Revista Jurídica Cajamarca |
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EL VIEJO HÁBITO DE LA SOLEDADDANIEL SANTOS GIL JÁUREGUI (*) (Celendín.
Junio de 1966) |
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atraviesas
desde siempre la ciudad la
natural estación de los símbolos alguna
que otra norma y
la severidad de
la sombra de
algo que
no conoces pero
sospechas en cada esquina en
tus propias entrañas allende en
el vacío cuadriculado de la hierba que te ignora aquí en
el misterio de los ídolos fabricados por el miedo debajo en
la indecible navaja con que la espina y la rosa esperan la
unión inocente de los cuerpos (
en el atardecer eres
el oscuro forastero que ha olvidado sus llaves sus
dioses sus
preguntas ) intentas
-sin embargo - tu rostro un
nuevo rostro o
el negado rostro de la búsqueda -
materia itinerante / de olvidada estirpe - (el
viejo conocimiento o el eterno asombro) (los
infaltables lobos en el alma) no
el rostro del otro ni
el del espejo - más
ausente todavía - oh
materia urgente elemental
forma de la eternidad que no atino en mi extravío alado
dios menor sin mares ni extramuros en
vano arañas los semáforos de la tarde las
líneas luminosas que los pájaros dejan en el crepúsculo en
vano caminas sobre las cuerdas de esta estación sin límites noticias
de hombres perdidos en la nieve renovadas
heridas nuevas
constelaciones la
mirada tiritante cada
vez más ajena y
un extraño dolor porfiando
la vida en
los páramos de
una antigua estación sin
duda alguna
vez fuego
contumaz y armonía intentas
- otra vez - tu rostro (virtual
nómade soñadamente real) o
- mejor - tu manera de aguardar las espadas de la noche con
esa convicción fatal del
que acecha su perfil en
los rastrojos (un
ademán una serpiente un atajo un
respiro que
te permitan vencer la roja ira de las máquinas el
cálido despertar de la tierra) cambia
el tácito color de tu mirada no el silencio los
perros continúan la geometría de la ciudad y del espanto los
perros son como el viento del estío que
va husmeando la vida hacia los acantilados y
los acantilados son otra vez como los perros que
van abrigando la vida que duerme lánguidamente en
la boca del mar la
ciudad atormentada
sobre los muros de la tarde es
el temor de existir los
laberintos la
vorágine que corta las raíces toca
la sien e
invade los sueños con remotas devastaciones una
ciénaga de lúdicos colores y vacíos una
sucesión de esquinas que te acechan ocultas
paredes y
el vértigo de encontrarse drásticamente con
quien no esperas y no te sospecha en
los túneles ignotos de las seis quizá
la ciudad no es el temor techado de los hombres ni
el refugio negado a la orgía de los dioses quizá
la ciudad es solamente el encuentro de los suelos en
la furia de los astros un
corte sangrante en el circuito de los hilos atómicos quizá
la ciudad no es más que
las grafías que enternecen esta página o
la mente procaz que las lanza a
los abismos has empezado a desvanecerte árbol fugaz en
cada esguince en
todo momento en cada cuesta y abrazo oh
humano corazón de fiera trashumante fabulosa
creación y
fabulante animal de las tinieblas caminas
de regreso o te marchas para siempre desde
que asumiste estas imágenes frustradas esta
piedra sin límites ni hojas esta
estación del desvarío y sin alma esta
espada de siniestro y albedríos has
empezado a desaparecer colosal instante holgadamente desde
que te calzaste los pies eternos en los caminos mortales descubres
- a tientas también - en
los espejos concéntricos de la noche un
naufragio de tácitos caminantes un
remolino de gritos y silencios y el acoso del silencio total no
existen los látigos ni
los brazos tejidos en secreto se
espera solamente alrededor
de una meza plantada en el fuego o
huyendo de los reflectores se
reza solamente de
espaldas a la vida mientras
los árboles asumen la defensa del mundo sin
duda se producirá algún encuentro en
la hostia de los muros a
pesar de las sirenas policíacas (el
frío también sabe ser amigo de los gatos) pueblo
en ausencia en la noche que atraviesa las estaciones amanecerá preguntarás
la hora al primer transeúnte el
viento del alba desnudará la ciudad sin ningún pudor (piensas
- como todos - que creces sobre
el tiempo y los tramos ideales del planeta pero
estás oxidándote hundiéndote a flote como
un trozo de madera echado al mar sigo
mirando - en la vitrina - tu sombra que se desalínea jugando
a la juventud como a los dados vuela
lineal un pájaro hacia tus cegados ojos y en el perfil de dios te
ha ganado un poco más la muerte recorres
la ciudad en tu caballo subterráneo existen
los límites y no existen los límites al
borde de tus ilusiones perforadas por la lluvia una
estación de humo te habita cada tarde )
(*) Abogado. Poeta. Escritor. |
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