea la desesperación y el fanatismo de su oposición a la nueva.  Esto se puede notar con las persecuciones tan severas y constantes que, durante más de ciento cincuenta años desde su nacimiento,  han sufrido los Bahá’is a manos del Islam en su lugar de nacimiento, Persia, (Irán).

Una religión pierde su vitalidad y otra nace.  Pero realmente es una nueva aparición del mismo Sol de la Verdad desde un nuevo punto en el horizonte.  Es una nueva fase de la Alianza eterna entre Dios y los hombres.  Esta es la dinámica de la “revelación progresiva”, cuya promesa comienza con Abraham.  Este proceso esta metafóricamente prometida en las Escrituras, como en la Parábola del Viñedo en los Evangelios y en sinnúmero de profecías deliberadamente alegóricas.

Las religiones que continúan insistiendo en conceptos y creencias obsoletas de eras antiguas y pre-científicas, dejan de ser relevantes para estos nuevos paradigmas.  La creación es siempre continua y  desafiante.  A medida que el mundo se hace más pequeño y compacto en términos de interdependencia y comunicación, nuestros centros de unidad y lealtad deben siempre ampliarse.  Bausani cita estas palabras del gran paleontólogo Jesuita, Tielhard de Chardín:

            “Todas estas reservas espirituales intuidas y tocadas ligeramente, ¿no son quizá indicativas del hecho que la creación todavía continúa y que aún no podemos expresar la natural grandeza de la vocación?  Yo sé que esta esperanza no parece ser parte de la perspectiva cristiana, y por eso la mayoría de aquellos que la describen descubren en ella, por lo menos implícitamente, la emergencia de una religión destinada a desarraigar todas las religiones del pasado…”[28]  

En sus primeras etapas, el nuevo ciclo de renovación espiritual no parece demostrar una obvia relación con la antigua.  En realidad tiene una muy clara relación con las Escrituras originales de las anteriores religiones, ya que cada una de ellas realmente ha estado un peldaño más arriba de la misma escalera espiritual que siempre ha existido desde la promesa de Abraham de que Dios no dejaría abandonada a la humanidad, sino que enviaría orientación en la hora de necesidad.  Hay un desenvolvimiento evolutivo e intensificador de la conciencia espiritual de la humanidad.  La humanidad es el estudiante, los Fundadores de las religiones universales o Manifestaciones de Dios son los educadores divinos para sus respectivas épocas.  Si las religiones pudiesen ser purificadas de los agregados y contaminaciones del dogma, la superstición y las vanas imitaciones del pasado, veríamos que las únicas desavenencias están basadas en dos aspectos: 1) los residuos teológicos, que son falibles y que eventualmente se vuelven obsoletos debido a los descubrimientos de tiempos subsiguientes.  2) las leyes religiosas secundarias, leyes que son beneficiosas para su correspondiente ciclo pero no aptas para ciclos posteriores.  Hay leyes en el Pentateuco que fueron abandonadas hace milenios, aún entre los más ortodoxos seguidores de Moisés.  La verdad religiosa es relativa y no absoluta. Cada religión responde a las necesidades de su tiempo de acuerdo con las capacidades de una humanidad que, en grandes contextos, aumenta continuamente en la conciencia y la visión.  

Al mismo tiempo, no hay desacuerdos sobre la esencia espiritual y eterna de las religiones universales.  Cada una ha enfatizado repetidamente estas virtudes espirituales eternas y profundizado el sentido espiritual de esta Alianza Eterna. También las lealtades sociales de sus respectivos seguidores han sido progresivamente extendidas del clan o tribu a la ciudad estado, a la nación y ahora a la conciencia mundial.

Las enseñanzas espirituales sobre la conducta, el amar a Dios amándonos los unos a los otros, el servir al prójimo, buscar la felicidad de los demás, perdonar y no acumular resentimientos o rencor, progresar en la adquisición de virtudes, conocimiento y comprensión de las cosas espirituales, no son de ninguna manera anticientíficas o irracionales.  Estos aspectos espirituales eternos dan un sentido de propósito y dirección a la vida, que la ciencia no puede ofrecer.  Repito, la ciencia es un instrumento de percepción, más que nada de asuntos materiales (lo que en dimensiones subatómicas se está volviendo ahora cada vez más abstracto y misteriosamente inmaterial), y la religión es un instrumento de guía para la conducta y para el crecimiento espiritual y moral.  Cada una de ellas es necesaria y complementa a la otra.  En este contexto, las Escrituras Bahá’í contienen estos versos:

            “Considera qué es lo que distingue al hombre entre los seres creados y lo hace una criatura aparte.  ¿No es su poder de razonar, su inteligencia? ¿No deberá hacer uso de ellos al estudiar la religión? En verdad os digo: pesa cuidadosamente en la balanza de la razón y la ciencia todo lo que te es presentado como religión.  Si pasa esta prueba entonces, ¡acéptalo porque es la verdad!  Sin embargo, si no lo hace entonces recházalo porque es ignorancia”.[29]

La ciencia se ha desarrollado en una forma secuencial y progresiva y continuará haciéndolo así eternamente.  Cada etapa progresiva de su desarrollo está basada en los descubrimientos y conceptos de mentes previas.  Newton afirmó que él había podido visualizar sus más nuevos horizontes porque se apoyó en los hombros de gigantes.  Las etapas de cambio a veces son grandes, como las comprendidas entre las cosmografías de Aristóteles y Tolomeo, que fueron superadas por las de Copérnico, Kepler, Galileo y Newton, y que ahora han sido superadas por las de Plank, Bohr, Einstein y Wheeler.  Cada etapa de avance y mayor comprensión del universo es más dramática que su predecesora.  Pero la ciencia experimenta con ciertos límites un  paradigma nuevo.  Aún cuando las nuevas fases han sido siempre asombrosas y difíciles de creer al principio, Newton tenía razón: no se pueden lograr adelantos sin las contribuciones anteriores.

En contraste, la religión dogmática tiende a cristalizarse y a resistir el cambio.  Esto es obviamente el trabajo de unos teólogos y clérigos, quienes en cada generación injertan en la religión su propia limitada comprensión o deseo de afianzarse más dentro de su concepto del poder.  En vista que la religión es tan íntima y vital para la sociedad, la introducción de un nuevo ciclo o etapa, como la del cristianismo del judaísmo y paganismo, o del Islam sobre los pueblos politeístas de Arabia,  por ejemplo, fue profundamente traumática y tenazmente resistida.   El hecho de que en el arcano lenguaje de las profecías encontramos indicios de que la revelación es progresiva y es aportada en dosis de acuerdo al crecimiento y experiencia humanos, la conciencia y el saber, nos da más confianza en la promesa de Abraham de que Dios renovará y extenderá su guía por medio de subsiguientes revelaciones.  En verdad la religión es, en grandes ciclos, secuencial y progresiva, pero muchos líderes de sus respectivos segmentos insisten en que su versión particular es la verdad permanente y eterna.  Esto crea una profunda división en nuestra identidad ideológica: una parte que piensa científica y progresivamente y otra parte que cree  en conceptos cristalizados y reaccionarios.  

En cuanto a las relaciones entre la religión y la ciencia, existen muchas áreas en las cuales la ciencia no puede conocer la esencia de las abstracciones y los asuntos metafísicos que son parte de la religión.  Una razón por la cual algunos científicos positivistas se sienten incómodos con los aspectos puramente abstractos y espirituales, es que éstos no se prestan a pruebas empíricas y, sin estas pruebas, ellos sienten que una idea tiene el mismo valor que cualquier otra.  Esta opinión tiene cierto valor y los científicos tienen derecho a pedir pruebas.  Es innegable que las verdades religiosas han sido mezcladas con supersticiones y con ideas arbitrarias humanas que tienden a cristalizarse en dogma.  Esta es la objeción subyacente de los científicos.  Pero el enigma del hombre esquiva el análisis empírico, y siempre lo hará, ya que solamente un reino superior puede comprender a un reino inferior.  La más sabia y perspicaz mente humana carece del criterio para la comprensión adecuada de su propia esencia,  mucho menos de aquello que le trasciende.  Los científicos no positivistas (la mayoría de los físicos teóricos modernos) aceptan que hay muchas cosas que existen pero no son comprensibles por medio de métodos empíricos o modelos mecánicos.

Con relación a la identidad, Carl G. Jung describe el trauma ocasionado por la brecha entre la fe y el conocimiento científico.

            “La ruptura entre la fe y el conocimiento es un síntoma de conciencia dividida que es tan característica del desorden mental de nuestro tiempo.  Es como si dos diferentes personas  estuvieran haciendo declaraciones sobre la misma cosa, cada una desde su propio punto de vista, o si una persona con dos diferentes modos de pensar estuviera dibujando un cuadro de su experiencia. Si por“persona”  sustituimos “sociedad moderna” es evidente que esta última está sufriendo de dislocación mental, o sea un disturbio neurótico.  En vista de esto, no ayuda nada si una parte tira obstinadamente hacia la derecha y la otra hacia la izquierda.  Esto es lo que sucede en cada psiquis neurótica, para su angustia, y es precisamente esta angustia lo que lleva al paciente al doctor”.[30]

Parte del problema con los científicos positivistas es la frustración de no tener el poder para definir la conciencia en términos fisiológicos.  Existe el temor de que lo desconocido llevará a las personas hacia especulaciones ocultas totalmente fuera de su control.  Jung escribe este fascinante párrafo acerca de una reacción de Sigmund Freud:

            “Todos estos obstáculos hacen más difícil llegar a una apreciación correcta de la psiquis humana, pero cuenta por muy poco al lado de otro hecho notable que merece mención.  Esto es la experiencia común psiquiátrica que la devaluación del psiquis y las otras resistencias a la iluminación psicológica se basan en gran medida en el temor - del temor extremo - de los descubrimientos que se pueden hacer en el reino del inconsciente.  Estos temores se encuentran no sólo entre personas a quienes asusta el cuadro del inconsciente que pintaba Freud; también asustó al creador mismo del psicoanálisis, quien me confesó que era necesario hacer un dogma de su teoría sexual, porque ese era el único baluarte de razón contra una posible ‘reventazón de las aguas negras del ocultismo’.  En estas palabras Freud expresó su convicción de que el inconsciente todavía abrigaba muchas cosas que pueden prestarse a interpretaciones “ocultas”, como es el caso actual”.[31]

El ocultismo es la exploración informal e indisciplinada de la realidad humana basada en experiencias muy subjetivas.  Indudablemente hay muchas falsas, así como verdaderas evidencias que pueden hallarse en esta exploración, y la mente científica tiene razón de temer la parte indisciplinada y la falta de evaluación sistemática.  Me inclino hacia la opinión de Victor Frankl cuando distingue entre la espiritualidad y el espiritismo, y define este último que habla de “cuerpos astrales” y “vibraciones, rayos y ondas” como el cuasi-materialismo de lo espiritual, o aquello que es el “fenómeno de la materialización del espíritu”.[32]  Pero negar que los fenómenos espirituales e inmateriales existan simplemente porque su investigación no está abierta al análisis metodológico no es una actitud científica valedera u objetiva.  Algunos científicos positivistas que todavía se resisten esta imposibilidad se han vuelto  tan cristalizados en su fe en modelos mecánicos como están los defensores de la religión dogmática en su fe en doctrinas obsoletas e inaceptables por la ciencia.  Sin embargo, es evidente que hay muchas cosas abstractas que no están sujetas a los sentidos físicos y los experimentos empíricos.  El conocimiento por si solo, la comprensión, el amor, la bondad, sabiduría, generosidad, honestidad, justicia e imaginación no son visibles ni puede ser objeto de experimentos en laboratorios, no pueden ser materializadas pero ciertamente existen.  La única manera de evaluarlas es “por sus frutos los conoceréis”,[33] y este criterio no contradice ninguna lógica científica.

El conflicto entre la ciencia y la religión ha surgido por la interpretación literal de versos que no tienen sentido con tal interpretación.   Que las mismas escrituras establecen que tales versos no deben tratarse en sentido material.  Vemos unos ejemplos: Pablo (I Corintios 9:9) dice: “Porque en la ley de Moisés está escrito: No pondrás bozal al buey que trilla.  ¿Tiene Dios cuidado de los bueyes?”  Es obvio que Génesis tampoco se debe leer literalmente.  En los primeros versos dice que en el primer día Dios hizo la luz y lo separó de las tinieblas, llamándolos “día” y “noche”, (versos 3 -5) cuando hasta el cuarto día se hizo el sol y la luna.  (versos 15.16)   Obviamente, “luz” y “tinieblas” deben tener un sentido figurativo, como siempre han tenido, como “luz” es símbolo de conocimiento y comprensión,  y “tinieblas” es símbolo de  ignorancia y caos.   De esta manera se indica que desde el inicio, hubo diseño, propósito y sabiduría en la Creación.  En el Nuevo Testamento también se aclara lo insensato de la interpretación literal.  “Pero el hombre natural no acepta las cosas del Espíritu de Dios, porque para él son necedad y no las puede comprender, porque se disciernan espiritualmente.  En cambio, el que es espiritual juzga todas las cosas: pero el no es juzgado por nadie.” (I Corintios 2:14-15)  Y, esto: “El cual nos hizo suficientes como ministros de un nuevo pacto, no de la letra, sino del Espíritu.  Porque la letra mata, mas el Espíritu da vida.” (II Corintios 3:6)   De la misma manera los versos que hablan de resurrección de muertos de sus tumbas, estrellas que caen sobre la tierra, Jerusalén que baja del cielo y Mesías que bajan a la tierra desde las nubes, deberían también tener sentidos metafóricos y alegóricos.  Todo profeta y poeta bien sabe que la única manera de expresar de forma concentrada lo abstracto, tiene que usar símbolos concretos.   Además, Cristo llamó necios y adúlteros aquellos que requerían milagros físicos como requisitos de la autenticidad de una visitación divina entre los hombres.   El literalismo o interpretación material de tales versos y palabras han puesto aquellas espesas barreras entre la religión y la ciencia.   En los últimos cien años, la física nos ha enseñado los insondables misterios a fondo de la materia, el universo, y dentro del hombre mismo, más los misterios atrás de la evolución y los métodos graduales y naturales que un Creador podría haber decidido perfeccionar su obra. 

Más allá de esto, si dentro en la realidad del hombre existen las potencialidades de  pensamiento, comprensión, propósito y diseño, más las virtudes de bondad, compasión, sentido de justicia, sabiduría, piedad, perdón, desprendimiento y sinceridad, es perfectamente razonable creer que al fondo de la Creación de nuestra vida y poderes, debe existir el propósito y diseño, amor y conocimiento, justicia y sabiduría, en grados insospechados, ya que no puede existir en una parte lo que no exista en el Todo.     

Puesto que las ciencias no son efectivas en inculcar virtudes éticas o cualidades espirituales, la religión provee con esta función complementaria.   Y aún más, si dentro del hombre existen las innegables propensiones religiosas, o de creer y buscar propósitos elevados y un inefable espíritu que nos trasciende y nos hace anhelar sentidos en nuestras vidas, por una parte, y la innegable configuración mental de pensar en forma razonable y lógica, por otra parte, entonces la fe y la ciencia deberían ser complementarias y no conflictivas.   En edades de confusión y escepticismo, se pierde este esencial complemento, la civilización se degenera y los pueblos y las mentalidades de individuos se dividen en un marasmo de conflictos entre superstición y materialismo.

   

“La religión y la ciencia son las dos alas con las que la inteligencia del ser humano puede remontarse a las alturas, con las que el alma puede progresar.  ¡No puede volar solo con un ala!  Si trata de volar sólo con el ala de la religión, caerá inmediatamente en el lodazal de la superstición, mientras que por el otro lado, si sólo trata de usar el ala de la ciencia, tampoco podrán hacer ningún progreso.  Ya que se hundirá en el angustioso pantano del materialismo. [34].    

“Por sus frutos los conoceréis” ciertamente es una prueba más que adecuada para la evaluación de una verdad o de una persona.  Un ser humano con un psiquis o identidad sana, inquisitiva, afectiva, informada, confiada e iluminada espiritualmente, deja señales y frutos.  Hacen bien para si mismo y para la  sociedad en que vive.  Una identidad o psiquis que se expresa a si misma con rencor, comportamiento egocéntrico, antisocial, violento, engañoso e insensato, en detrimento de los demás, es una identidad enferma. Hace daño a la persona y daño a la sociedad.  En vista que no pueden existir efectos sin causas, no podemos evitar el uso de tales evaluaciones y juicios basados en los efectos o frutos.  Estas conclusiones agradan a ambos criterios, los religiosos y los científicos.

El conflicto de la ciencia y la religión en nuestras identidades

Esto nos conduce a la evaluación de las identidades divididas por el conflicto entre la ciencia y la religión.  No podemos tener una identidad coherente o sana si creemos en dos cosas que son mutuamente excluyentes, y he escuchado a personas educadas decir frases tan desatinadas como: “Yo creo en la ciencia durante la semana, pero creo en la Biblia los Domingos”.  Ya hemos explicado que el remedio para esta división mental es reconocer que tanto la religión como la ciencia, en sus aspectos más altos y auténticos, no son mutuamente excluyentes.  Puede ser que ellas han tratado diferentes facetas del ser y la naturaleza y puede ser que ellas usan diferentes términos e instrumentos para comprender sus respectivas áreas de competencia. Pero ambas nos conducen a realidades que eventualmente convergen en una sola Realidad.  Suponiendo que las Sagradas Escrituras son verídicas y auténticamente inspiradas, las interpretaciones de sus versículos, metáforas y simbolismos difieren grandemente y muchas de esas interpretaciones son de falible origen humano.

Se explicó también que si las alegorías, versículos y palabras arcanas de las Escrituras, en lugar de tener un sentido literal que la ciencia no puede aceptar, fuesen interpretados metafóricamente, la brecha se disminuiría considerablemente con ello.  También es obvio que cuando algunos científicos insisten en que todas las cosas deben ser comprendidas como evolucionando ya sea por accidente o por alguna inexorable ley que no necesita un Creador y Sostenedor del dinámico universo, o una más alta realidad o propósito, pierden su objetividad y se vuelven tendenciosos.  Yo creo que la ciencia en general eventualmente descubrirá que visto a fondo, todas las cosas creadas hablan de misterios insondables y de la sabiduría inescrutable de un incognoscible Creador de atributos superlativos.  Pero por supuesto esto no puede ser forzado, sino considerado con desprendimiento y auto persuasión, fuera de contextos religiosos.  

Una de las más significativas tendencias de la ciencia en el siglo veinte ha sido el distanciarse de su dependencia de modelos mecánicos empíricos para explicar la física nuclear o el macrocosmos.  Los sorprendentes descubrimientos en estos campos han requerido otras premisas, otros procedimientos y llevan en otras direcciones.  La física sub atómica ahora acepta el juego de misteriosas e inexplicables energías asociadas con la materia en el universo, lo que asombrosamente se acerca a las explicaciones espirituales, que inicialmente sólo pueden ser considerados con la fe.  La mayoría de los científicos no positivistas ya no son, en el anterior sentido del término, materialistas.

Muchas mentes científicas ya no tienen reparo para hablar de las maravillas de la Creación y suponen que tales maravillas inexplicables deben proceder de una Causa Primaria de superlativa inteligencia, sabiduría y sutileza.  Por supuesto esto no significa que ellos están dispuestos a aceptar todo lo pronunciado en nombre de la religión, pero se han distanciado grandemente de los modelos mecánicos y materialistas tan en boga a fines del siglo diecinueve.  A tal tendencia podríamos agregar esta premisa: Si la mente humana está dotada de intelecto y poderes de razonamiento para investigar estas cosas, y la capacidad para comprender los descubrimientos, De nuevo preguntamos: ¿podemos realmente asumir que estos poderes abstractos no están presentes en la Creación misma?  ¿Puede una parte poseer atributos que no existen en el todo?  Todo esto ha abierto una nueva disertación entre religión y ciencia, y promete una armonización en la mente y corazón humano de una identidad que es más coherente, armonizada y menos contradictoria.

En fin, la ciencia y la razón no son enemigos de la fe. Se complementan y son aliados.  Solamente su lenguaje es diferente: el de la ciencia es directo, claro y literal - aunque a veces simbólico.  Es una forma de pensar que puede, y debe, también ser aplicada a aspectos de religión.  Pero el lenguaje de la fe ha sido espiritual, alegórico y simbólico, en versos y expresiones que en forma material sería imposible de aceptar lógicamente.  Si Dios concede lógica, razonamiento, sabiduría y conocimiento científico a la mente humana, ¿por qué quiere que esa mente sea  tan ilógica e irracional en cosas del espíritu?

Pruebas de la posición especial del hombre y su doble naturaleza

Parece en todos los asuntos de búsqueda de identidad tenemos que comenzar con nuestra idea de lo que es el ser humano.  Aquí decidimos si él es un animal más evolucionado y desarrollado o una máquina bioquímica, o es un libre y más elevado actor en el escenario del mundo.  Estos son, de acuerdo con el psiquiatra Floyd W. Watwon, los tres grupos principales en los cuales podemos clasificar una miríada de teorías propuestas. La importancia de nuestro concepto no puede ser exagerada. Watson escribe:

            “Si es verdad, en general, ‘que las ideas tienen consecuencias’, entonces las ideas del hombre sobre el hombre tienen las consecuencias de mayor alcance que todas.  Sobre ellas pueden depender las estructuras del gobierno, los patrones de la cultura, el propósito de la educación, el diseño del futuro y los usos humanos o inhumanos de los seres humanos”.[35]

La primera versión, del hombre como animal, niega que pueda ser una especie separada de un mamífero evolucionado en el cual el egocentrismo, la agresión, los instintos de supervivencia y la avaricia son las características dominantes que determinan su conducta.

La segunda versión, la de una máquina bioquímica, declara que el hombre está limitado a aquello que puede ser manipulado por fuerzas externas ciegas, cuya conducta es determinada solamente por sus genes y su entorno y que no es capaz, o por lo menos no está dispuesto, a tomar decisiones o acciones que trascienden las necesidades básicas y satisfacciones fijadas por esos dos factores.

Estas dos materialistas y/o deterministas versiones no nos permiten tener un alto concepto del hombre y, si son válidas, no podemos esperar cualquier identidad humana o auto definición como un ser capaz de grandeza, nobleza o paz.

Aun cuando es evidente que el ser humano ha evolucionado durante millones de años en este planeta, eso no significa que es, esencialmente, otro mamífero.  Es obvio que corporalmente el es parte del reino animal.  Pero su esencia no es su cuerpo; son sus poderes mentales.  El hombre posee dos naturalezas: la material y la espiritual.  La material la comparte con los animales.  La espiritual lo distingue como una especie aparte.    Lo que sigue afirma algunas de las razones que apoyan la convicción de que el ser humano, a través de toda su evolución, ha sido siempre una especia distinta y un actor independiente con potencialidades muy por encima de su naturaleza material o animal en este mundo.

1.      El hombre evoluciona y cambia radicalmente de forma en los nueve meses de gestación en el vientre materno, pero en cada etapa está destinado a ser de la misma especie -homo sapiens.  ¿Por qué no podría evolucionar durante millones de años, asumiendo formas diferentes y manteniéndose como una sola especie, destinada para un propósito especial? ¿No podemos imaginar que un Creador sabio, omnisciente y sutil podría haber usado graduales métodos orgánicos y aparentemente ciegos para desarrollar una criatura superior?  Aun ahora, algunos antropólogos creen que la evolución física del hombre moderno ha terminado y que ahora éste debe evolucionar intelectual, social y espiritualmente.

2.      En los cinco sentidos físicos que compartimos con todos los mamíferos -vista, oído, olfato, gusto y tacto, así como en las muchas habilidades de fuerza, velocidad y otras características, existen muchos animales que son muy superiores en estos poderes que los humanos.  Si el hombre está limitado a su cuerpo y a los poderes y sentidos físicos, esos animales deberían dominar el planeta y no el hombre.  El hombre domina no por sus factores físicos y sensoriales sino que por su mente, alma racional o intelecto, una condición que lo eleva como una especie superior y distintiva.

3.      Es aceptado que el ser humano, comparada con los animales, está dotado de pocos instintos naturales.  A cambio de esta falta de habilidades innatas y hereditarias, al hombre se le han dado condiciones que incluyen: a) Generaciones que se traslapan en las cuales la anterior puede enseñar y socializar con la mas reciente - en las cuales cada generación puede acumular mayor conciencia y conocimiento aprendido.  Esto está muy limitado en el mundo animal. b) La habilidad de aprender cosas abstractas  y tener fe en aquellas cosas que trascienden su existencia física, que es exclusiva al reino humano. c) La habilidad de hablar y comunicarse tanto concreta como abstractamente.  d) Una vida de intercambio complejo que hace posible una socialización pacífica fuera de su grupo inmediato.  Y lo más importante, e) La habilidad de pensar, comprender, imaginar y visualizar, de tomar decisiones libremente, basado en sus poderes de raciocinio. 

4.      Todos los logros maravillosos de la mente humana en lo intelectual, lo científico, lo lingüístico, lo artístico, en su consciente visión social, conceptos éticos, morales y espirituales,  en las asombrosas creaciones de sus civilizaciones, nunca han, aún al más mínimo grado, manifestado en ninguna otra especie animal.  Los simios  continúan mostrando los mismos sentidos y conductas básicas desde su aparición en este planeta hace decenas de millones de años.

5.      En síntesis, no fue su cuerpo físico lo que hizo que volara más rápido que cualquier ave, o que descubriera el interior del átomo, la electricidad o el código genético, fue su mente, su alma racional.  Es precisamente este intelecto o espíritu humano, con sus poderes para recordar conscientemente, para investigar y descubrir los misterios del universo, para pensar, meditar y comprender, para imaginar y visualizar en lo abstracto, soñar y lograr sus sueños, lo que motivó que lograra estas metas.  También tiene el poder para organizarse en sistemas sociales voluntarios que son muy diferentes a los de otras especies.

Estos son poderes que constituyen la realidad humana y que no tienen que ver con su cuerpo físico.  Debido a estas facultades evidentes de su esencia espiritual, el hombre no sólo pertenece a una especie aparte y muy superior a los animales, sino muy elevada sobre una máquina bioquímica que, de según sus proponentes, es incapaz o indispuesta a tomar decisiones o acciones morales que transciendan sus intereses inmediatas, egoístas o materiales.

Aún más, el ser humano es capaz, por el espíritu de la fe, de alcanzar mayor trascendencia, como lo indican estas palabras de ‘Abdu’l-Bahá:

            “El espíritu humano, que distingue al hombre del animal, es el alma racional.  Las dos expresiones - espíritu humano y alma racional- designan una misma realidad.  Dicho espíritu…comprende a todos los seres, sus propiedades, particularidades y efectos.  Sin embargo, de no contar con el auxilio del espíritu de fe, el espíritu humano se muestra incapaz de familiarizarse con los secretos divinos y las realidades celestiales.  Es como un espejo que, aunque limpio, pulido y brillante, necesita luz.  Y así, mientras no haya un rayo de sol que se pose sobre él, no alcanza a descubrir los secretos celestiales”.[36]

Las primeras dos teorías deterministas del hombre, como un animal avanzado y como una máquina bioquímica están claramente enfocadas sobre su naturaleza material.  Esta naturaleza material que se comparta con los animales, y se manifiesta por ciertos instintos como el afecto maternal y la sensualidad natural, que puede ser positivos o negativos, según sus controles, pero  también se manifiesta en la agresión, la avaricia, la crueldad, la envidia, la rivalidad instintiva, según lo que requiere la especie, la ocasión y el período.  Estos son atributos necesarios para la  supervivencia de los animales, que no deben ser juzgados con normas de moral aplicables a lo humano.    

Pero repito, el aplicar la lucha para la subsistencia del reino humano, en nombre de la supervivencia del más fuerte o astuto, es un desastroso error, que conduce a la feroz competencia entre segmentos humanos y tanta violencia y guerras a base de intereses o grupos económicas, nacionales, étnicas o ideológicas, con sus carreras armamentistas con cada vez mayores y más  costosos  para crear más mortíferos instrumentos de destrucción masivas.   Es una ley para los animales salvajes, no para los humanos.   No se puede negar que el ser humano posee una naturaleza espiritual, y también un instintivo sentido gregario y cooperativo.   En este aspecto él manifiesta la capacidad para amar, conocer, comprender en el abstracto, mostrar amabilidad, compasión, misericordia, honestidad, justicia y rectitud, y estas son capacidades potenciales que son depositadas en toda alma humana.  Es precisamente en este sentido que las Escrituras explican que el hombre fue creado “a semejanza e imagen” de su Creador.  Dios es un espíritu incognoscible y este semejanza e imagen se refiere a los atributos espirituales abstractos son una parte potencial de Su máxima criatura.  El hombre está situado en la curva de la creación material mas lejana del control de Dios, ya que tiene libre albedrío y no necesita ser gobernado por los instintos que controlan a los animales.  Pero esta libertad de elección lo coloca al principio de la curva espiritual ascendente, en la posición de elegir libremente y crecer a base de decidir cuál aspecto debe dominar su vida, su naturaleza material o su naturaleza espiritual.  

Es innegable que la humanidad, durante su larga y dramática historia, ha experimentado un gradual incremento de sus fronteras de lealtad e identidad social, y que esta lealtad e identificación ha expandido desde el clan a la tribu, desde la ciudad estado a los principados, desde colonias a la nación estado independiente y unificadora de muchos segmentos otrora  hostiles, naciones que ahora son altamente heterogéneas, que se habían formado como respuesta a los desafíos de la rivalidad entre pueblos y lo deseable de evitar la endogamia y ampliar la reserva y mezcla, tanto de genes humanos como de ideas para vivir mejor.   Las naciones también se han formado con la mezcla de identidades religiosas que progresivamente, con la creciente conciencia de un Solo Dios sobre una sola humanidad, ahora ha llegado a la etapa de contemplar los próximos pasos en establecer una mancomunidad de naciones.   

Los desafíos de la contaminación ecológica, del cambio climatérico, del tráfico de armas, de drogas, y otros crímenes, de zozobras y brechas económicas, las violaciones de derechos humanos, las sopesar las ventajas y desventajas de las migraciones y del combate de las enfermedades, no tienen soluciones a niveles internos nacionales.  Esto nos conduce a la imperativa de abandonar los fetiches tan venerados como la tradicional defensa de la soberanía nacional, el nacionalismo y el racismo o de las ideologías políticas que buscan controlar a las naciones,  todo entre la proliferación de armas de indescriptibles poderes destructivos.  El tiempo ha llegado para la ampliación de lealtad que puede atender práctica y legalmente estos problemas del bienestar y progreso de la raza humana en conjunto. 

No hay duda que tal desafío de la unidad mundial requiere un paradigma o marco mental humano más espiritual y moral, que involucra el abandono de prejuicios nacionales y racistas, y tales desafiantes cambios no son posibles a base de intereses políticos y económicos.  Históricamente sólo se han realizado como respuesta a un dramático desafío común, o una guía e inspiración que trascienden las limitadas lealtades humanas y políticas.       

La propensión del hombre natural hacia sus tendencias bajas y materiales es descrita en las escrituras sagradas como “pecado”.  Si él persiste en esta tendencia, su condición es llamada “infierno”.  Si hace esfuerzos para realizar su naturaleza espiritual, que lo impulsa a la formación de su carácter moral y ético, el se vuelve “bueno” y se acerca al “cielo”.  La felicidad real y permanente es alcanzada solamente por este último camino espiritual, ya que la abundancia material y la satisfacción personal van y vienen y, finalmente, no llevamos ninguna de las cosas materiales cuando dejamos la fase terrenal de nuestra existencia. La realización de las potencialidades de nuestra naturaleza espiritual con que cada alma está dotada, es el propósito engendrador de nuestra existencia.  Los escritos bahá’i describen la realidad humana así:

            “Dios ha creado al hombre para ser elevado y noble, un factor dominante en la creación.  Ha especializado al hombre con dotes supremos, conferido de mente, percepción, memoria, abstracción y los poderes de los sentidos.  Estos dones de Dios tenían el propósito de hacerlo la manifestación de virtudes divinas, una luz radiante en el mundo de la creación, una fuente de vida y la agencia edificante en los campos infinitos de la existencia”.[37]

Esto está en total armonía con las enseñanzas del Nuevo Testamento, y de los demás textos sagrados de la humanidad, que dicen que la realidad hombre se ubicaba solamente un poco debajo de los ángeles, pero muy en contra de las teologías ortodoxas que insisten que el hombre es un especie bajo y vil  porque heredó el pecado de Adán, y que solamente con la fe en la expiación del sacrificio de su Fundador puede ser redimido.  Es alentador que muchos pensadores cristianos están ahora abandonando esa teología.   Es interesante que tal dogma del “pecado original” esta basada en la interpretación literal de algunos versículos de Pablo, quien a la vez hizo hincapié en que muchos versículos deberían ser interpretados espiritualmente.   Reafirmó que tal teología también tiene que ser falible, ya que hace de Dios un juez más injusto que cualquier juez humano, quien nunca pensaría en castigar un sujeto por lo que hizo un ancestro tan distante.   Obviamente tiene un sentido del hombre natural (simbolizado por Adán) necesita ser espiritualizado (simbolizado por Cristo).     

