Revista Jurídica Cajamarca

 
 

ETICA

Libertad

Fuente Bibliográfica:

"Ética. Teoría y aplicación"

Austin Fagothey

Profesor de Filosofía,

University of Santa Clara,

Santa Clara, California.

Editora McGRAW-HILL. Quinta Edición

México, 1995.


 

Ley y libertad

Existencialismo

Argumentos a favor y en contra de la ética existencialista

Lugar de la libertad en la ética.

PROBLEMA

La historia de la filosofía es una historia de oscilaciones pendulares de un extremo del pensamiento al otro. El péndulo consume dos veces más tiempo cerca del centro del que consume en uno cualquiera de los dos extremos, y la amplitud de su oscilación varía, pero es el caso que, sin extremos, no pueden ocurrir oscilaciones. El gran énfasis de estos siglos pasados en el racionalismo y el legalismo está siendo compensado por una importancia que algunos consideran exagerada, otorgada actualmente al voluntarismo y al anarquismo. Nuestros tres capítulos sobre la razón, el deber y la ley han presentado estos temas  desde un punto de vista relativamente moderado, pero hay quien los considera  como carentes de importancia  en el tratamiento de la moral. Lo que se necesita es una declaración de independencia contra los tres, y esto se hace de la mejor manera mediante una proclamación de libertad.

La libertad apenas constituye una idea nueva en la historia del hombre. Todo cazador primitivo atrapado en una trampa puesta para los animales, o todo guerrero de tribu capturado por sus enemigos  anhelaba liberarse de sus ataduras. A medida que la vida se fue haciendo más complicada, así lo hicieron también las formas de la libertad. Los filósofos más antiguos, aunque reconociendo el valor de la libertad, no tienen mucho que decir a su respecto. Parecen considerarla como a un estado necesario para la persecución  de otros bienes, pero no le otorgan mucha importancia  como bien en sí mismo. La razón será a caso que, aunque la libertad parece ser tan positiva, su único significado concreto es negativo. En efecto, la libertad permite a una persona hacer lo que quiere, pero no le dice  lo que debe querer. La libertad no es una virtud. No hace bueno al hombre. Pero es un estado necesario para el ejercicio de la virtud, y los actos buenos permanecen al estado de meras buenas intenciones, a menos que tengamos libertad para realizarnos.

La importancia moderna atribuida a los derechos humanos  y la dignidad de la persona humana ha tenido probablemente mucho que ver con la concepción de la libertad como  uno de nuestros valores principales. A partir de la esfera política, la idea pasó a la esfera moral. Se conceptúa como mejor aquel estado que mejor garantiza la libertad de sus ciudadanos. Así, pues, la libertad se llega a considerar como un valor en sí mismo, y aun tal, que el estado debería protegerlo y que los ciudadanos deberían conservar inclusive luchando, siendo, pues, un valor moral relacionado con el deber ser. En este sentido, la libertad, lejos de oponerse a la ley, concuerda  perfectamente con ella. Empezaremos con alguno de los antiguos puntos de vista y consideraremos a continuación la ética moderna de la libertad. Tenemos las siguientes preguntas:

1.      ¿Cuál es la relación entre ley y libertad?

2.      ¿Cuál es el punto de vista del existencialismo acerca de la libertad?

3.      ¿Cuáles son los argumentos a favor y en contra de una ética existencialista?

4.      Cual es el lugar apropiado de la libertad en la ética?

LEY Y LIBERTAD

La libertad en su sentido más amplio significa ausencia de ataduras o restricciones. Se dice que la ley ata a los que están sujetos, y quien quiera que esté atado percibe su libertad como recortada hasta cierto punto. Pero no toda libertad es necesariamente buena y en su sentido más amplio la palabra abarca tanto una licencia viciosa como  la libertad verdadera. El propósito de la ley está en eliminar la primera y fomentar la segunda. ¿Cómo produce este efecto? Podemos estar atados por diversas clases de ataduras, y las que nos están impuestas  por la ley revisten un carácter especial. Hay tres clases de libertad correspondientes a las tres clases de ataduras:

1.                  Cuando hablamos de ataduras, nos vienen inmediatamente a la mente  cosas por el estilo de cadenas, cuerdas, barras y muros de cárcel. El sujeto atado está sometido a la fuerza, violencia y coacción aplicadas desde fuera. Semejantes ataduras imponen necesidad física externa, que impele o refrena únicamente las acciones corporales, y no puede tocar el acto interno de la voluntad. La libertad con respecto a semejante compulsión externa se designa como libertad de espontaneidad. En este sentido, el individuo al que se saca de la cárcel es puesto en libertad, y un animal desenjaulado se mueve libremente.

