Derecho y Cambio Social

 
 

 

LA UTOPÍA DE UNA SOCIEDAD ANARQUISTA(*)

Udo Schaefer (*)(*)

 


   

En el código secular de valores, la libertad está en el punto más alto. De hecho es un valor fundamental, pues sin la libertad el individuo no puede desarrollar su personalidad. El polo opuesto de la libertad es el orden. El individuo tampoco puede vivir sin este, pues la libertad ilimitada es el fin de toda seguridad; acarrea el caos. El orden es el hermano gemelo de la libertad y el enemigo jurado de la voluntad arbitraria. La relación entre la libertad y el orden es de tensión ‑una situación no poco común entre hermanos y hermanas‑ y el problema a solucionar afecta a los principios de autoridad y la estructura sobre la que debería cimentarse la sociedad para que estas categorías se unieran en una relación armónica y equilibrada.

En la actualidad este punto de vista ya no parece ser la communis opinio. La gente ha sido testimonio del culto excesivo al estado, el ejercicio ilimitado del poder y la pérdida total de la libertad en el estado fascista, y la consecuencia es que la ley y el orden han perdido su reputación. Para Dahrendorf, sociólogo, no son "el conflicto y el cambio, sino la estabilidad y el orden los que constituyen lo patológico de la vida"[1]. Para muchos, los términos ley y orden pare­cen ser las consignas políticas de un estado que suprime la libertad, para muchos son parte de un vocabulario inhumano, y así la teoría de la anarquía, que tiene sus raíces en el liberalismo extremo y no debe equipararse al terrorismo de nuestros días, se revive alegremente[2]. Durante algunos años no sólo se han atacado formas específicas de norma, sino la misma existencia de la norma. Se mantiene que la norma de los hombres sobre los hombres no es una cosa natural, sino la consecuencia aún efectiva de la Caída del Hombre, por la cual se perdió la condición de inocencia natural del Paraíso, de libertad de la dominación, una condición a la que los anarquistas de todas las épocas volverían. Los que piensan de este modo consideran al estado el “terrorista legislati­vo”.

Herbert Marcuse y otros consideran ilegal toda forma de soberanía. Exigen el desarrollo sin ningún obstáculo de todos los seres humanos ‑libres de norma, anarquistas en el sentido literal, sin ninguna restricción vinculante procedente de instituciones legales intrusas‑ como única forma aceptable de sociedad. Así aspiran a una forma de sociedad en la que el "poder de unos hombres sobre los demás" y con él la ex­plotación de unos por otros sean atajadas, en la que será posible una "existencia pacifica”[3] y una "vida próspera"[4]. Este concepto utópico imagina una sociedad sin escasez o pobreza, una sociedad en la que cada cual sea liberado "de la lucha diaria por la existencia, del ganarse la vida"[5], y en la que, por tanto, sea abolido el trabajo. En esta tie­rra de ocio y lujuria existirá un grado más elevado de ra­cionalismo, justicia, libertad, belleza, felicidad y humani­dad, y el hombre será capaz de conseguir la auténtica auto­determinación"[6]. El objetivo es el hombre nuevo, que ha crecido sin autoridad y que es espontáneamente creativo. Este postulado de que los hombres no deberían dirigir a otros hom­bres puede entenderse en último término como el deseo del hombre de infinito, como el deseo de ser como Dios: Dios es anarchos, no está sometido a la voluntad de nadie.

Pero la concepción anarquista, es decir, el establecimien­to de una sociedad sin la norma de los hombres sobre los hom­bres, es un sueño ilusorio[7]. Max Stirner ha escrito sobre la lucha desenfrenada por la libertad: "Todo da vueltas sobre la misma pregunta: ¿Cuán libre debe ser el hombre? Que el hombre debe ser libre es algo que todos creemos[8]; por tan­to todos somos también liberales. Pero lo no humano que hay en cada individuo, ¿cómo frenarlo? ¿Cómo puede no dejarse libre a lo inhumano a la vez que se deja libre al hombre?"[9]. No es posible que las personas vivan juntas sin orden político o sin instituciones directrices, pues cuando la gente vive junta y hay influencia mutua hay un peligro cons­tante de conflicto. Este peligro de conflicto, inevitable incluso en una sociedad opulenta cuyos miembros compartieran los mismos intereses, se desprende del ejercicio de la "vo­luntad libre, combinada con el compartir del espacio vital”[10]. El conflicto se convierte en una amenaza para el hom­bre, ya que, cuando falta la inhibición innata y automática para matar, la aparición del conflicto puede conducir a una lucha a muerte: "En la medida que hay seres de razón prácti­ca que se influencian mutuamente en un espacio vital compar­tido y que actúan sin justicia pública, sino simplemente se­gún lo que piensan que está bien y es correcto, ni los indi­viduos ni los grupos ni los mismos pueblos están a salvo de los conflictos con los demás ni los actos de violencia contra los demás"[11]. La vida comunal sin norma conduce a la bellum omnium contra omnes y "el 'derecho a hacerlo todo' se con­vierte bajo un análisis más preciso en el derecho a no hacer nada"[12]. La libertad tiene unos límites inherentes. Si no se limita y se asegura la libertad mediante leyes generales, si no hay una ley vinculante establecida basada en un poder político, si no hay un orden director, entonces la “libertad individual está constantemente en peligro de ser reducida a la nada”[13]. La necesidad de dirección es una necesidad primaria de hombre y el afán de poder, como cualquier otro afán, debe purificarse. El sentido y el objetivo de una di­rección estatal es hacer del uso de la violencia la excepción y del vivir juntos y en paz la norma.