El ser humano es libre de escoger entre desarrollar su naturaleza material y animal, o desarrollar una vida en su aspecto humano espiritual.  Si no desarrolla tal naturaleza espiritual, su naturaleza baja material, “el hombre natural” de las Escrituras, toma la ascendencia y lo impulsa a una conducta egocéntrica, avara y perversa.  Esta libertad de elección es necesaria como una condición de su creación.  Es decir, que para ser completo, el amor implícito en su creación y evidente en tantos niveles, debe ser recíproco.  Esta reciprocidad presume una libre elección humana, ya que el amor o la obediencia nunca pueden ser forzadas.   La opción moral debe ser voluntaria y espontánea.  Nuestro equipo heredado, nuestros entornos y nuestras emociones pueden limitar el grado de nuestra libre voluntad moral, pero de ninguna manera la anula.   Así, cada persona es responsable de sus decisiones, intenciones y comportamiento, y éstos afectan los frutos de su vida y destino.  El hombre es capaz de ser una bestia o un ángel, o un poco de ambos, y tiene el poder de elegir.

Algunos pensadores deterministas niegan la libre voluntad, alegando que las acciones de uno son determinadas por nuestros genes, entornos y naturaleza egoísta, cosas que alegan ser  más allá de nuestro control.  Pero tanto las Sagradas Escrituras como los descubrimientos de psiquíatras con tendencia más amplia, como Victor Frankl y Housein Danesh, vigorosamente afirman la libre elección moral del hombre.  Frankl escribe: “El hombre posee pues, siempre la libertad; sólo que a veces abdica a ella; abdica libremente.  No siempre está consciente de su propia libertad; pero la libertad puede y debe hacerse consciente.  Es el objetivo que persigue el análisis existencial… en la dimensión de la libertad y la responsabilidad”.  El comenta que uno de sus pacientes una vez dijo: “Soy libre cuando quiero y no lo soy cuando no quiero”.[38] 

Aquí debemos también dirigirnos a la creencia en la predestinación.  Es cierto que no controlamos lo que heredamos y otras cosas imposibles de cambiar.  No podemos escoger a nuestros padres, nuestra hora y lugar de nacimiento, nuestras características heredadas o adquiridas a temprana edad, o evitar comer, dormir y otros procesos físicos e involuntarios.  No podemos elegir sobre el haber nacido dentro del reino humano y no del reino animal.  Ni podemos elegir las adversidades, crisis o condiciones fortuitas que nos toman por sorpresa.  Esto es parte de nuestro irrevocable destino.  Sin embargo, aunque algunos rasgos de temperamento heredado pueden indicar propensiones en nuestras vidas, la manera de comprender estas propensiones puede inclinarnos a creer que son fijas.  La frase en el Nuevo Testamento  que el alfarero hace algunas vasijas para la nobleza y algunas para usos más bajos, evidentemente se refiere a las condiciones o grados de la creación: sea humano, animal o vegetal, y no a las conductas predeterminadas en nuestras vidas.  Recuerdo una línea del poeta T. S. Eliot: “Yo podría haber sido un par de tenazas escurriéndome a lo largo del fondo del mar.”   Parece que este símbolo del alfarero no se refiere a las condiciones en las cuales el hombre tiene el derecho y libertad de escoger.  La prueba está en que todas las exhortaciones morales y éticas en Las Escrituras claramente presumen que el hombre es libre para escoger conductas y determinar hasta cierto grado su destino, ya que él es llamado a rendir cuentas por sus flaquezas y premiado por su obediencia.  Frankl comenta:

            “El hombre decide por sí mismo; como un ser decisivo que es, el hombre no está limitado a decidir algo sino que lo decide él mismo.  Cada decisión es una autodecisión y la autodecisión es auto-configuración. Mientras configuro la persona (identidad) que soy, el carácter que tengo, y configuro la personalidad que llego a ser”.[39]

Si aceptamos esto, podemos comprender que al ejercer nuestra voluntad somos capaces de conocer y aspirar a dimensiones espirituales y morales sobre las cuales podemos libremente construir un patrón noble para nuestras vidas.  Es decir, podemos encontrar una identidad interna basada en cualidades y atributos de carácter, que no solamente afectan nuestra pertinencia a ciertos objetivos y segmentos de la humanidad, sino que de maneras positivas pueden afectar a otros segmentos. 

Para resumir esta primera parte del ensayo, la identidad esencial que los humanos están siendo llamados a asumir ahora, como nunca en su historia, es lo que le guíe hacia la espiritualización de su carácter y la potenciación de sus latentes capacidades mentales y afectivas.  La otra parte necesaria para asegurar una paz dinámica y duradera, es el desarrollo de conciencia de la unidad humana.  Todas las ciencias y nuevos conocimientos señalan que hay una sola especie humana.  Hemos mencionado que todas las crisis e imperativas que enfrentamos: ambientales, económicas, migratorias, el control de armamentos, sustancias adictivas, el crimen e la ingobernabilidad, las inequidades en los derechos humanos, y las normas del mínimo bienestar, no son, ni podrían ser, solucionables con empeños limitados a políticas provinciales o nacionalistas.   Las naciones ahora son, en un grado extremo, interdependientes, y todo empeño para solucionar las crisis a escala nacional sólo resultarán a ser paliativos fugaces.  Estas urgentes crisis sólo son solucionables de forma sostenible en escala mundial.   El desarme, por ejemplo, no puede ser a nivel unilateral, ni multilateral, sino universal.  Lo que nos impiden atenderlas se deben a los prejuicios e intereses nacionalistas, de credo, clase o partido, étnicas, o de género.  Estos son los fetiches e ídolos falsos que mantienen al mundo en constante zozobra, siempre al borde de guerras y amenizados del terrorismo.

            La parte ineludible de encontrar cohesión como ser humano, y realmente inseparable de la conciencia de la unidad del género humano, es una convicción que él es un ser más complejo que un ente económico o un animal político.  Cada individuo pertenece a una creación cumbre que consiste de miembros de infinita diversidad y totalmente dependiente de otros para su subsistencia.   Esto requiere el reconocimiento de su configuración primaria como un ser de naturaleza espiritual tanto como material, y su espiritualidad es lo que le infunda el luchar,  no contra otros, sino para realizar las potencialidades inherentes en él mismo como un ser noble criado.   Es decir, un ser destinado para comprender, amar y sentir parte de una creación hecha en imagen y semejanza de su Creador.  

            Siendo un ser destinado a ser comprensivo y bondadoso, y que pertenece a una sola humanidad, cuya subsistencia depende de otros, no hay alternativa salvo de enfocarnos en la mística de una humanidad de la mayor diversidad, pero unida en todo lo que la paz demanda.   La paz que todas las Sagradas Escrituras han prometido, no es una mera cesación de actividades bélicas, es una unidad dinámica y la resolución de pertenecer a un organismo destinado por Dios para construir una civilización cumbre en esta tierra.    Y estas dos cosas: la espiritualización del carácter humano y la unidad del género humano, son los desafíos para aquellos que podrían  mantener la esperanza durante las apocalípticas condiciones de estos tiempos.     

            Esta conciencia, el verdadero espíritu de nuestra edad, ha estado gestando durante largos años, y se intensifica con el choque con los moribundos residuos, ilusiones y prejuicios de una edad  en bancarrota social y moral.   Aunque la lucha puede ser prodigiosa y de extrema destructividad, la promesa es que por fin vencerá aquello que conduce a una edad de justicia, hermandad y paz mencionada todas las Escrituras Sagradas de la humanidad.  

El adoctrinamiento de manías y fanatismos

Ya que estamos tratando con el conocimiento científico en relación con la religión y la identidad, sería oportuno aquí examinar las causas de las manías y rencores religiosos, raciales, nacionalistas, sectarios y de clase y del fanatismo, de acuerdo a la opinión de psiquíatras y psicólogos.  El adoctrinamiento en las primeras etapas de la niñez, naturalmente, tiene mucho que ver con estos prejuicios y con la desconfianza hacia diferentes personas y pertinencias.  Las presiones por ver a otros grupos étnicos o nacionalistas como malos, hacen muy difícil la consideración de lealtades que trasciendan a la propia inmediata identificación.  En el siglo veinte hemos visto como los movimientos más agresivos se han levantado sobre el adoctrinamiento sistemático de los ciudadanos, especialmente efectivo cuando están presentes resentimientos hacia un adversario.  Su inevitable fruto es el conflicto y la eventual destrucción de aquella sociedad a la que se le predica ese enfoque limitado.  Pero también hay otra consecuencia de los conceptos arcaicos cerrados que han sido insertados en las religiones monoteístas.  Cuando los creyentes de una nación corren a sus templos a rogarle a Dios que bendiga sus armas para poder matar el mayor número posible de creyentes de la misma fe en otra nación, y viceversa, esto no es solamente una reversión a lo arcaico de los dioses y tribus y naciones, sino también una violación extrema de todos sus propios mensajes éticos originales.  Esto ha ocurrido durante siglos dentro de los dominios del cristianismo, el Islam y otras denominaciones, siendo esto una prueba del poder de lo étnico y nacional sobre los centros de atracción espirituales.

Afortunadamente esta conducta ya no es aceptable entre muchos cristianos, quienes han tenido que aceptar las realidades y necesidades del intercambio requerido por el mundo moderno.  También los han obligado a regresar a sus propias raíces éticas y más universales en las enseñanzas de Cristo.  No podemos negar que nuestros procesos educativos tienen que ser fuertes en la persecución de una sociedad más armoniosa y tolerante en la cual la diversidad se ha vuelto mucho más concentrada.   Este proceso no es muy aceptado con las versiones arcaicas de la religión pero muy consonantes a  la esencia de sus enseñanzas.

La otra causa de intolerancia y fanatismo es más individual y anormal.  Cuando la estrechez mental llega a extremos de fanatismo, el enfoque se vuelve patológico.  En síntesis, la teoría más aceptable es que el rencor, los prejuicios y los apegos militantes a identidades limitadas a “lo mío”, tienen mucho que ver con la crisis y traumas de las primeras épocas que truncaron la expansión normal de nuestros círculos de inclusión y afecto.  El infante nace totalmente egocéntrico, y esto es comprensible ya que no puede hacer nada por sí mismo y el sobrevivir es su principal obsesión.  En un principio muestra su afecto a su madre quien le da su sostenimiento y amor, luego a su padre, sus hermanos, abuelos, amigos y animales en su entorno. Poco a poco sus horizontes de afecto e identificación social se expanden a sus vecinos, su pueblo, su país e idealmente incluyen, en la madurez, a toda la humanidad.   Pero si en una u otra de estas etapas sufre un trauma severo, o si así se le adoctrina, sus lealtades sociales se retractan hasta solidificarse en aquello que ofrece la mayor seguridad dentro de su pertinencia. “Esto es mío” puede llegar a cristalizarse en sus raíces, su clan, su tribu, su grupo étnico, su credo o nación.  En casos extremos, una persona tan así incapacitada ve todos los segmentos fuera de esta pertinencia no solamente como sus adversarios sino como aquellos obsesionados con hacerle daño.  Esta patología es con frecuencia asociada con la paranoia y con muchas teorías de conspiración que caracterizan mucho del antisemitismo y otros maniqueos modos de pensar que tienen que encontrar lo diabólico en “el otro”.

Este temor de perder “lo mío”, que delimita la pertinencia de uno a ese grupo social asociado con la preservación del más elemental ego, con frecuencia describe una identidad negativa y destructiva.  Yace en el fondo del criminal insensible, obsesionado con su pandilla e incapaz de sentir el dolor o la pérdida de su víctima; yace en el fondo de la lealtad hacia los miembros de tribus y a veces inclusive en el fondo del fanatismo religioso, ya sea entre seguidores de religiones universales, como entre las denominaciones que las dividen.  Estas, con frecuencia son proyecciones de modos de pensar religioso estrechos, que se extienden hacia dimensiones étnicas, raciales, nacional-patrióticas, clasistas y político-ideológicas.  La predadora crueldad de los dictadores con frecuencia es causada por una mezcla de esta truncada expansión de afecto con profundos elementos egocéntricos y sicópatas como la megalomanía.

Las acciones con las cuales las sociedades deberían responder a estas manías y fanatismos tienen que incluir, por supuesto, sanciones o castigos relativos a las ofensas, y deberían incluir terapias de sensibilización psicológica y una gradual ampliación de los círculos afectivos ya que todo castigo sin arrepentimiento y auto-convencimiento de que se actuó mal, solamente endurece al malhechor y lo hace más antisocial.

Por extensión, el hecho que las cortes internacionales ahora puedan enjuiciar y sancionar “crímenes contra la humanidad” representa un saludable paso que no debe ser obstruido por nociones de impunidad basadas en la soberanía nacional.  Hasta ahora esta presunción se ha convertido en un escudo para encubrir una multitud de desvergonzadas y grotescas campañas de represión y genocidio.  Uno de los más censurables aspectos del nacionalismo y de las convenciones diplomáticas es la que obliga a la humanidad a no involucrarse y observar con impotencia las flagrantes violaciones de los derechos humanos, la pérdida forzosa de identidades y horribles masacres.  La legislación mundial se está convirtiendo en otro imperativo para la paz, y la verdadera prevención necesita leyes que inspiren profundo temor de cometer dichos abusos. 

Cuando estas sanciones externas estén colocadas, deberá agregarse la convicción interna y la educación moral de cada niño, basada en promesas y amenazas.  Estoy convencido de que hay leyes morales que, con el tiempo, resultarán ser tan firmes como las leyes de la física, y que éstas proceden de una justicia superior que tarde o temprano se hará sentir, ya sea a través de agentes humanos o por medio de las más altas leyes morales de la vida.  Tanto la justicia Divina como la humana operan por medio de sanciones o castigos por conducta negativa, y reconociendo y premiando la conducta positiva.  Las Sagradas Escrituras de las religiones universales han establecido estas como los pilares gemelos que sostienen el universo moral.  Al mismo tiempo, dichos principios afirman que la venganza y la retribución no deben proceder del individuo, quien es alentado a perdonar a sus enemigos y a devolver bien por mal.  Es la función de los poderes como el Estado y una eventual autoridad mundial, el imponer castigos y dar recompensas para la protección y el orden de la sociedad.  La tercera terapia es dar a conocer que la más grande seguridad personal y los mejores antídotos para esos temores y fobias no se encuentran en espacios menores de la inclusión del infractor, sino en los círculos más amplios de afecto y lealtad. En todo caso, la prevención es preferible a la curación, y la conciencia de la importancia del afecto y de la formación del carácter por parte de los padres y educadores, en contraste con los nefastos efectos de la traición de este proceso, debería de gradualmente restaurar la confianza y validez en los sistemas humanos.  Esto, creo, es otra área en la cual las ciencias sociales y humanas pueden encontrar enlaces comunes con las enseñanzas religiosas.

Pero aún más, la religión hace necesario, de alguna manera, que el individuo que sufre estos males, por cierto todas las personas, debe estar conciente de que las virtudes morales y espirituales que forman su carácter están latentes, como una semilla que se encuentra en lo más recóndito de su ser y que debe ser cultivada.   Las mentalidades negativas y limitadas y las sofocaciones emocionales han bloqueado el desarrollo de estas virtudes y nos han cegado al conocimiento de nuestro propio potencial y realidad como humanos.  Tanto el materialismo cínico como los efectos de una teología que insiste en que el ser humano es intrínsicamente malvado y pecaminoso, y que solamente una cierta creencia y sacramento externo puede salvarlo de su maldad, no le han ayudado en la formación del carácter, que es el potenciar y desarrollar sus virtudes latentes.

Esta formación se logra hurgando en la mina del propio ser para descubrir las joyas que se encuentran adentro, sacándolas y gradualmente puliéndolas.  Si el hombre está en realidad hecho a semejanza de su Creador, estas cualidades espirituales existen potencialmente en su alma, y el significado de la vida es luchar por descubrirlas y capacitarlas.  Aun cuando su naturaleza material egoísta es muy fuerte e insistente, y puede, debido a negligencia, fácilmente dominarlo a través de su ego más elemental, el propósito de su existencia es desarrollar la potencial nobleza de carácter, conducta y dignidad que son su inalienable derecho.

Una alta proporción de crímenes y conductas antisociales, de los jóvenes, es auto justificada como adicciones y la carencia afectiva o como la necesidad de escapar de un estilo de vida banal y aburrida.  Estoy sinceramente convencido que esta lucha por descubrir y fortalecer nuestras virtudes y cualidades latentes constituye un interminable drama sin paralelo.  No existe ningún momento tedioso en este proceso espiritual.  Las adversidades y las pruebas, así como los deleites y triunfos, tienen un papel crucial en este esfuerzo.  Estas pruebas deben verse como una dolorosa poda que ayudará al árbol a producir más y mejores frutos.  Creo que esto será el tema de la literatura, el drama y otras artes en un eventual futuro cuando el ser humano esté conciente de su realidad espiritual y de la grandeza potencial en su posición.  También creo que todos los estudios, incluyendo los de ciencias humanas y médicas, eventualmente darán su apoyo a esta posición.  

Parte Dos

Aspectos Externos de la Identidad

Como fuente de Contienda

Algunas personas ansían encontrar su lugar o identidad como miembros de grupos étnicos o sectarios que, en el pasado, han parecido ser más estables y definibles.  Si uno se limita a sí mismo a ser serbio, bosnio, croata, celta, anglosajón, azteca, maya, singalés, tamil, tutti, hutu, chechenio, mongol, turco, armenio, judío, árabe, kurdo, vasco, etc., uno puede encontrar en estas herencias y pertinencias y muchos lazos que son ricos cohesivos y nostálgicos que nos relaciona a significativas tradiciones y culturas.   Pero uno también tiene que asumir un lastre de barbaridad,  violencia y luchas sangrientas, ya que ningún pueblo posee historias sin estas contradicciones. Cuando hablamos de lealtades sanas, obviamente no estamos tratando de apegos a estos lastres viciosos.   Todos los humanos pertenecen a segmentos de identificación con todas las contradicciones inherentes de una persona,  aunque no necesariamente de su propia persona.

Las Patologías de la Violencia

En algunos casos, como en todos los continentes, la lealtad o identidad hacia un grupo étnico puede ser el resultado de resentimientos o venganzas que provocan actos grotescos y aún genocidios.  Un grupo se justifica a si mismo, se obsesiona con los recuerdos de pasadas ofensas, busca desagravios y el adversario es sometido a “limpiezas étnicas”.  Sabemos que la religión colorea la vida de todas estas culturas, y ayuda a mantenerlas unidas.  Pero preguntamos: ¿qué pasó con la formación de virtudes morales y espirituales que sus respectivos credos deberían haberles enseñado, al cometer tales atrocidades?  ¿Es la naturaleza humana material y la sed de agresión y venganza tan fuerte que borra todo rastro de atributos morales que deberían haber sido cultivadas en sus sinagogas, iglesias, mezquitas y otros templos?  Aparentemente las respuestas afirman que sí, la baja naturaleza en el hombre, en momentos en que se sienten deseos de agredir o vengar,  fácilmente vencen los impulsos de su naturaleza espiritual.  ¿Pero puede el hombre ser educado a tal punto que su baja naturaleza no lo domine? 

La respuesta a esta última pregunta también es sí, la naturaleza humana puede cambiar y se puede educar a los humanos para que lo espiritual domine en ellos.  La historia también ha producido verdaderos santos y épocas de dramática transformación en que el espíritu de religión produce ejemplos de paciencia, abnegación y heroísmo moral.   El grado de cambio que nuestro tiempo requiere será determinado por la fuerza de nuestra respuesta espiritual.  En tiempos de escepticismo y materialismo, esta fuerza es muy débil.  El fanatismo, los conflictos entre creencias, sectarismo y luchas políticas no sólo impiden responder a este desafío, sino se hallan  entre los principales causantes del mal.   La humanidad no pasará las pruebas o responderá para aplacar las pasiones sin un remedio que lo une y lo espiritualiza, y las religiones tradicionales que habían mostrado en sus orígenes la capacidad de responder a grandes desafíos, desde siglos han perdido la vitalidad y fuerza para hacerlo ahora.   El elixir que antes podía curar, se ha evaporado.  Las religiones han llegado a ser como tablero de damas, y aunque los cuadros claros todavía pueden mostrar su capacidad para cumplir funciones positivas y civilizadoras, es evidente que los cuadros oscuros nos enseñan su incapacidad de seguir las normas originales de su fe.  La religión es una fuerza poderosa, para bien o para mal.  “Por sus frutos los conoceréis”[40], indica el único criterio con el cual su eficacia puede ser evaluada. 

Una explicación parcial del reciente resurgimiento del odio entre identidades y credos contendientes es que desde el final de la Guerra Fría y sus enfoques maniqueos, hubo durante un tiempo un vacío emocional e ideológico.  Ha sido difícil para mucha gente adaptarse a un mundo en el cual no había un “imperio malvado”.  Es interesante que cada lado tildaba a su adversario de  satánico, hacia quien se podría considerar como la fuente de todo mal y sentirse a sí mismo como de “los buenos” en un mundo de absolutos.  Para ciertos marcos mentales, este incómodo vacío fue llenado con el recrudecimiento del odio racial, étnico y religioso, especialmente en aquellos lugares en los cuales uno podía libremente asignar el título de “malvado” al adversario para justificar respuestas violentas.  Creo, con muchos psicólogos, que en la mayoría de casos esta urgencia por encontrar nuevos enemigos y chivos expiatorios es, en el fondo, el producto de personas y grupos que desesperadamente necesitan sentirse bien y, para evitar la contemplación de sus propios defectos, los proyectan hacia los más convenientes y luego los llaman “diabólicos”.   Mucha de la ira al adversario esconde esta frustración en resolver los defectos propios.   En unos casos, un antídoto de esta tendencia es de tratar de buscar dialogo y amistad con tales adversarios para hallar la raíz de la aversión y descubrir que se hallan en la desobediencia de sus respectivos mandamientos morales, comunes a sus respectivas religiones.   Las religiones: el cristianismo, el Islam, el judaísmo, el budismo, el hinduismo, la fe bahá’í,  han enseñado que el odio nunca debe ser la respuesta al odio  ya que nunca lo calmará.   El devolver bien por mal y amor por odio es lo que han enseñado.    Pero tales virtudes suelen ser muy difíciles, antinaturales e inconvenientes para aquellos dirigentes que mantienen su control sobre los feligreses a base de estimular los agravios y promover el enfoque de “nosotros contra ellos”.  Son difíciles y antinaturales porque esconden y proyectan muchos de sus propios defectos que no quieren encarar.    

Dichas personas y regímenes con frecuencia llegan a grandes extremos para justificar y satisfacer esta demanda de chivos expiatorios.  Un ejemplo de esto fue el régimen del Zar Ruso a finales del siglo diecinueve que ordenó a su Policía Secreta inventar una elaborada falsificación, “Los Protocolos de los Sabios de Sión”, para luego difundirlo en todo el mundo, desviando de ellos la responsabilidad por sus propios fracasos, acusando a los judíos y otros de todas las intrigas y males del mundo, así justificando sus campañas de limpieza y persecución.   Fue solamente en la década de los cuarentas del siglo veinte, que se descubrió, al identificar sus orígenes literarios, que ese documento era una total invención.  Pero los nazis y otros antisemitas han continuado basando muchos de sus teorías de conspiración en dicho documento fraudulento.  Para ellos ha llenado una perversa necesidad psíquica: nuestros defectos no son de nuestra culpa, son la culpa de “ellos”.   Esto lo podemos encontrar en casi todas las pasiones y conflictos ideológicos y políticos del mundo.  

Esto tiene una fuerte relación con las raíces doctrinarias de tales defectos.  En su perspicaz estudio sobre la violencia, el Dr. Housein Danesh [41]  describe como esta dicotomía del bien versus el mal, que precisamente requiere la existencia de los buenos y salvados contra los malvados y condenados, lleva al síndrome de “nosotros contra ellos”, y a la consecuente justificación de toda clase de violencia.   La construcción de prejuicios (juicios anticipados) y de actitudes negativas hacia los demás son intentos de arribar a una identidad de creencia de “yo soy de los buenos y salvados”.  Esto ocurre porque uno no ha logrado una identidad interna  sincera,  sana y satisfactoria.  Es obvio que los resentimientos por pasadas ofensas son parte de la mezcla, pero es muy difícil encontrar cualquiera de las partes de un conflicto humano que ha sido por algún tiempo inocente de tales ofensas.  Ciertamente no resuelve nada.  Nos llega a la muy sabia observación de C.S. Lewis: “el resentimiento es como tomar veneno y esperar que el otro se muera”.  El prejuicio basado en este resentimiento es ciego y deshonesto cuando ve en los adversarios solamente victimarios y en el propio grupo solamente víctimas.  Esto es común entre personas que no quieren fijarse, o permitir que otros se fijen, en sus propios defectos o pasadas ofensas, y que tratan de justificarse a si mismos desviando la atención hacia todos los males del adversario.  Sabemos bien lo que esto puede producir en nuestros tiempos de poca reflexión.  Los acusadores pueden convertirse en agresores en base a medias verdades o decepción, y aquellos que son tratados como enemigos sanguinarios o inferiores, con el tiempo se conviertan en enemigos sanguinarios y resentidos.  

Identidades Religiosas y Sectarias

Hemos expuesto mucho acerca del papel de la religión en el establecimiento de identidades internas.  Ahora debemos considerar las identidades religiosas o sectarias que usualmente tienen mucho que ver con el prejuicio y el conflicto.  Esta es la razón por la cual las incluyo aquí como identidades externas.   En muchos lugares, las religiones que en su infancia  eran más dinámicas, civilizadas y tolerantes han llegado a ser viveros de fanatismo y animosidad a tal grado que se han convertido en el principal punto de discordia entre pueblos.  Es también significativo que entre los principales segmentos que se oponen a un mayor entendimiento mundial y más amplios encuentros entre credos, se encuentran aquellos que se identifican con alguna forma de religión tradicional.  Esto es la causa que muchos líderes del pensamiento hayan considerado a la religión como la parte mayor del problema y no de la solución.  No sólo estas  sectas agresivas han dejado de ofrecer una guía positiva para una identidad espiritual interna, sino que actúan como centros para la difusión de desconfianza, odio y violencia. 

La afirmación de que esas orientaciones que promueven la violencia y la venganza religiosa, han minado y pervertido las mismas enseñanzas religiosas que profesan, no es exageración.  El Islam enseñó hospitalidad sincera y atenta a todos los extraños que la solicitaran, promovió en el nombre de su Fe una tolerancia y respeto, especialmente para “la gente del libro”,  (los judíos y cristianos) que por unos siglos iluminó al mundo.  No discriminó entre las tribus étnicas o razas siempre que aceptaran un solo Dios.  Aún los derrotados debían ser tratados de manera humanitaria.  Desde el siglo siete hasta el quince muchos cristianos y judíos prefirieron vivir bajo el dominio musulmán, que era más tolerante y considerado para ellos que los regímenes de su propia confesión.    Mahoma mismo declaró: ¿No les informaré de un acto mejor que el ayunar, caridad y oración?  Hacer la paz entre unos y otros: la enemistad y malicia arranca de las raíces las recompensas celestiales.”[42]

El cristianismo también enseñaba el amor hacia los semejantes, aún hacia los enemigos, y ha producido maravillosas mentes y servicios para beneficio de toda la humanidad.  Todas las religiones enseñaban la Regla de Oro: “Haz a los demás lo que quisieres que te hagan a ti”.  Todas las religiones han enseñado que el amor, no el odio, debe tomar posesión del centro del espíritu del hombre.  Todos han inculcado el perdón y la indulgencia con el ojo que cubre los pecados y defectos de otros.   Unos de sus más destacados y ejemplares fieles honrosamente trataron de vivir sus vidas según tales instrucciones y así dieron veracidad de su fe.   Pero otros han contaminado sus religiones tradicionales que la activa participación en los prejuicios étnicos, nacionales y de clase, luchas despiadadas contra otras creencias, enfoques sectarios, rencores y conflictos entre unos y otros.   Segmentos importantes del liderazgo judío, cristiano y musulmán, como en los demás religiones mundiales, tanto en el pasado como hoy, han fomentado resentimiento, temor y aversión hacia aquellos de otros credos,  mientras consolidaban su poder sobre las mentes de sus feligreses.  Tal conducta resta más de sus pretensiones de autenticidad, que todas las críticas de materialistas escépticos.   Es como si tales dirigentes nunca habían leído o seriamente meditado sobre las exhortaciones de sus propios libros sagrados.

Más aún, en los alegatos de los clérigos de todas las religiones sobre la creencia que su respectivo credo es eternamente válido y final; que las puertas de la guía divina están para siempre cerradas, son  repudios de las promesas en sus propias escrituras sagradas, y que las doctrinas, dogmas y rituales inventados por teólogos en nombre de su fe, son más esenciales para la salvación que las propias palabras y guías de aquellos a quienes juran veneración.   

Esta vanidad ha conducido al rechazo del orgullo europeo desde los tiempos de colonización; un orgullo que pretendía compartir “las bendiciones de la civilización” con pueblos “retrasados” e inferiores.  Esto fue un aspecto innegable de la vanguardia de las misiones cristianas en los pueblos recién descubiertos en los siglos del dieciséis al diecinueve.  Es verdad que muchos de ellos, a los estándares occidentales, estaban cultural y socialmente “retrasados”,  y algunos todavía lo están, pero se creía que esto era genético, de manera que la administración colonial en el mundo tendría que ser eterna.  O sea, las gentes del occidente pensaban que su versión del cristianismo tenía la misión de dominar al resto del mundo.  Este orgullo racial y religioso era, desde el principio, insertado en la mística de lo que por otra parte, eran misiones cristianas bien intencionadas y del servicio humanitario en África, Asia, las Américas y las islas del Pacífico.  No solamente debían “cristianizar” a los “paganos” y enseñarles virtudes cristianas, sino también debían dejar a su paso la estela de su cultura occidental que tildaban como “cristiana”.  La segunda ola de colonización occidental abandonó estas pretensiones religiosas, y se concentró en la explotación económica. Una cultura tecnológicamente avanzada, económicamente agresiva, competiendo ferozmente entre otros imperios del Oeste ya no insistía en valores y proyecciones de las diversas iglesias que ya habían dividido la cristiandad.      Sin embargo, y paradójicamente, habían beneficios innegablemente mixtos en estas fases de la historia y no eran pocas las ventajas que se ganarían de la colonización occidental, sea de título  religioso o secular,  en la educación, regímenes de ley, y obras humanitarias patrocinadas por las poderes coloniales tanto por misiones cristianas.  Aunque una evaluación general del colonialismo todavía no ha sido acordada entre los historiadores,  la crueldad, la explotación tanto de humanos como de recursos naturales, matanzas contra los recalcitrantes, eternamente empañará las páginas de los Imperios, y también los regímenes de la independencia.   Por otra parte las primeras generaciones de pueblos colonizados sufrieron más que las siguientes, y algunas tierras que nunca fueron colonizadas están todavía más retrasadas en ciertos aspectos  educativos, legales y económicos

Algunas regiones del Islam, del hinduismo, budismo y otras creencias e identidades como la maya, la azteca, la inca, el navajo, el zulu, el  tai, culturas del pacífico y cientos de otros que tenían sus propias ricas tradiciones, por fin no tenían fuerzas para resistir la osadía y agresión europea, dominaron sus resentimientos y se adaptaron a algunas de las ventajas.  Al final del colonialismo, cuando todo era una confusa mezcla de beneficios, males y mestizajes, muchos en realidad no sabían quienes eran.  Existe, con todo el materialismo y comercialismo que ahora penetra la humanidad entera, un resurgimiento de aquellas nostálgicas y conexiones con un pasado precolonial.  En la evaluación final, la hegemonía de la europea blanca no era tanto el producto de la religión, sino el de una agresiva superioridad tecnológica que en ese entonces era el producto de muchas fuentes, no muy religiosas y en sus orígenes no tan europeos.