2.                  Imponen unas ataduras menos obvias pero  más rigurosas las determinaciones de la propia naturaleza del individuo. El individuo falto de libre voluntad está absolutamente sujeto a sus tendencias e instintos naturales propios, y a de actuar en la forma que la naturaleza le prescribe. La naturaleza del ser impone a éste necesidad física interna: éste es el dominio de las leyes físicas, que no son las clases de leyes de las que nos ocupamos en la ética. La libertad con respecto a dicha determinación interior de la naturaleza del individuo es lo que designamos como libertad de elección o voluntad libre, que es la prerrogativa del ser racional. Es en este sentido que del acto humano se dice que es realizado voluntaria y libremente.

3.                  En contraste con las dos clases de ataduras físicas, externas e internas, que se acaban de mencionar, hay también ataduras morales, que son formas de restringir la libre voluntad de los seres racionales mediante la autoridad de una voluntad ordenante. Las ataduras morales son las leyes en el sentido más estricto, esto es, leyes morales en cuanto opuestas a las leyes físicas, y la necesidad que imponen es una necesidad moral, que es la misma que el deber ser, la obligación o el deber. La libertad con respecto a la ley, con respecto al dictado por una voluntad imperante, se designa como libertad de independencia, en este sentido, mediante la guerra de independencia, los americanos quedaron libres con respecto a las leyes de Inglaterra, y el hombre cuya mujer ha muerto es libre de volver a casarse, y el individuo que ha pagado una factura en totalidad está libre de dicha deuda.

Debido a que las ataduras son distintas, podrá ocurrir que una fase de libertad exista sin la otra. Así, pues, un individuo podrá mantener su voluntad libre y estar ligado, sin embargo, por una ley. Podrá ser físicamente libre para realizar un acto, porque está en condiciones de hacerlo, pero podrá acaso no estar moralmente libre, porque no debería hacerlo.

Aquí tenemos la diferencia entre el último tipo de libertad, libertad de independencia y los otros dos tipos. Constituye una perfección estar libre de compulsión de fuerza externa y del determinismo de un principio de acción rígidamente necesario en nuestra propia naturaleza, pero no constituye una perfección en una criatura ser libre con respecto a toda ley. La libertad de independencia sólo tiene significado en relación con la leyes humanas, que no están aprobadas universalmente para toda la humanidad, sino para determinadas divisiones o clases políticas de personas. El individuo es libre con respecto a las leyes de otras jurisdicciones a las que no pertenece, pero en cuanto ciudadano  de un determinado país no puede tener libertad completa de independencia de toda ley humana. Y no puede tener independencia en absoluto con respecto a  la ley moral, concebida como enraizada en la naturaleza humana.

La libertad que hemos estado considerando es libertad con respecto a, pero es más importante la libertad para. La única razón por la que lo bueno para una persona es estar libre de restricciones e impedimentos diversos es que podrá ser acaso libre para la clase de vida que se le supone haber de vivir, o para la consecución  de su fin. La libertad con respecto a es simplemente negativa, y la libertad para es su complemente positivo. La ley restringe la libertad con respecto a, porque impone obligaciones de las que el individuo estaría en otro caso libre, pero refuerza la libertad para, porque pone al individuo en condiciones de vivir la clase de vida que le acomoda.

Así, pues, el objeto de la ley no está en imponer cargas indebidas o restricciones innecesarias, sino en proteger y promover la verdadera libertad. La ley tiende a hacer a los individuos buenos, dirigiéndolos hacia su fin último y señalándoles los medios necesarios para dicho fin. Inclusive en la esfera menor del bienestar temporal del hombre, la ley humana cumple la misma función, esto es, la de señalar medios para un fin y el carácter obligatorio de ambos. La ley hace libre al individuo para seguir su fin, señalándose el curso apropiado y manteniéndole en él, y dejándole al propio tiempo físicamente libre para tomar o rechazar dicha dirección, puesto que no destruye su libertad libre. De este modo, la ley libera al hombre de la esclavitud de la ignorancia y el error, pero sin reducir su responsabilidad ni su autocontrol.