 


 

 

NOTAS:

(*) Traducido del inglés al castellano por Josep Julià Ballbé; y, del alemàn al inglés por la editora George Ronald, Publisher.

[1] Geselischaft und Freiheit, p. 81.

[2] El precursor más radical de la actual educación antiautoritaria y emancipatoria fue Max Stirner (1806‑56). En su libro The Ego and His Own, publicado en 1844, pedía el "hombre libre” (p. 126) y la liberación de toda autoridad (pp. 129 y sgs., 227 y sgs., 235 y sgs., 238 y sgs.). Para él, Dios, la libertad, la moral, la justicia, la virtud y el humanitarismo eran "ideas fijas" (p.43) o "caprichos" (p.44) y la persona que hubiere hecho de estos con­ceptos parte de su vida sería simplemente un prisionero. Consideraba la con­ciencia un "servilismo interior", una "policía interior" (p.89). Las personas eran educadas para la "autohumillación" (p.81) ante las normas morales que no eran sino "fantasmas" (p.82). "El estado, la religión, la conciencia, estos déspotas hacen de mí un esclavo" (p.107). Así, no se puede mejorar el estado ni la sociedad, sólo se pueden "abrogar, aniquilar, suprimir, pero no refor­mar" (p.235). Para Stirner no hay ningún "destino" exterior al hombre mismo (p.326); el hombre no es “llamado a nada" y no tiene ninguna “llamada” (p.326) en su vida: "No me preocupa ni lo divino ni lo humano, ni lo verdadero, lo bueno, lo justo, lo libre, etc., sino únicamente lo que es mío y no es algo general, sino único, pues único soy"(p.5).

Véase también James Joli, TheAnarchists, London, Eyre & Spottiswoode, 1964 (New York, Grosset & Duniap 1966); Mikail Bakunin, God and the State (Dios y el Estado), Glasgow, The Bakunin Press, 1920 (New York, Dover Publication, 1970); Martin Buber, Der utopische Soziallismus (socialismo utóp.ico), Hegner­B ücherei 1967; Jan Cattepoel, Der Anarchismus, Gestalten, Geschichie, Proble­me (Anarquismo, personajes, historia, problemas), Munich 1979; Edith Eucken‑Erdsiek, Magie der Extreme. Von der Achwierigkeit einer geistigen Orientierung (La magia de los extremos. Sobre las dificultades de la educación espiritual), Friburgo 1981.

[3] HerbertMarcuse, One‑Dimensional Man (El hombre unidimensional), p. 235.

[4] Jürgen Habermas, "Erkenntnis und Interesse", p. 164.

[5] Herbert Marcuse, One‑Dimensional Man, p. 4.

[6] Herbert Marcuse, op. cit., p. 251.

[7] Podría preguntarse seriamente por qué debe considerarse esta fe en Dios poco creíble, mientras se considera plausible la fe en la realización de este objetivo.

[8] (Nota de los traductores ingleses: Debe tenerse en cuenta que para ser un "Unmensch" (no‑hombre) se debe ser también hombre. Un tigre, un alud, un chaparrón, una col, no son no‑hombres).

[9] The Ego and His Own, II C3, pp. 139‑40.

[10] Otfried Höffe, "Herrschaftsfreiheit oder gerechte Herrschaft?".

[11] Ibid.

[12] Ibid.

[13] Ibid.

 

 


 

(*)(*) Abogado. Escritor. Miembro de la Comunidad Bahá'í de Heidelberg, Alemania.

http://www.udoeschaefer.com/home.htm


 

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