Antes de echar toda la culpa por la desviación religiosa y el fanatismo a los cristianos occidentales, debemos reconocer que había una enorme multitud de agresiones, intolerancias, conquistas y esclavitudes en estas regiones mucho antes de que llegaran los occidentales.  Es ahora reconocido que sus civilizaciones eran bastante violentas y en gran medida habían caído  de sus apogeos antes de las conquistas.  Repito, todas las tribus, grupos étnicos y culturas han sido, en diferentes eras, tanto víctimas como victimarios, esclavos como esclavizantes, conquistados como conquistadores, asimilados como asimiladores, a veces inocentes y a veces culpables.  Es muy interesante que culturas y tierras en distantes lugares, sin conocidos nexos entre ellos, habían pasado simultáneamente por etapas y culturas de la tribu, dominios monárquicos, oligarquías provinciales,  feudalismo, y luchas entre dinastías autócratas.   Después de mayores contactos entre ellos, pasaron por distintas versiones del Estado autocrático, oligárquico y parlamentario con pretensiones demócratas.  La niñez y adolescencia de la raza humana ha visto auto-confianza, agresión y violencia en todos los sectores del mundo, y aún en algunos casos, las misiones religiosas y contactos con otros habían canalizado esta agresión en direcciones de paz y civilización; por medio de emancipadores que defendían a los pueblos conquistados contra los abusos de sus propios compatriotas, como Fray Bartolomé De las Casas y presbítero José Simeón Cañas. 

Así podemos decir que muchos fracasos de las religiones en estas áreas talvez se deban más a la insistente naturaleza egoísta, ambiciosa y materialista que sigue siendo tan poderosa en el hombre.  Pero cuando un alma como León Tolstoy articuló y heroicamente indicó las dramáticas contradicciones entre las enseñanzas y las conductas cristianas, un gran segmento del clero se levantó a acusarlo de anticristiano, anárquico y ateo.       

Cuando las tres religiones Semíticas que descienden de Abraham: el Judaísmo,  el Cristianismo y el Islam, habían traicionado sus respectivas éticas y orígenes, y condujeron a tales atrocidades como hemos visto en el Medio Oriente, los Balcanes, el Sahara, África Central y otros lugares, podemos de nuevo apreciar como es de delgado el barniz de civilización en el mundo,  y cuan fácilmente se puede evaporar cuando la bestia del miedo en la naturaleza humana sale a la superficie y toma el control de los eventos.  Otros, estupefactos ante tales atrocidades, bien puede perder interés en las bendiciones y bellezas de sus credos y culturas.  La Guerra de los Treinta Años en el siglo diecisiete mató a millones de católicos cristianos y protestantes cristianos, y dejó grandes áreas de Europa Central devastadas durante generaciones.   A duras golpes los europeos aprendieron la necesidad de la tolerancia y mejores relaciones entre credos.

Las principales mentes de aquellos siglos se cansaron del fanatismo cristiano y volvieron altamente críticas de las instituciones religiosas y de la intromisión del clero en la contienda política.  Esto llevó a los líderes del pensamiento a recurrir a soluciones humanistas fuera de contextos religiosos y a construir el Estado secular.   Desde entonces, la religión en Europa ha estado a la defensiva y ha tratado en vano de recuperar su preeminencia pasada.  Los primeros humanistas no eran escépticos del mensaje de Cristo, mucho menos ateos.  Erasmo y otros precisamente usaron las enseñanzas de Cristo como correctivos para los abusos de las iglesias y sus teologías.  Pero los líderes del pensamiento se dedicaron a las nuevas ciencias y a las artes y ciencias más seglares, desecharon la comprensión medieval del Cosmos como superstición, y se cansaron de esperar una reforma de pensamiento y conducta desde adentro de las iglesias.  Poco a poco la religión fue considerada impotente para dirigir el futuro de Europa y las recién descubiertas Américas.  La animosidad entre católicos y protestantes, los últimos divididos en muchas facciones con diferentes enfoques sobre la naturaleza de Cristo, del hombre y su propósito, ya no les interesó a los líderes de pensamiento.   La civilización europea dejó de ser mayormente influenciada, no sólo por el cristianismo, sino por la religión en general.  

Al mismo tiempo, la ilustración y tolerancia que caracterizaban al temprano Islam fue abandonado en sus tierras, y resurgió, después de siglos de luchas dinásticos entre califas y el atraso entre pueblos musulmanes, un peculiar resentimiento y fanatismo militante contra el Oeste, pero era tan distante del mensaje y predicas de su Fundador, que ha dejado de prometer más que revanchas y un futuro de pocas perspectivas y caída que Mahoma mismo había profetizado.

La inhabilidad de sus respectivas religiones para resolver sus disputas internas, descarta su posibilidad de responder a las necesidades de una humanidad ahora integrada e interdependiente.  Con estos defectos, los sustitutos sociopolíticos del nacionalismo, comunismo y racismo desacreditados, han tratado de mantener sus dominios sobre las masas volubles y desilusionadas.  Ahora que éstos también han fracasado en reiniciar la civilización, hay una resurgencia superficial y por omisión, de la religión.  Pero de nuevo preguntamos: ¿Qué clase de religión es ésta?  Muchas tienen la necesidad de ver las cosas en términos absolutos (o estás con nosotros o estás contra nosotros), y tienden a desalentar las expresiones culturales en sus regiones, pidiendo a sus creyentes que establezcan su creencia sectaria como la exclusiva propietaria de sus identidades.  En sus formas extremas, uno es el escogido y salvado,  los otros son excluidos y condenados, viendo así conspiraciones satánicas por todos lados.  De nuevo, este fanatismo sectario también viola sus propias raíces espirituales.  En la esencia del cristianismo las divisiones antagónicas no son avaladas.  ¿No dijo Jesús, “Porque donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo.”? [43]

Esta creencia de que el mío es Dios y el tuyo es del Demonio que se nota dentro de las religiones ahora dividas en miles de sectas o partidos, tendrá que reconocer, tarde o temprano, cuanto daño puede causar a la posibilidad de paz y armonía entre los muy diversos segmentos humanos.  Nuevamente, tenemos que separar el trigo de la cizaña.  Estas raíces espirituales afirman que la consecuencia de juzgar a otros, es someterse a ser juzgado.   El ver a otros como enemigos no es el camino, y que la maldad depende del color del cristal con que se mira.  Que no hay nada que pueda contaminar al hombre desde afuera, sino de aquello que sale de adentro.  Los mensajes esenciales insisten en devolver bien por mal y no ver a los demás como condenados.  El amor y la humildad son las madres de todas las otras virtudes, mientras que la animosidad, la hipocresía, el orgullo son los precursores de una caída.

El estereotipar es siempre injusto porque, afortunadamente, hay algunos segmentos religiosos que tienden hacia la espiritualidad, la tolerancia y el abnegado servicio y mayor comprensión ecuménica.  Por fortuna también se encuentran individuos en las numerosas denominaciones y grupos que son independientes en su modo de pensar, y yo he escuchado de dichas personas su convicción de que es a través de su conducta y forma de vida, y no por la pertinencia a cierta denominación, que uno debería será juzgado.  Conozco a personas en estas congregaciones cuya amistad aprecio mucho y con quienes me siento muy a gusto. Pero esto todavía no esconde una corriente en su literatura que alega la superioridad de su particular secta sobre todas las demás, y el camino favorecido para la salvación.

Esta multiplicación de literalmente miles de sectas es más crítico de lo que se puede imaginar, ya que la identidad siempre ha estado profundamente relacionada con la pertinencia religiosa.   Las religiones requieren mucha introspección dolorosa y desprendida entre sus adeptos.  Aunque podemos ver y apreciar que algunos líderes religiosos apoyan esta tendencia más ecuménica, en general todavía no podemos ver la voluntad necesaria entre sus congregaciones para dejar las fijas posiciones doctrinarias que han causado tantos conflictos.   Esto subraya la incapacidad de las religiones en general para atender la crisis de nuestra identidad en estos tiempos.

En otros casos, hay señales de esperanza y conciencia, aún en credos que hasta ahora no han sido muy conocidos por su tolerancia, de que si al árbol se le conocería por sus frutos, el odio y la violencia que rondan alrededor de los conflictos sectarios tienen que ser frutos de un malsano árbol.  Como se dijo, las enseñanzas del Antiguo y Nuevo Testamento, del Corán y de otras Sagradas Escrituras tienen tantas bellas e innegablemente nobles enseñanzas como el afecto hacia otros, la indulgencia para los defectos ajenos y la conducta bondadosa.  Si la intolerancia y el fanatismo dominan las condiciones entre gentes identificadas con estas religiones, es evidente que no estamos tratando con el mensaje original, y posiblemente no con los sentimientos internos de muchos de los seguidores, sino con la herencia de aportes y dogmas de falibles mentes de antaño, que entre fieras controversias, establecieron posiciones que ahora son inaceptables.   Estos aportes tienen mucho que ver con la insistente adicción e imitación de las herencias arcaicas, o sea las versiones nacionales o étnicas de las religiones paganas.   Un gran número de eminentes historiadores insisten que estas religiones asimilaron mucha “cizaña” de los tiempos arcaicos y que ésta, con la acumulada veneración de tantos siglos ahora se consideran aún más vitales para su identidad, que el “trigo” de las enseñanzas de sus inspirados Fundadores.   

Las adulteraciones se han originado de prejuicios populares y decisiones oportunistas que sus líderes no han podido resistir.  Muchos de aquellos hombres y mujeres que han sido los más auténticos santos, (y todas las religiones han tenido santos auténticos), resaltan porque tuvieron una más clara discriminación entre lo puro y lo adulterado, el trigo y la cizaña, aquello que une y aquello que divide, más la importancia de vivir la vida que sus propias escrituras les han señalado.  

En la mayoría de los casos de violencia endémica, podemos encontrar algún aspecto crucial religioso.  En general estas pasiones responden a antiguas fuerzas y resentimientos, o sea el fruto de la cizaña.  Al recordársele esto, la respuesta conciente o inconsciente del fanático es usualmente algo como esto: “La guía de las Escrituras divinas realmente no aplica a esta situación particular. Dios no conoce la situación pero nosotros sí la conocemos.  Por esta razón debemos predicar intolerancia, venganza y el dominio nuestro”.  Dicha osadía ha estado evidente en dogmas, bulas, fatuas y otros pronunciamientos que justifican tales vicios y ahora son vistas como la deshonra de la religión.

Mi señalamiento aquí es que la necesidad de paz en el mundo debe obligar a las religiones a asumir su debido papel en la espiritualización y unificación de los pueblos.  Si no se emancipa  del dominio de aquellos hábitos y dogmas que durante siglos las han adulterado, corren el riesgo de ser relegadas y desechadas como irrelevantes ante el imperativo de la paz.  La paz mundial es el más importante problema en nuestro tiempo de armas catastróficas, emociones explosivas y concentración de poblaciones y creencias tan diversas.  Una paz real y duradera, no es posible sin una unidad de visión y un consenso espiritual.

Ahora comparemos y fortalezcamos nuestro caso definiendo la Regla de Oro y versos similares, que se encuentra como la ética suprema y común que todas las religiones comparten.

En los escritos Hindúes leemos: “Los hombres dotados de inteligencia y las almas purificadas deberían tratar a los demás como ellos mismos quisieran ser tratados”. (Maja-Bharata 13:115-122). “Las flores de los altares son de muchas variedades, pero la adoración es una sola. Los sistemas de fe son distintos, pero Dios es uno solo.  El objeto de toda religión es encontrar a Dios”. (Citado en Vedama Padymula)

 En el Budismo encontramos: “No lastimes a los demás con lo que te aflige a ti mismo”. (Udana Varga 5:18)  “Jamás pienses o digas que tu religión es la mejor. Jamás menosprecies la religión de los otros”. (citado en los Edictos de Asoka)

 En el Zoroastrismo“No hagas a los demás lo que no es bueno para ti.”. (Shyat-na-shyast). “Si se reconoce que la religión de todos los Seres Santos es la verdad, y sus leyes, la virtud, y ésta es ansiosamente anhelada por las criaturas, ¿por qué hay en la mayor parte de ellas tantas sectas, tantas creencias y tantas invenciones humanas? (Menog-I-Khrad).

En el Judaísmo“No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo”.  (Levítico 19:18) “¿No tenemos todos un mismo Padre? ¿No nos ha creado un mismo Dios? ¿Por qué, pues, nos portamos desleales el uno contra el otro, profanando el pacto de nuestros padres?” (Malaquías 2:10).  “¡Oh hombres! El te ha declarado lo que es bueno, y ¿qué pide Jehová de ti?: Solamente hacer justicia y amar a la misericordia y humillarte ante tu Dios” (Miqueas 6:8).

En el Cristianismo: “Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos” (Mateo 7:12). “Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre la faz de la tierra.  Dios no hace distinción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia.” (Hechos 17). “Pero a vosotros los que oís, os digo, amad a vuestros enemigos, haz bien a los que os aborrecen, bendecid a los que os maldicen; orad por los que os vituperan, al que te hiere en la mejilla, preséntale la otra…” (Lucas 6 27-29) También tengo ovejas que no son de este redil, aquellas también debo traer, y oirán mi voz, y habrá un rebaño y un pastor.” (Juan 10:16).

En el Islam: “Ninguno de vosotros es un creyente a menos que desee para su hermano lo que desee para sí mismo” (Hadit).  “Al principio los pueblos constituían una sola nación.  Entonces Dios envió a los Profetas como los que traen buenas nuevas y amonestadores y, en verdad, envió con ellos el Libro para dirimir las divergencias entre la gente” (Corán, Sura 2:213).  “Asid, todos, el cordón fuerte del Amor Divino - Amor del uno a otro, y del único Dios - y no pienses jamás en la separación”. (Corán - la unidad esencial de todas las religiones, Trad. Picthall).”Todas las criaturas de Dios son su familia. El es más amado de Dios que hace verdadero bien a los miembros de la familia de Dios.” (hadit)

En la Fe Bahá’i: “Si anhelas la justicia, elige para los demás lo que elegirías para ti mismo… bienaventurado es el hombre que prefiere a su hermano antes que a sí mismo…” (Palabras del Paraíso).  “Iluminad y santificad vuestros corazones; no dejéis que sean profanados por las espinas del odio y los cardos de la malicia.  Moráis en un único mundo y habéis sido creados por la acción de una única voluntad.  Bendito es aquel que se asocia con todos los hombres con un espíritu de la mayor bondad y amor”. (Pasajes de los Escritos de Bahá’u’lláh, p. 246).

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Hay cuatro principios fundamentales comunes a las enseñanzas de todas estas religiones universales.  Uno es que todas suponen una Fuerza Suprema singular y universal.  En sus orígenes todas han sido, de uno u otro grado, monoteístas.  Esto es válido aún si el devoto se dirige a varios dioses, ídolos o santos, lo que representa cierta degeneración del impulso original, o una reversión a creencias arcaicas.  Si existe un Solo Dios, entonces Su diseño eventual tiene que contemplar la armonización y unidad de Su creación conciente, o sea toda la humanidad.

El segundo consiste en que los principios morales centrales, instruidos en todas las religiones han sido esencialmente los mismos.  La reflexión sincera de los anteriores versos debería llevarnos a la apreciación de su unidad de propósito, su insistencia en una conducta de amor y armonía y el alejamiento del odio y la discordia.  La regla de oro en realidad es una ética universal.  La principal diferencia parece ser que la comprensión de sus fieles de las fronteras sociales de esta ética, o sea ¿quién es mi vecino?   Es evidente ahora que el vecino es todo humano que vive sobre el planeta.  Pero el afecto y lealtad de inclusión gradualmente ha crecido de la tribu, a la ciudad, a la nación de cada uno y ahora está exigiendo la inclusión de toda la humanidad.  En la parábola del Buen Samaritano, Cristo dejó bien claro que aquellas gentes excluidas y discriminadas, como eran los Samaritanos en su tiempo, deben también ser objeto de inclusión en la ética de servicio amoroso.  Esta parábola se dirige a todos los prejuicios humanos  que producen aversión entre los pueblos.

El tercer principio fundamental es la creencia en una vida más allá de la muerte.  Es difícil encontrar una cultura, no importa cuan antigua, que no manifieste la veneración para los difuntos y la preparación cuidadosa para el progreso y bienestar de su espíritu en otra dimensión.  Por cierto que sería imposible convencer al ser humano de la justicia y misericordia de Dios si estas no incluyen las recompensas y sanciones espirituales que serán recibidas en una existencia más allá de esta vida, que es con frecuencia, un valle de lágrimas.  Parecería que la mente humana está configurada en esta dimensión.

El cuarto aspecto que estas religiones tienen en común, es la creencia en un Día del Juicio, o una promesa, en tiempo histórico, de que las almas serán pasadas por un tamiz y un valle de decisión, juicio y castigo,  antes de lograr la hermandad, justicia y paz en esta tierra.  Es decir la realización de las potencialidades latentes en la humanidad vendrá después de pasar un tiempo de severas pruebas.   Todas dejan claro que el proceso de tamizado se realizaría como el producto de grandes dudas y decisiones.   La raíz de la palabra “Apocalipsis” del griego, significa “aclaración”.  O sea, un tiempo en que cambios dramáticos explicarán los propósitos benevolentes de un Creador Todo Sabio y los respectivos destinos de los iluminados fieles y los oscurecidos rebeldes.     

A pesar de todos estos aspectos comunes, hasta ahora la humanidad se ha concentrado en las diferencias y en elegir entre sectas que dividen las religiones universales.   Es curioso que sus respectivas Sagradas Escrituras hayan pronosticado estos procesos cuando cuentan de la mezcla de la cizaña de dogmas y prácticas defectuosas, con el trigo de las enseñanzas esenciales y genuinas.  Pero también predicen un tiempo de separación de los falsos de los verdaderos, “por sus frutos”,  antes de una resolución de sus diferencias y el aceptar una sola Fe que a su tiempo unirá a la humanidad. 

En general, las masas siempre han aceptado alguna religión como es presentada en su región o por sus progenitores que se puede acomodar a sus tradicionales formas de visión y prácticas.   Especialmente se adoptan a aquellas creencias que fortalecen sus identidades étnicas o provinciales.  Pero estos mismos acomodos a menudo les impiden practicar versiones de religión que les ilumine nuevos horizontes y ejerza una dinámica influencia sobre sus conductas.  Esto, reafirmo,  requeriría la incómoda tarea de desarrollar virtudes espirituales y morales, como el devolver bien por mal, amar a los enemigos o perdonar ofensas, que parecen ser tan contrarios a las tendencias de su naturaleza humana.  Es innegable que dentro de estos credos ha habido santos genuinos y seguidores sinceros quienes se han dedicado al servicio de Dios y el amor hacia sus semejantes, sin importar los sacrificios o consecuencias.  Pero las masas no se han levantado más allá de los efectos de una muy limitada levadura de moralidad y decoro civilizado, que, en momentos de temor y confusión, han sido barridos por paroxismos de odio, venganza y violencia, aún en nombre de su amada fe religiosa.   Las masas siempre han sido religiosas, pero muy raramente han sido espirituales u obedientes a sus mandamientos.   La mayoría de ellas  quieren que se les asegure el cielo a través de los atajos sacramentales y rituales en el nombre de fe,  pero no tanto a través de la conducta y el vivir la vida que su venerado Iniciador les indicaba.   Así, no participan profundamente en una identidad espiritual interna sino solamente una superficial, y con frecuencia competitiva, identidad externa.  La gran mayoría de creyentes simplemente han heredado la religión de su área geográfica o de sus anteriores generaciones, y con la mezcla de su fe y su etnocentrismo, se consideran salvados.   

Las nuevas exigencias de religión en nuestros tiempos

En este tiempo la exigencia es diferente.  Requiere que las mentes y corazones humanos estén conscientes de propósitos y diseños atrás de una historia que involucra a toda la humanidad.  Los observadores superficiales sólo ven lo accidental, en que la historia parece nada más que “una miserable cosa tras otra”.  En realidad es el desenvolvimiento accidentado y de muchos altibajos, surgimientos y caídas, de civilizaciones y naciones, con triunfos y fracasos, viajes exitosos y naufragios, dichas y tragedias, individuos santos y perversos, iluminados e ignorantes,  mansos y arrogantes,  dirigentes justos y crueles, abnegados y megalómanos administradores, o mezclas de estos, todos sujetos a las inmutables leyes del constante cambio.   Todo yace debajo de un vasto diseño y bóveda de propósitos y soberanía divina que permite riendas sueltas al libre albedrío, a la duda y las perversidades humanas, para que la humanidad este provista de oportunidades de aprender a golpes o por auto persuasión serenas.   Todo esto es confirmado por los versos proféticos, que en lenguaje alegórico se hallan en todas las Sagradas Escrituras del mundo.   Las brumas que ocultan el sentido de estos versos se comienzan a disipar.  Nos aclaran algo de la vasta escala y altura en que opera este diseño. 

Lo que ahora se requiere es un grado de conocimiento, fe y transformación interna que para muchas personas parece un reto demasiado grande.  Pero no debemos descontar que todas las profecías también hablan de las crisis y cambios dinámicos en tal tiempo como el nuestro  podrían estar preparando a la raza humana para la próxima era, y la consecuente unidad humana,   mediante la espiritualización y madurez del carácter.  El filósofo Karl Jaspers, basa su visión histórica en “un solo origen y una meta única, ambas desconocidas en hecho, pero expresadas simbólicamente en los mitos cristianos del Génesis y del Apocalipsis. En su esquema de historia, las civilizaciones y culturas se vuelven “meros instrumentos del desarrollo progresivo de sus orígenes comunes en un pasado remoto a su destino común en un futuro imprevisto”. [44]

Necesitamos una nueva manera de ver y comprender el propósito de la religión.  No es solamente un refugio para nuestras tribulaciones o un bálsamo para nuestras emociones, y no es una manera de satisfacer nuestras deseos materiales, ni un atajo hacia la salvación personal o una etiqueta que llenar cuando nos preguntan de nuestra afiliación, o para sentirnos parte de la costumbre social y casarnos y llegar a la tumba de acuerdo a ella.  Debe ser proactiva y poderosamente creativa en engendrar todas aquellas latentes capacidades espirituales que necesitan ser cultivadas para una vida plena y de profundo sentido.  También ofrece lo que  cura las heridas de nuestras divididas identidades, todo lo cual requiere compromisos duraderos para toda la vida.  Yo propongo esta meditación de todo lo que es real en la religión y es común a todas las religiones:

            “Dios ha creado a todos los humanos, y todos los países del mundo son parte del mismo globo.  Todos nosotros somos sus siervos. Él es bondadoso y justo con todos. ¿Por qué debemos ser despiadados e injustos unos con otros? Él provee para todos. ¿Por qué nos despojamos mutuamente?  Él protege y resguarda a todos.  ¿Por qué debemos matar a nuestros congéneres?  Si estas guerras y contiendas fuesen por el bien de la religión, es evidente que violan el espíritu y la base de toda religión.  Todas las Manifestaciones divinas han proclamado la unidad de Dios y la unidad de la humanidad.  Enseñaron que los hombres deben amarse y ayudarse mutuamente para poder progresar.  Ahora, si este concepto de la religión es la verdad, su principio esencial es la unidad de la humanidad.  La verdad fundamental de las Manifestaciones es la paz.  Este es el fundamento de toda religión, de toda justicia.  El propósito divino es que los hombres vivan en unidad, concordia y acuerdo y se amen unos a otros.  Considerad las virtudes del mundo humano y comprended que la unidad de la humanidad es el fundamento principal de todas ellas.  Leed el Evangelio y los otros Libros Sagrados.  Encontraréis que sus principios son uno y el mismo.  Por tanto, la unidad es la verdad esencial de la religión y, cuando así es entendida, abarca todas las virtudes del mundo humano… Este conocimiento ha sido difundido, los ojos han sido abiertos y los oídos se han vuelto atentos.  Por tanto, debemos esforzarnos para promulgar y practicar la religión de Dios, que ha sido fundada por todos los Profetas.  Y la religión de Dios es amor y unidad absolutos”. [45]

Aquí es evidente que los conflictos sectarios entre credos, las luchas entre obsesionados fanáticos han sido elaborados sobre bases teológicas erróneas y malformados  modos de pensar.  Lo que ahora se saben sobre la religión y que hubieran evitado la cristalización de teologías defectuosas en épocas pasadas, es que la religión debe unir, inspirar amor y espiritualizar a las almas y corazones.   En muchas de tales adaptaciones de falibles hombres, la mera repetición e imitación de creencias tradicionales, han llegado a ser más sagradas que el trigo puro.   Hace siglos unos historiadores advirtieron que en el futuro se llegarán a lamentar tales doctrinas.  La educación espiritual de la mente y el ánimo del corazón con amor sin fronteras, debe eliminar de la religión estas imitaciones ciegas y amargos frutos del pasado.  La promesa de la siega del buen trigo y quema de la cizaña indica que la humanidad tendrá que tomar decisiones dramáticas, y veo que ya esta en marcha este proceso.  

La Persistencia de la Miopía Nacionalista

Es todavía muy temprano en esta emergente conciencia para esperar que el nacionalismo económico de las naciones más desarrolladas permita sacrificios para que las naciones más pequeñas y más pobres puedan prosperar, o aún sobrevivir.   Me refiero, por ejemplo, el caso del calentamiento global debido a los cambios del clima, en gran parte causado por la  emisión de los combustibles fósiles de los poderes más industrializados.  Es bien conocido que los aumentos en los niveles del mar amenazan la existencia de las naciones isleñas del Pacífico y otras regiones más vulnerables.   El incremento en la contaminación del aire y de la atmósfera pone en peligro la salud de la humanidad en este cada vez más encogido planeta.  ¿Cuánto tiempo debe esto continuar antes de que los líderes de las naciones estén dispuestos a tomar acción adecuada?  Ya que casi 40% de la población mundial vive en regiones costeras vulnerables, el miope y caprichoso nacionalismo, evitando considerar todo, excepto el futuro inmediato de su propio dominio, hace muy difícil la determinación de reducir los devastadores efectos que afectarán también sus propias naciones desarrolladas.   Lo que es más, no podemos estimar la duración de sus daños.   El mundo necesita menos preferencias partidarias y más ejemplos edificantes de que vivimos en un solo planeta.  La pregunta dominante para las décadas venideras fue un título de un libro de Norman Cousins en los años cincuenta de siglo pasado: “¿Quién habla por la humanidad?”

Nuestros tiempos han producido agudos críticos de esta amplitud, aparentes excusas para el provincialismo, pero pocos buenos alternativos, y muchos sienten que los daños por las decisiones postergados solamente intensificarán lo inevitable.  El interés personal nacional, los egoístas conflictos entre sectores económicos o políticos y la inquietud por el futuro inmediato de sus propios países han insistido que esta visión global parezca utópica e ingenua.  Cuando vamos a las guerras con otras naciones, nos unimos y con entusiasmo hacemos los sacrificios necesarios para no perderlas.  Estamos en medio de otra clase de guerra ahora, y debemos ver los peligros inherentes en mantenernos tan divididos y no hacer los sacrificios necesarios para evitar un cataclismo mundial y una pérdida incalculable de vidas humanas en todas las naciones.

Por otra parte, este particular nacionalismo sustituto de las religiones establecidas ha tenido su necesario papel en la historia y ha enseñado a la sociedad a vivir y funcionar en enfoques extendidos de unidad e identidad bajo gobiernos representativos, y ha consolidado las economías mucho más allá que las economías feudales, provinciales y mercantiles que hace siglos sustituyó.   Pero su día ha sido realizado, sus frutos han sido notados y es tiempo de seguir adelante.  La mayoría de sus productos ahora son disputas estériles y guerras económicas o militares.  La humanidad está dejando atrás estas destructivas rivalidades en una realidad de interdependencia que exige la cooperación.   

Tampoco quiero decir que todas las guerras y usos de violencia han sido injustificados, o que ambos lados siempre son igualmente culpables en un conflicto.  La fuerza está justificada cuando protege al inocente y a las víctimas vulnerables del terror, y el pacifismo extremo puede ser muy desacertado ante un tirano agresivo y genocida, que se debe remover a la fuerza cuando sea necesario.   Tal pacifismo extremo también puede conducirse a la anarquía y aún mayor genocidio.   Pero debido a las letales y masivamente destructoras armas ahora disponibles, tanto a las fuerzas armadas como a los que abogan por el terror,  hay toda razón y justificación para una ley y orden a escala mundial, y no sólo bilateral o de bloques de naciones, que han sido incapaces de resolver las necesidades y pasiones que agitan al globo.  ¿Pero qué, debemos preguntar, sustituirá esta cohesión de la nación-estado o de bloques nacionales de intereses volubles y tantas veces caprichosas, ahora que las interdependencias de naciones se han extendido más allá de sus fronteras?

La clara necesidad es para una mancomunidad mundial y un tribunal internacional con suficiente fuerza y dientes para implementar sus decisiones, basada en una ley imparcial y desprendida de intereses particulares, que busca sostener la paz y el bien común para la humanidad.   Dentro de las naciones siempre ha sido el ideal de unir sus ya muy heterogenias poblaciones.   Ahora esto mismo tiene que ser el ideal para el conjunto de las naciones, y esto es  una imperativa de nuestros tiempos.  Los egoístas cabildeos e intrigas que estorban la función y propósito de las Naciones Unidas muestran claramente que es la persistencia del los mismos intereses nacionalistas que impide tal funcionamiento.  Ninguna nación, por rica y poderosa que sea, puede proyectar su dominio o hegemonía al mundo.  Los progresivos intentos de establecer organismos supranacionales, la Liga de Naciones y el ONU mismo, hasta ahora han fallado precisamente porque las naciones que los componen no quieren ceder sus prejuicios y mitos de soberanía a que están tan apegados.   Los fanatismos de credo, las de provincia o nación, de segmentos étnicos, de clases y partidos atados a  ideologías estrechas o intereses económicos, son los elementos que no sólo impiden el necesario funcionamiento de organismos multinacionales y la paz en el mundo, sino que tienden a provocar mayores conflictos.        

La necesidad de visión panorámica

En la medida en que la acomodación de uno a su identidad externa o nacional o con algún segmento que sea aceptado, uno se siente innecesario tener que establecer parámetros internos de la identidad.  Una identidad interna como ser humano bien puede volverse muy secundaria ante la arremetida de pasiones étnicas, nacionales, sectarias o ideológicas o de la oportunidad para vengar una humillación histórica.   La cohesión forzada de “o estás con nosotros o estás contra nosotros” trata de borrar todas las reservas de análisis y juicios calmados.   Esta decisión es considerada esencial ante un adversario que es visto como una amenaza a la integridad o supervivencia del grupo.  La Guerra Fría y su carrera armamentista fueron mayormente basadas en esto.  Lo verdaderamente insólito acerca de estas fobias y competencias maniqueas es que cada adversario estaba dispuesto a arriesgar la existencia de la humanidad, con tal de no perder la competencia de armas con el otro.   Es significativo que los presupuestos globales para armas militares sigue siendo alrededor de lo mismo que era durante el apogeo de la guerra fría. O sea  un billón (mil mil millones).   Esto también tenía que ver con el temor de ser percibido como cobarde o atrasados en la carrera de armas que es típico de las identidades de machismo agresivo y las fiebres competitivas nacionales, que hasta el momento han dominado la historia humana.   Es claro que una nación no se puede desarmar si sus rivales siguen armándose.  Esto es precisamente otra razón para que la humanidad llegará a apoyar el desarme universal bajo una constitución mundial que tendrá la fuerza para sancionar severamente las violaciones o agresión de una nación recalcitrante.  En general, la mentalidad nutriente femenina puede ver mejor la insensatez de estas competencias insensatas de armas.   No tiene nada que ver con tintes o posiciones políticas de derecha o izquierda, será visto como cuestión de supervivencia.  De nuevo, deberíamos comprender que la única seguridad duradera es la seguridad planetaria colectiva, y que el desarme tiene que ser universal, no parcial o bilateral.  Esto se puede realizar como consecuencia de alguna amenaza planetaria que nos obligue a abandonar un nacionalismo antojadizo que desde hace tiempo se ha vuelto inoperante en un mundo tan económico y ecológicamente integrado.   Esta es precisamente aquella parte en el nuevo paradigma que, en nombre de la seguridad tribal y soberanías nacionales, no queremos reconocer y que mantiene a la humanidad viviendo al borde de calamidades inconcebibles.  

Luego existe la patología individual egoísta y agresiva.  Esto puede nacer de traumas en la infancia que troncan la natural expansión del círculo afectivo, que ya se ha explicado.  Pero normalmente este es un fenómeno particular, no generalizado.  Sin embargo, cuando tales fobias y agresiones en unos individuos, engendran eco en una población mayor, como pasó en Alemania durante los años treinta y cuarenta, en que se combinó las humillaciones pasadas con fuertes apegos tribales más las conveniencias de echar culpas a otros para forzar el dominio de una ideología o nación sobre todos los demás, conducen a las maniqueos conflictos y extrema destrucción que tales pasiones engendran.      