Un individuo perdido en un bosque no es libre de alcanzar su destino, porque no sabe  en qué dirección debe ir o cuáles medios deba usar. El poste indicador de caminos y el camino no destruyen su libertad, sino que más bien le liberan de la necesidad de permanecer en el bosque. Sigue libre, en efecto, de seguir la indicación o el camino, pero, si se niega, el castigo consiste en haber de seguir extraviado. En forma análoga, las leyes señalan como debemos actuar para conseguir nuestro fin, pero conservamos nuestra libertad de obedecerlas o desobedecerlas, con la condición de que, si desobedecemos, no podemos alcanzar nuestro fin. Por consiguiente, la verdadera libertad no es la licencia de hacer cualquier cosa que se nos antoje, por mala que sea, esto es, la libertad del forajido, sino la libertad de dirigirnos nosotros mismos, con ayuda de las leyes, hacia el bien. En este sentido, resulta correcto decir que la verdadera libertad es el derecho de hacer lo que deberíamos hacer, y la ley nos muestra dónde queda el deber. Pero es lo cierto, con todo, que ni la ley ni la libertad nos compelen irresistiblemente a elegir cómo deberíamos.

EXISTENCIALISMO

Podríamos pensar acaso primero en los anarquistas como los principales  opositores de la ley y los abogados de la libertad ilimitada. Pero es lo cierto que su oposición es de carácter superficial, esto es, una antipatía por el gobierno y la autoridad. De los dos conceptos, ley y orden, quieren el orden, pero sin la libertad, creyendo que esto sea posible, porque el hombre es, por naturaleza, tan bueno por sí mismo, que todo lo que necesita es que se le deje solo para que su razón pueda guiarle rectamente. No está necesariamente opuesto a una ley moral, que opere sin legisladores, jueces y policía.

Los verdaderos opositores de la ley son los existencialistas, especialmente  los que adoptan la filosofía del absurdo. Su oposición es implícita, porque no efectúan ataque alguno contra los gobiernos o las leyes civiles, e insisten fuertemente en la responsabilidad del individuo frente a la sociedad en la que viven, pero afirman la libertad de tal modo, con todo, que eliminan toda base sobre la que la ley podría descansar. Niegan que el hombre tenga una naturaleza humana que puede ser buena o mala y, en su horror casi mórbido del racionalismo, no ponen confianza alguna en la razón humana.

El existencialismo es una actitud más bien que una escuela de pensamiento, porque es el caso  que sus adeptos se niegan a que se les ponga juntos y se les imponga una etiqueta, y es mucho menos, aun, un sistema, puesto que se burlan de toda construcción de sistemas. No les gusta servirse de definiciones, de modo que, con ellos, nunca estamos totalmente seguros de lo que quieren. Lo inducimos, pues, indirectamente a partir de sus dramas, sus novelas, sus periódicos y sus autobiografías, que son las formas de expresión  que les resultan más afines. Inclusive sus obras estrictamente filosóficas proceden por vía de descripción y dirección. Lo que tenemos que decir lo tomaremos en su mayor parte de Soren Kierkegaard y de Jean Paul Sastre, que representan respectivamente las ramas teísta y atea del pensamiento existencialista.

Su primera descripción es sombría. En efecto, nos encontramos en este mundo, enfrentados al hecho descarnado  de la existencia. No la hemos pedido, pero el hecho es que  aquí estamos, atrapados en ella. El mundo en que vivimos  es un yermo sin sentido alguno. Con frecuencia nos es hostil  y, lo que es peor todavía, indiferente. Miramos a nuestro alrededor y vemos que la mayoría de la gente vive una vida animal, y aún algunos una vida vegetal, que es estéril y vacía. Son cifras sin faz, que ejecutan los movimientos de la vida. Los pocos que reflexionan sobre esta existencia absurda se sienten inquietos y confundidos. La vida los llena con  un sentido de futilidad y desesperación, de angustia y náusea. ¿Qué debemos hacer? ¿En qué deberíamos creer? He aquí unas preguntas inquietantes, a las que no parece poder  darse respuesta alguna. En efecto, no sólo son nuestras mentes demasiado débiles para producir una respuesta, sino que, inclusive si encontráramos una, ésta sería absurda. Sin embargo, debemos decir, por qué somos libres. La libertad es así el dato básico indefinido e incomprobado.

Kierkegaard resuelve el problema por medio de la fe. Ve la vida en tres etapas. El hombre estético vive cabalmente la vida de los sentidos y la encuentra vacía. Las sensaciones son pasajeras, estériles, están enterradas en la memoria, y no son más que el llenar siempre hambriento, de un apetito que no tiene fin. El hombre ético percibe las exigencias del deber abstracto, y adapta su vida a los surcos racionales dispuestos para él  por el sistema. Esta es la vida moral en el sentido usual, y es mejor que la vida simplemente estética, pero no constituye una existencia auténtica, ni una creación del yo único de cada uno, ni una expresión de nuestra subjetividad, sino una autosuficiencia cómoda y pretensiosa.