            A nivel individual, no es común perdonar las ofensas, devolver bien a aquellos que nos hacen daño y vivir basándonos en virtudes como el desprendimiento y la indulgencia.  Las fobias nacionales son meras extensiones de hábitos y temores individuales que debemos exponer a examen por sus frutos, dentro y entre nosotros.  Pero para aquellos adictos a un mundo de eternos, maniqueos y acérrimos conflictos, tales virtudes son muy riesgosos, irrealistas y utópicas.  La convicción de la unidad de la humanidad y de la paz duradera requiere una visión panorámica y una voluntad valerosa, enfocadas en un severo realismo y un estricto análisis  de nuestras actuales alternativas.  No hay nada realmente riesgoso, irreal o utópico en ello.  Lo ingenuo e insensato es no hacerle caso.    Esto es claramente el espíritu y la necesidad urgente de un nuevo paradigma mundial, aun cuando, por períodos breves, las cosas parecen moverse en dirección contraria.

Cualquier duda acerca de esta realidad nos puede llevar a un torbellino de debate y conflicto nacionalista o ideológico que trata de empequeñecer nuestra esencia como seres humanos que piensan como miembros de la raza humana.  Sin embargo, yo confío que aquellos que son adictos a estos conflictos pueden sentir algo de vacío espiritual en sus vidas y pueden ser persuadidos a que llenen este vacío con algo más amplio e inclusivo.   Si no están dispuestos a esto y continúan obsesionados con pertenecer a segmentos eternamente hostiles a los demás, inevitablemente se encontrarán entrampados en este torbellino que se volverá violento y que fácilmente puede escalar a catastrófico, tanto para ellos mismos como para el resto de la humanidad.

Cualesquiera sanción legal contra la violencia internacional deben proceder de una Corte supranacional e imparcial con fuerza para implementar sus decisiones.  Dicha ley debe estar identificada con la voluntad de una humanidad igualmente obsesionada con la paz y la serenidad.  Todavía no hemos llegado a ese nivel, pero la necesidad es mucho mayor de lo que pensamos.

Es mi observación, y es ampliamente aceptado, que los racistas violentos, los fanáticos religiosos o étnicos, aquellos con agendas nacionalistas y apocalípticas, tienen, en su gran mayoría, fuertes e inconscientes complejos mezclados con la ignorancia de sus propias identidades espirituales, tanto internas como extendidas a las religiones que profesan.  Para justificar este aspecto externo de su fervor, ellos construyen y asignan a aquellos que consideran sus enemigos, elaboradas teorías de conspiración y éstas alimentan reacciones emocionales y resentimientos que les ciegan a un análisis racional y tranquilo de los problemas.  En muchos casos esto se convierte en paranoia que con facilidad induce y racionaliza la extrema violencia.  No solamente es el caso de “nosotros contra ellos”, sino que es la convicción de que la supervivencia de “nosotros” requiere la eliminación de “ellos”.  Esta paranoia y miedo puede impulsar las fatales y empobrecedoras carreras armamentistas.  Tiene que ver con una masiva obsesión de lo que para ellos es la supervivencia. Ya hemos mencionado que cuando la supervivencia del más fuerte o más astuto, que es una ley necesaria para el reino animal, tome posesión de naciones o grupos humanos, tal ley se convierte en una grotesca aberración, e inevitablemente crean violencia y terror, especialmente para aquellos que son incapaces de aceptar, o aún visualizar, soluciones pacíficas.   Tales personas no tienen reservación para usar armas que no distinguen entre militantes e inocentes civiles, y son capaces que con tal ceguera pone en peligro la vida en el planeta.  El recordar que hasta el momento los seres humanos no han desarrollado armas que hayan quedado para siempre sin usar, nos hace detenernos a pensar profundamente en nuestros derroteros. 

 Los prejuicios son la principal causa de los conflictos y guerras.  La humanidad no puede permitir que éstos sustituyan a un vigoroso y bien definido sentido de identidad que fortalezca la naturaleza espiritual en el hombre y de una comprensión imparcial y comunicación con los demás.  Aquí de nuevo, vemos no solamente la importancia del papel verdadero de la religión, sino que también la tragedia de la incapacidad de tantos religiosos para cumplir con este fin esencial: el de espiritualizar y armonizar a los pueblos del mundo.   El fanatismo religioso no es sólo una perversión de sus propias enseñanzas originales, sino que es algo que es un fuego devorador que sólo una voz autoritativa y universalmente reconocida puede apagar. 

Repito que los prejuicios y pasiones de nación, etnia, credo o clase, surgen como sustitutos de la religión, que no las pudo apaciguar en sus propias esferas.   No existe luminosa y sincera guía religiosa que defienda estas pasiones.   Pero el corazón y la mente humana no puede vivir en un vacío por mucho tiempo.  Si y cuando el elixir de las convicciones religiosas verdaderas y sanas se evapora en el corazón, entonces algo de un grado parecido de pasiones viene a llenar ese vacío.  Toynbee precisamente llama a esas ideologías del nacionalismo, el comunismo y el extremo individualismo y sus muchos estrafalarios híbridos racistas, como “religiones sustitutas”.  Otra autoridad las llama “ídolos falsos”.  Ellas surgen como sustitutos de la religión y como inconscientes insultos a la degradación de la religión.

Ahora las decepciones y fracasos de tales sustitutos y el aumento del temor y la inseguridad por la pérdida de conceptos alentadores para el futuro de la humanidad, han provocado una renovada consideración del papel y necesidad de religión.  La religión fundamentalista trata de contrarrestar este temor y vacío, remontándose a un pasado que parecía más sereno.  Pero reduce los parámetros de religión a las necesidades emocionales primarias y abre un refugio temporal para sus inseguridades rememorando un tiempo pasado que no puede ayudarnos ahora.   Estos conceptos ven a cualquier concepto progresista, bueno o malo, como su principal adversario.

Identidades Ideológicas y Políticas  

Debido a la marginación de la religión en la vida pública, muchas identidades se implantan en las diversas y volubles híbridos ideologías y políticas.  Uno puede considerarse de derecha o izquierda, conservador, moderado o liberal, reaccionario o radical.  Pero los defectos y decepciones de tales posiciones fijas han producido no pocas personas que se han hecho giros sensibles en sus posiciones.  Nelson Mandela escribe sobre el caso de Gandhi en su juventud en la Guerra Zulu en el Sur de África: “La visión de los heridos y derrotados Zulus, abandonados sin misericordia por sus perseguidores inglesas, fue tan repugnante para él que completamente cambió su admiración por todas las cosas ingleses, hasta celebrar lo indígena y lo étnico.”[46]  Más tarde Gandhi trató de emancipar La India según sus propios conceptos espirituales y sociales, y usó el revivir la industria textil casera como arma contra los molinos textiles ingleses y con ello, la emancipación de sus pueblos.  Gandhi mismo tenía un bien definida identidad interna, basada en sus pensamientos éticos,  su resistencia a tecnologías grandes a favor del empleo popular y estrategias de la no violencia.  Él rehusó odiar a sus enemigos, y aún admitió que tales estrategias, sólo podrían tener éxito con los británicos.   Pero muchos de sus seguidores no tenían su visión o su fibra moral.  Su asesino era un fanático hindú que se oponía a la tolerancia que Gandhi mostraba hacia los mahometanos, a quienes él deseaba incluir en la India mayor.  Las pasiones y prejuicios de siglos vencieron su visión espiritual y sus esperanzas políticas.   

Aquí vemos un caso en que los ingleses habían olvidado las bases de su cristianismo y los hindúes habían olvidado su capacidad de asimilación, y al faltar estas visiones, ambos habían llevado su estrecha visión hacia las áreas del pensamiento político, económico y militar.    

El caso es una mezcla confusa en la cual se mueven todos los prejuicios imperialistas, colonialistas, raciales, nacionalistas, de casta y clase, ideológicos, económicos y religiosos de nuestros tiempos.  Pero ahora veamos los eventos que están ocurriendo después de cincuenta años.  La India ha sido independiente por más de medio siglo, aunque ha habido la amarga y sangrienta  escisión del estado islámico, Paquistán.  El Imperio Británico, con todo su formidable aparato, ha dejado de existir, y el mundo es totalmente diferente de lo que se hubiera podido anticipar en la década de los cincuenta del siglo pasado.  Los poderes imperialistas también se consideraron a si mismos en la luz difusa de darwinismo-social y mercantilismo-capitalista, herederos de las intenciones misionarias cristianas y con una orgullosa aristocracia que sentía un especial destino en gobernar y civilizar a otros.  Apenas existe compatibilidad entre estas misiones, pero esto era típico de la mayoría de conflictos en los dos últimos siglos, y de lo mutable de las posiciones ideológicas.    

En la actualidad la Gran Bretaña es una nación multiétnica en la cual muchas personas de sus antiguas colonias buscan oportunidades de educación y empleo, y la India, entre otras muy diversas facetas, se esta convirtiendo en un exportador de unas de las más avanzadas tecnologías del mundo.  Ambos se han vuelto muy pluralistas, tratando de encontrar un papel y una identidad que las defina en un mundo dramáticamente cambiante.  Aunque todavía hay insistentes prejuicios étnicos, de clase y casa, de religión y secularismo, que siguen siendo peligrosas, creo que estos también serán vistos como los últimos estertores de agonía de modos tradicionales de pensar. 

Es innegable que existen personalidades configuradas para ser reaccionarias, conservadoras, liberales y radicales.   Así algunos se permanecen en tales categorías por todas sus vidas.  Entre mis propios hermanos hemos notado estas diferencias de carácter e ideología, y nos hemos llevado bien.  A veces esto puede ser confuso, ya que en rasgos de personalidad y carácter, me asemejo más a mi padre algo conservador,  pero en ideas y pensamiento me asemejo más a mi madre que fue más visionaria.  El asunto es que nunca fuimos rígidos y que podríamos reconocer aspectos razonables del otro en nuestros discursos.   Es el fanatismo obstinado que claramente conduce a mayores conflictos.    

Pero también se ha notado la volubilidad de muchas personas y sus posiciones políticas.  El curso de los eventos generalmente determina sus reconsideraciones y cambios.   Algunos partidos llamados “radicales” en algunos países, ahora son conservadores, y la palabra “liberal” tenía un sentido totalmente diferente en los siglos dieciocho y diecinueve, que tiene en los últimos cien años.  Las posiciones cristalizadas ante nuevas exigencias y condiciones tienden a marginar a los rígidos e inflexibles.    

Las identidades ideológicas son tan variadas y volubles que sería imposible de mencionar más que con unos ejemplos, como estos de Gandhi, Gran Bretaña y la India.   Otro viene de mi experiencia como catedrático en El Salvador durante los años cincuenta y sesenta del siglo pasado.  Los gobiernos de muchas naciones de Latinoamérica en ese tiempo solían ser dominados por militares no siempre muy democráticos o indulgentes con la oposición.  Los alumnos se quejaban mucho de la “represión”,  y ésta fue la palabra más usada entre ellos.  Las ideologías que les apoyaba más era el marxismo, la social demócrata y la demócrata cristiana, pero más notablemente el marxismo.  Era una ironía que la ideología que más apoyaba su protesta contra la “represión”, era la misma que con más distantes áreas del mundo era la única ideología permitida en unos de los regímenes más represivos y cerrados en todo el mundo.   La carencia de visión global, que toda política era local, y la ignorancia de lo que realmente sucedía en aquellas regiones, sin duda tenía que ver con tales inconsistencias.   Pero esto es parte de la confusión de categorizar y definir ideologías.         

La heterogeneidad étnica e ideológica es una de las características más obvias del siglo veinte.  Las analogías entre los dos son notables.  Muchos sociólogos han observado la fluidez de las identidades y las fronteras de grupos étnicos, y la migración de ideas, en el cual intervienen circunstancias sociales y económicas a través de procesos de amalgamación, incorporación, división y proliferación.  Las migraciones de pueblos e ideas siempre han existido y siempre serán agentes de transformación, tanto de los nuevos casos como de los establecidos.  Como todos los pueblos han sido inmigrantes o emigrados en algún tiempo, todos hemos recibido e impartido ideologías mutables y mestizajes.  Ningún pueblo o institución político-ideológico ha quedado cristalizado o fiel a sus orígenes después de dos o tres décadas de su contacto con realidades fluidas u nuevos segmentos de población.  Sin estas transformaciones los pueblos se estancan, tanto por la prohibición de nuevas ideas como por la endogamia u otros estragos del aislacionismo   He conocido de demasiadas personas que han cambiado notablemente sus ideologías con nuevos insumos de personas e conocimientos.      

Identidades Sociales y Económicas

Ahora consideremos los aspectos sociales y económicos de la identidad, tanto dentro como entre las naciones y creencias del mundo, para ver como son también de lesivas estas identidades limitadas a clase o estatus social.  Para usar el mismo ejemplo de la India en los tiempos de Gandhi, cito de nuevo a Mandela:

            “Gandhi hoy día queda como el único crítico completo de la sociedad industrial avanzada.  Otros han criticado su totalitarismo, pero no su aparato productivo.  Él no se opone a la ciencia y tecnología, pero da prioridad al derecho de trabajar y se opone a la mecanización cuando llega al punto en que usurpa este derecho. La maquinaria en gran escala pone la riqueza en manos de un hombre quien impone la tiranía sobre los demás. Él, (Gandhi) favorece la máquina pequeña; busca mantener al individuo en control de sus herramientas, a mantener una relación interdependiente de amor entre los dos, como el jugador de críquet con su bate o Khrisna con su flauta.  Por encima de todo, quiere liberar al individuo de su alienación a la máquina y restaurar la moralidad con el proceso productivo”.[47] 

Aunque esto puede estar más relacionado con destrezas personales en la producción, tiene mucho que ver con observar la identidad en nuestros tiempos con su relación a las economías de una escala siempre más grande, impersonal y autónoma.  El proceso de globalización hasta ahora, (que tiene que perfeccionarse en otras direcciones.) ha sido dominado por muy grandes poderes económicos multinacionales, cada vez más conglomerados, y el pequeño productor y artesano ha sufrido una disminución considerable en su sentido de importancia.  El cuadro es muy confuso ya que no es muy pertinente hablar de países estrictamente industriales o agrícolas, poderes coloniales o colonizados, explotadores externos o explotados locales.   Ha habido grandes avances en producción en las regiones más remotas y un enorme incremento en la riqueza total del mundo.  Esta prosperidad, sin embargo, es muy vulnerable a las veleidosas corrientes económicas y políticas, a las incertidumbres emocionales, por la corrupción endémica o los prejuicios caprichosos que todavía nos pueden sorprender.  Es todavía un proceso muy tenue que constantemente necesita reajustes y reformas.   Durante la lectura de este libro, las cosas podrían haber cambiado dramáticamente.  

A pesar de toda la expansión en tecnología, la facilidad de intercambio y comercio, con toda la explosión de conocimiento y su flujo libre, y el notable incremento en la prosperidad total del mundo, las grandes brechas entre las naciones ricas y las pobres, y la distancia entre los ricos y los pobres dentro de cada nación, está aumentando.  La Quinta parte de la humanidad mas prospera acapara aproximadamente un 83% de la riqueza del mundo, mientras la quinta parte más pobre recibe menos de 2% de la riqueza total.  Las tres quintas partes en medio reparten la diferencia.  Esto en parte es el resultado de las disparidades en la educación y oportunidades en un mundo tecnológicamente muy avanzado.  No hay duda que el talento y genio empresarial también tiene que ver con el fenómeno.  Pero también tiene que ver con políticas de compadrazgos, favoritismos y competencias egoístas de ambición cuyo único criterio es el éxito material, no importa cómo se logra.   Hay opiniones que con una mayor prosperidad en países como China e India, de que una proyección general positiva para el futuro ahora parece posible y aún probable.  Aunque los extremadamente ricos parecen estar dejando atrás a los otros sectores, la humanidad en general, y esto incluye dos quintas partes que son chinos o indios orientales, son menos pobres que hace dos o tres generaciones.  Ciertamente, tienen mayor acceso a servicios, ayuda y comunicaciones para dar a conocer su condición, de lo que nunca antes tuvieron.   El problema se radica en las brechas.

Esta aparente contradicción de una mayor brecha entre los ricos y los pobres, y que sin embargo la vida de los más pobres tiene mayor potencial de mejorar de su condición anterior, se debe a que el tamaño del pastel es mucho más grande, pero las porciones por clase y segmento están menos equitativamente distribuidas.  Esto también se debe a varios factores: las tecnologías de producción y mercadeo a gran escala, que pocos realmente dominan y que tienden a marginar a los pueblos rurales o urbanos no calificados.   A la mayor apertura de espacios para individuos y corporaciones con su concupiscencia, astucia, rivalidades entre sí y dinamismo, podríamos  también tomar en cuenta el sector económico informal, no sólo del comercio legitimo, sino el comercio ilegal de armas, drogas, juegos de azar, explotación sexual y contrabando, en donde hay aún mayores grados de corrupción que en los niveles empresariales y políticos.  Parece que los más ricos conocen bien los ardides y conexiones para lograr una parte más grande del rápido creciente pastel.  Contentándose ellos mismos con que la condición general de los pobres parece ser mejor, los muy ricos no sienten la urgencia de acortar la enorme brecha.  Pero nunca ha sido el problema de ricos y pobres en términos absolutos, sino que siempre ha sido un asunto de proporciones justas.  De allí que esta brecha eventualmente tendrá que disminuir.  A medida que pasa cada año, la extrema pobreza tiene menos excusas.  Otra cosa se debería considerar: el recurso del proteccionismo y las altas tarifas, o sea el volver a economías nacionalistas, no solucionará los problemas de los muy pobres, y jamás lo han hecho.   Es difícil imaginar que empleos que se han exportado a zonas de menor costo, van a retornar a sus regiones de origen, que estarían muy expuestos a presiones inflacionarias tanto como recesivos para el mundo entero.   El proteccionismo siempre ha empobrecido a las naciones y al mundo, y el aislacionismo conduce a guerras económicas y combate.     

Con algunas notables excepciones, la gran brecha no es tanto la explotación conciente como en las pasadas décadas y siglos del colonialismo y rampante individualismo,  sino  del desinterés de parte de los segmentos claves en la distribución apresurada de la prosperidad.   Casi todos los expertos en la materia alegan que la educación (o reeducación) y altas normas de salud son las claves para aminorar las brechas en el mundo.   Los países de poco  desarrollo todavía tienen muy bajas tasas de su producto interno bruto dedicadas a la educación y la salud que son vitales en la reducción de las brechas entre ricos y pobres, tanto internos como entre las naciones del mundo.  África, por ejemplo, con toda su riqueza de recursos naturales, tiene las más extremas brechas, en parte por su poca inversión en estas dos áreas y en parte por la endémica corrupción y desconfianza política.   Según los Indicadores de gobernación del Banco Mundial, el PIB per cápita  promedio en las seis economías más pobres de África del sub Sahara es menor que $1.300 por año.   Este promedio en el mundo entero es $ 10.200. 

Por el otro extremo, en los Estados Unidos, por ejemplo, con 4.5% de la población mundial, posee 25% de la riqueza del mundo y produce 36% del desperdicio y contaminación mundial, todo con su promedio del PIB per capita de $43.800.   Esto da un obvio ejemplo de que la riqueza y algunos de sus subproductos están distribuidos en forma muy excéntrica por región.   En general sus ciudadanos no están abrumados por complejos de culpa debido a esta brecha, y creo que la  mayoría están dispuestos a promover sus fórmulas para prosperar en las regiones más atrasadas.  Pero es evidente (por los recientes casos de la China y la India) que cada país sería enriquecido si pudiera obtener mayor acceso e intercambio con otros mercados, pero esto no siempre ha sido políticamente fácil.  No hay duda de que el conocimiento, la responsabilidad social, la educación, la disciplina y estabilidad política y social siempre, que son productos de una mística espiritual, son las claves de una reducción de las brechas, pero sus procesos son más lentos y muchos están impacientes.   

Las críticas del egoísmo nacional siguen vigentes, pero es menos enfocado ya que hay muchos factores contradictorios.   Los Estados Unidos por muchos años han sufrido enorme déficit en su comercio con el resto del mundo, como con China, por ejemplo.  Por otra parte, muchas de las utilidades de otras naciones son invertidas en la economía de los Estados Unidos, o en otras regiones más estables, precisamente porque ofrecen mayor estabilidad en un mundo que es, paradójicamente, totalmente interdependiente y aún así muy inseguro, precisamente por ser todavía tan nacionalista y conflictivo.    

Por supuesto toda condición económica puede cambiar rápidamente. Simplemente nos falta una apreciación del grado de integración que el mundo está experimentando y de la urgencia de encontrar maneras justas y sensatas para mejor compartir la creciente prosperidad general que una economía mundial integrada puede ofrecer mejor.  Salvo en ciertas naciones en las cuales la tierra cultivable, los bosques, el agua y los recursos minerales son cada día más escasos frente a poblaciones y mercados que crecen constantemente, y adonde intereses especiales económicos y políticos estatales tratan de controlarlos para su propio beneficio, el anterior análisis de la guerra de clases y las rivalidades nacionales no ofrecen mucha ayuda en solucionar los más apremiantes problemas económicos de la actualidad.  Los problemas económicos tienen repercusiones y soluciones globales, igual como son las repercusiones y soluciones de los problemas del medio ambiente y del cambio climatérico.  

También existen aún graves abusos del trabajo de menores, el tráfico sexual de niños y jóvenes mujeres, el negocio ilícito de drogas y armas, la casi obligada migración para escapar de la violencia, pobreza y encontrar empleo, los efectos dramáticos de adicciones a substancias, que son consecuencia de pensar en paliativos nacionales y no mundiales.  Tampoco estos no se van a resolver en una guerra de clases o conflictos partidaristas, sino en la convicción de que una reorientación espiritual a largo e intensivo plazo, puede vencer la ignorancia, corrupción, indiferencia, caos social, y más de todo, la pérdida de identidad personal.  Así sin estos enfoques,  no creo que habrá mengua en la extrema pobreza y sus consecuencias.  El hombre está configurado de tal forma que sus conductas sociales y económicos reflejan sus condiciones internas, y que su realidad esencialmente espiritual responderá mucho mejor a estímulos y sanciones de tipo espiritual y moral.   Muchos sociólogos y economistas reconocen hoy en día que los más apremiantes problemas de aliviar la pobreza y proveer mayor prosperidad general, no responden positivamente a las soluciones propuestas tanto por un énfasis en el individualismo, ni por una drástica y forzada reestructuración de la sociedad bajo un Estado cerrado.  Nos haríamos bien de abandonar las luchas ideológicas y sus nada edificantes críticas mutuas.   La resolución de estos problemas de manera no conflictiva, imparcial y franca, requiere encararlos a estas alturas morales.  Luego, una muy juiciosa aplicación de ayuda económica.   De nuevo esto no es probable sin un considerable cambio a las prioridades educativas que debe incluir una orientación moral de la ciudadanía y una conciencia que habitamos un solo planeta en que los cambios ambientales, económicos y sociales no conocen fronteras.         

Lo que también debe cambiar, es el actual sistema de globalización, no el proceso mismo,  que es inevitable en un mundo cada vez más densamente poblado, reducido e integrado.  La conciencia de solidaridad humana y la necesidad de liderazgo moral tanto de gobernantes como de gobernados, la creciente preocupación y búsqueda de soluciones para disminuir los espacios entre los ricos y los pobres, sigue siendo mal enfocados, ni todavía están de muy alta prioridad en las agendas sociales y políticas.

Otro ingrediente espiritual y moral muy importante que hemos evitado es que los existentes extremos entre la riqueza y la pobreza nunca podrá permitir una duradera estabilidad, tranquilidad o paz.  Tampoco podrá ser una fórmula para la felicidad humana, y la felicidad humana debería ser parte de la meta, no la prosperidad a cualquier costo.  Pregúntenle a una persona muy rica si él o ella se sienten verdaderamente felices viviendo rodeado por estos extremos contrastes.  La prosperidad obviamente no es malvada en si misma, ni es la pobreza virtuosa.   Es el amor al dinero, no como un instrumento benéfico, pero como un fin, el tenaz apego a él, él que nunca tenga suficiente, el sentir que la seguridad se limita a lo material, son las actitudes lo que atrae zozobras y llenan nuestras vidas con constantes preocupaciones, peligros y distracciones  de propósitos más permanentes y elevados.  Que La riqueza material no es nuestro principal fin en esta vida, en demasiados casos no nos impacta hasta nuestros últimos años cuando lamentamos no poder cambiar los hábitos y rectificar nuestras vidas.  En un sentido, el  infierno es muy poco y muy tarde.        

Gran parte del sentido de la identidad ha sido de clase económica y social.   Al grado que nuestras prioridades e identidades espirituales sean bien ajustadas,  creo que se resolverían las inequidades económicas y prejuicios sociales.  Todos los libros sagrados de la humanidad enseñan que el orgullo y vanidad anteceda una caída y humillación, mientras que la humildad conduce a la elevación y honor.

Al mismo tiempo, el egoísmo es el resultado de una pobre comprensión y visión del nuevo paradigma y de sus valores, junto con la todavía deficiente conciencia social entre ambos, ricos y pobres.  Hasta que comprendamos que las raíces de la crisis son más espirituales que políticas, económicas o de privilegios o resentimientos de clase, seguiremos siempre tratando los síntomas y no las causas del problema.  Las identidades ideológicas basadas en clase, ponen una seria barrera a la resolución de las condiciones que por si, perturban el crecimiento de la prosperidad, y esta resolución requiere la estrecha colaboración y continuo diálogo entre los administradores y los productores, conscientes de la absoluta interdependencia entre ellos. El reconocimiento mutuo de esta interdependencia, atraerá más justas recompensas a ambos.   Esto podría incluir reformas de los sistemas de impuestos y la participación de los productores en las ganancias de las empresas.   Aunque es obvio que la educación es la pieza clave para la reducción de estas brechas, hay mucha confusión sobre las prioridades en la educación.  El cuadro nunca está claro durante un cambio de paradigmas, y estamos en medio del más grande y significativo cambio de paradigmas de la historia.

El sentido de identidad como víctimas resentidas de las estrategias e intereses de los grandes poderes, tampoco está muy claro.  Es aquí que hay una mayor contradicción.  No puede haber prosperidad global, mientras las comunidades locales carecen de prosperidad.  Ningún cuerpo entero puede ser saludable si sus corpúsculos y células están enfermos.    Hay muchos casos que comprueban que una gran parte de los problemas encuentran soluciones mediante consultas y apoderamiento dentro de sus mismas comunidades.   Debe existir una estrecha participación entre los organismos locales y nacionales, así como en las conexas con el resto del mundo.  La prosperidad internacional sin la prosperidad local no puede durar.  La frase, “piense global, actúe local”, tiene mucho sentido.  Es obvio que los gobernantes nacionales tienen un papel muy protagónico  e intermediario en esta dualidad.   

Un ejemplo que se me ocurre de la relación de la disciplina moral a estos problemas es que durante el siglo veinte, la edad promedio en Kenya y Uganda había avanzado a 36 años.  Este es un avance sin precedentes.  Pero todo esto ha sido anulado por la mortandad ocasionada por la pandemia del SIDA en los últimos 27 años.  El problema tiene raíces y soluciones que son principalmente morales y culturales, pero estos pueblos tienen recursos y educación todavía limitados y necesitan la ayuda de la comunidad internacional más desarrollada.  La condonación de deudas a los países más pobres no es una solución muy adecuada,  ya que les afectan sus reputaciones crediticias, y en muchos países la corrupción local endémica ha desviado enormes fondos destinados para la educación, salud pública e infraestructura, a cuentas personales.  Por esto la disciplina moral personal y pública es indispensable para solucionar la crisis.     En un solo país petrolero, más de $4 mil millones de dólares que se han esfumado.  Aunque es obvio que las regiones más ricas puedan y deban hacer más por las menos avanzadas, la experiencia de inyectar grandes sumas de dinero no ha sido muy alentadora.  La responsabilidad moral de los individuos, los educadores y las autoridades locales es ineludible y será notablemente más efectiva en la resolución de estas crisis.      

De manera que no debemos ser tan ingenuos, pensando que podemos asignar toda la culpa de acuerdo a las condiciones económicas de naciones o a las clases sociales, y menos al fomento de la guerra de clases.  Los problemas son mucho más complejos y se relacionan mucho más con la corrupción moral y de egoístas intereses políticos locales que nosotros permitimos.   Todos los sistemas de gobierno que operan en el mundo de hoy representan distintas variedades del materialismo, enfocando los problemas en sólo mejorar la provisión de las necesidades físicas básicas.  La eliminación del egoísmo en las economías, luchas partidaristas y la corrupción no son posibles  con tal énfasis.   

De nuevo la crisis moral y de gobernabilidad, nos obliga a cuestionar quienes somos como seres humanos, y cuál es la naturaleza de la sociedad en la que más prospere la justicia.   Los problemas materiales y su distribución se resolverán a medida que reconocemos que somos seres espirituales y que los problemas sociales y económicos tienen íntima relación con las leyes espirituales.  No se resolverían sólo con un sin fin de ajustes técnicos que consideren a las personas como seres incurablemente egoístas y avaros.   También tenemos que preguntar de donde viene el estímulo para desarrollar estos atributos y cualidades que nos inspiran a lograr la dignidad que está latente en la realidad humana, que en un medio materialista tan dominante, sumerge nuestra realidad.   El secreto de la prosperidad y la justicia económica se halla en la educación integral, científica, tecnológica y vocacional de la ciudadanía que no sólo incluye, sino que da prioridad al estímulo de su naturaleza espiritual.

Lo que individuos, pueblos y naciones deberían aceptar es la justicia afirmativa de “porque a todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará; y al que mucho se le haya confiado, más se le demandará” (Lucas: 2:48)    Esto se debe aceptar personal e internamente, pero todavía hay resistencia de aceptarla entre naciones.   Como los problemas sociales y económicos no se remedian solamente con ajustes técnicos, ni con aportes de dinero,  el compartir conocimientos e intereses con el resto del mundo es una mística moralmente necesaria.   Sí, el mundo responde generosamente en los casos de desastres, pero inadecuadamente a las causas de enfermedades sociales y políticas.  No es ningún secreto que partidos políticos y naciones tiene espacio de hacer cosas egoístas e inmorales, que en un individuo conducirán a una grave pérdida de su reputación, si no a delitos penales. La mayoría de los gobiernos y organizaciones internaciones son bien informadas de los estragos de brechas entre naciones ricas y pobres contribuye mucho a la inestabilidad, los problemas migratorios y muchos de los conflictos en el mundo.   Siendo que la política es “local” en cada país, y que los gobernantes son escogidos sólo por electores dentro de sus regiones o Estados, el problema se reduce a la conciencia de los electores, o sea el público en general.  En lugares donde siguen pasiones y prejuicios nacionalistas y étnicos, o en que la xenofobia domine sus agendas, las crisis se agudizan.   Ahora las urgentes crisis del medio ambiente, cambios climatéricos, repentinos cambios del comercio mundial, migraciones, tráfico de drogas y armas, se tratan de resolver en un ambiente de rivalidades entre percibidos intereses.  Los pueblos siguen siendo influenciados por defensores de ilimitada soberanía e independencia nacional, que no es realista.    Económicamente no existe ninguna nación independiente o soberana, y por eso tales mitos ahora sólo empeoran, en vez de que resuelvan las crisis.    Desde generaciones los principales lideres de pensamiento e historiadores han señalado que la mística de la unidad e interdependencia humana, tiene que penetrar en la ciudadanía con una escala trasnacional.   En tal cambio de paradigmas tan desafiante, los gobernantes tienen que actuar con un alto grado de franqueza, responsabilidad, sinceridad, y más de todo, realismo.    

Ante esta realidad, las cuestiones espirituales y morales tienen que ser vistas como esenciales,  como las llaves para abandonar los prejuicios, y expandir los horizontes de lealtad humana.  Ni el enfoque materialista individualista de Adam Smith, (aunque ha producido mayor riqueza que sus rivales).  Ni del control estatal materialista para promover la igualdad económica bajo el control del proletario de Carlos Marx, ni el nacionalismo de los siglos diecinueve y veinte, han podido remediar las carencias de justicia social y económica, ni van a poder hacerlo.  En el siglo veinte estas tres ideologías han  fomentado volubilidad, descontento y guerras, ya que les falta la dimensión de liderazgo moral, responsabilidad social y desarrollo espiritual.  No han tomado en cuenta la realidad esencial de la persona humana, ni han conocido como mejor funciona la sociedad humana.  Creo que es oportuno reflexionar sobre este párrafo:

Hay principios espirituales, o lo que algunos llaman valores morales, para los cuales es posible encontrar soluciones para todo problema social. Cualquier grupo bien intencionado puede, en un sentido general, elaborar soluciones prácticas para sus problemas; pero las buenas intenciones y los conocimientos prácticos no son generalmente suficientes.  El mérito esencial del principio espiritual consiste en que no sólo presenta una perspectiva que está en armonía con lo que es inherente a la naturaleza humana, sino que también induce una actitud, una dinámica, una voluntad, una aspiración, que facilitan el descubrimiento y la aplicación de medidas prácticas.  Los líderes de gobierno y todas las personas con autoridad se beneficiarían en sus esfuerzos para resolver los problemas si primero intentaran identificar los principios en cuestión, y luego se guiaran por ellos”. [48]

Los sistemas que todavía dominan las luchas políticas, tanto como muchas agrupaciones voluntarias bien intencionadas han enfocado, es dirigirse a combatir los males aparentes que llaman su atención.   No sólo han fallado en resolverlos, sino que tales males se han intensificado.   La razón de este fenómeno es que va en contra de una orientación genuinamente religiosa: no se oponga a la maldad, sino promueva la bondad.  No concentrarse en los defectos o “pelear con el Diablo”, sino enfocarse en la formación de virtudes.   Si uno quiere asear y renovar una casa abandonada y llena de murciélagos y sabandijas, tratando de combatirlas uno por uno, se frustrará y fracasará.   La primera cosa que debe hacer es abrir las puertas y ventanas, dejando que la luz y aire fresco entren libremente.  Así, los murciélagos y pestes, que son amantes de la oscuridad se huyan.  Del mismo sentido los males humanos prosperan en la oscuridad y sofocante atmósfera del egoísmo y la cínica y materialista motivación humana.   La oscuridad es nada más que la ausencia de luz.  O sea, que la ignorancia es nada más que la carencia de conocimiento.    En vez de luchar en vano con los “molinos de viento” malos, como Don Quijote, deberíamos aprender a identificar y promover lo positivo del conocimiento y la aplicación de las virtudes.  Echando luz creativa de educación espiritual, basados en la unidad humana, harán que tantos males se esfumen.    La espiritualización del carácter humano y la unidad del género humano son los dos elementos del verdadero espíritu necesario para resolver las crisis que nuestro tiempo, y los requisitos para la paz mundial.           

Dentro de casi todos los países muchos sectores se han adaptado a aceptar la existencia de la extrema pobreza, no tanto porque son crueles o perversos, sino simplemente porque creen que no tiene remedio.   Este concepto tiene ciertas bases tradicionales religiosas, que creo eran aptos para tiempos antiguos, pero no para nuestros tiempos.  De nuevo, en vez de “combatir” la pobreza, se deben enfocar en la promoción de la prosperidad y la mejora de su distribución.  

Las Naciones Unidas publicó recientemente información de que las 200 personas más ricas del mundo, quienes residen en casi todos los continentes, poseen un total de activos mayor que los dos y medio millardos que constituyen la tercera parte más pobre de la población mundial.  Este fenómeno inaceptable está basado parcialmente en el individualismo extremo expresado mediante una  concupiscencia obsesionada con el que nunca se tiene lo suficiente, el dominio de las más avanzadas tecnologías y conocimientos de administración y mercadeo, más las excéntricas interrelaciones en el mundo.  Pero no podemos decir que tales personas quitan dinero de los pobres, ya que las cantidades de dinero en el mundo no son fijas,  sino dinámicas, y que sus empresas proveen muchos empleos y sus fundaciones humanitarias dan provecho a grandes multitudes.   Pero la potenciación de grandes sectores de la humanidad para solucionar los problemas lo más que posible con sus propias experiencias, insumos y empeños, debería ser la meta, y no tanto la aplicación de servicios bien intencionados, pero a veces paternalistas, que tienden a demorar el desarrollo sostenido de estas comunidades.   El desarrollo sostenido no es tanto el fruto de la inversión de dinero en los síntomas o problemas específicos, sino que es una aguda evaluación de las necesidades más importantes y el despertar en la gente sus propias potencialidades y posibilidades para proveerlas.   Estas potencialidades más importantes no son limitadas a motivaciones políticas, económicas o sectarias; son los productos de la combinación de conocimientos científicos y el nutrir de sus propias potencialidades del espíritu para resolver sus problemas.    

Pregunto: ¿Es el hombre capaz de diseñar economías y sociedades que puedan combinar la libertad de iniciativa y la responsabilidad social para evitar estos extremos? Yo creo que la respuesta es si, pero no será posible mientras esté dominado por ideologías materialistas y desenfrenadas ambiciones individualistas, de cualquier índole  que sea.  En nuestra máxima crisis de identidad de la adolescencia colectiva, casi no comprendemos que la madurez espiritual de la humanidad será necesaria para eliminar los extremos y desajustes.   Lo más probable es que estos avances se logren tanto por motivaciones positivas, como a través de golpes y sufrimientos, que bien puede ser intensos, pero que puede espiritualizar y responsabilizar a suficientes líderes de pensamiento y luego a las multitudes entre nosotros.   Estos golpes pueden estorbar seriamente nuestros futuros inmediatos, a menos que nos persuadan que la justicia social y la unidad entre humanos son imperativos metafísicos para nuestros seres internos; como los alimentos, la vestimenta y el techo son imperativos para nuestros cuerpos.  Si solamente un aspecto de estos dos es atendido, el otro permanecerá ilusorio.

Los grandes cambios en un nuevo paradigma, como el de la adolescencia a la madurez, son muy traumáticos, y a medida que son resistidos, serán intensamente dolorosos, pero ésta es la exigencia mayor de nuestro tiempo, tanto para nosotros como individuos, como para la humanidad como un todo.  

Quizás la mayor parte de la resistencia a este cambio de paradigmas viene del temor de volar en espacios de donde podríamos caer,  porque los pueblos por tanto tiempo se han sentido  cómodas en sus nidos nacionales, raciales, religiosos, étnicos o económicos.   Ya no hay cómodos en estos nidos.  Las aves humanas ya no caben y sus alas que les llevarán a formar parte de la humanidad aún no se han desarrollado, de manera que todavía están obsesionados con el dominio de su particular ubicación e identidad.   Mientras estén todavía atrapados en estos nidos restrictivos, las ciencias y los conocimientos más avanzados afirman que el espacio de la humanidad es más seguro y que los humanos deberían ya aprender a volar con confianza.   Lo que debemos saber es, que una o unas pocas naciones no lo pueden hacerlo solas, aunque podrían servir de ejemplos para los demás.     

En otras palabras, si nos moviéramos hacia un mundo no violento y constructivo, tanto la brecha enorme entre clases como la mentalidad de lucha contra otros para la supervivencia, tendrá que desvanecerse. Todos los ajustes que son necesarios para sanar los males sociales y económicos serán el resultado de relaciones armoniosas y de cordial discurso entre las partes, más la vivificación de las identidades espirituales de los individuos.  Esto puede requerir una orientación más dinámica e iluminada que la que nuestras mentes pueden concebir en este tiempo. Pero la necesidad existe y el desafío es urgente.

De nuevo oigo acusaciones de ingenuo e iluso.  Pregunto: ¿Cuál es la alternativa?  La continuación de estas brechas extremas entre los ricos y los pobres, así como estas animosidades sin resolver entre ideologías e intereses egoístas y ávidos del poder, ciertamente no nos llevan más cerca de una solución, y siempre será una insostenible causa de fricción y agitación.  Por otra parte, todos los intentos obligados o forzados para resolver los problemas de justicia social y las brechas entre los extremos,  o para forzar una imposible igualdad económica, han sido violentos y a la postre, desastrosos.   Desde los tiempos del Rey Licurgos de Esparta, hasta el autócrata Mazdak en Persia medieval, las más recientes Revoluciones de Francia, México, Rusia, China y otras, ninguna ha producido una sociedad justa o feliz.  En tantos de estos casos se ha producido la desesperación de los ciudadanos más productivos para huir y no permanecer expuestos a sus forzados experimentos o sus paredones.  Además, tales revoluciones han sustituido a las personas que eran poderosas y prósperas con otra clase de líderes que eventualmente repiten los mismos errores y abusos de poder.

En términos relativos, siempre habrá ricos y pobres, ya que la justicia requiere que cada quien reciba lo que merece, y cada sector tiene su responsabilidad complementaria al todo.  La educación, la capacidad, el esfuerzo, la diligencia, las oportunidades y la confiabilidad tienen que prevalecer y ser debidamente recompensadas.  Cuando esto no ocurre, la economía y la sociedad sufren desajustes fatales.  Pero nuestros sistemas no son justos cuando las oportunidades no están ampliamente disponibles, y los extremos son tan pronunciados que algunos viven en exagerada y narcisista opulencia, mientras que otros no tienen refugio, alimento o protección adecuados contra los más elementales riesgos y necesidades.

El espíritu y las salvaguardas de la libre iniciativa, la propiedad privada y el libre comercio siempre han conducido a mayor prosperidad general, y deben prevalecer, mientras que el Estado debe ser responsable de que ningún ciudadano sea privado de salud, bienestar básico  educación y seguridad.   Estos siempre requieren cierto desprendimiento y actitud positiva para sufragar los costos.  Pero lo que tiene que ser insertado en esta obvia combinación, es la necesidad de que la gente cambie desde adentro, y no hay substituto para este cambio.  La responsabilidad social, la sinceridad, generosidad y confiabilidad, por ejemplo, están íntimamente conectadas con un sentido de identidad moral y de carácter, y estas son virtudes eminentemente espirituales que tienen un tremendo efecto de prosperidad social.

“La confiabilidad es la más grande puerta hacia la tranquilidad y seguridad de la gente. En verdad la estabilidad de todo asunto ha dependido y depende de ella.  Todos los dominios de poder, de grandeza y de riqueza son iluminados por su luz”. [49]

Asimismo, el progreso social y económico requiere, junto con la levadura de estas virtudes, la moderación, el imperio de ley y la estabilidad, para elevar la vida de las naciones y de la humanidad como un todo.  Hasta ahora solamente hemos logrado comprender estas cosas a golpes, con largos sufrimientos y duras experiencias de aprendizaje.  ¿No será posible aprenderlas por la fuerza de la auto-persuasión y la razón?

El avance de dichas virtudes y combinaciones no solamente requiere la confianza, honestidad y conciencia social de sus líderes, sino también el abandono de la desconfianza y prejuicio entre clases y partidos políticos adversarios.  La sinceridad y el compromiso con  principios espirituales son los más auténticos antídotos a la hipocresía, las agendas escondidas y el obstruccionismo que con tanta frecuencia estorban los discursos entre ellos.  Otro requisito es la reestructuración de ciertos sistemas que dividen y son improductivos para un beneficio duradero del conjunto, ya que el campo de acción, gradualmente y por regiones, debe eventualmente estar enfocado hacia todo ámbito, tanto local como mundial.  De nuevo, como ningún problema humano grande halla solución exclusivamente provincial o nacional, las brechas   económicas, las violaciones a los derechos humanos y civiles, los problemas migratorios, ecológicos, atmosféricos, de tráfico de armas y drogas, el abuso de mujeres y niños, la discriminación contra las minorías, los acuerdos comerciales, el suministro y justa distribución de recursos y energía, las necesidades de salud básica, la transferencia de capital, el transporte y las comunicaciones, la transparencia económica y política, son todos asuntos que no terminan en las fronteras nacionales y no son solucionables con enfoques nacionales.  Requieren acuerdos, consulta y acciones en los panoramas locales, nacionales y mundiales.  

La segunda parte del paradigma de nuevo tiene una base moral.  Estos problemas son solamente síntomas de un mal moral subyacente que muchos están renuentes a admitir.  Las soluciones han sido parciales y defectuosas porque los tratamientos son específicos para aliviar síntomas.  Así no pasan de ser paliativos fraccionados y muy costosos, mientras nosotros permitimos que el más profundo malestar, la crisis espiritual y moral, continúe corroyendo el cuerpo social y político de las naciones.

He dedicado muchos párrafos a las identidades económicas y a los prejuicios de clase, porque en nuestro propio medio latinoamericano y en mucho del mundo este un aspecto predominante de la identidad.  El sentido de pertenecer a una clase rica, media o pobre y sus sensibilidades de orgullo o ofendido no es una identidad que sea productiva para crear unidad o soluciones reales.  La identidad de “nosotros somos pobres y por lo tanto explotados por los ricos, y queremos recuperar lo que se nos ha quitado”, o, “nosotros somos los ricos y los administradores y motores necesarios de producción, de manera que tenemos la función de administrar la sociedad”,  de ninguna manera nos acerca más a las soluciones.  En todos estos resentimientos y osadías perdemos las virtudes humanas, perturbamos los sentimientos humanos y obstruimos la unidad humana.  Como la salud del cuerpo depende de la integración, armonía, y el vigor del espíritu que une todos sus órganos, así la prosperidad del mundo está más conectada con la integración de sus segmentos y con el ejercicio de estas virtudes espirituales de lo que imaginemos.   El comentario de un distinguido economista, de que la mayor causa del atraso de los países pobres es la corrupción, indica los efectos de la carencia de tal relación.

La identidad de clase es tan profunda, tan enraizada, a pesar de ser tan miope y voluble, que siento la necesidad de desafiar sus más comunes premisas.  También siento que es necesario proponer alternativas a esta particular definición de adversarios.  De nuevo pido su indulgencia y honesta meditación.  

Identidades Étnicas

Habiendo considerado las identidades religiosas, ideológicas  políticas y socioeconómicas  consideraremos ahora las étnicas.  Prefiero la palabra étnica porque “raza” es un término de dos sentidos,   En un sentido, los etnólogos han dividido la humanidad en tres “razas”,  caucásico, asiático y negro, y cada uno en un sin número de subgrupos étnicos y milenios de mestizajes.   El otro sentido es un tanto obsoleto, ya que los descubrimientos genéticos han establecido que todos pertenecemos a la raza homo sapiens-sapiens.

Los conflictos étnicos que han producido tanta división, explotación y violencia en la historia, en años recientes se había declinando en muchas regiones, o así pensaba, hasta su resurgimiento desde el fin de la Guerra Fría.  El resurgir de la violencia y la “limpieza étnica” en los Balcanes, los genocidios y matanzas tribales constantes en África Central, el Sureste de Asia, el Medio Oriente, las anteriores repúblicas soviéticas, el Pacífico y en las Américas, han tomado a muchos por sorpresa.  Importantes naciones y organizaciones no saben como responder.  En cada región todavía persisten estereotipos y prejuicios étnicos o tribales que obstruyen las funciones de los gobiernos, y cada una de éstas tiene sus peculiares motivos de queja y antecedentes históricos. Algunas están entremezcladas con prejuicios religiosos, con resentimientos por pasadas abusos, y sus ofendidos quieren que el mundo conozca sus quejas por tanto tiempo ignoradas o vistas con indiferencia.  Al grado que el público en general haya reconocido las contribuciones culturales de diversos grupos, algunos de estos resentimientos habrían disminuido.  No hay duda que el sentido de la solidaridad humana y la apreciación por la diversidad han avanzado.  Pero, como tristemente hemos observado, un incidente, un acto insensato o apasionado, una obsesión de un demagogo para lograr puntos explotando estos resentimientos, puede encender la chispa que borre todos los  avances y libere pasiones inhumanas.

En general, parece que en esos lugares en que ha declinado la violencia etnia, los pueblos toman nota de sus estragos y deciden que es mejor aprender a vivir con la tolerancia.  Los aspectos más repugnantes del prejuicio étnico - religioso se han dado a conocer ampliamente, y han generado suficiente reflexión para evitar estos actos en otras partes.  Cuanto de esto es un paliativo y cuanto es permanente, sólo el tiempo lo dirá.  Una cosa es clara, dichos prejuicios y actos son inaceptables en este tiempo de concentración de poblaciones y sólo sirven para intensificar los resentimientos históricos.     

Es obvio en aquellos lugares donde perduren tales resentimientos que las posibilidades de paz son remotas.   Las soluciones para los males de siglos piden la participación de todas las partes.   Requieren que se olviden las mutuas ofensas y también que se logre el arrepentimiento de ambas partes, y esto sencillamente no va a ocurrir sin un dramático desafío, la promesa de sanciones severas y recompensas grandes, y/o una mutua transformación de carácter.  Dicha transformación tendrá que convencer a las partes que la armonía y el perdonar ofensas ofrecen beneficios muy superiores que la continuación de hostilidades.   Mientras tanto, los mediadores abrigan la esperanza que aún las treguas forzadas puedan permitir cierta calma y cicatrización,  sabiendo bien que puedan ser sólo paliativas pero no la paz permanente.

No hay duda que en escalas pequeñas hay señales alentadoras de iluminación y progreso.  Un comentado incidente en 1989 sirve de ejemplo.  A una estudiante de educación secundaria, la hija de un padre blanco y una madre áfrico americana en Carolina del Norte, se le exigió que llenara un formulario en que se le preguntaba cual era su raza.  Ella dejó la pregunta en blanco y cuando las autoridades dijeron que este dato era necesario por razones estadísticas, ella explicó: “Si escribo una estoy negando la herencia de la otra.  Estoy orgullosa de lo bueno en ambas herencias”.  Así ganó la simpatía de muchos, incluyendo de antropólogos que afirmaron que el término “raza” en realidad no tiene sentido en un mundo tan mezclado por milenios de conquistas, migraciones y otros encuentros y mestizajes de pueblos diversos.  Aun el oprobio y la prohibición de la mezcla de razas en algunas partes de los Estados Unidos y en África del Sur de  durante la primera mitad del siglo veinte, se está desvaneciendo ante la aceptación del matrimonio entre gente de diferente color, grupos étnicos y culturas, lo cual augura bien para el eventual abandono de estos prejuicios.  Algunos han hecho la observación de que este proceso en sí será la mayor contribución de todas hacia el cambio de tales actitudes.  Solamente los más enardecidos e ignorantes racistas dejan de reconocer que la obsesión de raza ha producido  disparates.   Por ejemplo en algunos estados, la “raza” era determinada por criterios de que, si una persona tiene un octavo de negra y siete octavos de blanca, esa persona sería clasificada como “negra”.

Talvez la más biológicamente pura “raza” en el mundo es la de los aborígenes de Australia, y aún allí hay una incrementada mezcla con otras gentes.  William Leaky, el conocido antropólogo de Kenia, asegura que solamente hay una raza humana y que esto ha sido sólidamente confirmado por el análisis del código genético.  La Humanidad, aún para aquellos que no quieren admitirlo, es el producto de milenios de mezclas de “razas”.

Con estos descubrimientos, podemos lamentar tanta crueldad y sufrimiento que se han justificado con falacias “científicas” como la eugenesia y frenología, más experimentos selectos con enfermedades, en nombre de la superioridad de una raza sobre otra.   Aunque uno puede detectar en algunos casos de vista si alguien es de origen caucásico, africano u oriental, esto no hace diferencias genéticas cuando lo minúsculo de nuestro ADN define nuestro color de piel o de ojos, nuestro tipo de cabello, mientras que otros factores como nuestra inteligencia, carácter, habilidades sociales, creatividad y talento artístico y susceptibilidades comunes a todos los grupos humanos, son determinados por muchos miles de genes.  No hay indicación de superioridad o predominio en estos factores por raza.  Son las presiones y tradiciones culturales que determinan la selección, dirección y el uso de las capacidades humanas, y la cultura es transformable.

Aún más, Guy Murchie afirma que todos los humanos son primos entre sí dentro de cincuenta grados de consanguinidad.  Explica que uno tiene dos padres, cuatro abuelos, ocho bisabuelos, dieciséis tatarabuelos, y que si extrapolamos esto al cincuentavo poder, el número de descendientes excedería la población del planeta.  [50]

Los antropólogos y etnólogos afirman lo que muchos intuyen: que la endogamia, o sea, el apareamiento de muchas generaciones dentro del mismo grupo tribal o étnico, tiende a producir más defectos genéticos que el apareamiento fuera del grupo propio.  Michael Leiris, antropólogo del Musee de l’homme de Paris, escribió durante los años cincuenta del siglo veinte que entre los hijos de grupos étnicamente mixtos hay una tasa mayor de inteligencia y de genio que entre hijos de parejas del mismo grupo étnico.   Es sabido que Alejando Dumas padre, y que Alejandro  Pushkin, dos de los más grandes genios de la literatura, por ejemplo, tenían abuelas africanas negras.  Los insumos raciales y étnicos no tienen relevancia en cuanto a capacidad intelectual o artística.

También es sabido que las más grandes civilizaciones urbanas han sido engendradas por  la interacción de pueblos de diversos orígenes e ideas.  Las culturas antiguas de Egipto, del Valle Indo, Persia, Mesopotamia, Grecia, Alejandría y Roma prosperaron dentro de un alto grado de mezcla e intercambio entre tribus y pueblos.  Los instrumentos del intercambio incluyeron las  conquistas y la esclavitud, el comercio o las migraciones, pero la pureza tribal de estas civilizaciones no era la regla.   Lo mismo ocurre en las cruces culturales, los efectos de tales mezclas puedan crear una creatividad, la emancipación del espíritu humano y nueva confianza en los poderes humanos.  Los prejuicios personales y culturales sólo producen complejos, alienación y atrasos.  Un ejemplo de la mezcla de muchos pueblos y culturas se halla en México: la rica pintura, música, danza, literatura y arquitectura de México no surgió sola de raíces puras, sea de España,  con sus propios insumos celtas-ibéricos, romanos, visigodos, e islámicos; o de diversos pueblos indígenas de América con sus antiguos y diversos orígenes asiáticos, sino de la fructífera y dinámica fusión de muy distintas culturas, cada una de múltiples contribuciones.   Culturalmente, México es una de las más interesantes y creativas sociedades del mundo.  La “purificación” de culturas o pueblos, después de estos contactos, mezclas y estímulos., no es ni posible ni deseable.

En realidad todas las naciones se están volviendo altamente heterogéneas y ninguna puede ya insistir en la pureza de sus raíces o en el monopolio de una etnia en particular y la transmutación de etnias tiene mucho análogo con la migración de ideas.  Como Fernando Savater astutamente afirma: “Lo que los etnomaníacos llaman etnias originalmente puras no son más que mestizajes cuyos claves han sido olvidadas o disfrazadas.  El ‘origen’ hay que inventarlo constantemente a partir de aquello que en el presente se quiere excluir o rechazar.” [51]   

En su libro “Identidades Asesinas”, el autor francés libanés, Amin Maalouf, nos advierte de lo dañino de  “los riesgos de la exacerbación de la identidad, que se da cuando se obliga a un ser humano a optar por una sola de sus identidades, con la consiguiente supresión de su pertenencia a otras”.  [52]

Este aspecto negativo de la identificación étnica, regional, sectaria o nacional es un proceso que concientemente excluye la gran diversidad de influencias que nos han formado como seres humanos a lo largo de la historia.  Maalouf añade:

“La necesidad de construir nuevas identidades personales desde la niñez, y en toda la vida adulta, implica un paciente e intenso proceso educativo, que rebasa la idea de las pertenencias del estilo tribal a razas, partidas, religiones, etcétera.  Sólo estarán completas nuestras identidades si reconocen todas las aportaciones que debemos a los otros, así como las propias luces de aquellos con quienes podemos identificarnos aunque no formemos parte del mismo grupo”.[53]

Soy un admirador de la cultura maya y tengo muchos amigos que se identifican con ella.  Sin embargo, empiezo a sentirme incómodo cuando oigo decir que uno tiene que tener “sangre maya” y que uno debe excluir todas las demás influencias y contribuciones para apreciar su grandeza.   Cada persona que se identifica así con una sola cultura puede alegar lo mismo.  Leí de una mujer en Gales que rechazaba todo lo que no era de origen Celta y no aceptaba las contribuciones de los Romanos, Viquingos, Daneses, Anglo Sajones, Normandos y los otros más recientes pueblos y culturas que ella consideraba entrometidas y contaminantes en su ámbito. Maalouf de nuevo advierte:

“De lo contrario, seguiremos armando a aquellos que rechazan la mediación y la sensatez a la hora de los conflictos. La mayor parte de las contiendas internacionales recientes, se deben a luchas de identidades tribales contrapuestas.  Ejercer y asumir las múltiples pertenencias de cada quien, ayudará a la tolerancia y a tender puentes con quienes, lejos de sernos adversos, son indispensables para construir la democracia”.[54]

El Caso del Islam

En todas partes del mundo hay aspectos externos de identidad que son muy particulares. Por ejemplo Bernard Lewis declara en “Las Múltiples Identidades del Medio Oriente”, que los tres enfoques de identidad en esta agitada parte del mundo, son la sangre, el lugar y la fe.  Esta combinación ha producido efectos confusos y contradictorios que militan contra la resurgencia de la cultura dinámica, tolerante y creativa del Islam en sus siglos tempranos. Los centros de apogeo de la civilización islámica nunca fueron homogéneos.   Lewis afirma que el mundo árabe no es, ni nunca ha sido, sinónimo de mundo islámico, que la conciencia nacional es muy inestable e inconstante y que, por ejemplo, la nación Palestina nunca existió antes del concepto actual como resultado del conflicto con Israel.  Si hace cien años se le hubiera preguntado a un ciudadano de Jerusalén o Jaffa sobre su identidad, él hubiera respondido, “Yo soy un musulmán de aquí”.[55]

Pero es claro que el mayor y más exitoso imán en esta región era el Islam, que no discriminaba entre pueblos, culturas, razas o creencias previas, especialmente si aceptaran su confesión.  Aunque se extendió en parte mediante conquistas de extensas regiones, parte de su temprano éxito se debía a su tolerancia y aceptación de los pueblos en igualdad.  En lo que se refiere a tolerancia religiosa, Mahoma y Ali dejaron claras instrucciones acerca de los “pueblos del Libro”: judíos y cristianos, en que sus propios fieles deben tratarlos con deferencia y buena voluntad en todos los territorios musulmanes, ayudarles a construir sus iglesias si fuese necesario y eximirlos de obligaciones militares a cambio de un impuesto moderado.  Si un hombre se casaba con una mujer judía o cristiana, no debía forzarla a que cambiara su fe.   El aspecto externo de la “jihad” (lucha) se aplicaba a los politeístas cuya barbarie los hacía ferozmente resistir y traicionar el avance del Islam, con su monoteísmo enfático y civilizador. Si estos politeístas aceptaban la nueva causa tenían que ser tratados como iguales, si se oponían, debían ser conquistados e inducidos a aceptar el Islam.   

Pero la más importante “Jihad”, tenía el sentido de la lucha interna de cada creyente para llegar a ser sumiso a la voluntad de Dios y resistir los defectos humanos. Islam significa “sumisión” a la Voluntad de Dios y se caracterizaba por un estricto monoteísmo y dedicación a las enseñanzas del Corán, que claramente aceptaban como inspiradas por Dios las misiones de los profetas hebreos y de Jesucristo.  Esto, con la instrucción coránica de buscar conocimientos “hasta de la china” y que esta búsqueda era una obediencia a Dios, produjo un aumento dramático en el aprendizaje, el conocimiento y la aceptación de las ciencias, sin importar su origen, y al principio, el Islam practicó un alto grado de tolerancia y justicia en su gobierno de las poblaciones muy heterogéneas.  De nuevo, no es ningún secreto que multitudes de judíos y cristianos del siglo siete al catorce que no se convirtieron al Islam, prefirieron vivir bajo los regímenes islámicos más tolerantes y benignos, que bajo muchos gobernantes cristianos.  Las fallidas Cruzadas (“la invasión”, para los árabes) del siglo once al trece, fueron choques y encuentros entre incultos cristianos europeos y una cultura islámica súbitamente superior.  Estos ultrajes, especialmente la despiadada masacre de todos los musulmanes y judíos de Jerusalén, por los “cristianos” en la Primera Cruzada, todavía, después de diez siglos y sus vastos cambios, despiertan profundos resentimientos en los pueblos árabes y musulmanes.

Pero desde el caótico siglo catorce a la fecha, los papeles fueron gradualmente cambiados y la cultura del occidente se volvió más emancipada, absorbente y dinámica en cuanto a descubrimientos, organización, educación y disciplina, lo que lo llevó gradualmente a asumir el papel dominante en el mundo. Mientras tanto, el Islam se estancó ensimismo con sus resentimientos y en fieras luchas entre sus propios cismas, etnias y sus rivalidades dinásticas.  Pero es universalmente reconocido que muchas de las semillas de la emancipación del Occidente fueron plantadas por el Islam.   Las civilizaciones nacen, prosperan, cosechan y lentamente agonizan y ceden el dinamismo a otros.  

Con los apasionados cismas y las luchas políticas dentro del Islam, se ha perdido mucho  poder de este imán, su fuerza civilizadora y su dirección, sosteniéndose a si mismo sobre algunas de sus creencias, sus leyes de la oración diaria, el ayuno, las peregrinaciones y su estricto monoteísmo  y. los recuerdos de su luminoso pasado.  Pero este mismo apego a su pasado alimenta un fuerte y duradero resentimiento contra los siglos de insultos, tanto de las Cruzadas como de las tragedias de la persecución y retirada musulmana bajo regímenes cristianos de Iberia e las islas del Mediterráneo.   El posterior dominio colonial europeo de los siglos diecinueve y veinte, agravó su amargura.   Lewis hace ver que este tenaz resentimiento islámico colorea su resistencia hacia el nacionalismo, la democracia, el socialismo, y especialmente el sionismo, que considera imposiciones del Occidente.  Después de las decepciones y fracasos del nacionalismo secular árabe al caer el Imperio Otomano, los frustrados fundamentalistas se volvieron sus añoranzas hacia las glorias del pasado, y sus resentimientos al Occidente “Crucero” para tratar a reestablecer la antigua ley Sharía musulmana y el regreso de su viejo imperio islámico.   Estos anhelos se han visto frustrados por los nacionalismos seculares, musulmán sólo en nombre.  Muchas de sus naciones son vistas por los islamistas como acomodaticio con el Occidente, no sólo aceptando sus mercados y sus inventos, sino adaptándose a sus estilos de vida.

Todas estas cosas, los antiguos y tenaces resentimientos contra el Occidente agresivo, los resentimientos contra el colonialismo occidental (principalmente de Inglaterra y Francia) que lleno el vacío político al caer el Imperio Turco al final de la Primera Guerra Mundial.  Esto resulto en la formación de 19 naciones pobremente administradas y a la deriva.  Aparecieron los resentimientos contra las administraciones nacionalistas seglares que suplantó al dominio colonial.  Estos líderes nacionalistas árabes fueron acusados por los islamistas de “venderse” al Occidente, y sus propias animosidades sectarias y diferencias étnicas internas, han creado un fanatismo agresivo que ahora amenaza al mundo.  La tragedia del Islam es que en sus resentimientos contra el Oeste, ha perdido su propia amplitud, unidad y cohesión, y uno se pregunta sobre cuál es la mayor batalla, contra el Occidente o entre sus propias sectas y segmentos.  

Ya que no es fácil separar la fe de la identidad étnica en estos conflictos, los colocó bajo identidades étnicas-sectarias.   Irak, por ejemplo, tiene significativas poblaciones regionales de kurdos sunitas, musulmanes chiitas, cristianos asirios, caldeos, y armenios, (muchos de estos últimos han  emigrado) azerbaijanos, palestinos, lures, descendientes de los turcos, así como los dominantes árabes sunitas.   Pero habiendo perdido por tanto tiempo su antigua unidad e importancia bajo los califatos y dinastías islámicas, así como su independencia y orgullo bajo siglos del dominio otomano de Estambul, (antigua Constantinopla), luego bajo administración  europea durante varias generaciones, seguido por la independencia, habiendo caído bajo el dominio de una autocracia nativa sunita cuasi-socialista, rica y poderosa en ingresos por el petróleo, que a su vez se había perseguido a sus propias minorías, aún a los extremistas islámicos. y vecinos.   Las sospechas de los poderes del Occidente, especialmente los Estados Unidos,  que tal régimen era una amenaza para el mundo, abrió un nuevo capítulo en la antigua y trágicamente confusa  rivalidad entre el Islam y el Oeste.  Una justa comparación del daño al Islam de parte del Occidente, contra el daño impuesto por sus propia divisiones, resentimientos, pasiones y debilidades, depende mucho de la objetividad del observador, pero los dos aspectos merecen examen crítico y culpas.   Uno puede ver cuan corrosivas pueden ser  estas frustraciones para las masas de jóvenes inquietos urbanos, con poca educación y empleo en la mayoría de naciones musulmanas, que fácilmente son inducidas a culpar a todos los demás por sus condiciones y sus pérdidas de orgullo, y que así son blancos al proselitismo del Islam militante. 

Una peculiaridad de las identidades del Medio Oriente tiene relación con los extraños conceptos del tiempo.  El reloj y el calendario solar europeo tenían mucho menos aceptación en las culturas del medio oriente que en el occidente.  Para muchos de sus pueblos es como si las Cruzadas de hace nueve siglos hubiesen ocurrido ayer.  Bernard Lewis menciona que el asesino de Anwar Sadat en Egipto, después de su acción, gritó: “¡He matado al faraón!”  Aunque los tenaces y resentidos recuerdos también han producido gran daño en los Balcanes, adonde la derrota de los serbios en la batalla de Kosovo en 1389 d.C. todavía es invocada para fines de venganza, y en Irlanda, el Cáucaso, y en muchos otros lugares, es aún más pronunciado en el mundo musulmán.