La única vida auténtica es la vida religiosa, vivida por el hombre de fe. La fe es un salto en la obscuridad, en el infinito, en el absurdo. Nada puede prepararnos para ella. Consiste en la aceptación de algo supremamente no razonable, esto es, para Abraham, por ejemplo, la orden de matar a su hijo, lo que desde el punto de vista ético constituye un crimen  detestable. Para el cristiano, la creencia en la Encarnación, en el hecho de que Dios se hace Hombre, el Infinito finito, lo imposible un hecho, con todo el escándalo de la cruz. Entregarnos a una vida cristiana auténtica equivale a despojarnos de las vidas estética y ética para conseguir algo muy superior, pero sólo sabemos que es superior por la fe, y la fe consiste en la entrega de nosotros mismos  o aquello que a nuestra razón le parece absurdo. El acto de fe no es un acto racional. Antes de decidir querer, como acto puro de nuestra libertad, no tenemos manera de saber  si se trata o no de la decisión acertada, si es mejor saltar o no. Y llevamos de  nuestra decisión  toda la responsabilidad, porque la fe del individuo es suya propia. Nuestra decisión es adoptada en medio de la desesperación, pero la fe es la única forma  de superar la desesperación, trascendiendo el absurdo y encontrando la voluntad de Dios en la tranquila serenidad del silencio. Para la razón, la vida es absurda, pero la fe le confiere sentido y esperanza.

Sartre y el ala atea de los existencialistas no pueden encontrar consuelo alguno en la fe, porque ellos han decidido  ya de antemano que no hay Dios, ni vida futura alguna. El hombre es lanzado atrás, hacia sus propios recursos. El mundo es absurdo, pero el hecho brutal es que estamos aquí y no podemos evitar la necesidad de elección. Si el absurdo no puede trascenderse, debemos enfrentarnos a él y aceptarlo por lo que es, esto es, como absurdo.

Si la existencia precede realmente a la esencia, no podemos descartar los hechos mediante referencia a una naturaleza humana dada y fija. En otros términos, no hay determinismo alguno, y el hombre es libre: el hombre es libertad. Por otra parte, si Dios no existe, no encontramos valores o mandamientos algunos hacia  los que podamos volvernos para legitimar nuestra conducta. Así, pues, en el reino resplandeciente de los valores, no tenemos detrás nuestro excusa alguna, ni justificación alguna delante. Estamos solos sin excusas.

Esta es la idea que trataré de exponer al decir que el hombre está condenado a ser libre. Condenado, porque no creó a sí mismo y,  sin embargo, en otros aspectos es libre; porque, una vez lanzado al mundo, es responsable de todo lo que hace...

El existencialista no cree que el hombre pueda ayudarse a sí mismo encontrando en el mundo  algún sitio por el que pueda orientarse, porque es el caso que cree que el individuo interpretará el signo tal como le convenga. Por consiguiente, cree que el hombre, sin apoyo ni ayuda, está condenado en todo momento a inventar el hombre... “El hombre es el futuro del hombre.”*

El hombre empieza con existencia pero sin esencia. Su esencia, aquello que ha de ser, lo hace él mismo a través de cada elección libre. Por cada decisión adoptada con libertad absoluta nos convertimos en individuos auténticos y no en estereotipos  sin sentido, ni en útiles inanimados en el escenario fantástico de la vida, sino en personajes llenos de sentido en este drama de nuestra propia composición que es nuestra vida. Mediante cada decisión nos creamos a  nosotros mismos  y determinamos lo que habremos de ser. Esta es la razón de que cada elección implique una responsabilidad terrible pero inescapable, que nos moldea a nosotros y nuestro mundo  en la clase de cosa que hemos escogido ser. Cada individuo es responsable no sólo de sí mismo, sino también de toda la humanidad, porque también él está condicionado por sus elecciones. El hombre no es sólo un ser para sí, sino también para sus semejantes. Ha de dedicarse a la labor de la sociedad y no debe rehuir sus responsabilidades sociales. Aunque, a fin de cuentas, ¿para qué? Todos los empeños del individuo llegan a su fin con la muerte. Y apenas se ha modelado sí mismo, ha creado su esencia, ha conseguido su autenticidad mediante el pleno uso de su libertad, que ya la estructura entera es barrida por la muerte, que es el absurdo último y trágico, la irracionalidad final en toda esta existencia sin sentido. Únicamente aceptando libremente tanto nuestro propio absurdo como el del mundo podemos elevarnos por encima de la náusea de la desesperación, vivir en nuestra lucha constante por llegar a ser el Dios que nunca podremos ser,  y comprender el hecho de que, “el hombre es una pasión inútil”.