Al mismo tiempo, la mayoría de los pueblos de Occidente han hecho la paz y relaciones cordiales con sus adversarios de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y aún de guerras locales más recientes.  Todos estos recuerdos tenaces representan el lado oscuro de fijar las identidades en sangre, lugar y credo, combinado con animosidades irresolutas que han estado agravándose por generaciones.

Las identidades lingüísticas

En cuanto a las identidades lingüísticas, Lewis menciona que esto es menos crucial.  En todas partes de lo que era el Imperio Otomano Turco uno encuentra muy curiosas mezclas de lenguaje y de escritura.  Hay abandonadas iglesias griegas con inscripciones turcas en caligrafía griega, sinagogas con inscripciones arábigas en letras hebreas, así como otras iglesias cristianas con inscripciones arábigas en letras siríacas.  En esta región el lenguaje raras veces es un tema de identidad fuerte, (en el Oeste el caso de Québec es una excepción relacionada con otros prejuicios nacionalistas y religiosas).  Después del fin del dominio e influencia islámica en España a finales del siglo quince, algunos musulmanes y judíos dispersos continuaron escribiendo el español con caligrafía arábiga.  El yiddish y el ladino son versiones del alemán y del español respectivamente, escritos en letras hebreas.  Todavía, cinco siglos después de su expulsión de España, podemos encontrar enclaves de judíos sefarditas en Turquía, Marruecos e Israel en donde una versión de español del siglo quince todavía se habla en el seno familiar.  El lugar de origen, la sangre y la fe son todavía mucho más fuertes que la lengua como enfoques de identificación.  Mario Pei escribe en este contexto: “Es anticientífico en extremo establecer alguna asociación entre el origen racial y el lenguaje, aún por insinuación, como cuando las gentes del siglo diecinueve hablaban de una raza “mongólica” y de idiomas “mongólicos”.[56]   En lenguaje, la humanidad tiende a ser muy pragmática.

El rol de prejuicios heredadas 

No solamente en el Medio Oriente sino también en casi todas las regiones, la cuestión de identidad externa tiene sus propios muy contradictorios e idiosincrásicos aspectos.  En todas las áreas encontramos pasiones irresolutas debido a la persistencia de prejuicios heredados.   La insistencia en la identificación limitada a tribu, etnia y lugar de origen ha traído a su paso consecuencias trágicas.  Parece obvio que estas identidades deberían buscar motivos más positivos para su lealtad.  En lugar de adoctrinar a sus hijos y a otros sobre cuan malo, o aun totalmente despersonalizado, es el adversario, como lo hacen los fanáticos, podrían mejor descubrir aquellas facetas positivas de sus propias culturas que pueden ofrecer al resto del mundo.  Cada uno de estos grupos étnicos tienen atributos y características loables que vale la pena conservar, y la humanidad sería más rica por su contacto con ellas.  Pero tantas gentes continúan persuadidas por los recuerdos y fetiches que, si los analizamos cuidadosamente, son imitaciones ciegas de tradiciones y animosidades veneradas por su antigüedad.  Su consigna parece ser: “Aquellos siempre han sido nuestros enemigos y nuestra animosidad hacia ellos es parte de nuestro inolvidable pasado”.

Es ahora el momento para un autoanálisis: ¿Cuál es el bien que han producido estos recuerdos llenos de resentimiento y venganza?  ¿Cuáles frutos de tranquilidad, paz y refinamiento de cultura y carácter personal han engendrado estos odios y vendettas?  Acepto que uno pueda querer pertenecer a algo definido y rico y que el adoctrinamiento desde edad temprana pueda hacerse para dejar trazas duraderas de una identidad específica que tiene valor cultural, que  no necesita conducir al odio o la violencia.  Pero cuando el prejuicio y el odio entran en la ecuación nos llevan casi inevitablemente hacia esas atrocidades que pueden borrar cualquier apreciación de lo bueno y lo bello en estas culturas.  La venganza es una pobre excusa para la lealtad étnica, y puede dañar la reputación de todo lo que es de valor en una cultura.

¿No es posible pertenecer a algo por lo que es bueno y bello? Las culturas occidentales, ahora tan comercializadas y casi tan corruptas como las otras, y cuyo más venerado dios es el dinero, no son de mucha ayuda en este proceso positivo, ya que muchos de sus propios aspectos buenos y bellos están siendo depreciados por el materialismo y la manipulación comercial de casi todo.  La humanidad parece estarse hundiendo en una cultura amorfa y embotadora de adquisición y consumismo, sin ningún propósito más profundo o más altruista, sin definición o dirección positiva.  Lo mejor que podemos decir es que por lo menos el comercio debe promover un contacto más pacífico que las pasiones y prejuicios.  

Identidades Vocacionales

El nuevo paradigma profundamente afecta todas nuestras identidades adquiridas. No solamente de nuestros grupos étnicos, nuestros credos y clases sociales, sino también todas las vocaciones y profesiones que ahora están pasando por cambios tumultuosos.  Hay jefes de estado, militares y líderes de pensamiento que abogan por un cambio radical en la función de las fuerzas armadas y una estricta vigilancia internacional sobre el comercio de armas, más la necesidad de terminar con las guerras mediante un régimen de leyes y del desarme universal que son  imperativos para evitar una masiva y mutua destrucción en que nadie saldrá triunfante.  Hay médicos que han abandonado sus prejuicios por los sistemas alternativos de curación y tratamiento, y quieren ahora enfocarse más en el mantenimiento de la salud antes de otras consideraciones, aún sus propios ingresos.  Hay economistas que admiten el significado de los factores emocionales y morales en asuntos y decisiones económicas.  Hay agricultores, (y no debemos olvidar que ésta es la más vital actividad económica de todas), que buscan diversificar las cosechas, probar nuevos productos y métodos orgánicos para eliminar el uso de tantos tóxicos para el bien de generaciones futuras, y que están investigando mejores maneras de atraer y premiar a aquellos que trabajan en el campo.  Hay educadores cuyos conceptos de enseñanza-aprendizaje y de su papel como facilitadotes es de la participación, han cambiado mucho desde mis años como estudiante y como maestro, y que también estima la importancia de la formación espiritual del carácter del educando.  Hay abogados que asesoran a sus clientes para que dependan menos de litigios entre adversarios, y que dan prioridad a la consulta para  resolver conflictos. Hay arquitectos y constructores que buscan una armonía consciente entre el desarrollo material y el ambiente, aún con sacrificios de sus propias ganancias personales, comprendiendo que la depredación ambiental puede conducir a la pobreza colectiva.

Hay posibilidades de que los lugares de empleo se extiendan hacia oficinas en el hogar y aún hacia pueblos más remotos.  Los efectos del nuevo paradigma para servir mejor al cliente con nuevas técnicas de procesamiento de datos, han afectado enormemente el trabajo de ejecutivos, contadores, vendedores, aseguradores, arquitectos, dibujantes, especialistas en transporte y logística, banqueros, planificadores financieros, químicos, cocineros, mecánicos, profesionales en las otras ciencias y tecnologías, hasta que todos han tenido que aceptar que su campo de acción ha sido transformado dramáticamente. Aún los trabajadores especializados requieren constantes actualizaciones en sus funciones y tecnologías.  Aquellos que no están dispuestos o equipados para adaptarse, se quedan atrás.

Ninguna cultura, negocio o profesión humana ha permanecido nunca estática, pero ahora la velocidad del cambio no tiene precedentes.  El artesano que regresaría a su taller como antes, el ebanista que sintió gran orgullo en su oficio, el tejedor de textiles finos que siente nostalgia por los procesos de antaño, sufren en algún grado debido a las limitadas oportunidades de mostrar sus habilidades y prosperar de ello.  Aunque debería haber amplia oportunidad y admiración por estos expertos en oficios artesanales, es evidente que en nuestros tiempos el espacio y el mercado para tales habilidades ya no son como antes.   Este no es el primer gran salto de cambio de esta clase, aunque puede ser el de mayor dimensión, ya que no solamente afecta a las naciones industrializadas sino también a las naciones en vías de desarrollo.  Hay muy pocos talabarteros y herreros ahora.   Se dice que el 60% de las vocaciones actuales no existían antes de la década de los mil novecientos sesenta.  La gente cambia su identidad vocacional, busca maneras y lugares en los cuales sus habilidades pueden ser más productivas en algún nuevo oficio,  con frecuencia en industrias y talleres mayores y menos personalizados. Las oportunidades de empleo están siempre cambiando, y esto debería servir para evitar concentrarse en una vocación demasiado especializada.  Parecería que si la educación es constante e incluye la formación de un pensamiento y análisis flexible y desarrolla más los aspectos de nuestra identidad interna, mejor podemos adaptarnos a dichos cambios.

Confío que siempre existirán oportunidades para las habilidades artísticas y artesanales, y que éstas siempre tendrán acceso a mercados y demanda local y mundial.  Inclusive me atrevo a pensar que habrá una eventual correctiva a las economías masivas de producción y distribución, y un renovado énfasis en la calidad y personalización que puede prosperar tanto en menores como mayores escalas. A pesar de la expansión obvia, inevitable y totalmente realista hacia una interdependencia planetaria de las economías y finanzas, que, si son sabia y justamente  reguladas, podrían llevar mayor prosperidad a mayores regiones y niveles.   Por eso, creo que el crecimiento ilimitado y el poder de las multinacionales llegarán a un tope.  Como lo veo, y contra las tendencias actuales, pondremos mayor énfasis en la calidad y en negocios y economías locales tanto como internacionales y en la salud, prosperidad y espacio económico de las comunidades locales, sin estorbar sus accesos mayores e internacionales.  Esto parecerá necesario y complementario en un futuro en que la humanidad habrá por fin abandonado su obsesión con la lucha competitiva para la supervivencia del más grande o fuerte, que es una ley para los animales pero no para el hombre. 

La Identidad Masculina y Femenina

Uno de los más injustos prejuicios entre todos es el que por milenios ha clavado a las mujeres en una posición de inferioridad en todo lo que es intelectual, administrativo y social en la civilización.   Durante este largo período la mujer era considerada incapaz de ocupar vocaciones o profesiones de las cuales, en las generaciones recientes, ella ha probado su gran competencia.  Durante siglos, siempre que las mujeres demostraron tener dichas habilidades, se les tildó de estar poseídas por demonios, aún hasta condenarla a la hoguera.  Ahora es obvio que estos prejuicios estaban basados en la superstición y en la ignorancia.  La devaluación de su importancia y la denegación de igualdad en educación, oportunidades y condición ante las leyes y costumbres, las limitaron a la competencia sólo en los oficios domésticos, conyugales, maternales, o como objetos para el placer de los hombres.

No podemos negar que, en gran parte, este dominio masculino estaba justificado en unos versos de las religiones del pasado, y ha colocado a las mujeres un rol subordinado.   Se puede argüir que esto era necesario en las más primitivas y agresivas etapas de la evolución social.  Pero estas mismas escrituras han indicado la posición sublime de ciertas mujeres, talvez como una señal de su gran potencial y eventual emancipación.  La veneración de mujeres como Sara, Aseyeh, Kuan Yin, la Virgen María, María Magdalena, Fátima (la hija de Mahoma), Tahireh, la poetisa mártir de la Fe de El Báb y Bahiyyih Khanum, la heroica y ejemplar hija de Bahá’u’llah, nos han dado modelos en cada una de las religiones universales, de la extraordinaria fuerza espiritual y dotes mentales de su sexo. Los Fundadores de estas religiones mostraron, con su deferencia y compasión, el mismo respeto hacia estas mujeres como hacia sus discípulos masculinos.  Los arraigados hábitos a través de las épocas, basados en tradiciones judías, ciertos comentarios de Pablo e interpretaciones de teólogos misóginas del Islam entre otros, fueron las bases para la discriminación clerical durante siglos, y aún hasta nuestro tiempo.

Durante siglos muchos judíos ortodoxos diariamente oraban, “Bendito eres Señor, nuestro Dios, porque no nací mujer”.  Frases similares han dominado las historias de otras religiones.  En el Código de Manú, (un legislador semi-mitológico del hinduismo) encontramos: “En la niñez una mujer debe someterse a su padre; en la juventud a su esposo; en su viudez a sus hijos. Una mujer jamás debe ser liberada de la sumisión”.[57]   William Lecky escribe sobre los grados de censura, aún la auto-castración de unos los Padres de la Iglesia, a la mezquina aceptación del acto sexual, aún dentro del matrimonio sólo con el propósito de procrear, con el otro extremo de licencia sexual dentro de los monasterios y órdenes, especialmente desde el siglo ocho al catorce. Al mismo tiempo que otros religiosos escribieron sobre estos escándalos, invocando anatemas contra el matrimonio de los sacerdotes, y aún mordaces diatribas contra las mujeres como tentadoras del diablo.[58]   Aunque estos prejuicios son insostenibles ahora, todavía hay persistentes vestigios de costumbres, como el sistema de dotes y la inmolación de la viuda con el difunto esposo en la India, el tan limitante chador en las culturas musulmanas, la remoción quirúrgica del clítoris en algunas culturas africanas, y el desprecio general hacia las recién nacidas hembras en tantos lugares.

Estas herencias son incompatibles con las espléndidas mentes de la matemática neoplatonista Hipatia, (quien fue brutalmente muerta por monjes bajo las órdenes de un Obispo  de Alejandría), de Hrosvith, de Eloisa, de Anna Comnena, de Teresa de Ávila, de Sor Juana Inés de la Cruz, de George Sand, y George Eliot (quienes habían asumido nombres masculinos para que sus escritos fueran tomados en serio), de Madame de Staël, de Madame Curie y de las matriarcas como la Reina de Saba, Cleopatra, Zenobia, Isabel de Inglaterra, Isabel de España, Catarina de Rusia, Victoria de Inglaterra, entre muchas otras, deberían haber indicado la capacidad potencial  de las mujeres, ya que aún las masas estimaban sus reinados entre las épocas más felices y vitales de su historia.

Las injusticias que aún ahora soportan las mujeres a través del mundo son más obvias cuando consideramos el abrumador peso que llevan en tantas tareas de baja categoría que sus culturas les asignan.  Hemos sufrido milenios de atrasos por el desprecio la negación de la educación hacia la mitad de la capacidad humana.   Tantas instituciones religiosas, líderes del pensamiento y sistemas patriarcales han obstruido el camino y fijado actitudes que todavía persisten a pesar de tanta evidencia de lo contrario.  En la publicación de las Naciones Unidas “El Estado de las Mujeres del Mundo”, podemos leer:

            “Por primera vez en la historia los ojos del mundo se  han enfocado al hecho de que la mitad de la población del mundo, por un accidente de nacimiento, hace dos tercios del trabajo del mundo, recibe un décimo del ingreso y posee una centésima de su propiedad.”[59]

Este mismo hecho invalida la pretensión de la superioridad moral de los hombres. El antropólogo Ashley Montague dedicó mucho de sus investigaciones en los años cincuenta del siglo pasado, a probar que en las sociedades donde las mujeres están reprimidas, los hombres también permanecen subdesarrollados. El siglo veinte ha demostrado que las culturas más progresistas y educadas son aquellas en las cuales existe un mayor equilibrio de derechos, oportunidades, responsabilidades y desarrollo de capacidades entre los dos sexos.  La más reciente de las religiones mundiales, la Fe Bahá’i, afirma aquello que ninguna otra religión ha podido, por condiciones históricas, afirmar en el pasado: establecer como un principio religioso fundamental, la igualdad de las mujeres con los hombres en todo lo que se refiere a potencialidades intelectuales, científicas, artísticas, sociales y administrativas.  Afirma que en las capacidades afectivas, intuitivas y de crianza, las mujeres suelen ser superiores a los hombres.  Aún declaran que sin la contribución de las cualidades, talentos y habilidades femeninas a la par de los hombres, las plenas potencialidades de la civilización y la paz jamás serán realizadas.

            “El mundo de la humanidad posee dos alas - la masculina y la femenina. Mientras estas dos alas no estén equilibradas en fuerza, el ave no volará.  Hasta que las mujeres logren el mismo grado que los hombres, hasta que ellas tengan acceso a la misma arena de actividad, no se lograrán  grandes y extraordinarias metas y la humanidad no llegará a las alturas del éxito posible.”[60]

            Esto no tiene nada que ver con la advertencia de que si la mujer se vuelve igual al hombre habrá mayor anarquía moral.  Esta ciertamente ha sido la coartada macho para la continuación de los mismos dominios masculinos.  Pero contradice esta exacta pretensión de la superioridad de los hombres, ya que coquetea con la idea que las mujeres más emancipadas tienden a rebajarse al nivel de irresponsabilidad moral masculina.  Esta ha sido usada para evitar su avance debido a  que era visto como el inevitable aumento de oportunidades de tentación y disponibilidad para los hombres indisciplinados.  En muchos lugares esto en realidad ha ocurrido, pero no es el propósito del principio de igualdad.  La tendencia a limitar las actividades de las mujeres surge de un antiguo reflejo cultural: ver a las mujeres principalmente por sus posibilidades de goce sexual o como engendradoras de hijos, (más que todo hijos varones en sociedades agresivas y belicosas) y despreciando la mayoría de sus otras habilidades.  Este principio tiene la intención de ver a la persona por sus cualidades intrínsecas de mente, espíritu y, particularmente, capacidades que pueden beneficiar a la sociedad y a la humanidad en general.

            Tampoco defiendo las posiciones militantes del feminismo agresivo.  No estamos hablando de las mismas naturalezas o de funciones específicas que son naturalmente asignadas a cada sexo.  Estamos hablando de las complementariedades de las dos naturalezas y de las habilidades particulares que las mujeres pueden ofrecer a la humanidad, y que el mundo tan urgentemente necesita ahora.   El intercambio de sensibilidad social, apreciación cultural, intelectual y científica, amistades sinceras entre humanos, sin intimidación sexual, dará a la humanidad las extraordinarias capacidades que las mujeres pueden ofrecer al mundo, incluyendo la mayor pasión y juicio para promover la paz.

            Aconsejado por un amigo muy ilustrado e experimentado, no me dirijo a las identidades transexuales o homosexuales.  La razón es que estos temas han llegado a ser tan polémicas y polarizadas, que algunos juzgarán todo el ensayo sólo sobre este enfoque.   

La Identidad de Edad y Generación

            Ahora consideraremos una de las más absurdas identidades, la de edad y generación.  Aunque es tan vieja como la historia misma, talvez su más notable expresión fue escuchada en las décadas de los años sesentas del siglo pasado,  cuando los rebeldes de esa revoltosa generación adoptaron la consigna: “Nunca confíes en nadie mayor de treinta años”.  El hecho inexorable de que en unos cuantos años la misma generación rebelde alcanzará a esa odiada edad, no se les ocurrió en las pasiones del momento, y cuando llegaron a ese punto, su prejuicio se había menguado considerablemente.  Pero los resentimientos persisten por los defectos y fallos de las anteriores o recientes generaciones; fallos de no haber leído correctamente las señales de su tiempo, o de no haber detenido el deterioro ambiental, o logrado la paz mundial, etc. Si meditamos un poco nos daremos cuenta que cada generación en el siglo veinte ha contribuido con su aporte a la gradual agonía de la civilización y al deterioro ambiental.  Ciertamente individuos en cada generación se han mostrado coraje y visión; pero las generaciones mismas, hasta ahora, no han presentado mucha voluntad política, decisión o heroísmo para promover los cambios de dirección de las cosas.    El discriminar o rebelarse en contra de aquello a que nos llegará a ser,  es la más miope de todas las actitudes.  Nadie escoge su generación o el momento de su nacimiento, así como nadie escoge a sus padres o a su grupo étnico.

           

            Hasta ahora hemos analizado algunas de las identidades principales, secundarias o externas.  Algunas son inmutables, otras sujetas al cambio.  Los aspectos predeterminados tienen que ser aceptados sin complejos o vanidades.  Aquellos que podemos determinar, podemos alterar gradualmente o aún decidir cambiarlos por otros.  Pero debemos también reconocer que hay algunas bases para la identificación étnica, cultural o nacional que no están sustentadas por desmedido orgullo, prejuicio o resentimientos.  Son valuadas por la sincera apreciación de lo que es positivo y bueno en estas identidades y segmentos de la humanidad.  Ahora consideraremos los beneficios de la diversidad.

Parte Tres

La Diversidad y la Búsqueda de las Raíces

Cuando hablamos de la unidad humana, se debe comprender que no tiene nada que ver con la uniformidad.  En realidad la unidad, y no la uniformidad, es el principio que rige la creación en todo organismo viviente que demanda la armónica interrelación entre muy diversos componentes.  Un perspicaz pensador inglés escribe:

“La unidad requiere una diferencia en todas las cosas.  La uniformidad requiere congruencia.  La unidad es fuerte, bella, flexible; la uniformidad es rígida y sin color.  La unidad se logra mediante fuertes lazos de atracción, cooperación, interés común, y una conciencia de la interrelación de todos los pueblos.  Preserva la cultura nacional, lenguaje, y logros; sostiene las tradiciones locales y costumbres y repudia la centralización excesiva; no requiere que nadie se rinde sus lealtades sanas de local y nación.  Fija las normas de una visión más amplia, un alcance mayor, de membresía en la familia humana.  Demanda la contribución de cada nación, de cada parte del mundo a la gran estructura del templo de la humanidad….La unidad del mundo es el enlace de todos sus partes componentes en un solo cuerpo, cada uno ofreciendo una parte de su belleza y valor, para que la armonía resultante sea la expresión de cada parte mezclado hábilmente en la fuerza y majestad de una completa sinfonía.”  [61]      

Una faceta de la identificación étnica y cultural deseable, es reconocer que hay mucho que debemos a nuestros antepasados.  El sentido de la historia y de la apreciación por las contribuciones del pasado es un ingrediente muy importante en cualquier sentido de pertinencia.   La depreciación o el olvido de nuestro propio pasado o el ignorar las múltiples raíces de la riqueza cultural de nuestras regiones, es como la amnesia que puede permitir una uniformidad cultural sofocante que ciertamente debemos evitar.   Del mismo modo que tarde o temprano un individuo que había sido adoptado en la infancia querrá saber quienes son sus padres biológicos, todos deseamos tener algún enlace con nuestros diversos orígenes.  Esto no tiene que ver con ingratitud hacia nuestros padres adoptivos o las muchas contribuciones culturales que nos componen, ni el rechazo de los diversos insumos que tienen parte en lo que somos.  Es un anhelo por saber más acerca de donde venimos y una apreciación por sus valiosas contribuciones.

El amor por nuestra cultura o país y la sana preocupación por su honor, respeto y reputación en el mundo, son dignos de encomio y deberían ser alentados.  Al mismo tiempo, debemos aprender a reciprocar con debido respeto hacia aquellos que tienen un patriotismo sano y  lazos afectivos por sus respectivos países y culturas.  Esta es una prueba para medir las intenciones de nuestro patriotismo y lealtad.   Si fallamos esa prueba, estamos encaminados hacia un posible chovinismo o xenofobia, lo que inevitablemente lleva a la animosidad hacia otras naciones y culturas.  Deberíamos distinguir entre los importantes legados, el valor justo de nuestras culturas y tradiciones y el lastre de mezquindad y prejuicios que debe ser descartado en estos tormentosos tiempos.   Todo sentido de patriotismo en nuestro tiempo existir dentro de un contexto de promover y proteger lo que es valioso en cada cultura para contribuir a un mundo de gran riqueza y diversidad, dentro de sistema mundial descrito por Alberto Einstein.  “de aquí en adelante, la política extranjera de toda nación debería ser juzgado en todo punto por una consideración: ¿conduce a un mundo de ley y orden, o nos conduce atrás a la anarquía y la muerte. [62]   

La gran diversidad de costumbres, creencias, artes, artesanías, música, danza, drama, vestuario, cocina y tradiciones positivas es un antídoto efectivo contra la aburrida e entumecida uniformidad de un mundo en camino hacia una cultura planetaria.  Esta cultura será rica o pobre  en proporción a la contribución de diversidad al conglomerado.  El olvidar o dejar que perezca lo bueno en estas contribuciones culturales no es aconsejable, y siento preocupación por la pérdida de lo singular de las culturas menores, antes de que puedan ofrecer su contribución a la humanidad.

Esta diversidad puede ser apreciada en las principales ciudades del mundo, en donde uno puede escoger comer, por ejemplo: sushi, lasaña, sauerkraut, curry, guacamol, enchiladas, foo yong, humus, falafels, kebab, borsch, salmón ahumado, hamburguesas o pupusas, etc. La diversidad en la gastronomía es disfrutada y muy aceptada.  Las expresiones de la música, danza, teatro, literatura, artes plásticas y vestimenta, así como el genio particular en cada cultura, buscan su merecido espacio en el mundo.   Quizá el mejor gozo que he disfrutado en un teatro fue cuando, durante los años setentas del siglo pasado, pude ver al Ballet Folklórico de México, con tantas diferentes danzas, ritmos, vestuario y temas de regiones y culturas de ese país.  Fue una experiencia embelesadora y recuerdo que sentí un intenso deseo de que todas las naciones pudieran presentar un espectáculo semejante.  Esto debe ser alentado en todas las regiones para el enriquecimiento de todo el mundo.  La cultura mundial debe ser de una infinita riqueza y variedad, y no debemos permitir que la expansión de estas dotes sean anulada ante la agresiva y materialista cultura comercial, que no enriquece el espíritu o las sensibilidades estéticas de nadie.

Cada nación y cultura no solamente puede, sino que debe ofrecer al mundo aquello que es bueno de sus propios legados.  Claro que no todo en cada cultura es positivo, pero yo como persona particular familiar de varias culturas no soy quien debe hacer una depuración.   Creo que el tiempo y un sentir de lo que nos une y eleva nuestras sensibilidades podría cumplir esa tarea.   Considero que es altamente positivo que las tendencias hacia aquello que es “nuestro” en cada entorno nacional tengan esta visión y propósito.  Podemos sentir gran satisfacción cuando nuestras artes, artesanías, tesoros literarios, los simbolismos de la vida y del cosmos, nuestros hijos e hijas con habilidades especiales, sean apreciados en otras regiones del mundo.

Pero el insistir en que la cultura con la que nos identificamos es la mejor, y que todas las otras son intrusas y negativas, o que sólo las culturas nativas deben ser reinstaladas a cualquier costo y con exclusión de las otras, no produce beneficio real.  Al grado que el resentimiento sea el motivo detrás de tal campaña, el resultado será más lucha y contienda.  La cultura y la creatividad no prosperan en una atmósfera de prejuicio y venganza, por ser forzada y carente de espontaneidad.  El cambio es inexorable y casi todas las culturas han sido intrusas y agresivas en diferentes períodos de su historia.

Cuando Will y Ariel Durant terminaron de producir sus siete volúmenes de historia humana, escribieron un pequeño libro llamado “Las Lecciones de la Historia”.  En él justificaron la elocuente confirmación de los antiguos griegos: “Los molinos de los dioses muelen lentamente, pero muelen extremadamente fino”.  El tiempo y la acumulación de conocimiento y experiencia forman en su tiempo un equilibrio y justicia sostenida sobre los dos pilares de la recompensa y el castigo, sobre la moderación y el eventual triunfo de la unidad humana que debe ser vista como su eventual destino.   Es interesante que algunas profecías de los pueblos indígenas americanos antes de la Conquista, contemplaran las etapas de su conquista y humillación ante otros pueblos; pero que también tuvieran la visión que después de mucho tiempo y muchas crisis, la hermandad humana se logrará y entonces ellos mismos llegarían a ser apreciados y estimados.  Esta visión y aceptación de una nueva fase de iluminación traería honor para ellos ante las naciones.

El recordar y celebrar lo bueno y positivo de nuestras raíces no siempre es fácil.  Las injusticias y humillaciones que los indígenas y después los pueblos importados como esclavos  desde la Conquista, y las expropiaciones y privación de derechos que han sufrido los pueblos indígenas, producen complejos y resentimientos que dejan cicatrices durante generaciones.  Muchos habían sido separados de sus raíces y la mayoría de recuerdos no fueron positivos.   Pero las actitudes de hace siglos están en retirada y existen no solamente una creciente conciencia de sus amargos frutos, sino también una creciente vergüenza entre los descendientes de aquellos que fueron protagonistas de tanta maltrato e injusticia.  Es muy evidente que las actitudes han cambiado.  También estamos concientes que el resentimiento y la baja auto-estima de tantas generaciones no puede desaparecer en una generación.  No debemos olvidar que cuando un pueblo ha sido tratado como servil o inferior durante muchas generaciones, bien puede que sufra el complejo de ser servil e inferior.   Con mucha sorpresa hace años escuché a un iletrado indígena afirmar que Dios dio al hombre blanco el cerebro, pero que dio a los “indios” el mecapal.   Seguramente este complejo fue producto de una adoctrinamiento mal intencionado.  La discriminación racial o cultural es un fuerte corruptor del espíritu humano, tanto para los discriminados como para los discriminadores.  Pero de nuevo debemos recordar que aquellos que provocaron las injusticias, obedecieron los modos de pensar de sus tiempos y posiciones, y que entre ellos había muy diversas conductas, no pocas de ellos de bondad y compasión.

Las crueldades de la explotación de pueblos indígenas, y luego de los esclavos africanos no la podemos borrar de la historia.  Pero tampoco podemos olvidar que entre estas tribus y culturas mal tratadas, había aquellos que a su vez habían estado capturando y esclavizando a otras durante siglos.  En esas tierras, la continua explotación del trabajo forzado de niños y menos afortunados ciertamente debilita la protesta contra las injusticias de hace varios siglos.  La esclavitud y la explotación son males repulsivos, dondequiera que se encuentren, y difícilmente encontramos tribus, naciones y culturas que no tienen historias de tales abusos.   Los pueblos dominantes en los últimos siglos ahora no están orgullosos de su  comercio de esclavos y de la explotación de otros pueblos, y los recuerdos de estos son dolorosos y lamentables en extremo.  Pero en aquellos marcos de pensamiento de siglos atrás,  la esclavitud parecía perversamente aceptable para una mayor expansión de la hegemonía de reinos, naciones y pueblos.  Hace milenios parecía tan natural que ni Moisés, ni Cristo, ni Mahoma, ni los líderes del pensamiento como Platón y Aristóteles siquiera sugirieran su abolición, ni mencionaran su fin, aunque todas  alababan la emancipación opcional de los esclavos.  En el presente, gracias a los pensamientos de los últimos dos siglos, la esclavitud se ha vuelto inaceptable y merecedora de aversión, una triste reliquia del pasado más primitivo.  Las leyes, costumbres y venerables instituciones cambian y se vuelven inoperantes y obsoletas.  También uno debe recordar que entre los más grandes emancipadores de estas condiciones fueron aquellos de las culturas colonizadoras que tenían profunda aversión humanitaria y religiosa hacia dichos crueldades y abusos.  Bartolomé de las Casas, José Simeón Cañas, Horace Greeley, Harriet Beecher Stowe, Jane Adams, John Browne o Abraham Lincoln son solamente unos pocos de estos ejemplos.  A veces los cambios definidores de esta evolución pueden parecer muy lentos, hasta aparentemente estancados.  Otras veces, pueden ser abruptos y muy dramáticos, como son en el presente.

Cuando recordamos que en casi todos las culturas, las víctimas y pueblos maltratados eran descendientes de tribus que en tiempos previos conquistaron y maltrataron a otros, nos damos cuenta que esto ha sido parte de la condición humana en todos los continentes y durante casi todas las épocas.  Debemos agudizar la visión y esperanza de un eventual triunfo de la justicia y vindicación entre humanos, de manera que si somos descendientes de explotadores podemos sentir vergüenza, y si somos descendientes de los explotados, podemos perdonar.  En todo caso, en esta etapa somos todos pueblos en procesos de mestizaje cultural y étnico y podemos celebrar las interesantes y ricas historias a las cuales tantos han contribuido.  Ya que no somos de esas generaciones, debería ser más fácil olvidar las ofensas, las animosidades y los resentimientos.  En todo caso estos resentimientos y complejos solamente nos lastiman y detienen nuestro propio crecimiento, sin poder cambiar el pasado.