ARGUMENTOS A FAVOR Y EN CONTRA DE LA ETICA EXISTENCIALISTA

Las que siguen son algunas de las razones que pueden presentar a favor de una ética existencialista, especialmente de la variedad de Sartre:

1.                  La libertad a de ser la base de toda teoría moral, porque únicamente un acto libre puede tener moralidad. Somos responsables de todos nuestros actos libres y únicamente de éstos, de modo que cualquier otra base resultaría superflua. Pero la libertad  no se deja demostrar. Debemos adoptar la libertad mediante un acto original de sumisión a la misma, y semejante sumisión ha de ser libre, presuponiendo así cualquier libertad que se nos pudiera ocurrir tratar de demostrar.

2.                  El hombre carece de naturaleza, no tiene esencia. Lo más que podemos decir es que existe en la condición humana. La existencia es simplemente  presencia y se sitúa más allá de toda explicación. Por supuesto, el hombre es el hombre y no otra cosa alguna, pero esto no es más que un dato y carece de importancia. En efecto, no es aquello que el hombre, cualquier hombre, es o puede ser lo que cuenta, sino lo que este individuo es y puede ser, esto es, aquello que soy y puedo hacer de mí mismo. Cada uno a de vivir su propia vida y no hay hombre alguno en general. En este sentido el hombre no tiene esencia y ha de crearla mediante todo acto que realiza.

3.                  Moralidad es creatividad, y creatividad ejecutada conforme a reglas no sería verdadera creatividad. En efecto, si aquello que he de hacer de mi mismo ha de ser algo totalmente único, ¿cómo puede prescribírseme de antemano lo que debo hacer? No sería yo en esta forma, sino algo distinto de mí, aquello que yo me haría, perdiéndome así a mí mismo.

4.                  Cada uno escoge sus propios principios morales. Los valores sólo tiene validez si los escogido como valiosos. No hay absoluto moral universalmente válido alguno. Sólo podemos cambiar nuestros valores mediante nuestra propia decisión, y ningún signo nos dirá si hemos o no acertado. La aprobación de los demás  o de la sociedad no puede justificar nuestros actos, ni existe ser trascendente o ideal moral alguno al que podamos mirar. Nuestra trascendencia es función de nuestra elección presente, que efectuamos libremente bajo nuestra propia responsabilidad.

5.                  La persona es de “mala fe”, como dice Sartre, si se niega a aceptar el hecho de que es lo que es, esto es, sus actos pasados, sus decisiones presentes y su futuro proyectado. La persona es “sincera” en el sentido peyorativo, si se niega a admitir que no es lo que es, negando así su libertad para convertirse en lo que no es todavía. En ambos casos, la persona trata de vivir la vida de alguien otro, de ser un personaje con un papel determinado en la sociedad, que le ha sido impuesto desde fuera de sí mismo.

6.                  La ética de la ambigüedad es la aceptación de esta división de su ser, su “es” y su “no es”. Su ser-en-sí y su ser-para-sí, su carácter de hecho y su conciencia. El individuo está constantemente fuera de sí mismo, proyectándose y perdiéndose fuera de sí, creando su propia existencia. Esto constituye el ejercicio supremo de su libertad.

7.                  La autenticidad es la percepción verdadera de la naturaleza ambigüa de la realidad humana. Es sinceridad y valor, es el enfrentamiento a aquello a que el individuo no auténtico teme de enfrentarse, esto es,  la persecución de objetivos trascendentes, que son de nuestra propia elección y de los cuales cada uno de nosotros somos responsables, tanto por la elección de los objetivos como por aquello que hacemos para conseguirlos.

8.                  No hay sólo la sumisión subjetiva mediante la cual mi elección se convierte en importante para mí mismo, sino también la sumisión objetiva a la sociedad, que reviste una importancia capital. En efecto, nuestro ser es también un ser para los demás. Vivimos en un mundo de intersubjetividad. Otras personas son  indispensables, tanto para mi propia existencia como para mi conocimiento acerca de mi mismo, y yo intervengo con responsabilidad en sus vidas. Siempre habrá un conflicto aquí, entre mi proyecto y los proyectos de los demás, y esto forma parte de la ambigüedad que he de aceptar como implícita en el absurdo de la vida.

Puede aprenderse mucho a partir del punto de vista existencialista. En efecto, ha bajado la filosofía de las nubes de la abstracción y la impersonalidad mediante una prueba elocuente de las preocupaciones más profundas vitales de cada uno. Muchos reprochan a la existencialismo  no sus afirmaciones, sino sus negaciones. En efecto, necesitamos destacar la existencia, la libertad, el subjetivismo, la razón, la importancia, la autenticidad, la sumisión y el interés. Pero, ¿debemos acaso abordarlos a través del irracionalismo y el absurdo?

1.                  No existe duda alguna acerca del valor de la libertad, tanto si ésta se deja demostrar como no, y es muy cierto que únicamente los actos libres pueden tener moralidad. Pero es el caso, con todo, que muchos actos libres son moralmente indiferentes, siendo en cuanto a ellos el individuo responsable, sin duda, pero no moralmente responsable. Además la moralidad es de dos clases, esto es: buena y mala. El mero hecho de que un acto sea ejecutado libremente no lo hace necesariamente moralmente bueno. La libertad es uno de los requisitos del acto moralmente bueno, pero éste ha de ser también de la clase de actos que uno debería ejecutar libremente.

2.                  Es equívoco decir que el hombre no tiene naturaleza o esencia, cuando lo que en realidad se quiere decir es que no ha acabado todavía de vivir su vida ni se ha hecho por completo el ser que ha de ser. Aunque sea una persona única, existe también como miembro de la raza humana. Además de su carácter único tiene un elemento de comunidad con el resto de la especie humana, y esta comunidad puede ser tan importante  como su unicidad. La imposibilidad de renunciar a formar parte de la raza humana muestra que el hombre es una esencia  y que es solamente dentro de los límites de una vida humana moralmente decente que puede expresar el carácter único de su persona.

3.                  El acento puesto sobre la creatividad es uno de los mejores frutos del pensamiento existencialista. En efecto, no se le puede prescribir a la creatividad regla alguna, sin duda, pero esto no impide que la creatividad funcione dentro de los límites de las reglas y normas. Esto lo hace el artista constantemente. Podrá ocurrir, como en el caso del arte moderno,  que las normas se reduzcan y se relajen, pero no se abandonan nunca, con todo, por completo, ya que de otro modo nadie podría juzgar jamás si una embarradura o una cantinela eran arte bueno o arte malo. La creatividad desprovista simplemente de toda regla en la vida moral podría conducir lo mismo a la criminalidad o la inutilidad que a una vida digna de ser vivida.

4.                  Cada uno escoge sus propios principios, valores e ideales morales. Pero es precisamente la función de la ética guiarle en esta elección y no eludir su responsabilidad. Para escoger principios, valores e ideales morales, no necesitamos crearlos, sino hacerlos simplemente nuestros, y no hay necesidad alguna de rechazar en esta tarea la ayuda de la razón y la experiencia. El que efectúa este rechazo no está en condiciones de encontrar absoluto moral, universalmente válido, alguno (excepto el de la libertad), pero, ¿de quién es esto la culpa, sino del individuo mismo que rechaza? ¿Y qué hay del  que escoge libremente  tener absolutos morales? ¿quién puede proscribir como inválida esta elección libre, si la libertad es la norma única?

5.                  Sin duda, el individuo a de ser a la vez lo que es y ser libre de desarrollarse razonablemente. Si su vida entera no consiste en nada más que en representar un papel, merece ciertamente el desprecio que Sartre siente para él. Pero esto no significa en modo alguno que nadie pueda realizar la labor normal de la sociedad sin incurrir en “mala fe”. En efecto, ¿habrá acaso de expresar cada uno de su carácter único mediante exhibicionismo y excentricidad, que parecen ser las peores clases de representación dramática? O bien, ¿puede uno desempeñar un papel normal en la vida, pero hacerlo con una actitud existencialista correcta? Y de ser así, ¿quién o qué es lo que hace que una actitud sea correcta?

6.                  Que el hombre es un enigma y está lleno de ambigüedad sea insoluble, esto forma parte del irracionalismo y la falta de esperanza de Sartre. En efecto, si de antemano negamos todo aquello en que una solución podría basarse, no tendríamos más remedio que aceptar la ambigüedad. Pero, en tal caso, el mundo solamente es absurdo porque hemos elegido hacerlo absurdo.

7.                  La autenticidad es en la ética un concepto muy válido y valioso. Nadie puede llevar la vida moral, a menos que sea una persona auténtica, realmente ella misma y responsable de sí misma y de todo lo que hace. Puesto que nadie puede juzgar su autenticidad aparte de él mismo, tenemos aquí una afirmación en el sentido de que la conciencia individual es la norma subjetiva de la moralidad. No parece haber contradicción alguna entre la autenticidad y la moralidad objetiva, si el individuo mismo está firmemente convencido de que sus normas objetivas son verdaderas. Aún si no las ha inventado él mismo, las ha adoptado, con todo, y las ha hecho suyas. Y no sería auténtico, sino viviera de acuerdo con ellas.