De nuevo recordamos en todas las Sagradas Escrituras la afirmación que el orgullo es el precursor del abatimiento y la degradación, mientras que la humildad es lo que nos lleva al honor y a la elevación del alma.   No debemos jamás confundir el orgullo arrogante con el auto-respeto, ni la humillación con la humildad.  Ni, como ya mencionamos, la unidad con la uniformidad.  Esta confusión de atributos tan diferentes, profundamente perturba un sentido coherente de identidad.  Muchas personas que están espiritualmente concientes y maduras ya no desean ser ni opresores ni oprimidos, ni ofensores ni ofendidos.   Pero si tuvieran que tomar esa decisión, muchos preferirían no ser los opresores u ofensores.  Esto se debe a que el sufrir persecución o desdén es más conducente a la espiritualidad y a la cercanía a Dios, que ser causa de persecución y crueldad.   Las atrocidades y explotación de otros representan las más bajas de todas las conductas humanas.  No es solamente un aforismo que algunos individuos desarrollan, debido a sus sufrimientos, un mayor sentido de espiritualidad sincera que sus amos.  Es notable, y hablando en general, que el segmento de la sociedad norteamericana con un carácter más fuerte y profundidad espiritual, se halla entre las mujeres de las minorías que han sufrido por tanto tiempo, como las afro-americanas y de los pueblos indígenas.  La adversidad puede hacer más profundo el sentido de un más alto propósito, si lo aceptamos como tal.  Este sentido de propósito sostenido a través de la adversidad, puede ser una parte integral de una digna identidad.  Hay un inefable decoro de sufrir y soportar adversidades que no quebrantaron el espíritu interno.  Podemos todavía ver esto entre las víctimas de persecución, aunque esto de ninguna manera absuelve a los perseguidores.

También es mi sentir que podemos mejor sanar los males y evitar los resentimientos destructivos por medio de una nueva apreciación de todo lo que es bueno en las culturas y tradiciones indígenas, y motivar el desarrollo de sus habilidades innatas, siempre que estemos concientes que todas las culturas cambian y constantemente asimilan.  Es notable, por ejemplo, como las contribuciones de la música de las diversas regiones y culturas populares no solamente han elevado nuestros conceptos de sus orígenes, sino también los talentos de combinar y amalgamar dichos diferentes estilos, ritmos y líricas.   De nuevo los antropólogos insisten que ninguna cultura es fija y cristalizada.  La variante es la velocidad de los cambios, y hoy en día el planeta entero está cambiando con rapidez incomparable.  Esto puede provocar tensiones y dificultades en el descubrimiento de las contribuciones culturales dentro de uno, pero no lo hace imposible ni debería ser desalentado.

La presunción y orgullo que nosotros los occidentales tenemos por nuestra cultura como un modelo para todos los demás, ha perdido mucha credibilidad en estos tiempos.  Recuerdo haber leído en los años cincuenta del siglo pasado sobre un colegio cristiano en la Costa de Oro (ahora Ghana), en donde los profesores de la congregación trataron de inducir el concepto de que los africanos debían seguir el modelo europeo, ya que esta sería la mejor manera de alcanzar los niveles del resto del mundo.  Un estudiante se cansó de oír esto y en una asamblea les dijo: “Hermanos, ustedes siempre insisten en que tenemos que seguir el ejemplo y la conducta de los europeos. Bueno, ustedes han tenido dos guerras mundiales en treinta años que produjeron setenta millones de muertes. ¿Debemos seguir este modelo también?”

¿Quién puede enseñar a quién? ¿Quién está tan libre de defectos como para poder presentar a todo el mundo un ejemplo luminoso?  Todas las naciones tienen demasiados trapos sucios como para criticar la lavada del vecino.  Es obvio que algunas naciones y culturas están más avanzadas en algunos procesos democráticos, educación y tecnología, y han tenido más éxito en atender las deficiencias sociales,  en lograr mejor orden y justicia, y cuya experiencia puede ser útil a otros.  También es obvio que otras naciones y culturas necesitan más estas habilidades y logros.  Pero vivimos en un mundo en el cual es preferible que las opciones morales surjan dentro del seno de una nación o cultura, con más insumos de su propia siembra y cultivo; sin tener que imitar ciegamente todo lo que les ofrecen, y, con ello, los defectos y caprichos juntos con lo las virtudes.  Hay excelentes y privilegiados mentes y almas en cada una de estas culturas que deberían ser escuchadas y atendidas para el estímulo y espacio de influenciar a sus semejantes, y esto en sí podría ser una fuente de identidad positiva.  Los individuos pueden hacer una enorme diferencia.   Además, la auto persuasión es muy preferible a la persuasión impuesta.

Un buen comienzo en este proceso sería el renunciar a la venganza como una herencia cultural.  “La venganza aplaca la ira en el corazón contraponiendo un mal contra otro.”[63]  No solamente carece de legitimidad en el imperio de la ley, sino que no resuelve nada.  En los Balcanes, Irlanda, el Cáucaso, el Medio Oriente, África y en tantas otras partes, estas vendettas nunca terminan y nunca realmente distinguen los culpables de los inocentes.  Un lado hace mal primero y el otro hace otro mal después. 

Prefiero no mencionar naciones particulares, pero los ejemplos son abundantes y están extensamente conocidas en el mundo.   En tiempos de calma hay cierta curación y aún enlaces de matrimonio entre gentes que han sido enemigos hereditarios por siglos.  Pero de repente, algún demagogo se levanta para explotar viejas animosidades, y una gran parte de la población abandona toda sensatez, retornan a sus primitivas pasiones y sueltan los perros de la guerra.  Estas guerras de venganza solamente han producido más matanzas, mas refugiados, minorías perseguidas y renovadas excusas para otra venganza.  Es como si en éstos casos las consultas, arbitraciones, alguna clase de convenios y acuerdos pacíficos simplemente no fueran opciones, cuando en realidad deben ser las únicas valederas opciones.   Si al fin se decide terminar con las venganzas  el último agresor tendría que cargar con la culpa de ser autor del ultraje final.   Es obvio que una Corte externa, imparcial, con autoridad y fuerza para sancionar al agresor, sería un requisito para terminar con estos conflictos,  y esto es una opción que el mundo debe promover.  La fuerza no  debe limitarse como reacción a otra fuerza, sino como el instrumento del derecho, la justicia y la pacificación.     

El recrudecimiento de los conflictos étnicos y religiosos tiene que ser controlado por el temor de severas sanciones, el aprendizaje de la tolerancia como una virtud moral, y la aceptación de nuestra diversidad como algo deseable para una sociedad vital y pacífica.  El abandonar las  soluciones pacíficas de los conflictos, sólo los hará más intensos,  hasta el agotamiento, el conteo de las victimas, daños y pérdidas perdurables  y las angustiosas dudas sobre la sensatez de toda la operación.   Es tiempo de dejar de considerar a los seres humanos solamente como eternos adversarios, de  políticamente correctos o incorrectos, buenos o malos, salvados o condenados, dominantes o dominados, y convencernos que somos una sola especie, habitando un planeta cada vez más reducido, poblado y frágil.   Normalmente tenemos coraje sólo para aplacar síntomas, considerando que las causas, o sea las pasiones de siglos no tienen remedio.  Tales causas sólo pueden ser confrontadas apelando a la naturaleza espiritual interna de los pueblos.  Los fallos de las religiones de ser protagonista en este empeño, y peor, sus aportes a los conflictos, dan testimonio de la deserción de su propósito.      

Es innegable que algunos pueblos están mal informados y se les debe ayudar a lograr conocimiento, otros han caído en privaciones o adicciones y tiene que ayudárseles a salir de esos fosos, perdidos en sus pasiones, y deben aprender a canalizarlas en energías constructivas.  Pero, de nuevo, ¿dónde podemos hallar o establecer la adecuada institución y orientación apolítica y desinteresada para cumplir tal tarea? 

He tratado de mostrar que todos estos aspectos externos: étnicos, nacionales, de clase, religiosos, sectarios, políticos, sociales, ideológicos, y vocacionales de nuestras identidades están sujetos a los fluidos y aún veleidosos cambios y actitudes bajo presiones que poco comprendemos.  La mayor parte de los prejuicios y rencores no tienen excusas en el presente, y muchas personas hacen esfuerzos por removerlas de sus conciencias, ya que es evidente que nadie debe ser considerado como adversario permanente.   La diversidad humana debe ser comprendida como un maravilloso beneficio y parangón.  De la misma forma como preferimos ver un jardín con una saludable diversidad de plantas y flores de muchos colores, tamaños y formas, así también deberíamos tratar de ver a la humanidad y a sus diversos pueblos y culturas.  El desafío es ver la diversidad así como complementaria y atractiva, algo precioso para descubrir u ofrecer al mundo.

La humanidad ha experimentado traumáticos eventos durante la expansión de sus lealtades a través de su larga y turbulenta historia.  Mencioné que es innegable que su sentido de  identificación y lealtad social  ha extendido esporádica pero inexorablemente de la familia, al clan, a la tribu, al grupo étnico, a la ciudad estado, hasta la formación de la nación-estado heterogénea.   Pero aún cuando estas dramáticas expansiones ocurren, los pueblos no tienen que repudiar todas sus anteriores afinidades o centros colectivos.  Cada uno de nosotros pertenece a una familia, a varios clanes, varias deudas culturales y pueblos que no tenemos que olvidar ni repudiar.  Pero tales afinidades tampoco no tienen que minar el concepto de que formamos parte de una humanidad que se ha beneficiado con las contribuciones y descubrimientos de fuentes a menudo desconocidas o poco apreciadas de casi todas partes del planeta.

En tales tiempos caóticos como los nuestros, una crisis de identidad se vuelve crítica y traumática.  Es comprensible que uno trate de encontrar un refugio en un nido cultural o étnico,   Tales refugios nos pueden ofrecer un colchón y confort de estar entre “los nuestros” durante un tiempo.  Pero de nuevo, sí estos refugios se sostienen sobre resentimientos, o conducen a rencores, es evidente que en ellos no hallarán ni refugio, ni colchón, ni confort, porque dichas identidades producen frutos muy tóxicos de alienación, tanto para las personas que así se identifican, como para las personas a quienes se opongan.    

También hay algunos que proponen que abandonamos todos nuestros sentidos fijos de identidad, todas nuestras apegos tribales, étnicas y culturales, para así poder lograr armonía y paz en el mundo.  Como mencioné, no creo que esto sea ni conveniente ni beneficioso.  En tal entorno es probable que emerja una cultura uniforme y monótona, especialmente si es dirigida por intereses políticos, comerciales y económicos, que puedan sofocar la creatividad.  La globalización, aunque ha incrementado grandemente la riqueza general de la humanidad, tal como está proyectada actualmente, tiene graves defectos y vacíos que han marginado a muchos pueblos.   El remedio no es abandonar todos sus procesos, sino ampliar sus beneficios para que incluyan las necesidades de muy diversos segmentos de la humanidad.   Esto no puede hacerse si la prosperidad económica es su único motivo.   La dimensión espiritual, la diversidad de culturas, costumbres y maneras de entender las cosas, inyecta vitalidad, drama y variedad al mundo, y esto si es altamente deseable.

Las migraciones

            Todos los economistas y expertos que han estudiado el fenómeno de las migraciones, legales o ilegales, opinan que las ventajas sobrepasan en mucho las desventajas,  y salvo a las masivas fugas por guerras o desastres, en que el lugar de refugio no los pueden absorber,  tienden a beneficiar tanto al país a donde van como el país de origen.   Las migraciones de regiones pobres y de limitadas oportunidades a lugares más prosperas, y las remesas familiares de enormes cantidades para sus países de origen, constituyen un proceso dramático y apolítico de distribución de riquezas globales, que es una necesidad para una era de seguridad colectiva y paz.  Tenemos que  estar conciente que históricamente todos los países se han poblado de inmigrantes.  También una proporción significativa de inmigrantes, después de un tiempo, retornan a sus países de origen y ejercen una poderosa influencia cultural y económica en sus tierras natales (para bien o para mal).  Los países desarrollados deben saber que la permanencia y estabilidad interna de su propia prosperidad en un mundo tan interdependiente, no se puede lograr con decisiones nacionalistas o proteccionistas o muros físicos.  Desde generaciones los productores exportadores de países prosperas han sabido que necesitan mercados con mayor capacidad de compra de sus productos y que en este mundo tan integrado, una economía acaudalada entre economías paupérrimas es una fórmula para inestabilidad, altos peligros e intimidaciones.   De la misma manera que una persona extravagantemente rica, rodeada de miseria, vive entre grandes peligros e inseguridad,  así una región de enorme prosperidad podría sufrir mayores peligros, inseguridad e inestabilidad, a menos que sea un imán para pueblos desesperados para mejorar sus condiciones, y quienes estén dispuestos a trabajar en los empleos que son desdeñadas por sus propios ciudadanos.   El cerrar las puertas a pueblos dispuestos a hacer estos trabajos condenaría a muchos sectores, especialmente la agricultura, a emigrar o cerrar su producción, y los países prósperos tendrán  que comprar mucho más alimentos de otros países.  Aparte de esto, las mismas naciones desarrolladas atraen de todo el mundo mentes dotadas y emprendedoras que estimulan las economías del mundo.   No defiendo la ilegalidad de inmigrantes, ya que creo en el respeto y dominio de las leyes.   Pero las leyes deben reflejar una realidad, y no la xenofobia, temores populistas o prejuicio étnico.   El tema es complejo, e involucra cuestiones criminales y desajustes sociales, pero el balance a la larga  contribuye a la prosperidad del mundo entero.                      

Parte Cuatro

El Sentido más Profundo De Nuestros Tiempos

 El siglo veinte ha sido el más concentrado de todos los siglos en cuanto a cambios profundos.   Los avances en el conocimiento de las ciencias humanas, de la naturaleza de materia y del universo sincroniza con sensibles cambios políticos, sociales, y educativos.  El movimiento que dieron fin de los imperialismos, ya sea europeos, turcos, japoneses, norteamericanos, o soviéticos, ha conducido al incremento de 50 naciones nuevas antes del fin del siglo veinte, a totalizar más de 180 naciones ahora.   Hemos visto la explosión de la población, de un mil millones en 1800 a seis mil millones a finales del siglo veinte, un incremento exponencial sin paralelo en doscientos años.  Aún desde 1960 hasta ahora, la población mundial ha duplicado. En la India, que hace medio siglo se consideraba sobre poblada con 350 millones, ahora tiene más de mil millones.  En este lapso de tiempo hemos visto una población prominentemente rural ahora concentrada en complejos urbanos de incontrolado crecimiento.  Esto también ha sincronizado con la aplicación ubicua de sorprendentes tecnologías de comunicación, análisis e informática, tanto para fines buenos como malos, productivos y destructivos.  No hay oficio ni vocación que no ha sido dramáticamente alterada por estos acontecimientos. 

Hemos presenciado dos devastadoras guerras mundiales y más de cien guerras menores, con un saldo  de más de cien millones de muertos;  la multiplicación y perfección de armas para exterminación masiva, lo que puede poner en peligro la supervivencia humana, afectando no sólo a los objetivos estratégicos deseados, sino también a la atmósfera de toda la tierra que respiren todos sus habitantes.  Hemos atestiguado no menos de cinco muy sangrientos revoluciones socioeconómicas de gran envergadura, con otros decenas de millones de muertos.   Hemos visto la emergencia y rápido crecimiento de los nacionalismos y de ideologías fanáticas y agresivas con las consecuentes violaciones de los derechos humanos, genocidios, holocaustos y gulags.  Hemos visto la transformación de todas las naciones, en poblaciones más o menos homogéneas, a poblaciones ricamente heterogéneas, y las masivas migraciones de continente a continente y de país a país.  Hemos visto la multiplicación sin precedentes del capital y la riqueza del comercio y las finanzas internacionales, al mismo tiempo que otros decenas de millones que han muerto de hambrunas y pandémicas contagiosas.  Hemos visto las tímidas, confusas y contradictorias reacciones de las naciones y pueblos a estos cambios, como si la escalada de los eventos nos abruma y nos paraliza para concebir respuestas adecuadas.  

Hemos visto la caída de más de 20 dinastías reales, aún monarquías, durante el Siglo Veinte. Hemos visto la declinación de la autoridad y reputación de venerables instituciones religiosas y seculares así como el descrédito de muchas doctrinas, tanto religiosas como política –ideológicas y científicas, que simplemente no han podido resistir tantos nuevos desafíos, experiencias y descubrimientos.  Hemos visto cambios dramáticos en los papeles tradicionales asignados a los hombres y a las mujeres, y grandes alteraciones en nuestros conceptos de autoridad,  gobernabilidad y participación.  Hemos visto la invalidación de teorías de superioridad racial y nacional que han sido utilizadas para justificar el dominio de un pueblo sobre otro.  Hemos visto una alarmante pérdida de valores, el aumento de indisciplina, conductas antisociales y de crímenes de todo nivel y clase.  

Hemos visto el gran incremento de la edad promedia de los seres humanos en todos los continentes, salvo en áreas donde la mortandad de pandémicas y las guerras las han reducido.   Al mismo tiempo, en la mayoría de naciones, por lo menos la educación primaria está llegando a ser obligatoria, y la presión cada vez mayor que sea obligatoria también la educación secundaria.  También estamos reconociendo el inmenso aumento en el número de estudiantes y graduados universitarios.  Este ha aumentado más de veinte veces en el siglo.   Aún en países del sub-desarrollo la educación a gran escala continúa más allá de los primeros niveles.  Hemos aceptado que todas las naciones tienen el derecho a pertenecer a un sistema y foro mundial, y hemos visto casi todas las naciones firmar una Declaración Universal de Derechos Humanos.   Se ha hecho conocer las condiciones y la conciencia de las grandes mayorías con un aumento exponencial de lectores y medios masivos de comunicación ni soñado en edades previas.  Hemos avanzado en el análisis, prevención  y tratamientos de enfermedades que nunca pensamos posible.  Pero todavía no hemos podido lograr un mundo de armonía y paz.   

Todas estas cosas a las que hemos sido testigos en el siglo veinte eran inimaginables en el siglo diecinueve, y aún hasta mil novecientos catorce, cuando realmente comenzó las drásticas alteraciones de la historia.    

Ha habido muchas atroces maldades y muchos triunfos, muchos retrocesos y muchos avances.  Pero la velocidad e intensidad de los cambios nunca ha sido experimentada en ningún otro tiempo en la historia.  Ante tanta explosión de conocimientos y confusión, algunos tratan de encontrar una teoría clave, o descubrir alguna conspiración para asignar a algún segmento de la humanidad toda la culpa por lo que ellos perciben como malo.  En general, no se encuentra ninguna de esas teorías que pasen la prueba, ya que hay tantas tendencias contradictorias.  Pero es obvio que algo muy dramático está sucediendo.  Un orden viejo que había sido incapaz de resolver sus propios problemas apremiantes, ha estado cediendo a otros experimentos que también han fallado aparatosamente  en cumplir con sus promesas, y no han podido detener el incremento de las matanzas, guerras y genocidios, los desastres y amenazas ecológicas, las violaciones de derechos, la descomposición de lazos familiares y lograr que las calles sean seguras.  Dichas fallas han contribuido a la sensación de que la civilización misma está agonizando. 

Al mismo tiempo que tenemos estos dramáticos cambios y decepciones por los fracasos de  movimientos que habían clamado ofrecer definitivos soluciones y desorden general, también hemos desarrollado una nueva manera de comprender a la gente, de relacionarnos con los demás, de ver lo inútil que es la violencia y el extremismo, de aprender a usar medios pacíficos para evitar la violencia y resolver discordias.  También hemos comprendido la importancia y las posibilidades del desarrollo sostenido, más allá de lo que se puede avanzar  sólo con dinero.

Hemos inclusive llegado más cerca de comprender que las guerras endémicas, la extrema pobreza, la explotación de las minorías y menos afortunados no solamente son inaceptables, sino que ahora se pueden visualizar el ocaso de estos abusos tan antiguos como la historia escrita, ya  que la prevención de estas condiciones se consideren dentro de la capacidad colectiva humana.  Pero por la inercia y los apegos a hábitos, prejuicios e instituciones obsoletas del pasado, estamos paralizados en aplicar los conocimientos, la habilidad y la voluntad política de usar dicha capacidad.

Es evidente que se está realizando un proceso doble: uno es dividir, separar, alienar destruir, corromper, deshacer.  El otro es unir, integrar, iluminar, espiritualizar.  Entre el choque caótico de ideas y sistemas de ordenes viejos y nuevos, vemos las posibilidades de agonía y de renacer.   Pero la violencia entre humanos no ha probado ser la partera de un orden justo, ni el fin  ha probado justificar los medios.  Pero los mismos fracasos de sistemas que habían prometido soluciones “finales”, ahora nos presenta, en este choque de edades, las experiencias que hacen posibles cambios antes considerados como imposibles.  En muchos tiempos el caos eventualmente se resuelve a sí mismo en un sistema es muy diferente a lo que reemplaza.  La tan repetida descripción de nuestro tiempo como “apocalíptico”, significa “aclaratorio”,  o sea lo que puede aclarar lo que yace al fondo de tan dramático cambio.  ¿No podría significar que una profunda aclaración está emergiendo?  ¿No podría ser una dramática transformación de la conciencia de los propósitos y destinos de la humanidad?

Una persona madura puede entender la adolescencia, ya que ha pasado por esa tumultuosa fase de la vida.  Pero un adolescente lleno de impaciencia, impetuosidad, auto-confianza y desprecio por la disciplina, no puede comprender la madurez y la sabiduría que deben aparecer en él al llegar a la edad adulta.   ¿Puede ser que la humanidad ahora está en los últimos estertores de la adolescencia y está llegando a la madurez?

¿Es posible que esta conciencia crezca y florezca por haber sufrido profundo e intenso arado y sufrimiento para preparar el campo para una siembra nueva?   Esperamos que la humanidad logre mayor madurez antes de tener que llegar por golpes a tal conciencia.  Pero usualmente insistimos perversamente, a que los golpes son los que más nos convencen.   

Ciertamente tiene que haber otro ingrediente aún más fuerte para atender las necesidades de nuestro siglo, ya que la experiencia sola puede ser demasiado costosa, y por sí inadecuada para guiarnos hacia una paz duradera.  Este ingrediente, casi olvidado o abandonado por una humanidad incrédula y con fuertes contagios de fatalismo y necromancia,  se halla en una antigua promesa que Dios no abandonará a la deriva sus criaturas, y en la hora más oscura y desesperada hará aparecer su guía que hará  arrepentirse a una humanidad perversa, y luego iluminarla.   ¿Podrá ser que lo que inicialmente nos une, sea una angustia común, y luego una aclaración?   ¿No es posible que tras una crisis que sacude las naciones, tradicionalmente referido con tanta énfasis en las todas las escrituras sagradas, como un “día de juicio”, un “día del Señor“o “día de rendir cuentas”,  en que la humanidad se hallará en “el valle de la decisión”, sea un tiempo de la “siega” y la quema de la cizaña acumulada dentro de las religiones, y cuyo fruto sería la unidad religiosa y humana?    No olvidamos que las promesas también hablan de un desenlace de tal tribulación en que la las espadas serán forjadas en puntos de arado, la guerra será abandonada, que se derramará el espíritu sobre toda carne, y con una venida “de la verdad completa”.  ¿No es posible que esto es lo que significa “un nuevo cielo y una nueva tierra,” cuando “se hará en la tierra como en los cielos”,  o sea una nueva era, barrida del pensamientos de lucha e instituciones obsoletas, que abre la conciencia humana a su unidad y la imperativa de paz.    

Estas promesas siempre han sido expresadas con términos alegóricos y escondidos,  más allá de la capacidad humana de interpretarlas, mucho menos con criterio literal,  ya que:“estas cosas (proféticas) están cerradas y selladas hasta el tiempo del fin.” y “que debéis saber que ninguna profecía de la escritura es de interpretación propia.” y, “que no juzguéis nada antes del tiempo, hasta que venga el Señor, el cual aclarará lo oculto de las tinieblas y manifestará las intenciones de los corazones.” [64]  Es decir, toda interpretación humana de tales profecías, que causa tanta confusión, angustia y desesperación entre los creyentes,  según las propias escrituras, no puede ser más que ociosa imaginación. Aún la interpretación popular sobre “el fin del mundo”, no puede ser el fin del mundo terráqueo, sino el fin de un milenio, ya que la palabra “mundo” en esta profecía era la traducción de “eon”, que quiere decir “época”.    

Los versos metafóricos señalan que tal visitación aparecería con un “nombre nuevo”, como,  “ladrón en la noche”, cuando estamos dormidos, y que eventualmente se podría  juzgar su verdad “por sus frutos”. [65]  ¿No sería posible que la humanidad tuviera que aprender a golpes y pasar por pruebas que “manifiestan las intenciones de los corazones”, o sea pruebas que tamizan a los hombres, no por sus palabras y presunciones, sino por sus hechos y frutos?   ¿No podría aparecer una causa nueva que confirme y aclare las promesas de antaño?  

El Islam también habla de tal renovación y renacer.  “Al fin llegó el tiempo cuando la Voz de la unidad debería hablar y declarar al pueblo. Sin necesidad de sacerdotes o artimañas sacerdotales, sin milagros salvo aquellos misterios que se desenvuelven en la experiencia interior del hombre y su visión de Dios.  A declarar con voz sin titubeos la Unidad de Dios, la hermandad del hombre.” [66]  Y, “En aquel día enrollaremos el cielo (la religión) como uno enrolla un pergamino.  Como hicimos la primera creación, así lo daremos a nacer de nuevo.  Esta promesa nos obliga, en verdad, lo haremos.”[67]   

 Hay cientos de versos en el Antiguo Testamento, especialmente en Isaías, que prometen semejante prueba y desenlace.  Otros libros sagrados también dan testimonio de tal drama y propósito.  Creo que ahora deberíamos de ver, “con ojos que ven,  oídos que oyen y corazones que entienden”, y más allá de nuestras distracciones diarias y vanas imaginaciones, si las señales y condiciones en escala planetaria, son aquellas descritas en tantas profecías, que sincronizan con un decisivo cumplimiento de propósitos eternos en esta tierra.  Creo también que cada alma humana tiene el compromiso y la capacidad latente para buscar, por si misma, libre de temores e impedimentos, si este cernir y pruebas son partes del cumplimiento de tales promesas.  

Así cuando unos religiosos y clérigos, basándose en sus interpretaciones personales de versos bíblicos, advierten que aquellos que promueven la unidad humana y un nuevo orden para la paz mundial son instrumentos de un “anticristo”,  que tiene que anticipar un Armagedón de sus imaginaciones, se olvidan de dos cosas: uno, que las profecías son vedadas a la interpretación humana y que no deben juzgar nada antes del tiempo; y dos, que hacen caso omiso de las más claras profecías la unidad y desarme humano, cuando una promesa que vendrá uno quién     “juzgará entre las naciones y reprenderá a muchos pueblos, y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces: no alzará espada nación contra nación ni se adiestrarán más para la guerra.” y quien vendrá para manifestar sus intenciones:  “Porque yo conozco sus obras y sus pensamientos: tiempo vendrá para juntar a todas las naciones y lenguas y vendrán y verán mi gloria.” [68]  

La unidad humana: lo que todos tenemos en común

Con toda la riqueza de la diversidad étnica, cultural, ideológica y religiosa, primero y ante todo, somos todos seres humanos.  Somos seres dotados de un alma racional, con capacidad para pensar, comprender, recordar, imaginar, creer, amar, sentir profundamente y tener nuestros propios gustos y preferencias.  Somos capaces de crecer en conocimientos, valores y virtudes,   intensificar el amor, extender las lealtades y escoger nuestros destinos.  En mi experiencia personal, habiendo vivido y trabajado por más de cincuenta años en un país adoptivo, estoy convencido de que en cada nación hay hombres y mujeres con asombrosas potencialidades de servir de  ejemplos para sus congéneres,  elevar el destino de sus regiones  y ser efectivos instrumentos de paz en el mundo.    

Los humanos somos capaces de servir y hacer sacrificios para el bienestar y felicidad de otros.  Estos logros son algunos de los frutos de nuestra naturaleza espiritual, y de nuestra sensibilidad y solidaridad.   Estamos conscientes de ello, porque existen ocasiones trágicas durante las cuales nos entreguemos a servicios humanitarios y sacrificados que nos dan  una profunda satisfacción interior.  Talvez ésta sea una de las razones por la que tenemos que  confrontar adversidades.

También he observado que uno no puede odiar a una persona hacia la cual se ha mostrado amabilidad y bondad.  La mayoría de los odios y prejuicios son inconscientes racionalizaciones egoístas de conductas injuriosas, inhumanas y vengativas.  De esta manera creo que se puede apreciar la sabiduría de la instrucción esencial de todas las religiones: De no oponer la maldad, sino promover la bondad, de no buscar venganzas, sino responder al mal con el bien, y de amar hasta a los enemigos.          

 Por contraste, cuando nos obsesionamos con identidades estrechas y cerradas, en realidad dejamos de actuar como parte de la humanidad y podemos aún convertirnos en fieras, como solíamos hacer en tiempos de guerra cuando vemos al enemigo como algo deshumanizado y satánico,  convirtiéndonos también en deshumanizados y demonios.

Las personas conocidas más creativas en servicio humano de estos últimos siglos, por ejemplo Pasteur, Tolstoy, Hugo, Dickens, Emerson, Henri Dunant, Jane Adams, Martí, Don Bosco, Gandhi, Schweitzer, Einstein, Pasternak, Madame Curie, Victor Frankl, Mandela, Madre Teresa, Martin Luther King entre muchos más, manifestaron una sincera apreciación y afecto por sus propias culturas y naciones, pero su visión, amplitud mental y legados de servicio beneficiaron e iluminaron a muchas almas y sensibilidades a través del mundo.   En contraste, aquellos cuyos enfoques terminaron en si mismos y sus propias ideologías y naciones: Hitler, Stalin, Mao, Pol Pot, Idi Amin, Caucésco, Milosevic y otros, han legado a la humanidad cosechas no sólo vergonzosas sino mortíferas.  Algunos propagan iluminación y dan vida, otros propagan la oscuridad y traen la muerte.

La estrechez mental, intolerancia, egocentrismo, envidias, sospechas y rencores están latentes en la más baja naturaleza del hombre y surgen en los momentos en que sus pueblos no aceptan la responsabilidad por sus propios actos y condiciones.  Luego proyectan toda la culpa sobre algún conveniente chivo expiatorio.   Esta pobre víctima es con frecuencia algún grupo tradicionalmente discriminado, cómo los judíos, los gitanos, homosexuales o incapacitados   durante el régimen nazi, Europa, por ejemplo.  Se conocen bien estas infamias y nos sorprenden que la humanidad no haya aprendido de sus grotescas lecciones y sus malsanos efectos.  Debería sorprendernos también que en nombre de conceptos caducos como el militante nacionalismo, rígidas interpretaciones de soberanía nacional el racismo, ideologías a base de luchas de clase,  fanatismos religiosos, intereses económicos y diplomáticos, así que el mundo siga imposibilitado de poner fin a tales ultrajes.

En estas páginas he tratado de demostrar como son de secundarias, transitorias, efímeras y fluidas muchas de las identidades externas, y como son de destructivas e irracionales cuando se ligan a resentimientos, odios, fanatismos y venganzas.  Pero también he aclarado cuan beneficiosas y productivas pueden volverse estas mismas identidades y culturas,  cuando buscan su lugar en nombre de una sana e inteligente diversidad humana y nos hacen conocer las cualidades creativas, sus capacidades y coraje que tantas de ellas han demostrado en sus luchas por sobreponerse a obstáculos y presentar sus contribuciones que enriquecen y energizan al planeta.  El proceso de la ‘planetización’ de la humanidad, lejos de sofocar la diversidad, debe estimular mayor expresión de la rica variedad de culturas en el mundo, y creo que se está notando  este proceso.     

Los Procesos en el Fondo de la Historia

También repetimos que cada expansión de estas lealtades ha llegado como resultado de grandes crisis y períodos de caos, confusión y severos desafíos, debido a la incapacidad de los centros colectivos anteriores de enfrentar nuevas condiciones.  Sostengo que el caos de nuestros tiempos se resolverá al grado del crecimiento de nuestra conciencia de la unidad humana.  Este, creo, es el propósito, el espíritu y el destino de nuestro tiempo.  Algo menos, como el viejo reflejo de volver a las luchas por la competencia y el predominio de clases,  naciones, razas, o de ideologías políticas impuestas sobre todos los demás, esto está condenado a sólo producir descalabros.      

La historia tiene antecedentes de la expansión de lealtades.  Los principios con los  cuales la República Americana fue fundada de trece muy separadas y contenciosas colonias a finales del siglo dieciocho, con la simultánea llegada al escenario de una galaxia de diversos y talentosos visionarios, formaban una nación dinámica de muy diferentes componentes e intereses.    Entonces existía un reto apremiante que las estimularon y las obligaron a unirse.    Ahora hay una amenaza y reto mundial que también debe de unirnos: las rivalidades agresivas y los intereses egoístas, los fanatismos y prejuicios que hoy por primera vez son capaces de convertir una chispa de discordia en destrucción y caos en conflagración de escala global.  Ahora las convencionales alianzas entre naciones no pueden evitar ni resolver los desastres causados por adversarios fanáticos.   ¿Hasta que punto tiene que sufrir y sacrificar la humanidad para la conservación de conceptos y fetiches obsoletos?