8.                  Los existencialistas han encontrado dificultad para incluir la sociedad en su ética, pero los críticas no están convencidos de que puedan hacerlo eficazmente. Que uno sea responsable de sus propias elecciones, esto está claro, pero no que sea responsable de las elecciones de los demás y de los males sociales que lo rodean. Si se hace uno responsable de ellos rechazando el suicidio como escapatoria. La obligación moral de participar en la reforma social se seguiría lógicamente de la naturaleza social del hombre, pero el existencialismo no admite una naturaleza humana susceptible de ser social. Si el individuo tiene libertad para elegir sus valores, ¿qué es lo que le impone  la obligación moral de escoger valores sociales? El ser-para-otros sólo parece pegado sobre el ser-para-sí, sin razón alguna para que el pegado aguante. De aquí el recurso a la ambigüedad y el absurdo. Pero, entonces, ¿por qué derrochar un caudal tan enorme de palabras tratando de introducir sentido en el absurdo?

LUGAR DE LA LIBERTAD EN LA ETICA

La libertad no tiene menos lugar en una ética racional que en la irracional; en una visión lógica del mundo que en una filosofía del absurdo. Esta última toma la libertad como un dato básico indefinible e indemostrable que, sin examen ulterior alguno, podrá acaso no ser más que un supuesto infundado. En tanto que la primera, abarca después de investigación la libertad en el esquema total de un universo racionalmente ordenado, en donde encuentra su lugar muy importante y propio.

Sin duda, la libertad y la responsabilidad se postulan mutuamente, y los existencialistas no son en modo alguno los únicos en proclamarlo. El hombre es responsable, en efecto, de las elecciones que hace, pero no todo lo de este mundo es hijo de su elección. Así, pues, hacerle responsable de su medio ambiente entero, tanto físico como social, sobre el que no posee control alguno, esto equivale a llevar la responsabilidad más allá del uso aceptado del vocablo. Cabe aducir que alguien ha de ser responsable y, si no hay Dios, la responsabilidad de dichas cosas ha de ser asumida por el único ser responsable que conocemos, esto es, el hombre. Pero la respuesta lógica debería ser que nadie es responsable, puesto que, según dicen, el hombre no puede ser Dios. Un punto de vista coherente de la responsabilidad hace a ésta exactamente tan extensa como la libertad, pero no más. Y puesto que el hombre no ha querido libremente su medio ambiente, no puede ser responsable del mismo, sino únicamente de su actitud frente a él. Y esto lo acepta toda filosofía que admite la libertad.

El concepto de Dios como chivo expiatorio sobrenatural, en el que podamos descargar nuestra responsabilidad y nuestros reproches, no es raro entre los incrédulos. Y nada tiene de sorprendente, pues, que rechacen a semejante Dios. También los creyentes pueden tratar a Dios de este modo, pues es el caso que las formas de la superstición son múltiples y pueden incluir la proyección psicológica. Pero al creyente cultivado le sorprende el carácter obtuso de los que reducen la religión a semejantes términos. En efecto, esto no es en modo alguno todo lo que él entiende por fe. Y más bien que reducir su responsabilidad descargándola en otro, su aceptación de Dios aumenta su responsabilidad y le confiere sentido. Con Dios , en efecto, es responsable ante alguien, ha de responder a alguien, ha de rendir cuentas a alguien. Y esto es indudablemente más que responsabilidad hacia uno mismo, que no parece ser mas que otra forma verbal de decir ausencia de responsabilidad. 

Existe la tentación de pasar de algunos de los absurdos más irritantes de la vida a una condena de la vida entera como un gran absurdo conjunto. Y entonces tenemos el dilema existencialista de aceptar el absurdo y desafiarlo, como Sartre y Camus, o de buscar liberación mediante un acto no racional de fe, como lo hacen Kierkegaard y Marcel. En ambos casos, la filosofía está, como obra de razón, en quiebra. En el primer caso está en quiebra y acaricia su propio absurdo, en tanto que en el segundo es rescatada por Dios, que desempeña el papel de Deux ex machina en una forma seria. Pero es el caso que la filosofía no necesita hacer quiebra si adhiere a su tesoro de sabiduría y lo administra con la guía de la razón, el juicio y la prudencia. Las filosofías que así lo hacen extraen mucho sentido de nuestro bello universo y de su ordenación armoniosa, tomando con un sentido de humor sus absurdos ocasionales y enfrentándose con valor a los retos que presentan.

¿Por qué promover un conflicto artificial entre ser una persona libre y tener una naturaleza humana racional? Tratar de liberar al hombre de su naturaleza es tratar de liberarlo de sí mismo. En efecto, el hombre es libre porque tiene una naturaleza de que la libertad es un atributo esencial. Los existencialistas están implícitamente de acuerdo en atribuir la libertad únicamente al hombre. La libertad es una consecuencia natural de la inteligencia. El ser natural puede ser libre porque lleva en sí una guía natural para servirse de su libertad, esto es: su razón. Los existencialistas dicen que cada uno de nosotros ha de tener en la vida un proyecto, esto es, saber lo que quiere hacer de sí mismo. Ahora bien, semejante proyecto no puede existir en otra parte alguna excepto en la mente del hombre, que dirige su elección libre de actos con miras a la realización de su proyecto. En cuanto existe en la mente del hombre, semejante proyecto no puede ser alguna fantasía extravagante desprendida de las posibilidades  de la vida, sino que ha de ser algún objeto racional, a la vez digno y susceptible de consecución. Y, ¿cómo se diferenciaría éste del ideal moral de que hablamos anteriormente? Una de dos, o un ideal de esta clase está construido y es criticado por la recta razón o, en otro caso, ha de constituir una estocada lanzada en la obscuridad. En el primer caso, tenemos una ética racional que incluye las ventajas del punto de vista existencialista y, el segundo, tenemos una filosofía absurda, apropiada únicamente para un mundo absurdo, en el que es absurdo tratar de vivir.

Quedémonos, pues, con la libertad, e inclusive con tanto de ella como podamos, aun reconociendo que también la libertad tiene sus límites. En sí misma, la libertad no tiene juicio alguno. En cuanto mera libertad, está abierta a todo y cada cosa y requiere guía. En cuanto mera libertad, está abierta al bien y al mal y está dispuesta a aceptar uno u otro. Ha de ser guiada hacia el bien y alejada del mal, y no tenemos nada más para guiarla que la luz de la razón. Razón y libertad, intelecto y voluntad, conocimiento y deseo trabajan juntos como en un equipo y no como cosas separadas, en el interior del individuo, sino antes bien, como fuerzas concurrentes de su naturaleza humana única, para permitirle realizar el proyecto que debería realizar, esto es, la incorporación en él del ideal moral.

El resultado final de todo esto es que la parte más valiosa de la filosofía existencialista es perfectamente compatible con otras formas de pensar y no necesita ser tomada en un sentido exclusivamente existencialista. Sin embargo, debemos estarles muy agradecidos a los existencialistas por haber subrayado y presentado elocuentemente un aspecto sumamente importante, pero hasta aquí negligido, de la ética.

RESUMEN

La libertad es uno de nuestros valores más preciados. algunos desean construir sobre ella la totalidad de la ética.

Muchos no ven oposición alguna entre libertad y ley. Dicen que el objeto de la ley está en hacer posible el ejercicio de la libertad, que la función de la ley no está en imponer restricciones innecesarias, sino en dirigir a los individuos hacia su fin último sin destruir su voluntad libre.

Hay varias clases de libertad, correspondientes a varias clases de ataduras de las que uno puede librarse: Libertad de espontaneidad, opuesta a la necesidad física externa (compulsión); libertad de elección (voluntad libre), opuesta a la necesidad física interna (determinismo). Libertad de Independencia, opuesta a la necesidad moral (ley). Siendo una atadura moral, la ley es solamente una restricción de la última clase de libertad y, aun en este caso, únicamente del abuso de libertad. Sin la guía de la ley, la libertad se convierte en licencia.

El existencialismo es hostil a toda clase de leyes. Destaca la primacía de la libertad como dato básico; la inevitabilidad de la sumisión; la terrible responsabilidad de cada decisión; la confrontación con la muerte; el valor provocador de la angustia y la desesperación, resultante de un acto libre ya sea de fe ciega en Dios (deísta) o de aceptación del absurdo último de la nada (ateo). Esta última variedad es, en particular, la filosofía del absurdo.

Muchos creen que las aportaciones positivas del existencialismo, esto es, los valores de la libertad, la subjetividad, la autenticidad, la creatividad, la razón, la sumisión y el interés deberían subrayarse en toda ética, y que esto puede hacerse sin las actitudes negativas de náuseas, de desesperación, del absurdo, la imaginación, la ambigüedad y la anarquía, que penetran todo el pensamiento existencialista.


* Reproducido con autorización de la Philosophical Library, Inc., de Existencialismo, de Jean – Paul Sartre. Copyright, 1947, de Philosophical Library, Inc., Nueva York, pags. 22 – 23.

 


 


 

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