Menciono otro paralelo histórico que nos puede ayudar a comprender nuestros tiempos.   Cuando aquellos historiadores helenistas y romanos que vivían en lo que ahora llamamos los primeros siglos cristianos, escribieron sobre sus tiempos y condiciones, nunca mencionaron, salvo muy escasamente y en tono de desprecio, acerca de un nuevo credo que surgió en una provincia marginada al este del Mediterráneo.  Sus enfoques eran sobre los emperadores, las conquistas, sucesiones de dinastías, invasiones, culturas, condiciones morales y las modas e ideas de aquellos siglos, mucho que tenían que ver con la confusión de cultos y creencias paganas que estaban en boga en los territorios del Imperio.   Habían menospreciado un Nazareno que enseñaba lo que parecía un credo irrelevante, algo confundido como otra secta del judaísmo.  El nacionalismo, restricciones y la exclusividad de los judíos no los hacía muy populares en el mundo romano, y una secta iniciada por un Jesús,  que tuvo que ser ejecutado, no era un culto popular en Roma y sus colonias.  Por episodios su Fe fue tolerada, y por otros perseguida.  La emergencia del Cristianismo de la oscuridad, ignorancia y persecución  llegó en el siglo cuarto, facilitado por el apoyo y conversión del Emperador Constantino I, que llegó como una total sorpresa para aquellos líderes del pensamiento y de las mayorías que consideraban un movimiento de poca importancia.  Después de todo, los cristianos no tuvieron en sus tres siglos hasta este triunfo, ni Estado, ni fuerza civil,  ni militar, ni más de 10% de la población, ni riquezas que ameritaran mención.   Tres siglos antes, Jesús y sus apóstoles (más que todo Pablo) habían fundado una religión que un día reemplazaría las venerables instituciones del Imperio Romano y crearía su propia base para la civilización, recibiría veneración y crearía instituciones que reorganizaría la sociedad y trataría de espiritualizar y enfocar a gran parte de la población del mundo conocido. Aunque había graves disputas entre sus líderes y decisiones que después llegarían a lamentar,  el cristianismo logró establecer un nuevo paradigma espiritual entre pueblos que antes no tenían idea de que vivían entre un cambio de tanta trascendencia.   

Mientras tanto, durante estos tres siglos, los imperios y las creencias estaban experimentando condiciones tumultuosas que iban a conducirlos  hacia su ocaso y caída.  

¿No podría ser que las confusiones de ahora, choques entre movimientos adversarios dentro de una  civilización agonizante, y el surgimiento de movimientos constructivos y pacíficos  estos eventos catastróficos, terremotos sociales y políticos, sean como ‘las nubes del cielo’  que oscurecen la salida de un nuevo Sol espiritual que no ha sido reconocido sino por una todavía minúscula porción de la humanidad?   

El más coherente sentido de identidad humana, y por cierto el propósito de este ensayo es afirmar que el aspecto interno de lo que somos como seres humanos, es lo que tenemos potencialmente: las capacidades intelectuales y afectivas, las sensibilidades humanitarias y artísticas, y más que todo, la percepción de la dimensión espiritual, que compartimos con todos los segmentos humanos, y que conciente o inconscientemente anhela la unidad.   Este anhelo de unidad y coherencia es inseparable de aquella lucha por una realización y felicidad que describe  una sana relación con aquello que nos trasciende.   Un elocuente clérigo, George Townshend, escribió:   

            “La divina imagen del hombre es parte de él mismo. Es en verdad su ser verdadero, la esencia de su existencia, el alma de su alma.  Al purificar su corazón para que esta semejanza pueda salir a brillar en toda su belleza y verdad, el no solamente se está acercando a Dios, sino también se está convirtiendo en el mismo, se está encontrando: el sale de la debilidad espiritual y la infancia hacia la madurez.  Sus facultades y dotes, ayudadas por la ley del crecimiento, establecen entre ellas un equilibrio, simetría y orden; él es feliz si logra ese descanso en su alma que Cristo prometió a aquellos que llegaran a El.  Si por la negligencia él no logra que sus cualidades celestiales internas crezcan, la pérdida es de él.  Se atrofia en si mismo, se limita; escoge la debilidad en lugar del poder.”[69]

Lo que descubrió Townshend, y la humanidad en general está comenzando a descubrir, es que la esencia de todas las grandes escrituras religiosas del mundo afirma y promueve esta misma identidad vital.   Cada época de renovación requiere una siempre nueva y más extensa orientación de espiritualidad hacia niveles más universales y amplios, que se reflejan en procesos de expansión social y de las lealtades humanas.  Ahora somos capaces de ver que esta expansión pueda proceder de los designios eternos de un Dios trascendente más allá de los nombres y restricciones humanas.  La universalidad es de Dios, y las limitaciones proceden de los hombres.   

Aún los conocimientos científicos, que por tanto tiempo fueron consideradas irreconciliables con la fe, ahora muestran tendencias de poder aceptar un Creador que no puede nunca ser imaginado o encerrado en creencias parroquiales, pero que  intuimos también que proceda de un Dios que se involucra en el destino humano, o sea un Dios trascendente, inconcebible y personal a la vez.   ¿No es posible que la mente humana acepte que la universalidad y la grandeza inimaginable de un Creador y Sustentador de un vasto universo y siempre mayores misterios, el desarrollo sin fin de sus propias capacidades, sean reveladas progresivamente?   De este nivel de conciencia espiritual y cada vez más universal en el curso de los siglos, es evidente que los individuos humanos podrían ser impulsados hacia una dinámica lealtad humana bajo una Divinidad Única.   Convencidos que la unidad entre múltiples, diversos, y siempre singulares seres, no solamente es posible, sino que, como vemos simbólicamente en la abundante diversidad e integración de un sin fin de componentes de la naturaleza física en este planeta, es altamente deseable.

Estoy muy consciente de que esta amplitud, visión  y tolerancia es difícil aceptar para algunas personas.  Los escépticos definen los conceptos de unidad e integración como algo  prematuro, ingenuo y carente de pragmatismo.   Por un lado hay aquellos que consideran la tolerancia y los acuerdos como sinónimo de indiferencia moral o extrema indulgencia para cualquier pueblo o estilo de vida, no importa su calidad.    Por otro lado, hay algunos que piensan que debemos prescindir de toda clase de valores o cuestiones éticas, para poder concentrarnos en las necesidades físicas de las personas.   Otros opinan que el mundo necesita concentrarse en la aplicación de las fuerzas más contundentes  para acabar con la agresión, la rebeldía y la violencia.  ¿Pero las fuerzas de quienes?  Todo a la postre presume la existencia de una ley e instituciones supranacionales en que cada componente cede parte de su soberanía nacional o de su particular enfoque.   La alternativa es anarquía internacional y una garantía de mayor violencia.  

Tenemos que llegar a una realización serena y madura para admitir que sin la seguridad colectiva no habrá seguridad para nadie, salvo por momentos en que unas naciones tratan de mantenerse con superioridad en armas y aparatos de defensa, conduciendo a la bancarrota económica de ellas sin ninguna garantía de éxito.  La solución es una Ley y una Constitución internacional más sagrada y más fuertemente mantenida, que podría sancionar con severidad todo movimiento de armamentismo que exceda lo que cada nación requiere para sostener su orden interno.   Sólo de esta manera el desarme puede ser mundial.  El desarme unilateral, bilateral o aún entre varias naciones no sólo es imprudente sino imposible en un mundo tan agresivo.  Tampoco es recomendable extender las actuales instituciones internacionales en forzados instrumentos de coerción política.   Pero, en un mundo mucho más integrado e interdependiente que ahora podemos imaginar, ni la insistencia en conservar intactas las soberanías nacionales, ni los dominios de empresas multinacionales por encima de las nacionales, no son posibles.   Sin la conciencia en la unidad humana y la imperativa de la seguridad colectiva y la paz,  nos acerca a la anarquía y probable destrucción de un mundo sin refugios.

Acepto que tal anarquía está siendo parcialmente controlada por la asociación y evolución de unidades y acuerdos regionales, y esto produce algunos frutos positivos.  Pero eventualmente el regionalismo tiene que ceder a la conciencia de la unidad mundial.  Todo esto depende de la conciencia de las multitudes en aceptar esta lógica expansión de sus lealtades más allá de sus prejuicios y caprichos nacionales.   Pero de nuevo, la fuerza tiene que ser instrumento de la justicia, y la justicia descansa sobre el dar a cada uno lo que merece, y que tal justicia debe trascender  los intereses particulares.   

Las tragedias y los triunfos, los terrores y las esperanzas del siglo veinte han dejado claro que el vivir tan estrecho y compacto e interdependiente con tantos segmentos diversos de la raza humana, hacen obligatorias tres elementos complementarios: 1) la mística de apreciación de la diversidad de culturas,  2) la formación, tanto individual como masiva de aquellos atributos que todos compartimos en nuestra dimensión espiritual, con la consecuente expansión de la conciencia de la unidad humana; y 3) una estabilidad colectiva basada en la aplicación de juicios y fuerzas supranacionales para aplicar justicia imparcial en casos de agresión o la violación de derechos humanos, aún cuando los violadores alegan excusas de “soberanía nacional” para esquivar las sanciones.   El globo es demasiado compacto y frágil, interdependiente y explosivo, para una retirada hacia las decrépitas fortalezas de intereses y caprichos nacionalistas o de egoístas intereses económicos.  El no aceptar éstas desafíos prácticamente nos condena a peores crisis y violencia que ponen en riesgo la supervivencia de la humanidad.    

 Todo esto obliga el aprendizaje que la paz debe ser ganada en todo nivel, individual, local, nacional y mundial, y en todos los aspectos vitales, sociales, económicos, educativos  y políticos.  Pero si falta el elemento espiritual trascendental, que tome posesión del corazón humano, no tendrá vida.   Sería similar a construir un cuerpo en un laboratorio y esperar que tenga un alma viviente.

La Identidad y el Reto de los Nuevos Paradigmas

La justificación de las guerras como experiencias que ayudan a una nación a definirse, no sólo es engañosa, sino grotesca.   Es cierto que las crisis y luchas intensas nos ayudan a definirnos como humanos, inclusive puede que nos ofrecen héroes, quienes, bajo extremas adversidades, descubren poderes y enfoques que no esperaban hallar en ellos mismos.   Pero el mundo nos da suficientes crisis y retos severos para responder y crecer heroicamente a través de ellos, si sabemos como escoger y enfrentarlos.   Ahora las guerras denigran a los hombres y a las mujeres en sumo grado, y son capaces de exterminarlos.   Reducen a los humanos a su más baja naturaleza y por cierto tienden a convertirnos en robots insensibles, a veces mentalmente alterados y fieras.  Y las guerras continuarán mientras limitemos nuestras alianzas a un grupo étnico, un credo o una nación que concentren todas nuestras energías en luchar contra un adversario.  Hasta que aprendamos a ver y definirnos a nosotros mismos como parte de una sola humanidad y dejemos de engendrar tiranos o conspiradores en nombre de aquellas pasiones, la bestia que reside en la naturaleza material del hombre gobernará, y las guerras continuarán hasta acabar con nosotros.

Es cierto que el afán de luchar para vencer a un adversario es parte del psiquis humano.  Pero está implícita en las Escrituras Sagradas del mundo que esta lucha o “Jihad” mayor, debería ser finalmente comprendida y dirigida hacia el fin de combatir y vencer nuestros propios defectos internos, y trascender a nuestros propios egos, y no para combatir y conquistar a otros.  ¿Tendrá que ser mediante intensas angustias universales, hundimiento económico, desordenes sociales o políticas, desastre ecológico, imprevistos desastres naturales, guerra nuclear, pandemias o combinaciones de estos, con prolongado sufrimiento, que haga despertar la humanidad?   Ya que estamos tan perversamente inclinados a aprender a golpes, quizá lo mejor que podemos esperar de esto es que una calamidad humille la arrogancia humana hasta la mansedumbre y de rodillas,  esperar que de tal manera nos prepare para ser un instrumento de una sanadora Providencia.  Es curioso que tanto los Salmos como el Sermón de la Montaña hablen de que “los mansos heredarán la tierra”.

 En el libro, “La Búsqueda del Hombre por el Sentido”, por el psiquiatra Victor Frankl, se incluía la desgarrante narración de los cuatro años en que el autor era prisionero médico en dos campos de exterminación durante la Segunda Guerra Mundial.  En uno de los peores infiernos que el hombre jamás ha podido forjar en esta tierra, Frankl decidió tratar de  sobrevivir, mantenerse íntegro e intacto, observando las conductas de los condenados y sirviendo sus necesidades.  Su experiencia le condujo a la convicción que si una persona tiene un suficiente “por qué” para vivir, o un propósito trascendente en su vida, tal persona puede soportar cualquier trauma de “cómo” vivir.[70]   Así puede soportar intenso y prolongado sufrimiento con su identidad y propósitos intactos, aún enriquecidos.  O sea que el llamado “impacto cultural”, afecta mas destructivamente a aquellos que carecen de una identidad o propósito interno sólido.  Estos severos impactos pueden impulsar a la persona hacia aquella identidad espiritual interno que tiene tanto que ver con una trascendente, positiva y coherente filosofía de la vida.  Los que no tuvieron esta visión o creencia, fueron anulados por los sufrimientos.

Estos traumas y tragedias también nos pueden enseñar a que profundidades de depravación puede caer el ser humano cuando no tiene otro recurso más que una entumecida y pasiva o agresiva conformación materialista combinada con un una mente cerrada que no tiene posibilidad de producir mas que sus propios deseos inmediatos.

Ahora estamos o paralizados por el miedo, o impávidos ante los traumas y peligros.  Estamos como niños jugando con dinamita, sabiendo bien lo que la dinamita puede hacer, pero hechizados con el juego.   Parece que no hay ninguna institución o guía aclaradora que nos salve.  La razón detrás de este miedo y entumecimiento es que todavía no sabemos quienes somos, o que es lo que deberíamos buscar para desarrollarnos internamente y con las relaciones con los semejantes.   Debido a esta ignorancia de nosotros mismos, nuestras vanidades y arrogancia están siendo avergonzadas por cada nueva experiencia y cada nuevo instrumento de poder.  Poco  sabemos como usarlos para beneficiar a nosotros mismos o al género humano.   Este nuevo siglo ahora nos pide un grado de madurez, sabiduría, humildad y responsabilidad como nunca había confrontado generación alguna.   El aceptar el reto moral y espiritual ahora es lógico y necesario, y francamente no veo alternativa que no nos conduzca a calamidad. 

Nosotros los humanos siempre afrontamos condiciones de dualidad en nuestras identidades.  Para comenzar somos hijos de nuestros padres y padres de nuestros hijos.  Me refiero también a las dualidades de lo material y espiritual, de positivo y negativo, lo práctico y lo ideal, la importancia del individuo y de la sociedad, de activo y pasivo, de masculino y femenino, de derechos y deberes, de justicia y clemencia, de objetivo y subjetivo, de yin y yang,  de la centralización y la dispersión de autoridad, y muchos otros.  Es evidente que esas dualidades no son contradictorias sino complementarias.   En los imanes el polo positivo se pega al polo negativo, los polos idénticos se repelan.  Pregunto, ¿Por qué no podemos acomodarnos a pensar y vivir como activos y dinámicos partícipes en las esferas personales, locales y nacionales, y al mismo tiempo sentirnos parte integral de una sola humanidad, sin considerar a éstas dos esferas como adversarias?  ¿No es posible participar en un patriotismo cívico y sano y al mismo tiempo estar acorde con una lealtad mayor hacia toda la humanidad?  ¿Qué no son estas dualidades en realidad condiciones propias de la sabiduría y la madurez humana?

            “Los largos períodos de infancia y niñez por los cuales la raza humana ha pasado, han quedado atrás.  La humanidad está ahora experimentando las conmociones invariablemente asociadas con la más turbulenta etapa de su evolución, la etapa de la adolescencia, cuando la impetuosidad de la juventud y su vehemencia alcanzan su punto culminante, y deben ser gradualmente seguidas por la calma, la sabiduría y la madurez que caracterizan a la edad adulta.  Entonces la raza humana alcanzará ese nivel de madurez que le permitirá adquirir todos los poderes y capacidades de los cuales ha de depender su desarrollo final”.[71]

 Debemos aprender a ver a la humanidad como vemos al ser individual, con innumerables diversos componentes, células y órganos que están integrados y armonizados para sostener la vida del un ser completo.  El espíritu humano consiste de los poderes del alma que es la fuerza vital que coordina estos componentes.  Cuando un ser humano llega a la madurez, también recibe mayor coherencia, unidad orgánica y nuevos e inesperados poderes de comprensión, sabiduría, juicio y perspectiva.   Cuando llegue la humanidad a este paradigma, ganaría  capacidades que no eran evidentes en su niñez y adolescencia, aunque tales capacidades deberían haber sido sembradas en tempranas edades. Solamente en la madurez llegará a estar consciente de su insospechada capacidad para realizar aquellas perfecciones y auto estima que son implícitas en su derecho de nacer. 

Nuestras ideas de la realidad del hombre profundamente afectan a lo que nos lleguemos a ser y adónde nos llevarán nuestras identidades.  Es decir, si consideramos que esencialmente somos animales, adversarios eternos luchando contra otros segmentos; egoístas, agresivos, avaros, dedicados al dominio y la supervivencia del más fuerte o adónde nuestras naturales proclividades nos impulsan; eso es lo que vamos a ser.   Con la altamente desarrollada capacidad para crear y  usar armas de destrucción masiva, seremos, además de bárbaros y salvajes, extintos.  Por otra parte, si pensamos que la realidad humana tuviera la capacidad y el propósito de desarrollar aquellos atributos de espíritu, mente y corazón noble, eso es lo que seremos: espirituales, conocedores y humanitarios; capaces de resolver una miríada de lo que parecen inextricables problemas, y llegaremos a ser una especie pacífica, comprensiva y bondadosa.  Creo que estas crisis tienen la intención de despertarnos al drama de nuestras opciones, al imperativo de la madurez espiritual y la conciencia de la unidad humana que son las precondiciones  para la paz verdadera.    

Esto nos trae a la concientización de la trascendencia por encima de cualquier sentido de identidad personal.  Me refiero a las alturas místicas de “la muerte del ser y la vida en Dios, ser pobres en nuestro propio ser y ricos en el Deseado”, [72] al cual tantas escrituras religiosas se refieren.  Este sacrificio consciente del ego por el amor a Dios, y por el amor y el servicio a la humanidad, como su manifestación suprema, es la meta a la cual aspiran aquellos a quienes el amor y el desprendimiento de las cosas mundanas les disminuyen los sentidos de nombre, fama o rango.   Aunque esta etapa mística no está precisamente dentro de los confines de este ensayo, creo que es importante que el buscador de su identidad esté consciente de su más trascendental condición.   En nuestra egoísta, materialista y narcisista tiempo, estamos muy lejos de comprender este grado de desprendimiento espiritual.  Pero todas las crisis que ahora parecen humillar tanto el orgullo como el ego de los hombres deberán eventualmente doblegarlo y abrir a su comprensión la posibilidad que la búsqueda de identidad coherente y sana es una muy importante etapa en el viaje del alma,  pero que todavía le quedan etapas mas elevadas.   

Un poeta místico escribió una vez:”He conocido a Dios por Su desechar de los decretos  de los hombres”.  Se podría agregar: “He conocido a Dios por Su anulación de las arrogancias de los hombres”.   Con la libre voluntad, él podría escoger someter sus deseos y su libertad a un propósito de servir como instrumento de una voluntad más elevada, pero tiende a abusar su libertad, así limitando su fe a peticionar a Dios que le concede favores y deseos egoístas.  Aún cuando ora para la paz, muchos piden que sea otorgado del cielo, sin esforzarse al cambio.     Una gran mística cristiana inglesa, Evelyn Underhill, dice:

“No es fácil justificar ante la corte de la realidad aquellos oraciones para la paz y para la reunión que se ofrecen en una multitud de iglesias, y por tantos individuos que en realidad no están preparados para hacer una sola cosa difícil, o hacer un solo sacrificio de sus posesiones o prejuicios en los intereses de paz o de reunión.    La Paz es muy costosa, y la reunión será muy costosa. Ambos necesitarán gran renunciación.”[73]

  La libertad de elección ha sido concedida al hombre porque no somos autómatas y el amor y la fe no pueden ser forzadas, sino voluntarias.   Ha sido concedida para que voluntaria y espontáneamente reciproquemos el amor y servicios a Dios.   Fuimos creados para un sublime destino: “Noble te he creado, sin embargo tu mismo te has rebajado. Levántate entonces a aquello para lo que tu has sido creado”.[74]  Tal nobleza espiritual es severamente probada en los conflictos.   En la paz y hermandad, existe el entorno propio para su desarrollo.    

Es más que obvio que las identidades coherentes como seres nobles no pueden estar basadas en indiferencia, escepticismo, materialismo, fatalismo o duda.  Creo que el caos y desorden de la escala mundial y de intensidad que hemos presenciado, sólo podrían ser resueltos en una orden nueva que tendrá la capacidad, no sólo de mejorar, sino de transformar a la humanidad.  La visión es necesaria, ya que “sin visión la gente se desenfrena”[75].   Tal transformación debería incluir una depuración de la “cizaña” que ha producido las contiendas religiosas, e impedido que la religión asuma su verdadero rol y destino en esta transformación.  Pero la fe y el libre albedrío presumen la posibilidad de duda, y muchos dudan.   Si vamos a eliminar las confusiones para usar la libertad y fe como es la intención, y hacer los sacrificios necesarios para hacer posible la transformación, no podemos abandonar la esperanza.  He escrito  este libro porque, no importe lo que el futuro cercano pueda traer, y no importa su duda y confusión, que no abandonen las esperanzas en las eternas promesas de la paz y las alturas  que una humanidad tamizada y purificada por adversidades podrían alcanzar.    

Ciertamente no puedo precisar todos los momentos, obstáculos, pruebas, adversidades, valles y montañas, noches y albas que tendríamos que experimentar para realizar nuestras  insospechadas potencialidades.   Pero el verso “Todas las tribus de la tierra lamentarán”,[76] precede el tiempo en que ““he aquí, yo hago nuevo todas las cosas”. [77]

San Salvador, 29 febrero 2008

 

Gratitud

            La gran mayoría de obras que han contribuido a este ensayo fueron digeridas durante un largo período y están integradas en mi pensamiento.  Ahora, en mis años setentas, no es fácil recordar todas las fuentes absorbidas desde mis años de estudiante ya que nunca han dejado de enriquecerme. 

            Reconozco el impacto de respetados historiadores: Arnold J. Toynbee, William Lecky, Alessandro Bausani, Bernard Lewis, Nosratollah Rassekh, entre otros; de educadores y pensadores como Daniel Jordan y Gary Wills; de los psiquiatras Dr. Carl B. Jung, Dr. Victor E. Frankl, Dr. Allen Wheelis, Dr. Floyd W. Watson y Dr. Hussein Danesh; de filósofos como Drs. William Harcher y John S. Hatcher, Drs. Karl Jaspers y Udo Schaeffer; de antropólogos Dr. Michael Leakey, Dr. Michael Leiris y Dr. Ashley Montagu; de otros expertos y escritores sobre este tema o temas relacionados como Horace Holley, Amín Maalouf, B. Hoff Conow, Anjam Khursheed, Fernando Savater, Gil Delannoi y Pierre Taguieff y escritores pensadores religiosos como George Townshend y David Hoffman. También tengo una gran deuda con muchas publicaciones de la UNESCO, Revista “Current History” y “World Order”.

            Estoy también agradecido a ciertos amigos aquí en El Salvador, que han sido generosos en darme ánimo y útiles comentarios.  En las primeras versiones en español, las atinadas observaciones del Lic. Oscar Ramírez Pérez, me alentaron a extenderme hacia la versión actual.  Muy especialmente, el elogio y ánimo del Dr. Alfredo Martínez Moreno, ilustre jurista internacional, pensador, escritor y presidente de la Academia Salvadoreña de la Lengua, fueron especialmente apreciados, como lo fueron los comentarios del crítico de gramática española y estilo de la versión original, el periodista Alberto Saz.  Otra revisión por mi viejo amigo fenecido Arquitecto David Sandoval, me dio otros útiles comentarios.  También agradezco al Dr. Carlos Rodríguez Payet y Dra. Blanca Estela de Rodríguez por sus orientaciones sobre la sicopatología del fanatismo racial, religioso y étnico.  También quiero agradecer a la fenecida y muy respetada educadora, Lic. Antonia Portillo de Galindo, tanto como la Lic. Erlinda Hernández de Moras, Lic. Rosa Serrano de López y Lic. Claudia Alwood de Mata, por su aliento.  Tengo especial agradecimiento hacia Mabel Acosta Hinds, quien revisó y expresó más claramente con correcciones en una previa versión en español.   La revisión y corrección final de Gloria Mena de Palomo, es muy apreciado, tales como el cumplir con mis funciones de oficina de Gina García de Mobasher para permitirme estas largas digresiones.   Finalmente agradezco a mi querida esposa Jeanne, que ha sido tan indulgente con las largas noches dedicadas a investigación y tantas revisiones.

            Finalmente,  no puedo ocultar mi deuda a los escritos de la Fe Bahá’í, especialmente los de Guardián Shoghi Efendi (1921-1957), y a las más recientes publicaciones de su Sede Mundial bajo guía de la Casa Universal de Justicia.   Esta Fe es reconocida por autoridades como las Naciones Unidas, la Enciclopedia Británica y la Enciclopedia Católica, como la más reciente de las religiones universales.
 

 


 

Referencias:

[1]    Bahá’u’lláh, Tablas de Bahá’u’lláh, EBILA Buenos Aires, p.35

[2]    Allan Wheelis, “The Quest for Identity”, Norton NY, 1958. p.19

[3]    Idem. p. 19-20.

[4]    Horace Holley. Capitulo, “Educación para una Sociedad Pacífica”, en  “Religión para la Humanidad”. Editorial  Bahá’í de España. Tarrasa p. 147. 

[5]    Idem. p.148

[6]    Enciclopedia Británica, Ed. 15 Vol. 14, “Human Behavior”, p. 720.

[7]    Tablas de Bahá’u’lláh, p. 59

[8]    Lucas 12:48.

[9]    C.S. Lewis, citado en Reader’s Digest; Citas, Marzo 2000.

[10]   Gordon Taylor “How to Avoid the Future” citado en Udo Schaefer, “El Dominio Imperecedero”. Editorial Bahá’I de España, Tarrasa, p.79

[11]   Arnold Toynbee, “A Historian’s Approach to Religión”, Oxford University Press, Londres, 1956, p. 253.

[12]   Dr. Victor E. Frankl, “El Hombre Doliente”, Editorial Herder, Barcelona, 1994, p.96.

[13]   Shoghi Efendi, “El Desenvolvimiento de la Civilización Mundial”, EBILA, Buenos Aires, p.43

[14]   Kenneth Clark, citado en Laurence J Peter, “Peter’s Quotations”, Bantam Books, New York, p. 92. 

[15]   Mateo 7: 21,22.

[16]   Mateo 12:25 y Lucas 11:17

17 Shoghi Efendi, Op Cit, p

 

[18]  Macualay, citado en A.J. toynbee, A Study of History, Edición Summerville, Vol II p 99.

[19]   William E.H. Lecky, “History of European Morals”, George Brazillier, N.Y. 155, p. 414.

[20]   Jacques Barzún, del Estudio  “The Misbehavioral Sciences”, publicado en la antología “Adventures of the Mind”,

      Knopf, New York 1969, p. 20 (traducción mía).

[21]   Alessandro Bausani, artículo “The Religious Crisis of the Modern World”, Revista World Order, 1068 p. 10

[22]   Idem

[23]   Idem, p. 12

[24]   Abdu´l-Bahá, traducción del Divino Arte de Vivir. EBILA, Buenos Aires, p. 24 

[25]   Hidden Words of Bahá’u’lláh, Parte I, no.i.

[26]   Abdu’l-Bahá. Paris Talks. Baha’I Pub. Trust., Wilmette, p.130

[27]   Bausani, Op. Citado de Toynbee, “Un Estudio de la Historia” edición completa, Vol. VII, p. 171

[28]   Bausani, Op. Citado de Tielhard de Chardin

[29]   ‘Abdu’l-Bahá, “Some Answered Questions”, p. 32

[30]   Carl J. Jung, “The Undiscovered Self”, Little Brown & Co., Boston, 1958, p.74

[31]   Ibid. p. 48-49

[32]   Victor Frankl, trad. de “El Hombre Doliente”, p. 97

[33]   Mateo 7:16

[34]  La Sabiduría de ‘Abdul’Bahá, Editorial Bahá’í de España, p. 172

[35]   Floyd W. Watson, “The Idea of Man”, citado en “a los Pueblos del Mundo”, Asoc. de Estudios Bahá’i, Ottawa, p.

      39.

[36]   ‘Abdu’l-Bahá, “Some Answered Questions”, Cap. 55

[37]   Ibid

[38]   Victor E. Frankl, Op Cit. p. 174

[39]   Ibid. p. 251

[40]    Mateo 7;16 y otros.

[41]   Houssein Danesh, “Una Sociedad Libre de Violencia, Editorial Bahá’í de España, Tarrasa,

[42]    Citado y traducido de Abdulla al Manun, “the Sayings of Mahommad”, John Murray, Londres p.103

[43]    Mateo 18:20

[44]    Karl Jaspers, “_The Future of Mankind, citado en William Hatcher, “The Art of Revelation”

[45]   Abdu’l-Bahà, citado en “Divino Arte de Vivir”,  Editorial Bahá’í de España, p 24

[46]   Nelson Mandela, Revista TIME 31 DIC. 1999, Articulo sobre Gahdhi.

[47]    Mandela, Op Cit.

[48] Casa Universal de Justicia “La Promesa de la Paz Mundial”  mensaje de 1985.

[49] Tablas de Bahá’u’lláh, “Tarazat” , EBILA, Buenos Aires, p.38

[50]  Guy Murchie, “The Seven Mysteries of Life”, Houghton Mifflin, boston.

[51]    Fernando Savater, “El Mito del Nacionalismo” Alianza Cien, p.  12

[52]    Amin Maalouf, “Indentidades Asesinas”, citado en conferencia de María Gualaloupe Morfin Otero.

[53]   Ibid.

[54]   Ibid.

[55]   Bernard Lewis, “The Multiple Identities of the Middle East” citado en N.Y. Times Book Review, Feb. 2000

[56]   Mario Pei, “Language for Everybody”, Signet Books American Library, N.Y. p. 231

[57]   Citas de Hoda Mahmoodi, “From Opression to Equality, the Emergence of the Feminist Perspective”, Journal of Baha’í , Vol. I No. 3, 1989, Ottawa, Canadá

[58]   William E. H. Lecky, Op. Cit. del largo capítulo V sobre “The Position of Women”, p. 275-372

[59]   Recopilación de las Naciones Unidas, “State of the World’s Women 1985”, Oxford, New Internationalist Pub. 1985.

[60]   Abdu’l-Bahá “Promulgation of Universal Peace”, p. 375

[61]   David hoffman, “La Renovación de la Civilización”, George Ronald, Oxford, p.

[62]   Alberto Einstein, citado en Banjamin B. Ferenez, “Planethood”, Vision Books. P. 118.

[63]   Abdu’l-Bahá “Some Answered Questions”, Capítulo 77

[64]   Daniel 8:9; I Pedro 1:12-20; I Corintios 4:5

[65]   Apocalipsis 5:12; Mateo 22:43 y Mateo 7:16.

[66]   J. Jusuf Áli, “El Mensaje del Islam”, citas del Coran, John Murray Oxford. 1948

 

[67]   Corán xxxix:v. 67-71

[68]   Isaías 62:2 y Isaías 66:18

[69]   George Townshend, “The Heart of the Gospel”, Bahá’í Publishing Trust, p. 30 1972

[70]   Victor E. Fankl, “Man’s Search for Meaning”, parte II

[71]   Shoghi Effendi, “The Unfolding of World Civilization”, World Order of Bahá’u’lláh. p. 202

[72]   Bahá’u’lláh, “The Seven Valleys” - de la versión en Español p. 54

[73]  Citada en William y Madeline Hállaby, “Prayer: a Bahá’í Approach”, George Ronald, Oxford. P 84

[74]   Palabras Ocultas de Bahá’u’lláh, parte I, No. 22

75. Proverbios 29:18

76  Mateo 24:39

77  Revelaciones 21:5

                                                                                                         


 

* Presidente de la junta directiva del Centro Cultural Salvadoreño Americano (CCSA).

 


 

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